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Poemas de Andrea Molina Hernández

lunes 12 de noviembre de 2018
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A mein Lehrer

Silencio
para las cuerdas, en calderón
pianísimo
se alza
la voz diminuta
única, profana en el coro
uniendo nota a nota
frases de pena.

Canto solemne
al extranjero nativo
extraño de Geras
y bendecido
con el arte de Euterpe

Canto solemne
lamentando la quietud de la rueca
la extensión
del hilo
y las tijeras
que lo cortaron.

 

Hilos de azúcar

Tú y yo bajo las nubes
con dedos amoratados
y las uniones expuestas
una tarde lluviosa.

Deshaciendo
la presión sobre el índice
buscando un alivio.

Disolviendo
las costuras
antes de que las hormigas
se ceben en ellas.

 

La melodiosa

A veces, ella viene sin avisar
a cualquier hora
sola o acompañada
mas yo la recibo
con gusto
porque su mirada es grave, pero atenta
y bajo su influjo
veo el color
los matices bellos de un valle soleado
cuando es cubierto por las nubes
antes de que rompan
en llanto.

Tal vez ella no sea
amorosa como su hermana
ni burlona y casquivana
como la otra
pero canta divinamente
mientras se pone la máscara
y observa el puñal carmesí.

La melodiosa, le dicen
la que viste finas telas
y luce sendas joyas.

Es exigente con lo que manda
a escribir
pues su prodigio es brillante
y su arte, difícil.
Puede hacer oscilar su mazo
muy seria
sobre mi cabeza y sin herirme
tan sólo se asegura de que mi obra sea buena
y la honre.

La melodiosa, le dicen
madre catártica
la de belleza infalible
riqueza inmaterial y material
esplendorosa
que existe y anda con su puñal en mano
no pudiéndolo soltar
sintiéndose arrogante y sola
triste
pagando sin querer
el precio de su arte.

 

Simbiosis

La llevo en las venas
dando vueltas en el corazón y yendo a pasear
entre las arterias.

Intangible
pero besa, dulce, con una fresca brisa
Invisible
y omnipresente en el ave que vuela
el capullo floreciente
es sangre, mar, y sol incandescente.

Por ella existo
conmigo, perdura
me da la vida
me dota de aliento y alimento
y se aferra
se degrada un tanto
pero vive también.

Madre bondadosa
hija aún sana
amalgamadas en una
padeciendo el mismo mal que las debilita
que atenta en separarlas
y genera la pregunta:
¿dónde termina ella y empiezo yo?

 

Temblor

Con violencia
las carnes se agitan
transpiración
sube la adrenalina
¿huir o quedarse?

El suelo está quieto.

La sala
repleta.

 

Tradescantia

Un cáliz para ella
morado y verde
moldeado lentamente
mientras
tímidamente
se abotona.

La niña presentada
en sociedad
un día nublado
con vestido rosa.

Ve el mundo
se baña en lluvia
recibe visitas
y las despacha
toma prendas
las regala
y se extingue al irse
el sol.

 

Recuerdos marchitos

Volví a sentir su cuerpo entre mis brazos.
Su ser estaba ahí
materializado
muy lejos de las brumas de la nostalgia y la memoria
de mis delirios en las noches frías de insomnio
en las cuales venía hacia mí
a veces, respondiendo mi llamada,
como un triste y etéreo espectro.

No hubo palabras en aquel encuentro
yo sentía el cálido vaho de su exhalación
y suspiraba
sin poder evocar un contacto similar:
era su piel de alabastro bajo mis manos
las suyas recorriendo
ávidas
la longitud de mi columna
y sus labios de fruta exótica que acariciaban
amenazaban
atacaban
seducían sin reservas ni pudores a los míos
que extasiados pedían
cumplían
otorgaban
jugaban con el sabor y la textura de un querer en diapausa.

Un medio paraíso
entero, junto a la caoba de su iris.

No obstante
ocultos
tras la barrera de los párpados
y las pestañas diáfanas
estaban los ojos desnudos
sin caoba
ni escarlata
sólo la blancura fría de su esclerótica
tan vacía
muerta.

 

Uniendo retazos

Infinitos
el hilo desenroscado
que se pierde y regresa,
los retazos disponibles
en aumento
y la labor
de la aguja de grafito.

Andrea Molina Hernández
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