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Caracas, la ciudad inconclusa de Mariano Picón Salas

viernes 4 de diciembre de 2015
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En 1920, a Picón Salas le resultan chocantes el tráfago y la estridencia de esta urbe en pleno proceso de formación bajo la égida de un dictador implacable.
En 1920, a Picón Salas le resultan chocantes el tráfago y la estridencia de esta urbe en pleno proceso de formación bajo la égida de un dictador implacable.
No hay duda de que Caracas ha cambiado profundamente en los últimos años. Es más frecuente el comentario por el cual afirma alguien que “a veces uno no sabe dónde está”…
Libro de Caracas. Guillermo Meneses.
Lo que nos rige no es el pasado literal, lo que nos rige son las imágenes del pasado.
George Steiner, En el Castillo de Barba Azul.

I

Retomo la idea sobre las ciudades escritas en otro ensayo: las ciudades se deben al azar, el diseño, el tiempo y la memoria, afirma el arquitecto mexicano Teodoro González de León.1 Agregaríamos a esta hermosa frase que también se las debemos a la imaginación que produjo las utopías y la realidad de unas ciudades que hoy son tan complejas y difíciles de pensar como unidades planificadas y perfectas. O como afirma el sociólogo venezolano Tulio Hernández: “la propia noción de ciudad en los términos clásicos que la palabra había adquirido resulta hoy insuficiente para designar estas federaciones de etnias, nacionalidades y micromundos que se superponen y se integran en un espacio geográfico común sin llegar a calzar plenamente”.2 Esto supone que el habitante de la ciudad es sujeto de unas reglas urbanas y que la formación y la aceptación de las mismas no siempre es coherente, como la misma modernidad en América Latina que en su proceso de desarrollo no siempre fue simultánea, lo que exige de los actores de la ciudad un reconocimiento de esa complejidad que las haga gobernables y eficientes en su comportamiento como urbes en permanentes procesos de reacomodo.

 

II

Ciudades y literatura

La Caracas de los años 20 es para el ensayista merideño, más que capital de la república, “un desengaño”, y se pregunta al bajar en la estación de Caño Amarillo: ¿es esta la ciudad tan ponderada?

El espacio urbano y humano siempre ha sido literatura y a su vez la literatura es sin duda un “hecho urbano”. Esto nos conduce a una permanente producción de imaginarios poéticos y novelados que nos exige, no solamente pensarla como materia física sino como una “estructura eminentemente cultural y por lo tanto de diversísimas miradas”,3 por ejemplo la mirada literaria, desde La Ilíada que nos legó una ciudad sitiada y unos dioses jugando con el destino de sus habitantes, o a un Quijote dando vuelta sobre sí mismo sin lograr salir nunca de un lugar imaginario de La Mancha o al indescifrable texto de Borges: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, en el cual se diseñaba la utopía de una civilización desconocida que existía en las páginas de una enciclopedia como el tercer planeta que imaginó Platón. O cómo desde Las Bucólicas, el paisaje ensoñado de Virgilio, la Lisboa de Fernando Pessoa que en sus últimos tres días de vida es visitado por sus heterónimos que lo visitan en su lecho final que describen sus viajes por la geografía portuguesa, hasta llegar a medianoche como fantasmas, para contarles sus diversas composiciones e incluso recetas de comidas locales del gusto portugués como los callos y las langostas sudadas, narrada en un breve libro de Antonio Tabucchi,4 hasta la descripción de Madrid desde el interior de una casa que hace el novelista Javier Marías en su novela Mañana en la batalla piensa en mí, se ha construido una cultura, un hábito y unos consumos que hacen de las ciudades el escenario central del mestizaje y las hibridaciones culturales con toda la densidad que otorga la modernidad, hasta la visión de consumo visual y virtual que propone la posmodernidad.

