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Poemas de Rocío Prieto Valdivia

lunes 23 de agosto de 2021
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Naturaleza

Antes de ti, el viento se volcaba contra el mar
y la raíz de mi amor era la tierra,
las cordilleras y las aves emprendiendo el vuelo.
las aguas tibias, y el hábitat entre los corales.
Éramos un solo binomio.
Pero llegaste y me prometiste el paraíso.
la selva, la hoja de vainilla
y fuimos dos tigres al acecho.
Oasis eran tus palabras al darme cuenta
de que todo aquello se fue volviendo la aridez,
nacieron los cardos y las espinas hirieron mis pasos.
El sudor de mi frente desvía las imágenes fecundas
de esa tierra de aguas reverdecidas.
Quise huir de aquel paraje para no oír graznar a los cuervos
creí ver la ferocidad de las águilas desgarrando mi garganta.
Mi vista se incrustó entre los riscos y fueron mi última morada.
Ahí quedó mi cuerpo.
Y el sol, furtivo amante, devoró mi carne.

Antes de ti yo era mar,
bosque
y felicidad.

 

¿Dónde quedó la fluidez del amor?

Y era en la pureza.
el lugar donde solíamos engarzar una oración
los viernes por la tarde o los sábados llenos de alegres cantos.

Tomamos un transporte los lunes, solitarios amantes,
no había nada que nos separara de aquel letargo.

Los mares de la desolación vinieron,
los martes de sonrisas extrañas.

Se fue apagando la lumbrera de mis días.

Duele la tarde rayando nuestro horizonte
y se ha hecho tarde para regresar a la diáfana caricia,
al vendaval que se ha llevado todo.

Ahora acudo a ti para darme cuenta de mis errores
y alumbrar mi canto
de otros los lunes por las mañanas.

 

El lunes nunca será igual

Se han de deshojar algas en las veredas que llevan mis pasos.
Desprender aromas e iluminar
con anémonas mis noches.

La sílice de tu mirada se incrustó en mi arteria,
en cada hoja de flores marinas está tu nombre,
es el tatuaje y el matiz para descubrir
el fósforo de mis ojos.

Dime, pequeñito, si la sal tiene que tostar la piel.

Y cómo no mudarse entre los corales,
para descubrir la forma de ver los lunes
de otra manera.

 

Tiene que existir una palabra

para abrir las heridas y que de éstas salten purulentas orugas
y no chillidos que taladren las distancias
que recorran extasiados la hegemonía de un solo organismo.

Una palabra que calibre en todo tiempo,
para no olvidarse de los recuerdos y con la que sane
a cada bicho que intente acribillar los poemas
que hemos de escribir después de los fallidos amores.

Convertirlas en furiosas mariposas hemófagas
que no logren conformarse con el vuelo
y sean esquirlas o puñales incisivos
de toda carne abandonada
entre los versos
no quejas
no copias
de antiguos
argumentos.

 

Quién hubo de cerrar tus ojos ante lo innegable

Trascender es sólo un sentimiento que ata y derrumba al ser.
Los campos amarillos reverdecen cada año, abren sus botones
y el blanco se va tornando un sol pequeño.
El vuelo de las aves, imagen atrapada en la pupila,
cristal espejo que atraviesa las manos y no corta.

Quién hubo de mentirnos
para que sólo se plasmara este perro sentir.
Si la vida es hilo que ata cada mirada, el naranja de la tarde que cae al mar
o el azul de las campanillas creciendo en las veredas.

Soy lo verde que ilumina los ojos saltones de los sapos croando en los arroyos
el rojo de los filamentos de las flores del granado,
el morado de los frutos de una higuera.
La colorimetría de las marcas de la forma tan sutil de amarme
según tú
eso era todo en la vida.
Pasar de rojo a morado, del verde al amarillo.
Y volver a empezar.

Yo, cegada, no asomaba la vista más allá de la cerca sin colores
y los colorines sonrientes
los colibríes de abiertas alas.
El sol pequeño para mis manos. La neblina era tu cómplice
en esa farsa.
Soy la cerrazón autoimpuesta
una ciega más.

 

Atardecer en la bahía

Te buscaré cada atardecer en las miradas de los transeúntes.
En las sonrisas fugitivas. Los refrescos aperlados.
En las palabras que brotan de los árboles caídos.
La celulosa, trazos de alegría.

Te encontré en un pedazo de polaroid
soñando en nosotros, en aquellos días.

En el minuto en que quedé muda,
y tu imagen se desvanece
al finalizar el día.

Será que sólo fuimos un par de trotamundos.
Siluetas bajo la luna. ¿No lo sé?
Si nos encontramos por las historias
de todos los libros.
O si hoy al cerrar los ojos
has aparecido apenas
por unos segundos.

Rocío Prieto Valdivia
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