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Releyendo El ser y la nada, de Sartre

lunes 25 de mayo de 2020
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Jean-Paul Sartre
El ser y la nada, de Sartre, fue publicado originalmente en 1943.

Siendo lectora de Jean Paul Sartre y guiada por su sistema existencialista, un buen día se tuvo la intuición de que no había avance en la comprensión de los textos, sino que ésta se mantenía en la corteza sin llegar al meollo de la cosa. Habiendo subrayado “las cosas interesantes” en la publicación de la Editorial Losada de El ser y la nada del año 2005, cuando se volvía a las lecturas se releía siempre lo mismo. Se tomó entonces la decisión de crear una versión digital personal basada en una versión bajada de Internet. Ambas versiones tenían diferente traductor y se decidió hacerlas comparables al mantener como patrón el sistema de párrafos de la versión de Losada de 860 páginas (2005). Luego la versión digital resultante fue dividida en doce partes para manejar cómodamente los contenidos. Bingo, muchas cosas empezaron a revelarse, surgió claramente una pregunta y se pasó de la corteza al meollo. La pregunta principal fue la guía hasta el final y también la animación para escribir este artículo. La pregunta: ¿cómo se comunican el Para-sí y el en-sí? La respuesta está esparcida por varias partes del libro, especialmente en la segunda parte: El Ser Para-sí, capítulos I, II y III. Entre esas 181 páginas se encuentra la respuesta satisfactoria a la pregunta. Lo que sigue es la exposición de los hallazgos, sintética y gráficamente.

 

Para-sí

Lo que nos distingue como humanos es el ser del Para-sí (la conciencia). El Para-sí es el ser que se determina a sí mismo a existir en tanto que no puede coincidir consigo mismo. La conciencia es un ser que habita en el existente pero no tiene nada de sustancial, es apariencia; es decir, existe apareciendo. La relación entre la conciencia y el cuerpo es una relación existencial, a saber la conciencia no puede existir su cuerpo sino como conciencia; el cuerpo es una estructura consciente de la conciencia.

 

Características del Para-sí

La conciencia obtiene de sí misma su ser-consciente; la conciencia es su propio fundamento. El Para-sí está sostenido por una perpetua contingencia que él retoma por su cuenta sin poder suprimirla jamás. La contingencia perpetuamente evanescente del En-sí (el cuerpo), que infesta al Para-sí, lo liga al ser-en-sí sin dejarse captar nunca, es lo que se llama la facticidad del Para-sí: el hecho bruto de ser este Para-sí en el mundo. La facticidad es la que nos permite decir que el Para-sí es o existe. El Para-sí es necesario en tanto que se funda a sí mismo; como ser necesario es un ser cuya posibilidad implica existencia.

 

Dimensiones del Para-sí

Por la realidad humana viene al mundo la multiplicidad. El Para-sí es un ser que debe existir a la vez en sus tres dimensiones. Cada dimensión es una manera de proyectarse en vano hacia el Sí, de ser lo que se es, más allá de una nada. Es imposible concebir una conciencia que no exista según estas tres dimensiones que le dan un carácter ek-stático.

  1. En la primera dimensión no ser lo que es el Para-sí, sin ser su fundamento, tiene que ser su ser a la zaga de sí. Todo lo que es está a su zaga, como lo perpetuamente preterido-trascendido. Lo que llamamos el pasado es exactamente una facticidad preterida-trascendida, de forma que el pasado es una estructura necesaria del Para-sí; es decir viene al mundo con su pasado.
  2. En su segunda dimensión ser lo que no es el Para-sí se capta como cierta carencia. Él es esta carencia y es también lo faltante, pues tiene que ser lo que es. Aquí el Para-sí, que era delante de sí en la primera dimensión, es detrás de sí: delante o detrás de sí: jamás sí.
  3. Por último, en la tercera dimensión, perpetua remisión el Para-sí, disperso en el juego perpetuo del reflejado-reflejante, se hurta a sí mismo en la unidad de una huida. Aquí, el ser está doquiera y en ninguna parte: dondequiera se trate de captarlo, se ha evadido.