 

III

Ciudad y ficción

La ciudad existe porque la imaginamos, luego la materialización la devuelve como una imagen que renace o muere a cada instante como en un espejo. La ciudad como objeto de nuestros sueños también se fragmenta y nos plantea varias posibilidades de permanencia y de fugacidad; al decir de Marc Augé,5 tres posibilidades nos pueden ayudar a explicar y relacionar con claridad los procesos de una ciudad y sus amenazas. En primer lugar está la ciudad-memoria que es “la ciudad en donde se sitúan tanto los rasgos de la gran historia colectiva como los millares de historias individuales”, es la ciudad de las relaciones de cada uno de los habitantes con los monumentos que testimonian una historia o un pasado colectivo, es la ciudad que se recorre con sentido histórico, son los referentes como los edificios, calles, árboles, espacios abiertos, estatuas y monumentos, en ella se establece un relato colectivo de idea de nación y uno personal que vive una relación con el pasado y su paso lento, o rápido a la modernidad.

En segundo lugar, está la ciudad-encuentro, que se refiere a un dispositivo sensorial que afronta la agresión o la invasión de los sentidos. Es el encuentro del que llega a la ciudad y descubre un mundo diferente con otros hábitos, también es la ciudad de la ensoñación y la frustración, la ciudad violenta y ruidosa o lo que llama Michel de Certeau (citado por Augé) “la libertad de las retóricas peatonales” en donde se proyectan nuestros paseos y el deambular por la ciudad.

Y por último Augé nos plantea la ciudad-ficción, que es “la ciudad que amenaza con hacer desaparecer a las dos primeras”. La ciudad planetaria que se asemeja a otra ciudad planetaria, la ciudad de las imágenes y pantallas, la ciudad repetida que toma forma en las periferias de la ciudad antigua o sobre la ciudad antigua, es la ciudad de las imágenes que las transforma y las consume, borrándoles y otorgándoles nuevos rasgos de identidad.

El mismo Augé comenta la visión cinematográfica de los arquitectos de la Disney Corporation, con respecto al reacondicionamiento del centro de Nueva York: después de la expulsión de un gran número de habitantes de modestos recursos se ha previsto la construcción de un gran hotel atravesado por una brecha; por ésta habrá de pasar un “rayo galáctico”; se ha considerado también la construcción de un centro comercial provisto de pantallas gigantes: lo que la ciudad real va a imitar es la ciudad de Superman y de los dibujos animados. Así se cierra el círculo que desde un estado en que las ficciones se nutrían de la transformación imaginaria de la realidad, nos hace pasar a un estado en que la realidad se esfuerza por reproducir la ficción. De alguna manera esta situación prefigura la muerte de la imaginación y la posibilidad de nuevas parálisis de la vida en la sociedad. Dentro del espacio urbano y del espacio social en general, la distinción entre lo real y la ficción se hace imprecisa. En fin, sin lo imaginario ya no habrá ciudad, y sin la ciudad ya no habrá imaginarios, las dos cosas separadas funcionan con sus leyes internas, y complementarias como una historia sin fin.

 

IV

Caracas, la ciudad que se borra permanentemente

Si partimos de la última categoría de Augé de la ciudad-ficción, Caracas es una ciudad que permanentemente se está transformando, pero que se construye sobre la ciudad que la antecede. Una ciudad que parece nunca terminar de hacerse, mientras va borrando a la que la antecede. Ciudad que genera juicios encontrados. Ciudad llamada por la publicidad de mil maneras, pero nunca un consenso excepto para hablar mal de ella, pero de la que nadie se marcha voluntariamente, como Ciudad de México (Monsiváis dixit), al menos que sea expelido por una tragedia particular. De Caracas sólo se conoce una migración masiva y sucedió en aquellos años violentos de la guerra de la independencia. Centro de todos los poderes. Ciudad amada por lo que de ella se tiene en la memoria y la ensoñación de la pérdida que de lo que viene o se construye es mejor como el fallido proyecto moderno de los años 50. Ciudad imprecisa y borrosa que se destruye y se reconstruye. De eso dieron testimonios cuatros ensayistas venezolanos en distintos momentos de sus obra reflexiva. En ellos podemos ver cuatro visiones que marcan el imaginario literario: la nostalgia en el texto de Caracas de Venezuela, de Arturo Uslar Pietri; la crítica en el texto de Juan Liscano Ciudades invivibles…; el desprecio y comprensión de una ciudad cambiante como lo expresa Mariano Picón Salas en Caracas 1957, y el asombro por lo que desaparece de la memoria sin darnos cuenta en la crónica de José Ignacio Cabrujas llamada La ciudad escondida. Textos recogidos en el libro compilado por Rafael Arráiz Lucca Cuatro lecturas de Caracas, editado por Fundarte en 1999.

