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Los buscadores de la luz
El compromiso personal frente a los desafíos colectivos de la democracia en la novelística venezolana actual

lunes 9 de diciembre de 2019
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Los buscadores de la luz, por Salvador Montoya
Los buscadores de la luz, con sus obras literarias y desde su compromiso personal, generan posibles respuestas a los desafíos colectivos de la democracia venezolana. Fotografía: Jorge Gómez Jiménez

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El periodista Ángel David Revilla es el nombre verdadero del famoso youtuber venezolano cuyo sobrenombre es Dross Rotzank (1982). Tiene más de dieciséis millones de suscriptores en YouTube. Desde jovencito empezó a escribir ficción y como no logró captar la atención de ninguna editorial comenzó un blog y le puso por título El diario de Dross, que poco a poco se fue haciendo un trending topic por sus contenidos de terror y de temas paranormales. Dross ya ha publicado libros como La luna de Plutón y El festival de la blasfemia, novelas lúdicas con temáticas de ciencia ficción, gore, aventuras espaciales y polémicas historias. Al hablar de su posición política y de sus principios, Dross revela: “Creo que mi posición política es sofisticada… considero que la derecha o la izquierda son conceptos obsoletos que en poco o nada encajan en la complicadísima sociedad de hoy. Estoy a favor, políticamente, de todo aquello que asegure la libertad individual de cada ciudadano y que apueste más en la educación” (Eric Colón Moleiro, “Dross: el youtuber venezolano que aterroriza al mundo”, 2016; consulta: 8 de mayo de 2019). Además Dross entiende la mentalidad del consumidor cultural del siglo veintiuno; por lo tanto, no es sólo productor de contenidos audiovisuales exitosos sino que ejercita una suerte de curaduría digital: “Hago tres videos por semana —es mi cronograma— con distintos tipos de terror. Lo que le fascina a la gente hoy en día es el lado oscuro de Internet: la deep web. Incluso, más que los grandes clásicos como los monstruos, los vampiros y los fantasmas” (Pablo Riggio, “Los secretos de Dross Rotzank, el artista digital del terror: ‘El Drácula de hoy es el psicópata de Internet’”, 2019; consulta: 8 de mayo de 2019). Dross es un buscador de la luz. Practica la literatura como iluminación ante el mundo de hoy: expone no una búsqueda de la perfección literaria (si es que acaso existe) sino la muestra de que una ficción (sea escrita o video grabada) puede romper la monotonía y la opresión de la barbarie en su generación.

 

Los que empezaron a producir obras por los años ochenta ya no creían en esas utopías y optaron por la antipolítica y el desencanto.

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De acuerdo a la escritora Gisela Kozak Rovero, las distintas generaciones de artistas e intelectuales venezolanos del siglo XX produjeron obras que estaban enmarcadas en las principales corrientes del pensamiento mundial. Entrando el siglo XX, ya sabemos que el modernismo y la novela de corte criollista irrumpieron con fervor. Luego vinieron las vanguardias y con sus innovaciones técnicas y de subjetividad voltearon el pensamiento nacional hacia la democracia. Y más adelante le tocó a la generación nacida por los años cuarenta desarrollar su actividad intelectual y artística. Así que ellos (la generación de los cuarenta en gran parte) abrazaron la fe de la izquierda, del socialismo. Y por los años sesenta se lanzaron a la violencia textual y de las armas para generar los cambios totales a la sociedad. Esa generación perdió esa batalla. Pero muchos de ellos siguieron escribiendo bajo esos mismos parámetros de violencia. Sin embargo, los que empezaron a producir obras por los años ochenta ya no creían en esas utopías y optaron por la antipolítica y el desencanto (y no dieron respuestas, por tanto, efectivas a las demandas populares de la democracia herida de muerte), que se juntaron por los noventa con el auge del pensamiento posmoderno (ya la palabra escrita deja de tener preeminencia pues la cultura popular se fija en el cine, la televisión y la música) y el Consenso de Washington. Concluye Kozak: “No es casualidad que el silencio y la antipolítica —ni partidos, ni proyectos, ni militancia— hayan tenido éxito en un país por demás deteriorado en los fundamentos mismos de la vida colectiva” (Gisela Kozak Rovero, Venezuela, el país que siempre nace; Caracas, Editorial Alfa, 2008, p. 100). Nace pues una literatura muchas veces descafeinada, sin más compromisos que el individual, con mucho afán de sospecha y de cautelas ante los movimientos colectivos. Ahora bien, la generación de los ochenta y de los noventa ha convergido no sólo en este desinterés y esta apatía, pero la transformación tecnológica del Internet y la producción masiva de otros contenidos fuera de la literatura escrita produce que los referentes culturales de estas generaciones sean muchas veces exóticos y por otro lado referentes netamente audiovisuales provenientes del cine y de la televisión y de la música popular.