Siendo Presente, Pasado y Futuro a la vez, dispersando su ser en tres dimensiones, el Para-sí, por el solo hecho de nihilizarse, es temporal. La primera dimensión del Para-sí es la Temporalización. Se está en presencia de dos temporalidades: la temporalidad original (no tética, no posicional) del Para-sí, cuya temporalización somos nosotros, y la temporalidad psíquica (tética, posicional) En-sí: que aparece a la vez como incompatible con el modo de ser de nuestro ser y como una realidad intersubjetiva; objeto de la ciencia; objetivo de las acciones humanas (ver gráfico 1). La segunda dimensión es la Reflexión. Se está en presencia de tres formas de reflexión. La primera es conciencia de las tres dimensiones del Para-sí. Es conciencia tética de fluir (Para-sí, trascendencia). Es conciencia no tética de duración (en-sí, facticidad). La segunda forma es la reflexión pura (reflejo), simple presencia del Para-sí reflexivo al Para-sí reflexionado, es a la vez la forma originaria de la reflexión y su forma ideal. El Para-sí trata de adoptar un punto de vista externo sobre el mismo. En el par “el reflejo-reflejante”, es la forma por la que el Para-sí encuentra su propia nada. El Para-sí puede ser sólo en el modo de una reflexión causando al en-sí ser reflejado como no siendo un cierto ser. En otras palabras la conciencia existe como una conciencia traslúcida de ser otra que los objetos de los cuales es consciente.

Gráfico 1. Relación entre el Para-sí y el en-sí
Gráfico 1. Relación entre el Para-sí y el en-sí.

La reflexión impura, tercera forma de reflexión, es un esfuerzo abortado del Para-sí para ser otro (en-sí) permaneciendo sí mismo. La reflexión es impura cuando se da como “intuición del Para-sí en en-sí”. Movimiento reflexivo y espontáneo para hacer lo reflejo como en-sí. Es un intento de parte de la conciencia de llegar a ser su propio objeto. La reflexión impura o cómplice implica la reflexión pura, pero la trasciende porque lleva más lejos sus pretensiones. La reflexión impura es la constitución y develación de la “temporalidad psíquica”, la contemplación, los estados psíquicos del Para-sí. La sombra de ser, correlato necesario y constante de la reflexión impura, es lo que el psicólogo estudia con el nombre de hecho psíquico. Es lo que se da primeramente en la vida cotidiana. Es conexión del Para-sí con el en-sí. La unidad absoluta de lo psíquico es, en efecto, la proyección de la unidad ontológica del Para-sí (ver gráfico 2).

Gráfico 2. Reflexión Pura vs. Reflexión Impura
Gráfico 2. Reflexión pura vs. Reflexión impura

La temporalidad psíquica, participando a la vez del en-sí y del Para-sí, oculta una contradicción que no se salva, ya que es producida por la reflexión impura, es natural que ella sea sida lo que ella no es, y que no sea lo que “es sida”.

La tercera dimensión del Para-sí es Ser Para-otro. Aquí surge una nueva dimensión del ser en la cual mi Ser existe afuera como un objeto para otros. Mi ser Para-otro o mi Yo-objeto, es un ser real; es mi ser afuera, no es un ser padecido sino un afuera asumido y reconocido como afuera mío. Los Para-otros comprenden un conflicto perpetuo ya que cada Para-sí busca recobrar su propio Ser directa o indirectamente, haciendo un objeto del otro.

 

La Psique

Las siguientes líneas están dedicadas a la contraparte existencial del Para-sí: el Ego (ver gráfico 3). Prácticamente las relaciones concretas entre los hombres: reivindicaciones, celos, rencores, sugestiones, luchas, ardides, se establecen en el nivel del hecho psíquico.

Por Psique (en-sí) entendemos el Ego, sus estados, cualidades, actos y objetos. El Ego es en-sí, no Para-sí. El Ego, bajo la doble forma gramatical del Yo y del Mí, representa a nuestra persona, en tanto que unidad psíquica trascendente. En tanto que Ego, somos sujetos de hecho y sujetos de derecho, activos y pasivos, agentes voluntarios, objetos posibles de un juicio de valor o de responsabilidad.

Las cualidades del Ego representan el conjunto de las virtualidades, latencias, potencias que constituyen el carácter y los hábitos. Ser irritable, trabajador, celoso, ambicioso, sensual, etc., son “cualidades”. Pero han de reconocerse también cualidades de otra especie, que tienen por origen la historia y a las que se llaman mitos: se puede estar envejecido, cansado, amargado, disminuido, en progreso; se puede aparecer ante sí mismo como “habiendo adquirido seguridad a raíz de un éxito”, o, al contrario, como “habiendo contraído poco a poco gustos y hábitos, una sexualidad de enfermo” (a raíz de una larga enfermedad).

Gráfico 3. La Psique
Gráfico 3. La Psique.