 

V

La ciudad de la primera vez

Seguramente algunos escritores y arquitectos han reflexionado y continúan pensando la ciudad de Caracas como lo hicieron W. Niño Araque o Arturo Almandoz, escritores y sociólogos como Federico Vegas y Tulio Hernández, éste último aún estimula una Cátedra de Imágenes Urbanas y sus publicaciones; pero de los cuatro escritores mencionados anteriormente, me detendré en un ensayista que tuvo una irradiación permanente en nuestra cultura, ya sea por su actuación política como por su despliegue como escritor de una vasta obra de comprensión de lo que somos como cultura, que creó organizaciones que todavía llevan su impronta tanto en el campo de la educación como en las instituciones culturales. Me refiero a Mariano Picón Salas, que dejó su visión de “montañés”, como él mismo diría, sobre su vida en Caracas, en cuatro ensayos recogidos en una antología de su obra.6 Adusto y exigente, fumador empedernido, creyente y curioso abogado que devino en un sociólogo de todo lo que oliera a país. Escritor de una prosa fotográfica de observador de nuestros hábitos como seres de un territorio en permanente formación y conflicto.

En estos textos, que intentaremos entender, notamos una relación problemática y crítica con la ciudad que lo recibió, y lugar donde desplegó su inteligencia, que se expresa, inicialmente, como primera memoria en su vida de adolescente en su libro Regreso de tres mundos;7 que a pesar de ser uno de sus últimos libros y, como él escribe al inicio, una tarea pendiente: “quise ofrecer la razón de mi vida; definir los impulsos e ideas que me condujeron; contemplar con implacable crudeza lo que uno llamaría su proceso de formación…” (p. 1.377), hasta el inicio del proceso de modernidad en la ciudad. Esta crudeza la vamos a ver cuando define la ciudad en uno de sus capítulos llamado Estación en Caracas.

La descripción e imágenes de un adolescente que llega a la ciudad con recomendaciones para iniciar sus estudios universitarios sirven a Picón Salas para hacer un retrato del país. La Caracas de los años 20 es para el ensayista merideño, más que capital de la república, “un desengaño”, y se pregunta al bajar en la estación de Caño Amarillo: ¿es esta la ciudad tan ponderada? (p. 1.418). El paisaje que recibe al viajero que viene del frío es un paisaje de colinas ocres y casuchas proletarias trepadas sobre el barranco, seguramente los primeros barrios de cerro; encuentra, el imberbe ensayista, una ciudad en plena estación ferroviaria con un depósito de café, bodegas de zinc, pulperías de isleños y lavanderías de chinos. Para Picón Salas el Arco de la Federación, puerta de entrada de los caudillos del siglo XIX, es “una argamasa pintarrajeada” para recibir a aquellos capitostes a caballo que venían, y aquí viene una imagen terrible de aquel estudiante del interior: “Caracas siempre esperó como muchacha pobre que un general viniera a hacerla suya por palabra de matrimonio” o “detrás de la puerta”. Para Picón Salas, Caracas es una ciudad resultado de esa historia trágica. Al comedido montañés, como se autocalifica el andino, le resultan chocantes el tráfago y la estridencia de esta urbe en pleno proceso de formación bajo la égida de un dictador implacable. Las pensiones de estudiantes a donde le toca llegar en sus primeros años caraqueños son el centro de perdición de una generación; muchas veces se pregunta si valía la pena esa vigilia y el insomnio de sus estudios. Describe, con tono irónico, el dilema de personajes que se reúnen en las plazas públicas a recordar viejas glorias, que se lamentan de no tener la juventud para emprender una aventura política y destronar al dictador Gómez: “Muchachos, si yo tuviera veinte años como ustedes, solía decirnos tomando una copa o recitando unos versos cualesquiera de los hombres cansados (medrosos y pequeños funcionarios que todavía cuidan la ropa limpia) de la generación anterior” (p. 1.420).

