Holocausto
No era la imagen de Dios lo que me asustaba.
Era aquella impúdica forma de agarrarme a él
diciendo los nombres de los caídos
las fechas
las horas
el color del desastre.
La culpa.
Aun en los tiempos venideros
ha de estar esta voz subida en el púlpito
otorgando a la imagen de los idos una verdad.
La suya.
Ensueño
¿Qué haces, padre, contemplando
el grano de la mazorca cuando ya los pájaros
han muerto de frío?
Finitud
Le faltan horas a este amor de septiembre
a esta idea de apoyarse en tu vientre
y ascender hasta la columna como la piedra
que afila todos tus bordes.
Vendrá el frío y nos acogerá
como a hijos predilectos
conociendo nuestros nombres
y nuestra edad.
Nuestra pequeña sabiduría de lo infinito
y ese vasto temor a ser sólo uno.
A caminar descalzos sobre la blancura
de lo eterno
anhelando aquel calor de entonces…
Una noche
Me entretengo demasiado esta noche.
No me dejan ir el vino y la conversación.
Me pregunto si alguien tiene
este temor a irse a casa
a abrir la puerta
y conectarse al silencio.
No a tu silencio
sino al mío.
A este silencio de los hombres
que se arriman a las cosas
para saber que existen.
El mismo que se respira en las iglesias
y en los museos.
El mismo que destilan los pies
cuando descubren que ya no hay más tierra
Para manchar tus zapatos.
Compasión
Diré los nombres para que permanezcan
cuando la piel se opaque
y el hueso destile el licor de lo viejo.
Los diré después cuando el mío propio
sea pasto de los bueyes y las ciervas.
Cuando ya la esclavitud de ser hombre
se mute en la extraña costumbre
de aullar a lo inerte ya lo superfluo.
Y aun después
desde la sombra aquella en la que la voz
es el único grito
que abre la vena y ensucia la sangre
- Cinco poemas de Fernanda Posada Darriba - viernes 28 de julio de 2023