Los estados se dan, en oposición a las cualidades, que existen “en potencia”, como existentes en acto: el odio, el amor, los celos, son estados. Una enfermedad, en tanto que es captada por el enfermo como una realidad psicofisiológica, es un estado. Del mismo modo, muchas características que se adhieren a la persona desde el exterior pueden, en tanto que son vividas, convertirse en estados: la ausencia (con respecto a determinada persona), el exilio, el deshonor, el triunfo, son estados. Se ve ya lo que distingue a la cualidad del estado: después de la cólera de ayer, la “irascibilidad” sobrevive como una simple disposición latente a estar encolerizado. Por el contrario, después de la acción de Pedro y del resentimiento que ha producido, el odio sobrevive como una realidad actual, aunque el pensamiento esté en este momento ocupado en otro objeto. La cualidad, además, es una disposición de ánimo innata o adquirida que contribuye a cualificar la persona. El estado, al contrario, es mucho más accidental y contingente: es algo que ocurre.

Por actos ha de entenderse toda actividad sintética de la Persona, es la disposición de medios en vista de fines, no en tanto que el Para-sí es sus propias posibilidades, sino en tanto que el acto representa una síntesis psíquica trascendente que él debe vivir. Por ejemplo, el entrenamiento del boxeador es un acto, porque desborda y sostiene al Para-sí que, por otra parte, se realiza en y por ese entrenamiento; lo mismo ocurre con la investigación del científico, con el trabajo del artista, con la campaña electoral del político. En todos estos casos, el acto como ser psíquico representa una existencia trascendente y la faz objetiva de la relación entre el Para-sí y el mundo.

Los objetos, aunque virtuales, no son abstractos; no son enfocados en el vacío por lo reflexivo, sino que se dan como el en-sí concreto que lo reflexivo ha de ser allende lo reflexionado. Se le llama evidencia a la presencia inmediata y “en persona” del odio, del exilio, de la duda metódica, al Para-sí reflexivo. Basta, para convencerse de que esta presencia existe, recordar los casos de la experiencia personal en que se intenta rememorar un amor muerto, una cierta atmósfera intelectual que se ha vivido otrora. En estos diferentes casos, se tenía neta conciencia de apuntar en vacío a esos diversos objetos. Se podía formar de ellos conceptos particulares, intentar una descripción literaria, pero se sabía que no estaban allí. Análogamente, hay períodos de intermitencia para un orden viviente, durante los cuales se sabe que se ama pero no se siente. En una palabra, no hay otro medio de presentificar esas cualidades, estados o actos que aprehenderlos a través de una conciencia refleja de la cual son la sombra proyectada y la objetivación en el en-sí.

Pero esta posibilidad de presentificar un amor prueba, mejor que ningún otro argumento, la trascendencia de lo psíquico. Cuando se descubre bruscamente, cuando se ve el amor, se capta a la vez que está ante la conciencia. Se puede adoptar sobre él puntos de vista, se le puede juzgar; no se está comprometido en él como lo reflexivo en lo reflexionado. Por este mismo hecho, se aprehende como no siendo del Para-sí. Es infinitamente más denso, más opaco, más consistente que esa transparencia absoluta. Por eso la evidencia con la cual lo psíquico se da a la intuición de la reflexión impura no es apodíctica.1 Hay, en efecto, un desnivel entre el futuro del Para-sí reflexionado, constantemente roído y lijado por la libertad, y el futuro denso y amenazado del amor, que le da precisamente su sentido de amor. El futuro siempre nihilizado del Para-sí impide toda determinación en sí del Para-sí como Para-sí que ama o que odia; y la sombra proyectada del Para-sí reflexionado posee, naturalmente, un futuro degradado en en-sí, que forma cuerpo con ella determinando su sentido. Pero, en correlación con la nihilización continua de Futuros reflexionados, el conjunto psíquico organizado con su futuro sigue siendo sólo probable. Y no ha de entenderse por ello una cualidad externa que provendría de una relación con el conocimiento y podría transformarse eventualmente en certeza, sino una característica ontológica.

