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Poética de la forma: el universo imaginado

lunes 20 de febrero de 2017
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Poética de la forma: el universo imaginado, por René Arrieta Pérez
Es a través de la imagen que se relacionan la fe y la poesía.

Creo en la poesía que es como esa hoja
única que, al entrar en temblor, hace vibrar
a todo el bosque inmóvil y dormido.
Agustí Bartra.

El que a ti más se parece
a mí más satisfacía,
y el que en nada te semeja
en mí nada hallaría.
(…) y que Dios sería hombre,
y el hombre Dios sería…
San Juan de la Cruz.

“No me queda más que daros un consejo, que espero no olvidéis jamás: No habléis con el vulgo más que de cosas vulgares. Guardad para vuestros amigos los secretos más elevados. Dad pienso a los bueyes y azúcar a los loros. Espero que comprendáis lo que os digo, si no queréis que os pisoteen los bueyes, como suele suceder por desgracia”.
Abad Tritemio.

I

La Poesía está en el principio del Universo: un compendio de Todo: Imagen, Luz, Sonido, Forma, y con ella, todas las Artes.

*

Imaginación es producción de imágenes: crear. Cuando se visualiza se crea, se modela y se da forma a las cosas. Luego el sonido instaura esa realidad, la decreta.

*

Primero el Creador imaginó el Universo, después fue con él, Verbo, Luz. Detrás de Todo estaba la voluntad del Ser. Un acto de Fe.

Es tan poderosa la imaginación que ha fraguado al mundo. Poderosa la imaginación de Da Vinci o Verne que antes que el mundo conociese el avión, el submarino y muchos otros inventos, en sus mentes ya eran reales. Imágenes hechas realidad por la voluntad del hombre. Esta síntesis la llevaría Schopenhauer a instituirla como sistema de pensamiento cuando nos plantea El mundo como voluntad y representación. El mundo no es más que aquello que yo quiero que sea.

Un acto de fe en el sentido más puro, que eleva a la luz, ésta cierta, a diferencia de esa otra falsa e hipócrita que nos confunde, y la mayoría de las veces en aras del statu quo siempre está a favor del dominio ideológico, de la religión o el Estado, y se actúa así al amparo de la fe y de la ignorancia, justo para mantener a las personas alejadas de la luz. La fe, que es una de las vías de certidumbre, queda en entredicho y bajo sospecha por el demérito al que la han sometido quienes actúan de mala fe, los dioses de la superchería y de la infamia.

Debo señalar aquí que poesía, nuestra acepción de ella, por lo menos en este ensayo, se aleja del sentido común que se le da al poema, y del sentido más llano, lo trasciende. Se refiere más al sentido último, a lo que simboliza la levedad del corcel en Pegaso, a la pureza del cisne, al mercurio de los filósofos, al ideal que existe detrás del unicornio, a la belleza que esplende en el camino del iniciado en aras de la consecución de la Gran Obra.

Belleza, misterio, poesía. Justo es lo que encierra, la construcción, la obra misma, los símbolos y verdades que velan los realizadores y constructores de catedrales, tal y como escribe Fulcanelli al referirse a uno de los medallones de Notre Dame, de París.

La mano petrificada se anima, ¿será una ilusión? Uno aseguraría que la ve temblar (…).

(…) ¡Espléndida figura la del viejo maestro que escruta, interroga, ansioso, atento, la evolución de la vida mineral, y contempla al fin, deslumbrado, el prodigio que solamente su fe le había dejado entrever.

 

II

Paracelso proclamaba: “Primero viene el conocimiento, después la fe y después el fruto”. ¿Cuáles son las verdaderas luces de esta frase? Está claro que para el alquimista primero hay que partir del deseo, conocer en extenso lo que se quiere, la necesidad que lo suscita, luego adquirir la confianza que posibilita el decretado milagro, y el milagro mismo, luz y fruto de ese decreto. Es decir, quien tiene fe manifiesta un acto de lucidez; ve la luz, la quiere y la desea hasta el punto de cristalizarla, darle forma. Aunque sea un misterio, nos es dable comprender que lo que opera es la luz, y ésta es un don de Dios.

El hombre de fe se enfrenta a luchar contra la angustia de la espera, mas no con la incertidumbre. La fe camina hacia la certeza.

Lo único que no permite espacios para que se den las maravillas de la fe es la duda, aunque ella le haya permitido a Descartes con su implacable método poner a dudar al hombre de su época, y hacer desvanecerse como castillo de naipes conocimientos admitidos por siglos, su fe no permitió ni una sola duda sobre la autoridad divina, la que puso siempre por encima de nuestro propio juicio.

La fe permite ver la intensidad de la luz directamente proporcional a su tamaño. Si trasladamos esto a los términos de Søren Kierkegaard apreciamos que: “(…) uno alcanzará la grandeza porque esperó lo posible y otro porque esperó lo eterno, pero quien esperó lo imposible, ese es el más grande de todos”.

Detrás de la fe se esconden pruebas oscuras y tenebrosas. Recordemos que en los ritos iniciáticos son pocos los que acceden a lo deseado porque los neófitos desfallecen incapaces ante las pruebas.

