El desarraigo, esos conflictos con los orígenes, con ese imaginario que forma parte de la psique colectiva del venezolano, especie de mixtura de una simbología conformada por símbolos patrios, próceres de la independencia, algunos acontecimientos relevantes en la historia, conforman lo que se ha denominado la identidad cultural venezolana; sin embargo, surge la discusión sobre si detrás de este imaginario no estará presente ese simulacro al que hace referencia Baudrillard.
Una de las características del venezolano era su arraigo a la nación venezolana; sin embargo, se comienza a observar en la década de los noventa esa tendencia a emigrar motivada por múltiples factores, que son de difícil interpretación porque cada uno necesitaría un análisis muy particular que entremezcla factores políticos, económicos, sociales, que conforman una especie de compleja red caracterizada porque un factor es un desencadenante de otro, pero también pudiese ser expresión de una tendencia que comienza a observarse en el mundo posmoderno que es la tendencia al nomadismo, a enfrentar una dinámica incierta con una mayor incertidumbre, y que se manifestará en el viaje, en trasladarse de un lugar a otro; sin embargo, a diferencia de lo que sucedía en el pasado, caracterizado porque el viaje implicaba un desarraigo planificado, en la actualidad el futuro de ese periplo es confuso.
En una época incierta, esa incertidumbre se asume como una realidad, que le proporciona cierto placer a la vida misma; es una época caracterizada por un ruptura temporal, caracterizada porque el pasado permanece en el olvido, y el futuro es impreciso, y en estas circunstancias se vive en un eterno presente, dinámico, cambiante, aleatorio.
Es interesante cómo desde la literatura se cuestiona la identidad nacional, pero no esa identidad fundamentada en valores, sino en antivalores.
Esa tendencia universal posmoderna al nomadismo se vincularía con otros elementos presentes en la realidad venezolana, y serán factores que se relacionarán con esa ruptura de ese aparente arraigo del venezolano con la tierra de sus orígenes, con esa simbología patria que conforman el imaginario de nación, pero que se percibe de una manera diferente desde el desarraigo, desde el extrañamiento, y esas múltiples visiones conformarán una especie de complejo calidoscopio que estarán presentes en Los desterrados, de Eduardo Sánchez Rugeles, crónicas escritas para el portal ReLectura y que nos permite aproximarnos a esa lógica posmoderna, palabra algo contradictoria para expresarse de una época signada por su ilogicidad e incluso del absurdo, y que es de una gran importancia para comprender, a través de la literatura, esa nueva dinámica del venezolano en el exterior, esa dinámica del desarraigo, esa dinámica del extrañamiento, y la literatura adquiere un gran valor a través de la ficción para aproximarnos a esa nueva dinámica conflictual, extravagante, caracterizada porque el venezolano comienza a dudar incluso de sí mismo, de su identidad, como si se retomase la duda metódica cartesiana para preguntarse acerca de la propia identidad como venezolano.
Una de esas crónicas, “El desarraigo imposible”, permite aproximarse a esa novedosa dinámica desconocida en el pasado, y que estaría presente en la respuesta a la pregunta que hace el guardia de inmigración: “¿Venezolano?, preguntó el guardia de inmigración. Sí, por desgracia, respondió con desidia. Grupo de patrioteros cercanos al escritorio, inmediatamente, censuraron la franqueza del muchacho. El murmullo se extendió a lo largo de la cola” (Sánchez Rugeles; 2011: 19).
En el diálogo entre el profesor Lautaro y Garmendia el apátrida estará presente ese interrogarse acerca de la propia identidad; el antiguo alumno del profesor Lautaro representaría el apátrida no sólo por estar fuera del país sino también es apátrida por ser excluido del grupo de nacionales venezolanos quienes se encuentran en una situación similar, con la diferencia de que Garmendia cuestionaría su propia identidad y la simbología que conforma el imaginario nacional.
Bhabha considera a la identidad no sólo como una categoría sociológica empírica sino como una fuerza narrativa y psicológica, que se manifestaría en un lenguaje de la pertenencia nacional que se cuestiona en “El desarraigo imposible” (Bhaba; 2011: 176).