La visión e imagen que el adolescente percibe, es una ciudad “como un enjambre de encandiladas y rabiosas cantáridas. En ese sur de la ciudad —por las quebradas y barrancos enmogotados donde se escondieron los conspiradores y huyen los asesinos— el río Guaire arrastra una corriente de detritus”. Esta ciudad ya tiene para el ensayista una impronta sucia y cambiante que será siempre una razón para la crítica y el rechazo.

 

Caracas hacia 1930.
Caracas hacia 1930.

VI

Caracas 1920

El arranque de este texto con fecha asociada a la vida modernista en la cultura es una comparación: “Podría compararse la Caracas de los años 20 con aquellas ciudades italianas de Stendhal, que se detuvieron con su tirano sombrío…”. Ciudad que el ensayista llama “enclaustrada —como todo el país— en la censura y el silencio oficial del sistema gomecista”. Picón reconoce en ésta la presencia de la belleza, tanto porque era un mozalbete de veinte años como por la luz tropical, elemento extraño para un andino que venía de una ciudad realmente de claustro, como era Mérida por aquel entonces, y lejana del trópico. En este breve ensayo, la imagen de la ciudad es otra, distinta de la que describe en su Estación de Caracas, tan pesimista. Parece la imagen del paseante gozoso de la oferta cultural urbana. Ya no es la ciudad del detritus solamente. Lee en estas estampas la influencia de España todavía presente. Su curiosidad, que él llama adolescente, lo hace ver con ojos curiosos y desconcertados los lujos y exageraciones del poder y paradójicamente lo que el mismo poder permitía que llegara a la ciudad. También describe los personajes estrambóticos que visitan la ciudad que él llama “stendhaliana”: un tío del rey de España llamado Fernando de Baviera y Borbón, que se instalaba en la plaza España, hoy inexistente en medio de la avenida Urdaneta y en la que apenas un bloque de concreto recuerda el antiguo busto de Cervantes ya desaparecido por el vandalismo actual. Las displicencias con aquel señorón que el gobierno gomecista invitaba y le tocaba pagar a su austero ministro de Hacienda don Román Cárdenas, conocido precisamente por su modestia, orden y austeridad. Lo que asombra a ese adolescente, que sería el futuro ensayista andino, es la esplendidez que mostraba el poder sobre la ciudad, los banquetes del Ministerio de Relaciones Exteriores, la ridícula maña de robarse la comida de los banquetes y la práctica menesterosa de dar sobras a una ávida multitud proletaria, rendija por donde cuela una crítica social, era “como si lo fáustico se impusiera frente al desencanto de la civilidad”.8 O lo que llama don Mariano Picón Salas en este texto “la escasa conciencia social reinante en la Venezuela de aquellos días” (p. 265). La ciudad se debatía entre dos imágenes; la cosmopolita y la rural, que con sus miserias intentaban borrarse la una a la otra. Un retrato hablado de lo que acabo de afirmar puede ser este párrafo, refiriéndose a una fiesta en la Casa Amarilla, demoledora escena de aquella ciudad bajo el poder de Gómez:

Después de una noche espléndida de música, embriaguez y voluptuosidad salían al amanecer con botellas de whisky y champagne escondidas en los sobretodos… Todo esto sucedía mientras los funcionarios daban, como en los antiguos circos romanos, los restos de comida sobrantes de la fiesta a una muchedumbre hambrienta y rural que rodeaba el viejo palacio del poder.

El modelo de aquella ciudad era europeo, “todavía franceses y españoles”, una vida que era determinada por “menos prisa y más gracia”, el gusto por personalidades bizarras y espectáculos de calidad media, la plaza era el espacio social y la transformación de la ciudad que se sostuvo bajo el lema de “Orden y progreso” del benemérito hacendado que gobernó al país a través de aquella ciudad que se pretendía cosmopolita en un país todavía rural. Las referencias urbanas de modernidad comenzaron a ser otras. La ciudad comenzó a cambiar.