El hombre de fe se enfrenta a luchar contra la angustia de la espera, mas no con la incertidumbre. La fe camina hacia la certeza.

En las sagradas escrituras Abraham es referencia de ejemplaridad, porque no sucumbe ante las pruebas, vive la angustia de la espera y mantiene su fe, por eso se reviste de dignidad en el pacto que Dios hace con él.

Kierkegaard dice: “Abraham aceptó con fe la plenitud de la promesa y todo sucedió según la promesa y según la fe”. Por eso el escritor y filósofo danés lo considera el padre de la fe.

Sólo personajes hechos con la misma entereza de Abraham son capaces de esplender con la fe sin estar nunca bajo el signo del temor y el temblor. Abraham, quien por cumplir a cabalidad su compromiso se disponía a ofrendar en sacrificio a su hijo Isaac, lo cual no sucedió por expresa voluntad de Dios, quien reconoció en ese acto lealtad. Por el contrario, quienes no tengan la entereza de Abraham se verán bajo el signo del temor y el temblor, o inmersos en lo que Kierkegaard llama anfaegtelse, que según el traductor francés P. H. Tisseau es “el estado en que el hombre se encuentra bajo el umbral de lo divino; es una especie de horror religiosus, de duda o inquietud religiosa, de ansiedad o de crisis espiritual ante el misterio de lo absurdo”.

Asimismo, en el evangelio según Mateo vemos a Jesucristo, el hijo enviado de Dios, promulgando: “Pedid y se os dará”. Esencia de la misericordia y benevolencia del Padre, manifiesta ya en la relación de Dios con Abraham.

La fórmula mágica para que funcione el “pedid y se os dará” es la fe. Veamos algunos pasajes donde los agraciados de fe obtienen su pedido.

En Cafarnaúm un capitán pide a Jesús por su criado enfermo. Jesús dijo:

—Voy a curarlo.

En breve ve tanta fe en el capitán y así le volvió a decir:

—Vete; como has tenido fe, que se te cumpla.

En ese momento se puso bueno el criado (Mateo 8, 5-13).

Cuando Jesús iba a despertar a una niña muerta, una mujer con flujo se le acercó y le tocó el borde del manto pensando: “Con sólo tocarle el manto, me curo”. Jesús se volvió y al verla dijo:

—¡Ánimo, hija! Tu fe te ha curado (Mateo 9,18-26).

Una mujer cananea ruega a Jesús para que libere a su hija de un demonio. Jesús la prueba con sus palabras y al ver su sinceridad así le dice:

—¡Qué grande es tu fe, mujer! Que se cumpla lo que deseas.

En ese momento quedó curada su hija (Mateo 15, 21-28).

Existen innúmeras escenas donde Jesús reprocha la falta de fe. Tomemos dos casos con los apóstoles.

Un padre pide a Jesús por la sanación de su hijo epiléptico, y le dice:

—Se lo he traído a tus discípulos y no han sido capaces de curarlo.

Los discípulos se acercaron a su maestro y preguntaron por qué no pudieron hacerlo, a lo que les contestó:

—Porque tenéis poca fe. Os aseguro que si tuvierais fe como un grano de mostaza le diríais a la montaña aquella que viniera aquí, y vendría. Nada os sería imposible (Mateo 17, 14-20).

Jesús sintió hambre y vio una higuera en su camino sólo con hojas y dijo, maldiciéndola:

—Nunca jamás des ya fruto.

Los discípulos asombrados indagaron por qué se había secado de repente. Él habló así:

—Os aseguro que si tuvierais fe sin reservas, no sólo harías esto de la higuera; incluso si le dijerais al monte ese “quítate de ahí y tírate al mar”, lo haría. Todo lo que le pidáis a Dios con fe lo recibiréis.

En el Libro de las maravillas, en efecto, Marco Polo nos cuenta que 1.200 años después de la encarnación de Cristo, en Bagdad, un cruel e instruido califa de los sarracenos, habiendo encontrado en las Sagradas Escrituras el pasaje sobre la fe que mueve montañas, creyendo cosa imposible de hacer, reunió a los más de cien mil cristianos que vivían en su reino y, preguntándoles sobre la verdad del dicho pasaje, éstos lo afirmaron. Entonces les dijo que siendo así les daría un plazo para que hicieran el milagro, puesto que entre tantos cristianos debía haber hombre con grande fe, y de no ser así darían prueba de ser falsos cristianos, y les daría mala muerte, o la opción de convertirse al islamismo.

Después de muchos días de preocupación, discusión y plegarias, a un obispo cristiano un ángel le reveló en sueños que entre los cristianos existía un hombre humilde, amado de Dios. Fue él quien hizo una plegaria, y en nombre del Santo Señor ordenó moverse la montaña y así sucedió.

