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Don Quijote: un héroe resiliente

viernes 21 de septiembre de 2018
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Don Quijote de la Mancha

La discusión sobre la definición de don Quijote como héroe es muy antigua y ha dado como resultado un sinfín de planteos. Esta cuestión se justifica, en principio, en que la imagen de este personaje está fundada sobre la imitación de modelos heroicos ficcionales tradicionales, pero deformada por la locura de Alonso Quijano, convirtiéndose en una figura grotesca, cómica y, para muchos críticos, antiheroica.

Mi propósito con este texto, en primer lugar, es señalar en la figura de don Quijote la pervivencia de las características heroicas tradicionales; luego, analizar las transfiguraciones que representa en relación con esos modelos clásicos. Para alcanzar estos objetivos parto del supuesto de que, si bien don Quijote recrea los ideales heroicos tradicionales, representa un nuevo modelo heroico cuya esencia radica en la capacidad de la resiliencia, ya que su heroísmo caballeresco no se define en las hazañas victoriosas sino en el espíritu con el que las enfrenta, incluso cuando sabe que será derrotado.

El argumento que sostiene la posibilidad de que se trate de un nuevo tipo de héroe es el de la propiedad inherente de transmutabilidad que tiene este concepto. En este sentido, Hugo Bauzá sostiene que la morfología de los héroes (como los mitos) transmuta, pero no desaparece a pesar de las distancias temporales y espaciales. Se debe a la necesidad de la raza humana de honrar a aquellos hombres cuya acción está “orientada siempre a construir un mundo mejor” (Bauzá, 1998, p. 5). Vincula así de manera determinante el concepto héroe al de ética, entendida aquí por nosotros como un conjunto de normas morales que rigen la conducta humana,1 ya que depende de la determinación de valores que una comunidad adopta como principios buenos para su sistema social.

Según las definiciones de la RAE, la concepción de un héroe está determinada por la fama, las virtudes, las hazañas sobresalientes, el protagonismo en una epopeya o la condición de semidiós.

El Diccionario de la Real Academia Española especifica que la palabra “héroe” proviene etimológicamente del latín heros, -ōis, y éste del griego ρως, y presenta las siguientes acepciones: 1. Varón ilustre y famoso por sus hazañas o virtudes. 2. Hombre que lleva a cabo una acción heroica. 3. Personaje principal de un poema o relato en que se representa una acción, y especialmente del épico. 4. Personaje de carácter elevado en la epopeya. 5. En la mitología antigua, el nacido de un dios o una diosa y de una persona humana, por lo cual le reputaban más que hombre y menos que dios; como Hércules, Aquiles, Eneas, etc. (DRAE: s.v. héroe).

Como se ve, en la primera de las acepciones se destaca la relación causal existente entre las hazañas o las virtudes y el carácter de ilustre o famoso que adquiere. Por extensión, la definición de héroe está determinada por la observación y valoración de otros. En la segunda, en cambio, la acción heroica por sí misma determina el carácter del hombre como héroe.

En el resto de las acepciones, el héroe es el que cumple un rol protagónico en el relato (o poema) épico; es decir, ya no se refiere al héroe de manera genérica, sino que se orienta al héroe como entidad literaria o de la mitología. Cuando alude a esta última, se introduce la concepción de la doble constitución (humana y divina), adquirida desde el nacimiento, que lo convierten en un ser intermedio, un semidiós.

En suma, según las definiciones de la RAE, la concepción de un héroe está determinada por la fama, las virtudes, las hazañas sobresalientes, el protagonismo en una epopeya o la condición de semidiós. Igualmente, Hugo Bauzá (1998, p. 5) sostiene que “lo que el mundo antiguo ­—y el moderno­— más ha valorado en los héroes es el móvil ético2 de su acción, fundado éste en el principio de justicia social, y es por esa circunstancia que los han tomado como modelo y han tratado, en consecuencia, de emular sus acciones”. Introduce de esta manera dos cuestiones: la del móvil ético y la del rol de ser ejemplar que debe cumplir el héroe.