 

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Al final de los noventa (terminando nuestro siglo XX) los mandos de la política fueron tomados por aquellos que fracasaron por los sesenta y han llevado al país en veinte años a una debacle profundamente cruel y total. No obstante, los buscadores de la luz, con sus obras literarias y desde su compromiso personal (puede ser la producción intelectual, el periodismo, la gestión cultural, el profesorado, el trabajo comunitario, el teatro, la producción musical), generan posibles respuestas a los desafíos colectivos de la democracia venezolana. En el caso de estas cinco novelas y sus escritores tienen una propuesta estética-filosófica poderosa. No se rinden ante el pensamiento rentístico ni ante el pensamiento de pureza neoliberal. Se abren hacia una visión compleja y holística de quiénes somos como cultura, nación y sociedad. Ellos son como todos podemos serlo: hermeneutas de la lucidez. Ellos practican la hermenéutica del esclarecimiento. Me refiero a Diario de la gente pájaro (2008), de Wilfredo Machado; Percusión y tomate (2010), de Sol Linares; Rating (2011), de Alberto Barrera Tyszka; Las horas claras (2012), de Jacqueline Goldberg, y La ciclista de las soluciones imaginarias (2015), de Edgar Borges.

 

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No olvidemos que la democracia tiene por lo menos diez consecuencias deseables según Robert Dahl: evita la tiranía, derechos esenciales, libertad general, autodeterminación, desarrollo humano, protección de intereses personales esenciales, igualdad política, búsqueda de la paz y prosperidad (Robert Dahl, La democracia; Grupo Santillana de Ediciones, Madrid, 1999). Sin embargo, el filósofo de la democracia Norberto Bobbio hace constar, en su libro El futuro de la democracia, que este sistema político tiene entre muchas otras ocho dificultades profundas: relación Iglesia y Estado, abuso de privilegios, ricos versus pobres, desigualdad, discriminación, corrupción, racismo y capitalismo (Norberto Bobbio, El futuro de la democracia; Fondo de Cultura Económica, 1986). Ahora bien, en la novela Diario de la gente pájaro, de Wilfredo Machado, se nos narra la travesía de unos exploradores y naturalistas ingleses por el río Orinoco hasta encontrarse con la gente pájaro: hombres que vuelan como aves, son pájaros humanos de una realidad onírica y maravillosa. Es decir, ser un buscador de la luz es buscar el vuelo de lo humano. Afirmaba Gaston Bachelard en su extraordinaria obra El aire y los sueños: un ensayo sobre la imaginación del movimiento, que el deseo de volar en el hombre, su pasión por volar, son imágenes dinámicas de la libertad, es la aspiración de la ascensión de la verticalidad. Así que un buscador de la luz pertenece a la raza de los grandes soñadores de la verticalidad.

En medio de la era de la posverdad, el rating de la conciencia lo integran también los referentes de la cultura de masas.

Y este ascenso a los sueños y a las metáforas del olor y del gusto nos lo transmite la escritora Sol Linares en su novela Percusión y tomate porque ser un buscador de la luz es buscar la feminidad auténtica. Por ello, la subida a un árbol, el árbol de níspero, es el ascenso a la divina feminidad sin hipocresías. Sol Linares lo describe así: “Subimos al árbol de níspero, desnudas (…). Lo hacemos desde que descubrimos que las mujeres se vuelven adultas cuando bajan de los árboles (…). Hemos querido arrollar la madurez en las ramas más viejas, nos sentamos sobre las ramas que no se pueden quebrar, porque sabemos que ya no somos pájaros, sino cuerpos gordos y vividos (…). Miramos el pueblo, volvemos a la infancia que nos persigue y hace de la madurez un recinto insoportable” (Sol Linares, Percusión y tomate; Caracas, El perro y la rana, 2010, pp. 92-93). Linares vuelve a la imagen de los pájaros, del vuelo. La madurez no puede ser estancamiento. La madurez es arte de vuelo, arte de las alturas.

Y por supuesto, el destrabamiento de cierta inercia (que impide el vuelo, la luz y los sueños) se logra a través de una subjetividad intelectual atravesando la comunicación múltiple. Por ello, Alberto Barrera Tyszka en su novela Rating describe la lucha de un guionista de televisión por hacerse una conciencia de poder en un medio infravalorado por el mundo académico e intelectual. Sin embargo, en medio de las fake news, en medio de la era de la posverdad, el rating de la conciencia lo integran también los referentes de la cultura de masas (por eso hay que penetrar y crear contenidos en videos, en imágenes, en música, en telenovelas) que nosotros logramos asimilar a nuestra interioridad, a nuestra imaginación de ciudadanos y de sujetos sociales y políticos. Porque ser un buscador de la luz también emprende vuelos en el rating de una conciencia de poder.

Por su parte, en el texto novelesco de múltiples géneros Las horas claras, Jacqueline Goldberg teje una narrativa sobre el significado de una casa como un alma que se cuida, que se crea, que se vive como redención o como abismo. Porque toda casa contiene la luz que te hace grande. Porque ser un buscador de luz es mantener en pie la casa que acobija tu alma. Y es lo que nos manifiesta Goldberg a través de su escritura de factura exuberante y de calidad excepcional. Tiene toda una postura espiritual hacia la sensibilidad femenina, hacia lo que somos como pareja, como seres en búsqueda de abrazos y de deslumbramiento. Goldberg nos dice que todos le hacemos una casa a alguien con nuestra fe, con nuestra alegría, con nuestra lucha a diario. Es un poema a la vivencia, a los pasos de llamarnos hogar y de llamarnos puertas de esperanza.