Podemos deducir que la grandeza de la fe operaba los milagros de las personas que tenían el deseo de resolver algo, y Jesús, como magnetizador, les servía de apoyo para lograrlo. A la pregunta, ¿por qué las personas que acudían al Maestro no lo lograban por sí solas? A ello responderemos: porque no tenían la pureza absoluta que consolida la fe. Ella se logra con la abstinencia de los vicios y la observancia rigurosa de las virtudes. Por eso los santos logran operar el milagro. Sólo es digno de comulgar de los poderes de Dios quien de Él es digno. En efecto, era digno de Dios ese cristiano que vivía entre los sarracenos al que se refiere Marco Polo.

Las disquisiciones de Llull, manipulando en todo momento su Ars Magna, concluyen que la razón no puede vérselas con las verdades más altas y, por ende, debía echar mano de la fe. Sostuvo que la fe iluminaba la razón. Afirmaba, igual, que si la razón exige a la fe que la auxilie, también la segunda necesita de la primera, porque la fe por sí misma podría conducir a error. Llull, en su Libro de la Orden de Caballería, sostiene:

Caballero sin fe no puede ser bien acostumbrado, pues por la fe ve el hombre espiritualmente a Dios y sus obras, creyendo en las cosas invisibles, y por la fe esperanza, caridad, lealtad y es servidor de verdad. Y por falta de fe descree el hombre en Dios y en sus obras y en las cosas verdaderas invisibles, las cuales el hombre sin fe no puede entender ni saber.

Enrique Cornelio Agripa, erudito y mago de la antigüedad, nos dice en Filosofía oculta: magia natural:

La mente, en efecto, es capaz de realizar muchas cosas por la fe, la cual supone una creencia profunda, una intención firme y aplicación constante del operante; por ella adquiere mucho más fuerza cualquier operación que se vaya a realizar, hasta tal punto que se crea en nosotros una especie de imagen de aquello que intentamos conseguir. Debemos, por tanto, realizar nuestras operaciones con un afecto intenso y creencia firme, porque eso nos ayudará.

 

III

Siempre ha existido una relación íntima e indispensable de la poesía con el druidismo, el orfismo, himnos y cantos sagrados. Para explicar esa relación hemos escogido el druidismo para señalar en él su historia e implicaciones con la poesía.1

Para el sacerdocio druida había que pasar por veinte años de duros estudios en un colegio druídico, y no todos los candidatos aprobaban los treinta y dos grados necesarios. Los primeros doce años se dedican a la iniciación en todas las demás sociedades secretas a aprender de memoria enormes sagas de poesía mitológica.

Arnold de Saint Jacques, autor de Los templarios y el Evangelio de San Juan, advierte que para conocer el verdadero origen del cristianismo hay que remontarse a siete mil años antes de Cristo, cuando ejercía de emperador sinárquico druida Ram el Celta, y éstos dominaban Europa. Ram, como iniciado o enviado de luz, al servicio del verbo creador, esparciría verdaderos y profundos conocimientos en toda Europa, Asia y África. Su epopeya se narra en el Ramayana hindú y en el Zend Avesta de Zoroastro. Ram transformaría el druidismo, que estaba en manos de sacerdotisas que habían degenerado en brujas e instituido sacrificios humanos. Perseguido y odiado por motivos religiosos, Ram se ve obligado a migrar para evitar una guerra fratricida, luchando con los militares manipulados por las sacerdotisas. Emprendida la migración lleva consigo poblaciones enteras, que llegan a Asia y África por los Dardanelos y el Estrecho de Gibraltar. Ram en distintos aspectos dejaría una profunda marca, en lo religioso, iniciático, cultural e histórico. En lo lingüístico, creando significativos vocablos, por ejemplo: pirámide (potencia paternal de Ram), ramadán (gran fiesta de Ram), Abraham (nacido de Ram), Semíramis (luz espiritual de Ram), entre otros.

Abraham se presentaría ante Melquisedech, Rey de Justicia, según la sinarquía de Ram, y recibiría de él la iniciación en el rito-oficio del pan y el vino. Igual, los iniciados mosaicos estarían al servicio del Verbo Creador. Pues bien, ahí tenemos una fina continuidad desde Ram hasta Abraham.

Ahora, veamos un poco sobre la condición de druida, que quiere decir hombre del roble, porque ese es su árbol sagrado, en cuyas hojas el dios Tanaro, a través del ritual druídico, engendra el muérdago, remedio mágico contra la brujería y las enfermedades.

La religión druídica no es practicada por las tribus como tales, porque son divisiones combatientes bajo órdenes de reyes y nobles, sino por trece sociedades secretas, cada una de las cuales pertenece a distintas tribus. Las sociedades son dirigidas por un druida, pero es el archidruida quien gobierna todo el culto.

Los druidas se dividían en cinco categorías:

  • Vacíos. Se ocupaban de los sacrificios, ofrendas e interpretación de los dogmas religiosos.
  • Sarónidos. Instruían a los jóvenes.
  • Poetas, oradores y músicos.
  • Ejercían la predicción.
  • Casuísticos. Administraban justicia. Eran los jueces.

La mayor parte de la información que se tiene sobre los druidas proviene de fuentes romanas. Los druidas impartían el conocimiento a sus iniciados oralmente para evitar que sus secretos fuesen profanados.