En la novela de Cervantes, don Quijote surge de la inventiva de Alonso Quijano como resultado tangible de su locura: es construido a partir de un arquetipo heroico deducido de la lectura de los libros de caballería. En ellos, las condiciones para ser un caballero aparentemente estaban claramente especificadas: requiere de una intención heroica, un nombre, una armadura, un caballo y una dama a quien dedicarle su amor y sus triunfos. Así, a don Quijote

le pareció convenible y necesario, para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante e irse por el mundo con sus armas y caballo a buscar aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama (Cervantes, 2015, p. 31).

De esa manera, nos pone frente a un conjunto de elementos que evocan al concepto más popular de héroe, sobre el que nos hemos referido al inicio de este texto. De hecho, resuenan ideas semejantes al código heroico fundado por los héroes homéricos, continuado en la literatura latina y resignificados por la influencia del pensamiento cristiano en la literatura del Medioevo. Estos elementos son la idea de la honra, el altruismo, el espíritu aventurero y la búsqueda de la fama.

Sin embargo, a simple vista los lectores notan las deficiencias en esa construcción: se trata de un hombre pobre, débil, entrado en años, con armas viejas recicladas, un rocín flaco y sobre todo, es carente del mundo caballeresco. En consecuencia, si bien hay una intención heroica o un móvil ético (como lo nombra Bauzá), su aventura heroica no es exitosa. A lo largo de la novela lo vemos fracasar una y otra vez y tal fracaso no es otra cosa que resultado del enfrentamiento de este personaje con la crueldad del mundo real.

Es conveniente atender a las dos realidades que muestra Cervantes: la realidad “real” y la que genera don Quijote a su paso. La primera es dura, hay miseria, los caballeros no existen, los códigos de honor han desaparecido y no hay intenciones de que reine la justicia social, proclamada por don Quijote. La otra es una evocación melancólica de un mundo pretérito y quizás ficticio, que se reproduce, por ejemplo, en el discurso a los cabreros:

Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia (…). No había la fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y la llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interés, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar ni quien fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señera, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propia voluntad (Cervantes, 2015, pp. 97-98).

Don Quijote, sin saberlo, se enfrenta a la primera realidad, pues la segunda sólo existe en su imaginación. Así, representa una distancia entre el querer ser y el poder ser que lo condena al fracaso. A partir de esta observación, debemos reiterarnos la pregunta: “¿Don Quijote puede ser considerado un héroe?”.

Lejos de la divinidad y solo con su escudero abre desde su primera salida el prototipo del héroe moderno, que, aunque no puede resistir las fuerzas adversas, y fracasa en la lucha desigual, su fracaso está imbuido de cierto espíritu indomable.

En un primer acercamiento, el heroísmo puede estar en su fuerte ligazón con el código heroico caballeresco, aprendido de la literatura que consume. Éste le permite actuar con una serie de valores que, aunque son extemporáneos, lo convierten en un héroe virtuoso y ejemplar. Desde una mirada romántica, representa exageradamente los ideales de libertad y de justicia.

Como vemos, una de las intenciones más claras de don Quijote cuando emprende la aventura de convertirse en caballero andante consiste en alcanzar la fama. Esta búsqueda acabaría cuando su historia sea cantada por los poetas que elevarán su nombre a la altura de Roldán o del Amadís de Gaula. Sin embargo, quien relata su historia no es un aedo ni un juglar, es un escritor. Ese cambio de género es trascendental: Miguel de Cervantes Saavedra elabora una historia de un héroe ficticio dentro de una novela, le da una consistencia psicológica y emotiva y lo dota de una humanidad íntegra. Don Quijote no es un semidiós ni tiene una fuerza espectacular ni alcanza victorioso sus objetivos. Siendo protagonista de una novela, don Quijote adquiere la fama de un héroe cómico, burlesco o patético.

