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Textos de cuatro poemarios de Mijail Lamas

lunes 2 de abril de 2018
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Mijail Lamas
Fotografía: Edith Cota

La muestra poética que ahora presento, del poeta Mijail Lamas, comprende cuatro poemarios, a saber: Contraverano (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2007), Trevas: canción del navegante de sí mismo (Andraval, 2013), Cuaderno de Tyler Durden (el suri porfiado, 2014) y El canto y la piedra (Valparaíso, 2017). Su obra es notable por la variación de las formas estéticas, el diverso uso de las estructuras y el cambio que le brinda a su voz lírica. Parte de sus temas son las geografías terrenales en las cuales ha vivido, marcadas por la nostalgia y el abandono, la figura de la mujer como recuerdo reconstruido por medio de la pesadumbre; también existe el diálogo con poetas de cierta tradición en otras lenguas, como la inglesa y la portuguesa, lo cual permite a sus poemas experimentar con el lenguaje. Su trabajo como crítico literario e investigador también abre la posibilidad de andar por la poesía testimonial.

Fernando Salazar Torres
Responsable de la selección

De la serie Voces actuales de México

II
Lo que antes fue desierto

A Rafael y Roberto Orozco

Por larga distancia te cuenta tu madre
que hoy podrías cocer un huevo en el toldo de algún carro si quisieras,
que no es conveniente salir a la calle al mediodía,
que hay 50 grados de un resentimiento para todos.

Te cuenta que el periódico de hoy señala
que este año ya hay más muertos por el narcotráfico
que caídos en la guerra del Irak.
No sabes si decirle que exageran
o que al final, tal vez, tengan razón.

Será sólo el verano rugiendo sus bromas.

Otro día la voz de tu madre tiene algo de gladiolo y tierra,
todo porque no sabe explicarte
cómo a veces la vida es un espejo que duplica la muerte.
Entonces la voz de tu primo Rafael desde su tumba
te sigue preguntando:
¿Qué es lo que hacen los poetas para ganarse la vida?
Pero él ya no vive para poder explicarle
que un poeta no se gana la vida,
que la vida nos gana con trampas el juego
y es un lugar común decir que es injusta como la muerte.

 


 

No quisiste quedarte.
No quisiste aprender cómo quedarte.
Quedarte resignado a beber toda la luz que nunca muere.
De tal modo que el recuerdo te soborna,
te hace dudar hasta llevar tus manos a tocar lo que no tienes.
Para tocarlo primero hay que saber decirlo, decirlo muchas veces.
Mucho tiempo has pensado destejer, una tras otra,
las tramas que se te van enredando entre los dedos.
Mucho tiempo quisiste enumerar cada partícula de polvo, cada capa de tristeza,
enumerar también cada puñetazo de la frustración,
cada truco para engañar el mediodía que te cortaba en sombra la figura.
Pero no puedes y te llevas una mano a la cabeza
y descubres que en ese recuento
hay una imagen que tienes de ti mismo y te es extraña
que sólo en sus contornos y a lo lejos, apenas en su sombra,
podrías reconocer.
Hay algo que ahora te detiene.
Has dicho demasiado y te has metido en un problema.
El añejo dolor que te conserva despierto y a la sombra
guarda para ti un sentimiento de revancha.
No puedes avanzar lo que quisieras,
el desierto que pretendes recordar se vuelve más extenso.

 


 