Robert Graves, en su investigación, señala la escasez de información sobre el druidismo y algunas contradicciones en ésta. El emperador Claudio, como personaje central de la saga novelística Yo, Claudio, y El dios Claudio y su esposa Mesalina, relata su conocimiento y apreciación sobre el esoterismo druídico. Sin embargo, lo que los romanos saben acerca de los druidas es de carácter exotérico, pues nunca nadie supo fórmulas y detalles de oficios y rituales, nunca pudieron penetrar en su saber esotérico. Sólo se acercaron a esa cultura a través de apóstatas de la religión, pero dentro de ellos nunca hubo sacerdotes druidas. Además, nunca se pudo conseguir, ni siquiera bajo tortura, que un druida revelara misterios de la menor importancia.

Los sacerdotes druidas eran reclutados entre los jóvenes que habían alcanzado un alto rango en sus sociedades secretas, y a quienes se les había concedido ciertas señales de favores divinos.

Para el sacerdocio druida había que pasar por veinte años de duros estudios en un colegio druídico, y no todos los candidatos aprobaban los treinta y dos grados necesarios. Los primeros doce años se dedican a la iniciación en todas las demás sociedades secretas a aprender de memoria enormes sagas de poesía mitológica, y al estudio de las leyes, la música y la astronomía. Los tres años siguientes los consagran a la medicina, luego siguen otros años más para estudio de augurios y prácticas mágicas.

Las pruebas impuestas a los candidatos son severas. En una de ellas, el candidato debe permanecer desnudo toda la noche, acostado en un cajón, y en ese estado y posición, soportando piedras sobre el pecho, tiene que componer un poema de considerable longitud en difíciles metros bárdicos, sobre un tema que se le indica cuando se le coloca en el cajón. Al salir a la mañana siguiente debe estar en condiciones de cantar el poema.

Otra prueba que debían sortear los candidatos consistía en permanecer ante una congregación de druidas, quienes hacían preguntas en verso referentes a enigmas y a obscuros incidentes de los poemas sagrados, con los que se suponía debía estar familiarizado el candidato.

El aspirante finalmente sortearía las siguientes pruebas:

Debía pasar la noche más larga del año sentado en una piedra movediza llamada “El asiento peligroso”, ubicada en una montaña, al oeste de la isla británica, donde era preciso mantener el equilibrio sobre un profundo abismo. Los espíritus malignos le hablan al candidato toda la noche y tratan de hacerle perder el equilibrio. Éste no debe responder a una sola palabra; debe, por el contrario, dirigir oraciones y alabanzas a los dioses. Si pasaba esta prueba se le permitía sortear la última, en ésta, enfrentaba un hecho crucial: debía tomar una copa de veneno, con lo cual entraba en un síncope de muerte, y en ese trance visitaba la isla de los muertos, debiendo traer pruebas de su visita que convencieran a los druidas examinadores de que había sido aceptado por el dios de la vida en la muerte como sacerdote.

El hecho trascendental de la iniciación druídica consiste en romper con lo anteriormente establecido, alejarse de la prisión familiar, social y cultural, para renacer en otro estado de conciencia, de libertad y pureza. Logrando esto el sentido de percepción cambia, activándose los centros internos y el sistema parasimpático, a través de la meditación. Así, el druida traspasa el umbral del mundo material, y en ese estado es capaz de manipular a voluntad las leyes que rigen la naturaleza, percibiendo los mundos paralelos. En ese estado es capaz el iniciado de operar en esa dimensión y cambiar e influenciar lo que sucede en esta.

He ahí la importancia de la poesía en el camino hacia lo místico, y así, igual la importancia de la palabra, el símbolo, la imagen, en los ritos eleusinos o en las Escuelas de los Misterios de Egipto, o en las entrañas mistéricas de nubios y caldeos.

Es la poesía quien activa el hemisferio cerebral derecho, trabajando los mundos internos y el universo de los sueños, los contactos con la naturaleza y la canalización de las fuerzas. Con ella, el individuo encuentra su propio poder, reconoce su individualidad sagrada y su comunión con el Uno Cósmico.

La poesía como musa o luz llega al poeta cuando éste la desea, tal y como Poimandrés, el nous del Corpus Hermeticum le habló al neófito que sentía los deseos de iniciarse en el conocimiento de las cosas, de la naturaleza, de los seres y de Dios.

Recordemos que son las musas, es decir, la iluminación, quienes abren la puerta de la poesía. Así, Parménides plantearía su viaje dejándose llevar por la carroza de las doncellas heliadas (solares o de luz), que lo conducen a un lugar a donde no llegan los hombres en vida, sólo a través de la muerte; sin embargo, tiene él el privilegio de acceder a ese lugar puesto que la diosa le ha revelado el camino. Inequívocamente es el viaje de la ignorancia a la verdad. Igualmente, Orfeo recorrió ese camino en busca de su amada Eurídice, pero miró atrás desoyendo la advertencia de los dioses custodios del camino, quienes para preservar el secreto de los misterios enviaron a las ménades a desatar su enloquecedora furia contra él. El mito órfico es complejo y con multiplicidad de versiones, pero toda diferente versión y lectura ofrece posibilidades distintas para el puzzle.