 

VII

Caracas 1945. La ciudad suplantada

En este otro ensayo, Picón Salas anota el cambio de la ciudad que llama prepetrolera, que había estado modelada por el gusto francés y español. Comienzan a desaparecer el exceso del champagne y los restaurantes como el famoso Louvre, los cicerones de la ciudad como Luis Correa se convierten en personajes curiosos. La ciudad comienza a beber whisky durante la comida y se critica como si fuera un “sacrilegio”. La ciudad se transforma y aquellas señoras que antes fueron espléndidas damas, Picón Salas las clasifica como “damas de su preterido esplendor efímero”. Los gustos cambian y se producen lo que llama una verdadera revuelta moral frente al gusto por el vals y la mazurca. “El culto al pasado” se observa en esas damas que retrata Picón Salas, en las que se va borrando la primera imagen de la ciudad, como se borró, aparentemente, la imagen del gomecismo:

Una Caracas plutocrática reemplazó ya, muy definidamente, hacia 1925, a la Caracas afrancesada y andaluza de los comienzos del siglo. La antigua economía agrario-pastoril es sustituida por la vertiginosa e imperialista economía del petróleo (p. 272).

Obviamente este cambio de rostro de la ciudad es impuesto por una cultura foránea que es asimilada acríticamente por el habitante de la ciudad; las tertulias son reemplazadas por los parties yanquis, en los country clubs que crecen en la ciudad a partir de la presencia petrolera. Según Picón Salas, “era gente que necesitaba mostrar su dinero”, y una manera de mostrarlo era urbanizando la ciudad sobre la ciudad, es la nueva ciudad que borra y niega a la otra, atendiendo la categoría de Augé de la ciudad-ficción, referida a la ciudad que desaparece a la que suplanta; Caracas es la ciudad que se parece más al mundo que a sus raíces de fundación europea. Una riqueza que al decir de Picón “afecta a Caracas” y a otras ciudades como Maracaibo (obviamente por la riqueza petrolera) “pero sin estilo ni raíces” (p. 273). Paradójicamente termina no pareciéndose a ninguna y a todas a la vez.

 

VIII

Caracas 1957. La ciudad moderna de los escombros

Mariano Picón Salas vio a la ciudad de su vida, no a la Mérida que dejó en la adolescencia, reconstruirse en un lapso relativamente corto, desapareciendo la anterior y borrándose constantemente hasta esta otra que tenemos hoy.

Trece años después aparece otra Caracas, como resultado de aquella de 1945, “no sabemos si amorosa o cruel” (p. 277). Hija de las palas mecánicas las llama Picón Salas; en este trayecto:

…los caraqueños sepultaron con los áticos de yeso y el papel de tapicería de sus antiguas casas todos los recuerdos de un pasado remoto o inmediato; enviaron al olvido las añoranzas simples o sentimentales de un viejo estilo de existencia que apenas había evolucionado, sin mudanza radical, desde el tiempo de nuestros padres. Se fue haciendo de la ciudad una especie de vasto —a veces caótico— resumen de las ciudades del mundo: hay pedazos de Los Ángeles, de San Pablo, de Casablanca… Hay casas a lo Niemeyer, a lo Gino Ponti…” (p. 277).

La violencia con que cambia la ciudad de Caracas en este período marca una característica urbana, un hábito constructivo donde el pasado simplemente se borra, la ciudad se construye sobre ella, las identidades se mueven híbridas y mestizas con la presencia modificadora de la cultura mediática en donde el Estado ha desaparecido. La ciudad se transforma y se vuelve híbrida. La tendencia mundial y dominante en el sistema de medios y las industrias culturales hacia la internacionalización, privatización, comercialización y desregulación,9 nos conducen a estudiar una nueva perspectiva de usuarios o consumidores como un mercado fácil para intensificar el simple consumo, la composición multicultural en las metrópolis favorece patrones dominantes de consumo con relación a estilos de vida, usos y expectativas sociales, creando nuevas identidades locales y fragmentadas que conducen a un modo de vida complejo y en proceso de disolución de la representación que pudiéramos llamar identidad nacional, además de las posibilidades de debilitamiento del concepto de soberanía nacional y sus implicaciones en la noción de pertenencia a una cultura y al sistema de una lengua. Picón Salas se adelanta a estas nociones con sus limitaciones, pero la imagen que persiste en este ensayista es la de la ciudad sin memoria, la ciudad que suplanta a la otra, la ciudad que carece del amor de sus habitantes, que, para decirlo con Federico Vegas en su ensayo La ciudad y el deseo: “El deseo lo transformó en posesión… destructiva”, sin entender “la vocación del objeto deseado”.10 Ciudad desequilibrada, débil, confusa y estancada en su relación entre los ciudadanos y el territorio real.