Lo que antes fue desierto aún persiste
y en unas cuantas líneas crees recuperar todo de nuevo,
recuperar aquel paisaje donde el verano cumplía su destrucción inapelable.
Pero hay algo diferente,
las calles que recuerdas tienen zanjas más hondas,
las paredes de las casas tienen grietas como relámpagos de piedra.
Crees que puedes volver a llenarte de polvo los bolsillos,
crees que puedes patear lejos de aquí remordimiento, rabia y rencor
como si de cosa pequeña se tratara.
Crees que puedes volver y una sensación de sequía en tu garganta te sorprende.
Te sorprende también aquella disposición al cariño que justificaba cada golpe,
aquella sensación de no sentirte solo sin creer que dios te vigilaba.
Y pronuncias en voz baja
una blasfemia que solamente a ti te reconforta.
¿O es qué todo lo que has dicho no deja de ser una conjetura
o una ávida reconstrucción de los hechos
o una manera de legitimar una mentira,
porque eres otra presa del olvido
y herido por el sol en el costado,
se han calcinado todos tus recuerdos?
No hay nada,
te cuesta trabajo creer que no hay nada.
Regresas para buscar en ti algo que permanezca
y compruebas que lo único palpable que posees,
ahora que ya es tarde y tienes sueño,
es el cuerpo de una mujer que no puede dormir
y te espera en otro cuarto.
Dejas la pluma que habías tomado para escribir eso que no alcanzas a fijar,
apagas en silencio cada una de la luces de la casa
y el desasosiego no se extingue por completo.

Quisieras continuar pero ya es tarde.

(de Contraverano, 2007)

 


 

Cuando todos ya duermen, el silencio es una pesada perra que vigila la casa, pero que llega tarde. Mi hermana María Julia y mi hermano Tomás no dejan de morir en estos cuartos, casi puedo escuchar esa renuencia a desaparecer.

Sólo entonces enciendo un cigarrillo y puedo sentir cómo todo va a consumirse entre mis labios. Esta pequeña flama ilumina los rostros de mis muertos. La noche de mi voz claudica en mi garganta.

 


 

El aire se resiste en la quietud del cuarto
y la duda es un hueso muy duro de roer.

Ahora todo viene a mi memoria como una maldición.
El viaje que no hicimos
lo guardo en un adiós ya muy cercano.
No me queda ni un gesto,
ni siquiera un desplante que tú me hayas dejado.
Sólo queda un papel en que me pides que ya olvide tu nombre.

Yo quise cantar la flor para tus labios
y en su lugar dibujé una rosa de sangre en mi pañuelo.
Hay días en que disfruto pensar que con un beso
yo te podría obsequiar la muerte.

 


 

Un gusto de metales en la boca,
un restañar de herida penetrante,
un corazón que apenas galopante
en su carrera alcanza lo que toca.

Y lo que toca ahora es la caída,
el golpe de la mano que anhelada
a la bestia que somos acabada
deja por tierra torpe y aturdida.

Y el nudo que se siente en la garganta
es fracaso y es polvo y es espina
de quien caerá muy bajo en su derrota.

No entiende que ha perdido y se levanta
cordero que a la muerte se encamina,
maltrecho el costillar y el alma rota.

 


 

Poema de los misterios

Ellas van perfumando la mañana
en esa correría tic toc de los tacones,
dejan vibrando el aire que abandona su paso.

Ellas al mediodía combaten el calor
restándole al vestido prendas
y el sudor va dejando cristales
en el camino que hay entre sus senos.

Por la tarde, terminada la faena en la oficina
o en las tiendas de moda,
esconden su cansancio
—por eso es que su bolso pesa mucho—
y se salen sonriendo,
porque allá afuera Ellos las están esperando.

¿Qué es lo que Ellos esperan?
¿Unos ojos cansados y una boca
que incendia su carmín anhelante?
¿Un cuerpo que desnuda el ansia de hace tiempo?

Pero Ellos no resisten que sean un acertijo
hasta para Ellas mismas,
y en el tiempo que aguardan
Ellos concluyen que el misterio
es la médula de su naturaleza.

 


 

Ya sólo queda un derrumbar de aceros
en la oquedad del cráneo,
un sordo rechinar de huesos quebradizos
y una tos que arremete desordenando todo.
Hay un fuego que recorre las arterias
y escalda cada tramo de la piel.
Un pulmón infinito que no termino de escupir.

(de Trevas: canción del navegante de sí mismo, 2013).

 


 

HE NACIDO OSCURO por el resto del día
y tras una nube
el ojo de Dios guarda silencio.
Soy la sombra de todos los rostros,
dependiente de tiempo completo,
maestro por horas de miseria,
desempleado frente a las marquesinas.

Hoy llevo un dolor de piedra entre las manos.

