Lamento por La Habana
“Adondequiera que vayas
tu ciudad irá contigo…”
(versión libre del poema La Ciudad, de C. K. Kavafis)
A Bobby Jiménez, hermano.
Hoy me pierdo en tus calles que despiden
el hedor ácido de los urinarios públicos.
Las fachadas de tus edificios arañadas por el tiempo.
El color ocre golpeándonos los ojos.
Esa masa anónima de seres que deambulan como autómatas.
Esas ratas que corren frenéticas entre la basura y los escombros
y las escaleras chorreando mugre invitando al sexo clandestino.
¡Oh, Habana, mi hermosa Habana! ¿Quién te rompió el rostro?
¿Quién desató furioso ese huracán de ruina y destrucción?
¿Quién no pudo quererte? ¿Quién se alzó con la desolación?
A pesar de tanta ruina tú te yergues majestuosa
desafiando al desastre.
Devolviéndonos, como la mujer madura, vanidosa,
la más preciosa de las fotos de su ya ida juventud.
Elegía compartida
A la memoria de José Muñoz
Te llamase José
y tuviste sueños de alcanzar algún día las estrellas.
De robarle a la noche algún secreto
para luego compartir tan sólo a medias.
Hoy ya no estás, José.
Te convirtieron en una anónima cifra:
¡Otra víctima más de la pandemia!
¡Del rechazo social! ¡Del abandono!
¡Del odioso vivir con un estigma!
La muerte, al fin, José,
te vino a liberar de tanta mierda.
De no hablar de tu asunto a los muchachos.
Ni al vecino de junto, ni a la abuela.
—ya está vieja, la pobre, y no comprende—
De la uña de gato y los menjunjes.
De las células T.
De aquel conteo que esperabas ansioso, impaciente.
Del crixiván tomado a media tarde.
Del difortí y de otras tantas porquerías.
De morirte de a poco, despacito,
en una angustia larga, inenarrable.
¡Libre por fin, José,
tú te marchaste a buscar un hogar
en las estrellas!
La tristeza
“Bonjour tristesse.
Tu es inscrite dans les lignes du plafond”.
Paul Éluard
En un viejo sillón está sentada la tristeza.
Me deslumbra la belleza de su rostro.
Sobre todo, sus ojos, que escrutan atrevidos los rincones,
y acaban posándose muy fijos en mí.
Me conmueve su sonrisa.
Nunca tan cerebral como la que Leonardo
le pintara a su Gioconda,
apenas esbozada.
La tristeza es una frágil muñequita.
Es tan frágil que cuando la toco,
se deshace tímida,
entre mis dedos.
Carmina
A Carmín, quien dejó su sillón,
y voló a pintar rostros de infinita ternura, más allá de esta vida.
Esta es la muchacha de rostro reposado
que se sienta en un sillón con dobles ruedas
viendo pasar la vida por su lado.
Esta es la nueva pitonisa
que convierte su sillón en nuevo trípode1
para gritar verdades y mentiras.
Esta es, en fin, Carmín,
quien rompió con la Poesía
pero que pinta cuadros al abstracto.
Que pinta orquídeas y pájaros sin ojos,
caballos que galopan desbocados
y, además, pinta plazas y muñecas.
Esta tremenda Carmina, pitonisa,
me grita con la voz casi apagada:
“quema la sombra de tu noche larga
y date al viento que llegó, oportuno
para llevarte girando entre sus vuelos”.
Nina
A la memoria de Elsa Fernández
Como en un salto de bailarina
te zambulliste en un pozo muy profundo
Vieja Nina.
Cómo olvidar tus días de lavandera
con Iyayi pesándote en el vientre
y tu eterno deambular de puerta en puerta
para llevarles el pan a tus muchachos.
Cuando la vida quiso lavarte esos tristes recuerdos
tus cuarenta y ocho años te dejaron de pesar.
Y entonces, justamente entonces,
vino el agudo filo de la muerte
a cortar para siempre, abruptamente,
la raíz reverdecida de tus sueños.
Retrato de un dorso desnudo
La tarde gime
y el espacio se estrecha en la penumbra
dejándome ver tu cuerpo.
¡Oh, cuántos violines se romperán en el silencio!
Una nota vivaldiana se apaga entre las sombras
mientras me invitas a recorrerte con mis manos ajadas.
¡Oh, criatura de piel aceitunada!
¿A qué extraños parajes me conduces?
¿A qué remotos ríos?
Un ligero sopor nos adormece
en esta cálida tarde de verano.
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Notas
- En Delfos, por ejemplo, la pitonisa se subía a un trípode para entregar el oráculo o mensaje de los dioses.