En estos momentos en que hemos llegado al examen de la especial condición que encarna la poesía, habrá que preguntarse sobre ella si eso que significa en profundidad, ¿hasta qué punto se ejerce o existe en la cultura actual?, ¿tiene esencia poética lo que se escribe, se hace y presenta como poético?

Es posible que nuestra civilización sólo conozca los peldaños más inferiores de una verdadera práctica de la condición poética. ¿Se perdió el conocimiento y la práctica de lo más esencial de la poesía? ¿Será tan débil la voluntad de los hoy llamados poetas de conocer la esencia de las cosas, de la naturaleza y de los seres, para que en su horizonte aparezca Poimandrés y les hable a través de su más íntimo yo?

Esta situación nos hace pensar que el conocimiento de esa condición de la poesía: su esencia, no se advierte o señala en manuales, enciclopedias, diccionarios. Sí, muchos ensayos revelan su relación con universos desconocidos. Aun así, no se revelan claves o fórmulas para un conocimiento total de ella. Aún sigue siendo un ente inasible. Creo que quienes se relacionan con ella son pocos, y cada vez menos, en medidas o dimensiones exponenciales, los que alcancen en la esencia de sus formas altísimas iniciaciones.

Siempre hemos escuchado hablar de quienes emprenden temerarias aventuras, o quienes por sagrada convicción libran arduas batallas. A ellos se les ha llamado locos, soñadores, poetas, románticos, en verdad, todas esas nominaciones están bajo las alas de la condición poética, una asunción trascendente de la vida.

Alguna vez un personaje de la corte de los Reyes Católicos se le acerca y dice al rey Fernando, señalando a Colón, quien por ahí se veía pasar:

—Es sólo un soñador, un loco.

A lo que el rey repuso:

—Las grandes empresas, descubrimientos e inventos son posibles sólo a través de ellos.

Sólo esa sustancia que deviene en ardor y deseo y concita el vuelo y muchas veces deriva en materia poética corre por el torrente sanguíneo de los hombres alejados de lo insulso, vulgar y prosaico.

 

IV

Con las citas del evangelio hemos visto que cuando el ser humano viste esa gala que lo asemeja por su virtud e imagen a su creador, entidad o inteligencia que gobierna el universo, es capaz de lo más insospechado, cumpliéndose así la ley “como es arriba es abajo”, o principio hermético (consignado en la Tabla de Esmeralda) de Hermes Trismegisto; por eso, de acuerdo con Hermes: “Dios es un hombre inmortal, el hombre es un dios mortal”. El hombre establece aquí lo que allá es. Baudelaire enuncia en su “Correspondencia” que “la naturaleza es un templo (y) el hombre lo recorre a través de unos bosques de símbolos que le observan con ojos familiares como largos ecos que de lejos se confunden con una tenebrosa y profunda unidad”.

Es a través de la imagen que se relacionan la fe y la poesía.

El poeta considerado maldito por los frutos de su vida y obra, también en “bendición”, interpelando a Dios, afirmaba que sabía que Él les reservaba un puesto a los poetas en sus santas legiones. Baudelaire veía bien en su luz interior esas misteriosas relaciones que se urden en el universo.

La poesía es universo, porque es creación; armonía, porque es ritmo, sonido y canto; mágica por ser imagen; divina porque la alientan los dioses (si se quiere, los adorados espíritus que representan principios universales: belleza, amor, verdad, justicia, bien…); humana, por ser fuente y afluente de sentimientos, fluido de sensaciones, y sobre todo, porque saliéndose o elevándose de entre ellas, arrastra, desoculta, las miserias del hombre. El esplendor hace ostensible el reino de su contrario extremo.

Es a través de la imagen que se relacionan la fe y la poesía. Si por la fe se realiza el milagro y el logro de lo imposible, la fe nos permite reflejarnos en la imagen de lo divino.

Y es a partir de imágenes, talismanes, símbolos, incluso de las matemáticas, fundamento sobre el cual existe el universo por las que se realiza toda magia, y ella, según afirma, en Sobre magia, Bruno, se niega a todo mago, profeta u operador si no median los números de una fe previa.

Lezama Lima, el autor de Paradiso, quien ve en la imagen el poder para erigir un verdadero sistema de pensamiento, y quien construyó una formidable obra de creación a fuerza de imaginación, así la concibe en su ensayo Las imágenes posibles:

Ninguna aventura, ningún deseo donde el hombre ha intentado vencer una resistencia, ha dejado de partir de una semejanza y de una imagen; siempre se ha sentido como un cuerpo que se sabe imagen, pues el cuerpo al tomarse a sí mismo como un cuerpo, verifica tomar posesión de una imagen. Y la imagen al verse y reconstruirse como imagen crea una sustancia poética (…).

(…) Y la escisión de semejanza e imagen presupondría la semejanza a una forma esencial es infinita, paradójicamente, es la imagen el único testimonio de esa semejanza que así justifica su veracidad de forma, su penetración, la única posible, en el universo que se fija.

