Publica tu libro con Letralia y FBLibros Saltar al contenido

Seis odas de Luis Enrique Yong

miércoles 4 de septiembre de 2019
¡Comparte esto en tus redes sociales!

Oda al cuchillo

Voy a ti
porque mis dedos no cortan, no son rígidos, ni poderosos. Incisivo metálico,
juez agudo, tiburón de hierro
en el arrecife de hierro. Entre la cuchara testaruda y el tenedor soberano, administran la gaveta, pero yo te elijo
para rebanar el pan, para mutilar
las atmósferas
de la cebolla planetaria. Yo adoro tu cintura cuando despojo
su atuendo a la papa,
como haría con la mujer ansiosa, y dirijo la escritura
de tu mordiente hierro para trazar fronteras sobre el cartograma de la carne.
Hago obras
con la ensalada, esculpiendo guirnaldas de coliflor y capiteles de cilantro que van en provecho
de los comensales. Pero te tengo respeto, procuro
no resbalar ningún dedo
en tu sanguinaria mandíbula para no herirme;
aunque me esmere en afinar
cada porción de tu metal. Voy a ti, cuchillo, voy a ti, como se quiere de un favor, siempre que mis dedos
no se apliquen.
Apóyame
en las circunstancias de la cocina:
para dividir, doblegar, rebasar,
la dimensión del tubérculo o los nervios de las raíces.
No es capricho rebanar víveres, no lo es;
agiliza
la circulación de los sabores por la boca.
Utensilio imperial… Aunque a decir verdad, lámina muerta serías sin la mano,
la mano que te mueva o desplace
sobre la víctima; la que se ajusta en tu cabo
para empujarte por la ruta,
tu aliada funcional; sin ella
eres
como la plata sin brillo; ella es el pulso
y tú la pieza.

 

Oda a la vendedora de empanadas

Tiene nombre
de mujer sencilla; puede llamarse Nieves o Carmen, Delia o María,
o apodarla cariñosamente Doña Amalia;
como se le apode, sea morena,
sea rechoncha, sea taciturna,
sus manos artísticas forjan
sazonadas dagas de harina.
Esta oda
es para ella,
la vendedora de empanadas.
Trabajadora de la calle
ajustada en la esquina, laboriosa tras el tarantín y matrona de la paila
donde maduran sus frutos.
La masa
es su cimiento, mineral,
y secreto; y con ella
gravita la sazón que luego
entrega a las bocas, diseminándose como grano
del recipiente quebrado. Son sus manos,
¡oh, sus manos!, piezas invaluables, populares,
trastos
movidos por el corazón, mariposas dedicadas deslizándose
entre la harina; provoca celebrarlas, otorgarles
cortesías con verbos aéreos; pero sólo
me limito
a observarla
preparando sus empanadas: da cuidado
verla lanzar el arpón, filosófica y juiciosa, en el aceite vehemente tratando de capturar los peces dorados
del sustento. Sus rellenos varían
como las densidades de la madera:
de pollo las invita,
o de golden blue, o de aquellos
mariscos singulares; son todos, todos, sugerentes
al apetito.

Madre amasadora te titulo,
por tu labor
y perseverancia, sean tus raciones tributo diario
al paso
de la mesa. Dígame, madre,
¿cómo nivela sus obras
con la pureza del maíz?
¿O cómo duplica la verticalidad de su espiga?
¿Acaso es su alma del maíz
grano brotado? Si así fuere, entonces,
expectativa de la tierra eres
y diva hacendosa de su entraña
sobreviviendo
por las necesidades. Permítame tutearla, pues la admiro
por tanto nervio
al tornear el amasijo en lunas divididas, y resaltar tanto entre la calle
y su horda,
como rosa a la espina, como vino a la copa, como vuelo al plumaje. Busco en tu marcha algún indicio
de tristeza
o de alegría perdida, pues sé que la tienes, en tu frente
está el cuño
de su hierro aún prensado; para derramar en ti
mi respaldo que no moví
en su momento, quizá porque… No debe haber excusa alguna, sólo te pediré un perdón
por mi falta
y me aconsejaré
con la arena
para que me enseñe su presencia exacta en la muerte
de una ola.
Te adoro, madre, te adoro. Vuelve a tu labor
y pregona
tus empanadas,
tus gustosas empanadas. Árbol con alma,
herrera de la harina, mártir de la paila.

 

Oda a un sueño inesperado

En aquella noche, como en otras noches,
mis músculos descansaban, dormían mis huesos
y mi alma.
No se veía razón
para un escenario distinto, pero sin que pudiera dominar mi criterio,
surgió vertiginoso, como una descarga de fuego aéreo,
un sueño inesperado, la visión
de un idilio inadvertido.
Fue el advenimiento de una tibia tierra
con colores de invierno, espigas a modo de caracol se presentaron
bajo el día que las doraba, y tan sólo
dos hojas frescas colgaron de aquel arbusto
correspondiéndole a mis ojos; era textualmente
un alma que conocía,
es un alma que conozco.
Ciertos días hubo
la promesa de su pecho
en silencio,
pero no la descifré. La escuchaba siempre al saludarme;
pero es ahora, hoy
que intuyo en sus labios dos cinabrios levemente atomizados y expuestos
ante mis necedades. En otras ocasiones la había soñado
y no me permitía escribirla
o hacerla en mis versos.
Son estos los minutos y en este lugar
los que me mueven, como fuego
al evaporar el agua, como brisa fundando el oleaje.
¿qué encierran estos instantes
al arrojar insinuaciones? No sé, no sé;
sólo
pienso rehacerla ahora con palabras,
ceñirla, navegarla,
mezclar su imagen
dentro de mis recuerdos, ampliar un poco más
la galería de mi mente con tal perfil.
¿Dar el beso comprometido que esperaba?
No lo creo.
¿Infringir
los límites de su cuerpo? Absurdo ya.