Garmendia pregunta al profesor Lautaro:
¿Existe, profesor, alguna razón convincente y real para amar un lugar como Caracas? ¿Es posible, sin sensiblerías, decir que esa ciudad tiene algo por lo que valga la pena hacer sacrificios? (Sánchez Rugeles; 2011:20).
En esa compleja dinámica interdependiente, Eros-Tánatos, amor-odio, que se desplaza de un extremo a otro, se cuestiona esas representaciones del imaginario de nación.
Ante mi silencio, Garmendia continuó. “¿En qué me ennoblece un maldito araguaney? ¿Qué le debo yo al árbol? ¿Dígame usted en qué parte de esa tierra maldita existe un volcán? Se lo pregunto porque estos arrieros —hizo un gesto de desprecio hacia un grupo de personas que, al fondo, hablaba mal del gobierno— suelen desgarrarse el pecho cantando un horrible villancico que define nuestra idiosincrasia como una mezcla de desierto, selva, nieve y volcán (Sánchez Rugeles; 2011:20).
En el desarraigo imposible se plantea otra visión del ser venezolano, que dentro de ese imaginario es considerado como dicharachero, amable; sin embargo desde la perspectiva del personaje Felipe Garmendia padece de “analfabetismo existencial”, caracterizado porque enfatiza en lo individual sobre el colectivo, la negación del “otro”, el beneficio personal, y como lo señala el otro personaje de la crónica el profesor Lautaro: “creo que la falta de nobleza es la que nos permite reconocernos, la que nos da cierta identidad” (Sánchez Rugeles; 2011:23).
Es interesante cómo desde la literatura se cuestiona la identidad nacional, pero no esa identidad fundamentada en valores, sino en antivalores, como lo planteó Arturo Uslar Pietri al reflexionar acerca del cambio producido en la mentalidad nacional como consecuencia de la explotación petrolera, y que fue un factor determinante para que el venezolano se considerase como habitante de un país rico, pero no fundamentado en el trabajo, sino en el facilismo, riqueza producto de la explotación petrolera que era concebida por Arturo Uslar Pietri como una especie de minotauro o monstruo devorador.
Cada día, en términos de lo propio, estamos más pobres y más exhaustos y el minotauro crece dentro de su laberinto (Uslar Pietri; 1972: 44).
Esos antivalores que se incorporan dentro de las representaciones distorsionadas que conformarían la identidad nacional serían cuestionados por Felipe Garmendia.
Siempre aparece un venezolano que considera que esos valores son absurdos, que la vida sólo vale la pena ser vivida con cierto margen de irresponsabilidad, irreverencia y escándalo, y todo esto, también, puede ser una forma de belleza (Sánchez Rugeles; 2011:24).
El venezolano asume ese nuevo rol posmoderno de migrante que es un fenómeno universal con desconcierto, y busca justificaciones para esa nueva condición de nómada, sin asumirla como una realidad, siempre en la búsqueda de una excusa como sucede en “El librero de Nicosia” y en esa nueva visión desde el extrañamiento, desde el destierro, se asume otra perspectiva de ese espacio amado y odiado al mismo tiempo.
Me contó las historias de los venezolanos exiliados en Chipre. No sólo en Chipre, están en todas partes, los venezolanos actualmente hacemos metástasis. Llega mucha gente joven. Hay de todo: ingenieros, artistas, putas, contables, médicos, escritores, caza talentos, matas tigres (Sánchez Rugeles, 2011: 34).

Caracas motivo de inspiración para pintores, escritores, poetas, no se asumirá en la crónica “El odio” desde Eros, sino desde Tánatos; es el lado oscuro de una ciudad violenta, agresiva, indolente, arisca (Sánchez Rugeles; 2011: 47).
Quisiera, realmente, hacerle daño; violarla, encontrar sus raíces (Sánchez Rugeles; 2011: 47).
¡Te maldeciré siempre!; me olvidaré de vivir; seré un infeliz hasta el fin de mis días consciente de la desgracia de haber nacido en tu miserable geografía, beberé mi amargura en tus recuerdos, en toda la muerte que te excita y con la que te masturbas cada fin de semana (Sánchez Rugeles; 2011: 48).