Lejos de la divinidad y solo con su escudero abre desde su primera salida el prototipo del héroe moderno, que, aunque no puede resistir las fuerzas adversas, y fracasa en la lucha desigual, su fracaso está imbuido de cierto espíritu indomable, que no se apaga en la derrota física. Ese espíritu que sobrevive en la adversidad es ejemplar, y ahí radica —según creemos— la verdadera heroicidad del hombre. Un ejemplo de ese espíritu indomable lo describe Edward C. Riley:

(…) cuando don Quijote se halla postrado a los pies del Caballero de la Blanca Luna, quien le ha vencido en combate singular y ha exigido que confiese que la señora de su adversario es sin comparación más hermosa que Dulcinea del Toboso; y que, si no, que ha de morir. Pero “don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo: ‘Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad’” (II, 64; 534). Esencialmente, don Quijote es el héroe no heroico de nuestros días. El tipo se encuentra en no pocas novelas modernas. Piénsese en Joseph K de la novela de Kafka, El proceso, cuyas últimas palabras, en el momento de su muerte, son estas: “‘¡Como un perro!’ dijo: era como si quería que la vergüenza [del acto] le sobreviviera”. La resonancia heroica se oye muy clara en la alusión al recuerdo perdurable. El héroe puede o no tener rasgos cómicos o patéticos; puede ser representado en clave menor: lo importante es que demuestre una suficiencia de este espíritu heroico, aunque fracase o esté indefenso (2002, pp. 36-37).

Encontramos en esa fuerza una suerte de llama que enciende el espíritu del hombre, una arista esencial para comprender el nuevo prototipo heroico inaugurado por la figura de don Quijote.

Ahora bien, hemos tratado hasta aquí de mostrar que es posible ver en don Quijote, si bien no un héroe en el sentido tradicional, al menos un modelo heroico transmutado, que tiene dos características fundamentales: la humanización y, quizás como una consecuencia, la derrota del héroe. Sin embargo, hay un argumento que desbarata estas ideas de manera eficaz: don Quijote es resultado de la locura de Alonso Quijano y una de las características fundamentales de esta discapacidad es la pérdida de la razón. En otras palabras, la decisión de Alonso Quijano de convertirse en caballero o héroe no es un acto de conciencia; es un síntoma de su locura.

En la presunción de estudiar el heroísmo de don Quijote nos olvidamos de Alonso Quijano, cuerpo vivo del personaje. Si revisamos lo que sabemos de él a partir de las primeras páginas, notamos que se trata de un hidalgo venido a menos; su título ya no representa una condición social de nobleza. Podemos leer incluso que la pobreza lo acecha.3 A pesar de ello, vemos que esta posición económica entra en contradicción con el hábito del hidalgo de comprar libros de caballería. ¿Por qué sacrificar propiedades e invertir dinero en literatura y no en mejorar la calidad de lo que come? McLean (2004) encuentra en esa determinación un acto de escapismo.

Así, Alonso Quijano se sumerge en los libros de caballería para escapar de su existencia humana, y al hacerlo encuentra tanto placer y consuelo que comienza a confundir los planos de la realidad. Esto influye en su sentido y en sus percepciones del mundo, y con el tiempo ya no puede, o quizá no quiere, distinguir entre la ilusión y la realidad, y sustituye sus valores cotidianos por otros. Dicho de otro modo, en vez de enfrentarse con sus responsabilidades inmediatas se distrae con ideales que sólo puede pretender realizar (McLean, 2004, p. 1.323).

La locura surge como consecuencia de la afinidad con la ficción. Sólo es una manera de abstraerse de la realidad que le toca sufrir y conlleva el alejamiento del sujeto del mundo real. Al igual que sucederá con don Quijote, don Quijano padece contra la rudeza de la realidad: la crisis económica y los avatares de la guerra han desproporcionado la relación entre su título y el honor que representa.

Alonso Quijano realiza una hazaña resiliente ya que, conmovido por una vida dura, atraviesa una fantasía, esto es, renuncia a su propia subjetividad y genera un personaje extemporáneo.

Si bien ese escape puede leerse como una cobardía, acordamos con McLean (2004, pp. 1.323-1.324) cuando asume que en realidad el acto heroico de don Alonso Quijano se produce cuando éste supera la locura y recupera la razón. El renunciamiento de la realidad se repone cuando el sujeto retorna y se hace cargo. Enfermo, aprovecha el tiempo que le queda y determina las cuestiones prácticas de la casa, de su sobrina y de Sancho. Podemos leer la locura como la aventura que A. Quijano debe enfrentar.

