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Dioses proscritos, de Amarú Vanegas
(Extractos)

miércoles 23 de septiembre de 2020
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Palabra

Sí, mi lengua está desnuda
en ella habita un animal acuático,
se riegan las mieles de su esperma
brota la raza que habla.

 

Limbo

Déjame que sueñe sola
ese limbo de voces blandas y heridas.

No menciones las palabras de la muerte
donde las bocas se borran
como un puñado de polvo sin forma.

Déjame en el árbol
de rayos dormidos
hasta librar sus fantasmas,
en la fiebre,
donde no muerde el hambre
ni pesa la ausencia de los dioses.

 

Grito

De sus silencios
y ataduras
han de brotar pequeñas bocas
que lamerán la sangre del hierro.

Una lengua canta
ante el sudario de tierra,
ante las manos nacidas del óxido.

¿Quién puede callar el grito
que crece en los ojos?

 

Nombre

Vértigo del territorio jamás soñado.

Sermón de barro
que teme encontrar sus respuestas.

¿Quién eres?
¿Acaso un pequeño dios sin trincheras?

Abre las puertas
y sácame del laberinto
de tu boca de guerra.

Embalsama mi cuerpo,
cruza la lanza
a través de mis aguas
y ahuyenta
a quienes invocan mi nombre.

 

Exilio

Tienen ojos dibujados en la frente,
cada uno ve un futuro distinto.

Los años brillan
en la palabra soñada,
que habla de los hombres
nacidos sabios.

Cada quien pierde su horizonte
en las llamas del exilio.

Al final del recuerdo
sólo se hereda la muerte.

 

Iniciados

El hombre la sentó en sus piernas.
Los pies de la niña no rozaban el piso,
su humanidad de diez años es tan menuda.

Empezó a besarla,
la hería con su lengua bífida,
mercenario le apretaba las tetas
con puños acerados y callosos,
poseso la zarandeó fuertemente.

Esa víbora dormida la apuntaba como relámpago.

Prendió la guerra, le dio su golpe de hacha,
partió su cuerpo entre agonía y goce.

Sus entrañas, animal en embestida, se retorcían.
A la mujer se le peló la piel de niña
como un cuero de culebra,
se enterró cual lagarto arenoso en la humanidad del hombre.

El hombre fue poco para el fuego que tragaba dedos y abismos.
Ella engulle con hambre de otros tiempos.

Bruja la mujer, quiso más.
Sacó de su abertura sangrada un anochecer
que devoró al hombre.

El hombre perdió su alma,
se convirtió en gusano en la entraña de la bruja.
Vinieron las moscas a cuajar sus huevos en los ojos de ella.

La bruja quedó ciega del pululante larvario,
así que los planetas se eclipsaron.
Los minutos como agujas rompieron el corazón de la bruja.
Su boca supo a cadáver,
se vistió de muerte y derramó un aguacero.

Allí renació la raza humana,
no es verdad que sean del barro,
ni del polvo de las estrellas;
la verdad es que son de la muerte de los otros.

 

Amante

Yo soy la amante del sol.

Cada amanecer,
puesta la carne a la intemperie,
beso los fuegos de su lengua.

Quienes observan curiosos
se convierten
en esculturas de sal.

 

Muelle

A oscuras
el agua se balancea.

La mujer se fue con el mar
pero dejó atado en el muelle
su gran dolor.

 

Fuego

El fuego siempre tiene hambre.

Para masticar a los hombres le bastan
sus dientes de arena roja.

Así moldea cuerpo y sombra,
como un herrero que martilla la noche
hasta convertirla en acero.

 

El perro

Hierve en la garganta
el vocablo ajeno.

Hoy no existe su casa.
sólo un montón de osamentas
sucias y rotas
y ese perro
que aúlla en la distancia.

 

El río

En la orilla lavan sus pies los desterrados,
los jirones de ropa
se quedan sin cuerpos que vestir.

Sólo llevan mendrugos de hambre
en las mochilas descosidas.

Se aventuran al centro,
donde la corriente arrastra la mugre
y todas las palabras de la rabia.

El río desboca su cauce
y los forasteros retornan al origen.

 

Ceniza

Reía con los cuervos,
el fuego y el silencio.

En el medio de una senda,
el pie ajeno a todo lo suyo,
se impacienta.

Quería cambiar la guerra,
morder la bestia,
escupir sus oraciones.

Pero en cambio,
el señor de los maderos
cruzó la mancha de tierra,
en la frente del rebaño.

 

Los ausentes

Las flores se despintan
en el hollín
de una cabeza temprana
entregada al exterminio.

 

Híbrida

No hay fe.
Frota la máscara y arrodíllate, separa bien mis piernas.
Limpia tus malignas manos
antes de meterlas en mi entraña
y no hagas caso de los quejidos.

Saca de ahí a los hijos muertos que se estallaron en la frontera.
No los mires, son rostros sagrados que te harán polvo.

Ahora vete,
aléjate sin parar
que eres el único verdugo-testigo de mi agonía.

Recuerda que en adelante te vigilo.

Me quedaron agujeros en el pecho donde estaban los pezones.
Ya no hay leche que ofrecer
sólo sangre depravada, toxicómana.

Tiendo a los pequeños monstruos
que me arrancaron boca abajo,
las cabezas purulentas.
Me han desmembrado en el cerro.

Creo que alguien se acerca, estoy segura de que alguien me sigue.
Todo empieza a temblar, ¿seré yo la que tiembla?

La noche es una lengua de lagarto carrasposa
que me araña más la herida, lame mi cueva vacía,
lame a los hijos muertos.

Mariposas nocturnas aparecen
y cortan con sus alas como hojillas.
Disfruto el azote, soy Medea, saboreo el castigo.

Veo una argolla de muerte, me seduce con su sexo abierto,
los trozos de mi cuerpo van siendo licuados
y esparcidos en el cerro,
los cuerpos de mis hijos arrancados a dentelladas.

Ahora somos abono de la montaña.

 

Tiempo

El pez abre las tumbas,
no tiene lengua
para lamer los huesos del río.

Después del amor,
de su gran silencio,
corteja a las piedras
sobando sus verdes extensiones.

El tiempo
es la espiral
que gobierna sauces,
juncos y el pensamiento ajeno.

Heráclito es uno y una sola cosa.
El pez muerde sus dedos
mientras huesos, hombre y río
oscurecen el tiempo.

Panta rei.

(Dioses proscritos obtuvo en 2016 el Premio Internacional de Poesía Negra Candelario Obeso, en Colombia)

Amarú Vanegas
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