En “El odio”, el escepticismo establece vínculos con la muerte transmutada en cotidianidad, como si comenzara a conformar parte de la esencia de la dinámica citadina, y que sólo afecta al limitado grupo de personas que conforman un grupo familiar; se interroga acerca de las causas de ese cambio, de esa transmutación, de la incorporación de la muerte a la dinámica de la ciudad.
“Dame al menos una razón que justifique tu miseria”, te digo. No dices nada, no hablas mi idioma, no me entiendes, te ríes y te burlas; las larvas brotan de tus tobillos armadas de revólveres (Sánchez Rugeles; 2011: 48)
Tánatos se apodera de la ciudad, Tánatos se extiende como la mala hierba, Tánatos desplaza a Eros a las profundidades del inconsciente; es la búsqueda de un tiempo perdido, sin la posibilidad de un tiempo recobrado, que persiste en los recuerdos como impronta que invade las profundidades de la psique y que es evocado desde la esquizofrenia de Emilio Baggio en la crónica “La culpa”, quien confundía La última cena con una obra de Arturo Michelena o el estadio Giuseppe Meazza con el Brígido Iriarte.
Cuando lo internamos, a pesar del tratamiento, continuó imaginando mundos imposibles (Sánchez Rugeles; 2011: 81).
El pasado, la evocación, conforma ese mundo imposible que no volverá, y que se encuentra ligado a los venezolanos como una especie de cordón de plata, especie de Santo Grial presente en el recuerdo, en los comentarios de los mayores, de un tiempo desconocido para las nuevas generaciones, de ese tiempo inexistente, de esa Venezuela que es evocada en la crónica “E-mail de Jamaica”:
Me cuentas de tus días en Caracas, allá por los años ochenta y tantos, y tales remembranzas describen una ciudad que ya no existe (Sánchez Rugeles; 2011:101).
Esa búsqueda del tiempo perdido, ese Santo Grial de la Venezuela de un tiempo pasado, se transmuta en múltiples contradicciones en la Venezuela del tiempo presente y que serán motivos de reflexión en el discurso de recepción del Premio Iberoamericano de Literatura Arturo Uslar Pietri por Sánchez Rugeles.
Venezuela se transformó en una hipótesis no resuelta; una Venezuela, como lo señala Sánchez Rugeles, cuyo verdadero patrimonio es la tristeza fundamentada en la imposibilidad del diálogo, el elogio permanente de la burla, en el miedo a los otros, en una espontánea desconfianza, en una feliz ignorancia transmutada en viveza (Sánchez Rugeles; 2011: 135).
Es posible que ese Santo Grial perdido, de ese pasado que persiste en el recuerdo, y que contradictoriamente se transforma en una especie de utopía evocada en la memoria nunca existió, simplemente es una referencia etérea para justificar el fracaso envuelto en múltiples contradicciones, y es la razón para que Sánchez Rugeles enfatice en la necesidad de reforzar el valor humano, que implicaría una ruptura con un pasado que permanentemente ejerce su influencia en el tiempo presente:
Creo con firmeza que este país sólo tendrá un desarrollo posible cuando logremos arrancar de nuestro imaginario toda esa retórica baldía de bayonetas, caballos moribundos y escaramuzas devenidas en épica (Sánchez Rugeles; 2011: 141).
Las crónicas escritas por Eduardo Sánchez Rugeles con el heterónimo de Lautaro Sanz permiten aproximarse a la Venezuela desde el extrañamiento, desde el exilio, en la búsqueda del Santo Grial perdido como bruma del pasado, pero que implica develar otra Venezuela detrás de ese paraíso perdido que persiste en la memoria como profunda impronta.
Bibliografía
- Bhabha, Homi K. (2007). El lugar de la cultura. Buenos Aires: Editorial Manantial.
- Sánchez Rugeles, Eduardo (2011). Los desterrados. Caracas: Ediciones B Venezuela.
- Uslar Pietri, Arturo (1972). De una a otra Venezuela. Caracas: Monte Ávila Editores.
- Extrañamiento y desarraigo en A contracorriente, de Antonio Dagnino - sábado 21 de mayo de 2022
- Evocación, tiempo y espacio en la poesía de Eugenio Montejo - lunes 28 de febrero de 2022
- Las cartas y el diario de una enfermedad en Teresa de la Parra - lunes 21 de diciembre de 2020