Lejos de toda caridad
soy profeta y apóstol jubilado de la fe en mí mismo,
oficio los silencios de la página.
Soy héroe,
peatón del instante y la sorpresa.
Aquí guardo la plegaria del azar
y una sensación de sed como aguja en las palabras.

Hoy no tengo necesidad de fingir
que elijo la vida que me toca.

 


 

Un Manifiesto

SOY VULGAR, estoy lleno de sentimientos vulgares, gusto de la
televisión, el cómic, la pornografía —oh, hermosa pornografía—,
canciones populares y corridos
que se mezclan en la tornamesa de los complejos habitacionales,
todos los excesos están saciados.
Lo digo por convicción.
Vivo en una época vulgar, en un tiempo sin brillo, de expresiones
vulgares.
El arte está en las revistas, en los espectaculares que detienen el
tráfico, en las envolturas de golosinas y cigarros de diseños
sorprendentes.
Los diseñadores gráficos son el emblema del artista moderno.
Cumbre de todas las vanguardias son la forma más sublime de la
vulgaridad.
Los poetas callan.
Quedan sólo sus repetidos ademanes, sus espontáneos berridos.
Toda novedad está pasando o queda como la instantánea del
futuro del que ya sentimos nostalgia al leer ciencia ficción.
Lo nuevo es un engaño.
Lo original es sólo una mirada constante al pasado.
Los patrones de elegancia impuestos por la moda y los medios son
vulgares.
La vulgaridad es una condición perfecta del socialismo; aquí
todos somos vulgares, sin importar nuestra clase social.
La raza nada tiene que ver con ser vulgar. En esto todas las razas
se igualan.
Nunca se es lo suficientemente vulgar para ser admirado por el
vulgo.
Ser absolutamente moderno es ser absolutamente vulgar.
Ser absolutamente moderno es estar pasado de moda.

 


 

EL AMOR no se resuelve en nada
y es la crítica al orden magistral de la monotonía.
A veces falso, el amor
como la tragedia, no se revela en palabras o en llanto.
Y cuando involuntariamente se tienen ganas de volar,
se desangran muros,
por la incapacidad de las palabras de ensuciarse plenamente.
Entonces correr nos parece tan mediocre
como los versos insostenibles,
como el yacer insatisfecho.

(de Cuaderno de Tyler Durden, 2014).

 


 

Tres imágenes
(A partir de un poema de Álvaro Mutis)

I

El día se vuelve piedra en la oficina, la luz enferma. Hemos quedado casi ciegos: sólo podemos ver la vida a través de la pantalla. En los cubículos el aire es la frustración que nos respira. La mujer del aseo pega una imagen de San Judas Tadeo en el cuarto de las escobas, después ofrendará su paga en el casino. En el umbral de una sala de juntas, un hombre calvo trata de esconder su erección y una secretaria lo mira de reojo, recordando la partida de su amante. En los baños, media hora antes salir, un hombre reza arrodillado, para que todo estalle.

 

II

Esta calle por la que han paseado las víctimas y sus asesinos, donde dos hombres se besan bajo el amparo de la diosa fortuna; es una línea recta donde nadie encuentra a nadie, sólo la lujosa decadencia de los héroes y su herrumbre. Acaso sea el telón de fondo para los derrotados, última ruta que conduce al sueño.

 

III

Nadie está seguro del origen de este canto. Se inició en el tiempo de los grandes milagros y las soberbias herejías. Algunos otros creen que nació como una voz entre los cafetales, en el pecho de una mujer habitada por demonios, o antes, a la orilla de un río donde moran los hombres que sólo cubren su sexo con la corteza exacta. Acaso en un bosque donde un padre abandonó a su hijo un instante previo a la tormenta, o mucho antes todavía, en el monte Sinaí como un mandamiento ignorado. En ninguno de esos lugares quedan dioses que confirmen su existencia.

Un día vino a instalarse frente a mí y se quedó en mi cuarto. Hoy ha salido a posarse junto a la torcaz, en los cables del teléfono, donde cuelga también la tarde y lo precario.

(de El canto y la piedra, 2017).
Mijail Lamas
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