Analiza y reflexiona Lezama sobre ese tinglado de abstracción y concreción que constituye una verdad, la de la esencia del ser. La imagen, lo intangible, erigiéndose como molde de la realidad objetiva y material. Dando por razón concluyente que la poesía está siempre en el inicio de la creación —poiesis—, de hecho, es su raíz etimológica.

En el pensamiento de Marsilio Ficino se ve esa dualidad entre el mundo creado y el mundo imaginado, estableciendo esa correspondencia que enunciara Hermes en la Tabla de Esmeralda, cuando escribe un comentario al Banquete de Platón: “Hay, pues, en el alma, dos Venus: la primera, celestial; la segunda, vulgar. Ambas tienen un amor: la celeste para comprender la belleza divina; la vulgar, para engendrar esta misma belleza en la materia del mundo”.

En las antípodas del mythos está la historia, donde prima el tiempo lineal y cronológico, y reina la razón. El hombre extravió la noción de lo que sucedía en tiempos remotos —en la prehistoria, digamos—, donde muchos estudiosos sitúan el imperio de lo mítico. Mythos es tiempo de plenitud: morada y tiempo de los dioses. Sus lindes son circulares, espacio de lo mágico y encantado.

El mito y el concepto. Linealidad y circularidad. Historia y prehistoria. La imagen es al mito lo que la idea o razón al concepto. Por ende, la poesía por ser imagen se circunscribe en territorio mágico, lugar del que tenemos noticias sólo por la intuición.

 

V

En tiempos remotos existía ese vínculo del hombre y lo divino. Platón, gran conocedor de la sabiduría de los antiguos, estudioso e indagador de esta sabiduría, relata esto en un pasaje del Critias:

(…) mas cuando se agotó entre ellos la parte divina porque se habían mezclado muchas veces con muchos mortales y predominó el carácter humano, ya no pudieron soportar las circunstancias que los rodearon y se pervirtieron…

En este pasaje, que hace referencia a los atlantes, se señala claramente la condición semidivina del hombre. De igual forma, Platón reprocha a los suyos la pérdida de un conocimiento vital en la historia del hombre, asediado por una forma de plaga amnésica, que condena a la ignorancia y a volver a vivir en el inicio de los tiempos. Así dice en el Timeo:

Os vuelve a caer, como una enfermedad, un torrente celestial que deja sólo a los iletrados e incultos, de modo que nacéis de nuevo, como los niños, desde el principio, sin saber nada ni de nuestra ciudad ni de lo que ha sucedido entre vosotros durante las épocas antiguas.

Este cambio en la historia del hombre lo ilustra Giorgio Colli en El nacimiento de la filosofía. En Grecia, donde centra su investigación, a esa etapa postrera de la plenitud en la que el hombre aún tiene comunicación con los dioses, le llama agonismo, y a partir de su fin empieza a continuación la dialéctica, como nuevo estadio en la mentalidad del hombre. En el agonismo, el hombre aún consulta el oráculo y obtiene respuesta del dios. Zenón refinaría el método dialéctico, Gorgias lo situaría en su cima. Colli habla así de él: “Gorgias es el sabio que declara acabada la era de los sabios, de aquellos que habían puesto en comunicación a los dioses con los hombres”. Según Colli, la dialéctica, con Gorgias, da señales de convertirse en literatura, pero es con Platón donde se declara abiertamente como literatura, como un tipo particular de dialéctica escrita; no obstante, Platón renegaría de ella por el incidente con el tirano de Siracusa, quien intentó publicar su doctrina secreta. A partir de ese momento niega Platón a la escritura la posibilidad de expresar un pensamiento serio.

Digamos que es ese incidente un intento prometeico de robar nuevamente a los dioses o a los semidioses el fuego para entregarlo a los hombres (léase, en este contexto, profanos).

Colli refiere que Homero consultó al oráculo sobre sus padres y su patria, y el dios respondió: “La isla de Ios es la patria de tu madre, y te acogerá cuando mueras; pero tú guárdate del enigma de los hombres jóvenes”.

Tiempo después llega Homero a Ios, y una tarde, viendo pasar a unos pescadores, pregunta:

—¿Qué tenéis?

Éstos, que no tuvieron suerte en su faena y dedicaron parte de su tiempo a despiojarse, respondieron, con estricta referencia a los piojos:

—Lo que hemos cogido lo dejamos, lo que no hemos cogido lo traemos.

Homero al no poder resolver el enigma murió de aflicción.

¿Qué puede inferirse del pasaje que nos pone en conocimiento Colli? El dios responde, y visionando el instrumento dialéctico entre la raza humana, hombres simples, sabios, semidivinos, advierte: “Tú guárdate del enigma de los hombres jóvenes”.

¿Indicará la anécdota que cayó Homero en la trampa de los hombres en su nuevo estadio, donde la palabra no se debe ya a la certeza intuitiva, sino al juego, a la especulación, a la argumentación, a la razón que destruye premisas, a la no verdad?

Señala Colli que Heráclito tomaría esa formulación que los pescadores le hicieron a Homero, y la haría más compleja, enunciando: “Las cosas manifiestas que hemos cogido las dejamos, las cosas ocultas que no hemos visto ni cogido las llevamos”.