Para pensar en una definición más pertinente del tipo heroico que configura don Quijote, recurrimos al concepto de resiliencia que aporta desde la modernidad la psicología. Este término debe ser comprendido como la “capacidad para triunfar, para vivir y desarrollarse positivamente, a pesar de la fatiga o la adversidad que suelen implicar riesgo grave de desenlace negativo” (Rodríguez Piaggio, 2009, p. 298). Una situación traumática encierra numerosos golpes emocionales que no son fáciles de digerir. A estas huellas, un resiliente le confronta sus recursos internos. Pero esta capacidad de desarrollarse y crecer a pesar de los vientos desfavorables que la vida le impuso al resiliente, no sólo se encuentra en sus recursos personales, es decir, sus potencialidades, su fuerza, su espíritu de lucha, su inteligencia y fundamentalmente sus ganas; sino también los recursos que se hallan en su entorno. Su familia, los grupos secundarios, sus amigos y su microsistema en general deberán poseer sus propios recursos y ofrecerlos, por así decirlo, al resiliente. Este concepto moderno nos sirve para pensar la construcción del héroe que recrea Cervantes.

Alonso Quijano realiza una hazaña resiliente ya que, conmovido por una vida dura, atraviesa una fantasía, esto es, renuncia a su propia subjetividad y genera un personaje extemporáneo, pero luego, triunfa: logra recuperar su identidad y con ella, logra vincularse a la realidad nuevamente.

Su entorno, constituido por su sobrina y sus allegados, a lo largo de la novela van ofreciendo su ayuda para que él salga victorioso de esa aventura: la quema de la biblioteca, la “figuración de los enemigos”, etc., son intentos para rescatarlo.

¿Cuáles son los recursos propios de don Alonso Quijano para hacer esta resiliencia? Entendemos que la figura de don Quijote, héroe de espíritu inquebrantable, no es más que un reflejo del espíritu que Alonso Quijano requiere para sobreponerse a las derrotas de la vida cotidiana.

La aventura, entendida como el ámbito en el que se llevan a cabo las acciones heroicas,4 implica una serie de acciones que inquietan la comodidad del protagonista y lo acercan al peligro de muerte. Despierta el espíritu heroico, y se dispone voluntariamente a atravesarla ya que se ofrece como un ámbito ambiguo e inseguro. En esa inseguridad, el héroe descubre la posibilidad de probar su valor y su virtud. Transgrede los límites impuestos por la realidad y trata de establecer ­un nuevo orden. La aventura lo lleva a las tinieblas de la locura, donde enfrenta diferentes fuerzas malignas (a veces internas), pero, luego, resurge a la luz, dueño de un conocimiento sobre sí mismo. El viaje es, de esta manera, psicológico y metafísico, ya que le otorga un conocimiento sobre sí mismo y sobre las leyes que rigen el universo.

 

Bibliografía

  • Bauzá, Hugo (1998): El mito del héroe. Morfología y semántica de la figura heroica. Buenos Aires, Argentina: Fondo de Cultura Económica.
  • Cervantes, Miguel de (2015): Don Quijote de la Mancha. Barcelona, España: Real Academia Española.
  • McLean, Benjamin (2004): “Don Quijote: ¿héroe o antihéroe?”, en Actas del VI Congreso de la Asociación Internacional Siglo de Oro. Ma. L. Lobato y F. Domínguez Matito: Centro Virtual Cervantes.
  • Riley, Edward (2002): “La singularidad de la fama de don Quijote”, Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America. Chicago, Estados Unidos: Questia.
  • Rodríguez Piaggio, Ana (2009): “La resiliencia”, en Revista Psicopedagogía, vol. 26, Nº 80. São Paulo, Brasil: Periódicos Eletrónicos em Psicologia.
Alexi Jerez
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Notas

  1. DRAE: s.v. ética.
  2. El destacado en negrita es nuestro.
  3. La descripción de las costumbres alimenticias al inicio de la novela parece subrayar esta situación: “Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura, consumían tres partes de su hacienda” (Cervantes, 2015, p. 27).
  4. DRAE, s.v. aventura (3).
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