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Los tiempos del encierro, de Rosana Hernández Pasquier
(extractos)

domingo 25 de abril de 2021
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Hoy me he reunido
con algunas plantas.
Los tréboles vienen
con sombrillas, cargadas
por delgados tallos.
¡Tréboles rojos!
Fiesta de lo mínimo.
En sus nervaduras
corren rumores de vino.

 


 

Trato de irme a alguna parte,
lo hago por el camino
de la sombra de los árboles.
¡Imposible no pensar en lo finito!
Voy en un mundo quedo,
emparentado con la quietud de los retratos.
Pasa el viento, planean las hojas,
en el techo se han posado las palomas,
el día ha caminado tanto
que alcanzó a la noche.
La inercia del 2020 es forzosa, viral,
sólo para humanos cazados.

 


 

Voy por los límites de la casa,
conozco el camino de los tuqueques
por sus cantos en estas paredes.
He aprendido de memoria
las formas de las grietas.
En este retiro he dominado
el arte de diferenciar una a una
las baldosas del piso.
Jamás había pensado en avistar lejanías.
Ansío mirar lejos,
deseo echar la vista hacia allá,
sólo para ver a distancia.

 


 

a Eunice Odio

Al mirar hacia el cielo,
he visto unos diminutos
seres de luz.
Son ágiles, danzantes,
anidan en el cosmos del patio.
¿Qué te contestaría el poeta,
qué diría sobre ellos
Juan Liscano,
y qué opinión tendría él
sobre aquella envejecida,
pero tan jugosa naranja?
Hoy, Eunice,
después de ciento doce días
de encierro y separaciones,
he visto esos diminutos seres.

 


 

a Oswaldo González.
Imposible poner la crucecita
al lado de tu nombre.

Sospecho que estás aquí,
en la cocina.
Hago montoncitos de cebollas.
Sigo cortando,
los bulbos y yo
somos un picadillo.
Estoy bien, digo,
Dios hizo las cebollas para esto.
Mientras las lágrimas
salen por todas mis fisuras
tú no estás más y te amo.
Duele, duele esta cortadura,
su tajo letal.
Diluvio de cebollas.

 


 

Las palomas en el lomo del tejado
permanecen quietas
bajo el aguacero inclemente.
Mi hermana y yo corremos por la casa,
tratando de colocar corotos
para domesticar las goteras.
El cielo es una cerrazón,
bajo su oscurana la casa es un pozo,
surcado por el vuelo de las cortinas.
Veo que las palomas siguen allí,
incólumes guardan su secreto,
conocen los márgenes de la entereza.

 


 

Quisiera escribir el canto de los pájaros,
nombrar el alba de sus trinos.
Pero la palabra es pobre
para tanta aurora.
Las lecciones de las piedras
no son duras.
Cuando miramos,
por el pasaje de los ojos
viene toda la dureza.
Las piedras siguen allí,
con sus rumores quietos.
Todos los derrumbes
se han hecho roca,
adentro.

Rosana Hernández Pasquier

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