Basándose en estos fragmentos de textos heraclitianos: la armonía oculta es más fuerte que la manifiesta, y a la naturaleza primordial le gusta ocultarse, Colli afirma volviendo a la formulación de Heráclito que parodia el enigma planteado a Homero: “Si ahora aplicamos esta temática a la segunda parte de la formulación del enigma homérico, parece abrirse la posibilidad de una solución. El alma, lo oculto, la unidad, la sabiduría, son lo que no vemos ni cogemos, pero llevamos dentro de nosotros”.

Al hombre le queda su aniquilación o su restitución a lo Uno, luego de fluctuar entre los linderos de lo dionisiaco y lo apolíneo, y habiéndose acercado tal vez más a lo primero que a lo segundo. Y sólo su vaciamiento en lo Uno lo libere, dejando detrás de sí esa condición que acusaba Sileno cuando responde a Midas, en cita que hace Nietzsche de los mitos de Apolodoro: “Estirpe miserable de un día, hijos del azar y de la fatiga…”.

Justo es que, a diferencia de esa ignorancia burda, la humanidad aspire a esa otra ignorancia más cerca del conocimiento por su inquietud, a la que alude Escalígero en su Gnosis, cuando dice: “Querer saber lo que el Gran Maestro no quiere enseñar es una ignorancia erudita”. Pero más deseable es aún dejar salir de toda ignorancia buscando y accediendo a la Verdad.

 

VI

Llegamos a lo que podríamos considerar los lindes de la forma. La poesía es una catedral con sus vitrales y estilos: gótica, clásica, románica, barroca…, con sus pasillos y altares, naves y rincones, donde anida el misterio que es la poesía, como construcción, como poiesis. Espacio de lo inasible, morada de los dioses.

Todo eso es poesía; una catedral con un recóndito lugar donde está ese momento supremo, porque la poesía es momento supremo.

La catedral como maravilla, como extensión del hombre al universo, como instrumento reflectante del sonido.

Asimilo la poesía a lo que es la concepción, la estructura y descripción de una catedral.

Fulcanelli hablaba del misterio de las catedrales, ese misterio que está enunciado en sus medallones, en sus arabescos, en toda esa concepción que tuvieran los geómetras y hierofantes al construirlas. A los números que de su imagen custodiara Hiram Abif y que no entregó nunca a sus tres asesinos. Para mí todo eso es poesía; una catedral con un recóndito lugar donde está ese momento supremo, porque la poesía es momento supremo. Ese momento supremo que se ensaya con un verso, como ese verso que enunciara Héctor Rojas Herazo y que dice: “Por saber que me pudro, ámame”. Instantes supremos unidos a otros instantes supremos. Una catedral con un intersticio donde está otro instante supremo: ese golpe de luz que te ciega, que quieres comprender y quieres auscultar, que también está contenido, que denuncia y descifra la sombra. Todo eso dimensionado por la matemática perfecta es la poesía.

Entonces, poesía es esa cifra que encierra armonía, que encierra rito, que encierra oficio y que oficia un sacerdote, el poeta.

También es número enunciado por el Creador. Máxima cifra. Éxtasis y palabra hechas verbo.

 

VII

De la poesía también deviene levedad, y la levedad es milagro. Lo que no ha sido cantado pesa. El poeta ejerce de aprendiz de las formas. Canta y su canto es un acto de fe, y así la poesía cantada procura levedad a las cosas. Así todo adquiere otra dimensión y se ahonda el misterio, que para conocerlo hay que aventurar el viaje del iniciado, quien en el templo, pasando por las siete puertas, camina hacia el centro para rasgarle a Isis el velo. Así ve la luz de su rostro. Allí está la crisálida. Segundos antes, la mariposa presiente el vuelo. Así, en nuestra retina, su imagen, aleteando o en reposo.

El poeta intuye, la poesía imagina lo innombrable. El símbolo es la presencia de lo ausente, lo que no tiene forma. Quien ame los símbolos verá esplender la luz en la poesía. Sentirá bajo sus pies, leve, el santuario, y de las celestiales esferas escuchará su perdido sonido.

Con la poesía se asciende al conocimiento de lo divino. Giordano Bruno ya manejaba esas claves. Bruno, el místico, el filósofo, el mago, quien con celo estudió el secreto de los talismanes y el poder de la memoria, sabía que las artes eran elementos del dominio de los dioses, condición de lo divino, y emparentaba a místicos y a artistas por el conocimiento de ellas, las artes, cuya corona es la poesía. Así habla en Arte de la memoria:

En otra parte hablé de un admirable parentesco que se da entre los verdaderos poetas —a los que se asimilan los místicos por ser idéntica la especie a la que ambos hacen referencia—, los verdaderos pintores y los verdaderos filósofos, puesto que la verdadera filosofía es tanto música o poesía como pintura; la verdadera pintura es tanto música como filosofía; la verdadera poesía —o música— es tanto pintura como cierta divina sabiduría.