Y por último, Edgar Borges con su novela La ciclista de las soluciones imaginarias plantea el juego, la disrupción a través de una filosofía de movimiento, de giros, de cuerpos y de danzas que evaden lo esclerótico y lo adusto. Es un todo patafísico. Quiere sanar “el mal de la mirada trastocada”. Por tanto, Edgar Borges persigue “el sentido ciclístico de la salvación”. Pues ser un buscador de la luz requiere abrazar el arte de las metas y de la velocidad. Todo compromiso por la vida y por los otros en la democracia parte de una prosecución de proyectos comunes de solidaridad, de productividad y de bienestar. No como ideales o utopías sino como caminos únicos de humanidad. Es lo que nos ayuda a descubrir Edgar Borges en su novela: pasajes de una vida rompiendo los límites de la oscuridad, creyendo en la vigencia de los latidos y de los avances.

 

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La pareja Maiah Ocando y su esposo Gabriel Torrelles (1978) en las distintas plataformas de las redes sociales tienen más de dos millones de seguidores y recientemente hicieron una película llamada A Handbook for Failure (Un manual para el fracaso) que recoge el amplio recorrido de su tour No sé, dime tú: una especie de mezcla entre talk show y stand up comedy sobre los fracasos y los desmadres de un par de inmigrantes (ellos mismos) en los Estados Unidos. Ese No sé, dime tú, nació como un podcast, el cual se hizo viral y lo sigue siendo en muchas partes de Latinoamérica y el mundo, siendo escuchado por miles de fans. Maiah Ocando ha sido versátil a través del Internet por sus propuestas de mezclar sus conocimientos de la moda y la comedia en Visto Bueno. Con esos videos alcanzó una fama creciente. Su esposo Gabriel Torrelles ya había demostrado ser el cerebro de todos esos proyectos y era conocido en Venezuela porque fue durante algún tiempo el editor en jefe del periódico juvenil Urbe. Allí también produjo materiales audiovisuales y novelescos y relatos de mundos amplificados. Torrelles practica la hermenéutica de la lucidez porque no sólo habla el lenguaje de su generación sino que utiliza sus propios fracasos como puentes para comunicar esperanza y ascenso con versatilidad literaria y audiovisual. Porque ser un buscador de luz lo determinan las narrativas de la superación.

Ser un buscador de la luz se manifiesta en las obras dispares de los representantes de aquellos nacidos por los años ochenta.

Y esta superación está perseguida por la poesía y las líneas del escritor Juan Luis Landaeta (1988), quien sigue cosechando muchos éxitos en Estados Unidos. Recientemente la sede del Banco Interamericano de Desarrollo en Washington expuso parte de su material dentro del género del expresionismo abstracto. Landaeta también ha publicado poemarios de alta precisión poética y escribe crónicas variadas y avasallantes. También es pianista y compositor de canciones. Es conocido que su mentor en Nueva York es nada más y nada menos que el gran maestro Jacobo Borges. En la exposición llamada La identidad de una línea se manifiestan unas series en papel y tinta, dibujos en cartulina, trabajos a lienzo, tacha y fondo negro. Es todo un alfabeto de superación. Su superación la resume así: “Soy hijo de un hombre casado con una mujer soltera que nunca fue su esposa. Viví con mi papá y su esposa hasta que él murió a apenas cuatro años de esa convivencia. Yo era el único del salón con un solo apellido. Yo era el único cuyos padres no estaban casados. Siempre estuve fuera del deber ser. Siempre estuve en una especie de exilio” (Gerardo Guarache Ocque, “Juan Luis Landaeta y la doble vía entre pintura y poesía”, 2019; consulta: 8 de mayo de 2019). La superación es más que éxito: es la luz de su rostro, de sus palabras, de la música de saber quién es.

Por tanto, ser un buscador de la luz se manifiesta en las obras dispares de los representantes de aquellos nacidos por los años ochenta (Torrelles, Dross y Landaeta): se despojan en la literatura para esclarecerse sus conciencias, sus fracasos y sus aventuras. Y se integran a todas las formas de expresión comunicacional. Para ellos no existen registros bajos o altos: existen son luces para el alma humana. Como las novelas de los hermeneutas de la lucidez. Así somos los venezolanos para descubrir, para cultivar y para mejorar nuestra democracia. Como ese disco recién sacado de la mejor fragua sonora del cuatrista Jorge Glem y del pianista César Orozco: Stringwise. Allí hacen vibrar la mejor literatura sonora pues tan sólo con cuatro y piano tocan lo mejor del blues, del merengue, del rock, del jazz, del reggae y del joropo. Porque ser un buscador de luz es estar enamorado de toda la vida y de todas sus lumbreras.

Salvador Montoya

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