 

IX

Ahora bien, estos elementos de transformación urbana forman parte de la oferta visual que identifica las ciudades, se transforman precisamente por las constantes migraciones internas y externas que la definen y la modifican, en el caso de Caracas las modificaciones también han sido “veloces” como agrega Tulio Hernández, “Caracas es una ciudad del siglo XX”, en constante metamorfosis que se define como en permanente movimiento y frenesí por la obsesión de ser moderna, malls, urbanizaciones, vías rápidas, metro, medios de comunicación, autopistas, han hecho de la ciudad un “hervidero de la construcción”.11

Todo este proceso indetenible de migraciones y crecimiento hizo de una ciudad más o menos tranquila a partir del primer tercio del siglo, una ciudad de alta velocidad, metáfora del éxito, en el reino del mestizaje, una hibridación que produjo una cultura compleja y exagerada. Este mestizaje complementó al que habría comenzado en 1498, quinientos años atrás; estos elementos producen en Venezuela una disposición al cruce de razas y a la formulación de identidades en permanente cuestionamiento y reformulación, identidades cinéticas y sin estilo, que es como afirma el novelista cubano Alejo Carpentier, refiriéndose a La Habana en su libro La ciudad de las columnas, “una ciudad sin estilo que ha hecho de ello su estilo”.12

Una sociedad requiere antecedentes, nos recuerda G. Steiner.13 Así como cada grupo humano y los individuos verifican el sentido de identidad y de la compleja estructura en la que pretende instalarse en la civilización que la redefine. La razón nos dio una ilusión y unas utopías, este siglo con sus desmesuras será el antecedente de la sociedad que viene. Sólo intento poner en escena la mirada de un observador, como fue Mariano Picón Salas, que vio a la ciudad de su vida, no a la Mérida que dejó en la adolescencia, reconstruirse en un lapso relativamente corto, desapareciendo la anterior y borrándose constantemente hasta esta otra que tenemos hoy, donde hurgando entre sus escombros o detrás de algunos edificios encontramos retazos de las sucesivas ciudades que ha sido Caracas desde su fundación, pero en particular en el siglo XX.

Julio Bolívar
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Notas

  1. El Paseante, Nº 15 y 16. 1985. España.
  2. Nuño, Juan (1995). T. Hernández, presentación al libro ¿Por qué existen las ciudades?, Caracas.
  3. Giraldo, F., y F. Viviescas (1998). Pensar la ciudad, TM Editores, Fernando Cruz Kronfly, “Las ciudades literarias”. Bogotá.
  4. Tabucchi, A. (2000). Los tres últimos días de Fernando Pessoa, Anagrama, Barcelona.
  5. Augé, M. (1998). El viaje imposible, el turismo y sus imágenes. Gedisa, Madrid.
  6. Picón Salas, M. (2008). Obra selecta, Universidad Católica Andrés Bello (Ucab), Caracas.
  7. Picón Salas, M. (1959). Regreso de tres mundos. Fondo de Cultura Económica, México, DF.
  8. Campos, M. Ángel (2010). La fe de los traidores, Ediciones Ivic, Caracas.
  9. Aguirre, J. María (1999). Los medios de comunicación ante las nuevas transformaciones. Industria cultural en Venezuela. Caracas.
  10. Vegas, F. (2007). La ciudad y el deseo. Fundación Bigott, Caracas.
  11. Hernández, T. (1998). ¿Dallas?… ¿Caracas? Mujabo. Caracas.
  12. Carpentier, A. (1982). La ciudad de las columnas, Bruguera, España.
  13. Steiner, G. (1991). El Castillo de Barba Azul. Gedisa, Madrid.
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