De igual manera, en Las bodas del cielo y el infierno —“Una fantasía memorable”—, el poeta místico William Blake así lo concibe:

Los profetas Isaías y Ezequiel comieron conmigo. Yo les dije cómo se atrevían a afirmar tan rotundamente que Dios les hablaba, y les pregunté si no habían pensado que iban a ser malinterpretados y que en consecuencia podría ser imposición. (…)

(…) Repuso: así lo piensan todos los poetas y, en eras de imaginación la firme convicción movía montañas; pero muchos son incapaces de sustentar persuasiones firmes en lo que sea.

Entonces dijo Ezequiel: La filosofía oriental enseñó los principios primeros de la percepción humana. Algunas naciones sostuvieron los orígenes según algunos de esos principios, y otras, según otros. Nosotros, los de Israel, enseñamos que el Genio Poético (como ahora lo llamáis) fue el primer principio y que todos los demás apenas eran derivados de él. Tal fue la causa de que desdeñáramos a los sacerdotes y filósofos de otros países y que profetizáramos que todos los dioses resultarían al fin originados en el nuestro, es decir, tributarios del Genio Poético. Esto era lo que nuestro gran poeta, el rey David, tan fervientemente deseaba y lo que tan patéticamente invocaba. (…).

Fe, imagen, poesía, sí, esta última, en efecto, gran motor, y todas, que en definitiva se enlazan, son hechos de gran fuerza que postula Blake, y que se constituyen como razón avasallante de una cosmogonía.

Con el canto poético el espíritu restablece su orden. Es capaz la poesía de combatir desequilibrios, orígenes de las enfermedades. Instaura la armonía, volviendo así a sus raíces órficas: sanar por la luz.

Sí, la sociedad siempre ha estado enferma, desde que se perdió por negligencia o por hábitos insanos la clave para el acceso a la comunión con lo divino, de cuya fuente mana la chispa que existe en lo más profundo del hombre, y con esta afirmación lindamos con la verdad sentenciosa de Sócrates: “Conócete a ti mismo”, que también es voz del oráculo e inscripción órfica. De igual forma, el hombre se aleja de esa comunión cuando rompe el equilibrio entre materialidad y espiritualidad, privilegiando el ejercicio de la primera. Se aleja así la sociedad y su cultura de lo trascendental, traduciéndose eso, entre otras cosas, en la poca importancia que prestamos a lo humanístico, a las artes, y a su summum, que es la poesía. Por tal, prima hoy una sociedad que por opuesta o por su diferencia con esa edad dorada pasada, y a pesar de sus avances en la ciencia, no es aún capaz de explicar los misterios que de antiguas civilizaciones y culturas siguen maravillando al hombre, el misterio de esas sociedades que mantenían una relación de armonía con el cosmos.

No sólo la poesía es el camino. Existe la senda de la virtud por donde transita la santidad, pero siendo la poesía uno de esos vehículos de comunicación, ella a través de las edades ha degenerado y se han perdido claves primordiales.

Hubo un tiempo en que el hombre disfrutó del paraíso; luego, en el exilio, expulsado del edén, y así, aún mantuvo ciertos privilegios. Desde entonces ha venido dando tumbos y transitando distintos estadios de consciencia. De la plenitud al agonismo, y de éste al imperio de la razón, la dialéctica, lo especulativo, el universo ilusorio, la sofística, la infinita premisa antitética refutando lo planteado. Desde el nacimiento de la filosofía a los planteamientos especulativos de la modernidad y la posmodernidad, donde el hombre se pierde en dilatados laberintos.

—¡Ariadna! ¿Dónde está Ariadna?

—¡Quintili Vare, legiones reddo! (“¡Varo, devuélveme mis legiones!”) —gritaba el César.

Una modernidad con su fe en el desarrollo tecnológico, los valores de la razón y la tecnoindustria, y que se asume como proyecto de ilustración con el progreso como paradigma, no ha podido liberar a la humana criatura. Una cultura moderna, a la que Nietzsche consideraría decadente en contraposición a la cultura griega presocrática, trágica y vitalista —objeto de su fascinación. Ni ha podido hacerlo la posmodernidad con sus planteamientos de deconstrucción de los paradigmas de la modernidad. No han podido, la una ni la otra, redimir al hombre desamparado, solitario, desasistido de la certidumbre.

No sólo la poesía es el camino. Existe la senda de la virtud por donde transita la santidad, pero siendo la poesía uno de esos vehículos de comunicación, ella a través de las edades ha degenerado y se han perdido claves primordiales. Sin embargo, dentro de las vías de recuperación del paraíso aún nos queda la poesía en el más puro sentido o el viaje interior o de búsqueda, a la manera de los argonautas, para restablecer en nosotros el fuego sagrado.

En definitiva, aunque sea en su más baja expresión, el hombre cuando hace poesía atrapa instantes del paraíso, del que sigue teniendo nostalgia.

René Arrieta Pérez
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Notas

  1. Para el tema sobre los druidas me sirvió de apoyo información que hallé en las páginas web http://personal.telefonica.terra.es/web/fillosdebreoga/druidas.html y http://www.meigaweb.com/celtas0.htm.
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