Es como tratar de someter
una porción de aire con las manos.
Por lo menos consigo recrear una fábula,
y siquiera atraer a sí minúscula alegoría y apreciable
de ella.
¿Cómo hacer de este sueño espejo en la pared,
y posarme frente a él
cuando nuevamente resulte?

 

Oda al jabón

¡Qué habilidad hay que tener para atraparlo!
Es propenso
a huir de las manos,
¡y paciencia! Pues desespera verlo rodar por el piso.
Partidario de la higiene, diamante aromático,
travieso accesorio del lavado.
Elaborado
para saborear la piel, marcar su territorio
con alusiones de espuma y sacudirla
de la suciedad recogida. Hurtaron,
quizá de la fruta, quizá del salitre, sus aromas
para entusiasmar al olfato.
Desde el costado de la regadera
se eleva como promesa, como roca impoluta, cálida,
lujuriosa,
lista para la conquista.
De tanto roce
su cuerpo transitorio se corroe,
el agua y la piel lo corroen, hasta provocarle
sutilísima muerte en la jabonera.
Para el jabón ofrezco esta oda, porque siempre
lo tuve, y lo tengo, como básico camarada de limpieza
al lado
del meloso desodorante
y del champú que corona.

Símbolo bienoliente, querubín espumoso, anfibio extravagante.

 

Oda a la katana
Espada samurái

Como el principio de una semilla.
Resulta
de los minerales en polvo íntimos de la tierra, extraídos de su útero;
sin forma definida, tan sólo
con el misterio latente.
Es algo
en un montículo de lastra metálica, impura,
cruda, torpe.
Pero ahí viene el hornero con la llama
a su tutela, viene a lavarla
en su infierno purificador, apenas para reformarla; por ahora darle simetría
y propiedad.
Luego de tanta labor reaparece
desde las vísceras del fuego, aleado e intenso
como ráfaga en la hora
de tempestades; el misterio
está casi resuelto.
En el taller del forjador, sacerdote del altorrelieve, se entrega
a su disciplina prodigiosa, a precisarse
con sus herramientas, y nuevamente
a tratarse con el fuego: de ello saldrá
el metal determinado: la tenaza
muerde
su densidad encendida y los golpes
de martillos la perfilan determinante en el tajo.
Y en esta tarde los brazos
y la precisión constituyen
al arma poderosa y versátil;
y nuevas horas se suman
a la Tradición. Sin embargo,
falta el paso entre la arcilla
y el carbono polvoriento, además
enterrarla al fuego primordial y a la piedra lustradora
que engendren el brillo para darle el dominio entre las sombras.
Es en las manos del samurái donde debe precipitarse
este meteoro ferruginoso o centella encorvada, irrompible,
equilibrada, casi absoluta.
¡Cómo vuela por el aire al batir su lámina!
Hiende las venas del entorno
y silbidos se vocalizan
por cada sablazo. Vibrante en cada segundo, este sable
se rige
entre la anatomía de la cuchilla y los principios del arte:
más para ostentar que para embestir.
La fibra japonesa reside en su estructura,
en cada segmento del metal hubo exigencia desembocada alusiva a una pasión madurada.

 

Oda a los zapatos

Desfilan juntos sobre el cemento, desfilan juntos sobre la tierra, desfilan juntos sobre la charca, comen eternamente el polvo arrojado por la caminata
y no se enfurecen: apaciblemente sumisos.
¡Oh camaradas de mis pies, nadie les dedica
unos minutos, aunque sea, para celebrarlos
y saber de ustedes luego del paseo!
¿Cómo la pasaron al encontrarse nuevamente
con su rígido testigo, el pavimento?
¿O qué tal
con la inclinada escalera, cuántos peldaños
le contaron? Ustedes, zapatos, son para mí
los mártires
que soportan mi peso, simétricos
como el anverso y el reverso.
Se imitan el uno al otro y siempre, siempre,
bajo el mando de mis pies siguen en asincronía
el mismo camino,
cruzando las mismas veredas.
Son más cordiales con mis pies
que yo hacia ellos,
pues les permiten ocupar en su espacio acomodado, aislamiento
ante la acidez de suelo. Son tan responsables como la camisa,
pero menos íntimos que las medias,
sin embargo son las corazas
que enfrentan obstáculos y no tienen reparo
al franquearlos. Verdaderos soldados ligados por una misma textura,
aguerridos
porque van al paso.

Luis Enrique Yong
Últimas entradas de Luis Enrique Yong (ver todo)

¡Comparte esto en tus redes sociales!
correcciondetextos.org: el mejor servicio de corrección de textos y corrección de estilo al mejor precio