Lo “Psíquico” se da únicamente a una categoría especial de actos cognoscitivos: los actos del Para-sí reflexivo. En el plano irreflexivo, en efecto, el Para-sí es sus propias posibilidades en el modo no tético, y como posibilidades son presencias posibles al mundo allende el estado dado del mundo, lo que se revela tética pero no temáticamente a través de ellas es un estado del mundo sintéticamente vinculado con el estado dado. En consecuencia, las modificaciones que se han de aportar al mundo se dan téticamente en las cosas presentes como potencialidades objetivas que han de realizarse tomando el cuerpo como instrumento de su realización. Así, el hombre encolerizado ve en el rostro de su interlocutor la cualidad objetiva de invitar al puñetazo. De ahí expresiones como “cara que atrae las bofetadas”. El cuerpo aparece ahí sólo como un médium en trance. Por medio de él ha de realizarse cierta potencialidad de las cosas (bebida-que-ha-de-beberse, socorro-que-ha-de-prestarse, bestia-dañina-que-debe-ser-abatida, etc.); la reflexión que surge a raíz de ello capta la relación ontológica entre el Para-sí y sus posibles, pero en tanto que objeto. Así surge el acto, como objeto virtual de la conciencia reflexiva. Es, pues, imposible tener al mismo tiempo y en el mismo plano conciencia de Pedro y de la amistad hacia él: estas dos existencias están siempre separadas por un espesor de Para-sí. Y este Para-sí es además una realidad escondida: en el caso de la conciencia no reflexiva, es, pero no téticamente, y se borra ante el objeto del mundo y sus potencialidades. En el caso del surgimiento reflexivo, ese Para-sí es trascendido hacia el objeto virtual que lo reflexivo ha de ser. Sólo una conciencia reflexiva pura puede descubrir el Para-sí reflexivo en su realidad. Se llama Psique a la totalidad organizada de esos existentes que constituyen un cortejo permanente de la reflexión impura y que son el objeto natural de las investigaciones psicológicas.

El objeto psíquico (ver gráfico 4). Al ser la sombra proyectada del Para-sí reflexionado, posee en forma degradada los caracteres de la conciencia. En particular, aparece como una totalidad conclusa y probable allí donde el Para-sí hace existir en la unidad diaspórica de una totalidad destotalizada. Esto, aprehendido a través de las tres dimensiones de la temporalidad, significa que lo psíquico aparece como constituido por la síntesis de un Pasado, de un Presente y de un Porvenir. Un amor, una empresa, son la unidad organizada de esas tres dimensiones. No basta decir, en efecto, que un amor “tiene” un porvenir, como si el futuro fuese exterior al objeto al que caracteriza, sino que el porvenir es parte integrante de la forma organizada de fluencia “amor”, pues lo que da al amor su sentido de amor es su ser en el futuro. Pero, por el hecho de que lo psíquico es en-sí, su presente no podría ser fuga ni su porvenir posibilidad pura. Hay, en estas formas de fluencia, una prioridad esencial del Pasado, que es lo que el Para-sí era y que supone ya la transformación del Para-sí en en-sí. Lo reflexivo proyecta lo psíquico dotado de las tres dimensiones temporales, pero constituye estas tres dimensiones únicamente con lo que lo reflexionado era.

Gráfico 4. El Objeto Psíquico
Gráfico 4. El Objeto Psíquico.

En efecto, la cohesión íntima de lo psíquico no es sino la unidad ser del Para-sí hipostasiada en el en-sí. Un odio no tiene partes: no es una suma de conductas y de conciencias, sino que se da a través de las conductas y las conciencias como la unidad temporal sin partes de las apariciones de las mismas. Sólo la unidad de ser del Para-sí se explica por el carácter ek-stático de su ser: ha-de-ser en plena espontaneidad lo que será. Lo Psíquico, por el contrario, “es sido”. Esto significa que es incapaz de determinarse por sí a la existencia. Está sostenido, frente a lo reflexivo, por una suerte de inercia, y los psicólogos han insistido con frecuencia en su carácter “patológico”.

La conciencia reflexiva se constituye como conciencia de duración y, de este modo, la duración psíquica aparece a la conciencia. Esta temporalidad psíquica como proyección en el en-sí de la temporalidad originaria, es un ser virtual cuyo flujo fantasma no cesa de acompañar a la temporalización del Para-sí, en tanto que ésta es captada por la reflexión. Pero desaparece totalmente si el Para-sí permanece en el plano irreflexivo, o si la reflexión impura se purifica. En tanto que tal tiempo psíquico no puede estar constituido sino con pasado, y el futuro no puede ser sino un pasado que vendrá después del pasado presente; es decir, que la forma vacía antes-después es hipostasiada y le da las relaciones entre objetos igualmente pasados.

La relación entre el Para-sí y el en-sí se origina en el Para-sí por medio de la tercera forma de reflexión: la Reflexión impura. Es la conexión del Para-sí con el en-sí. La unidad absoluta de lo psíquico es, en efecto, la proyección de la unidad ontológica del Para-sí en el en-sí. Es lo que el psicólogo estudia con el nombre de hecho psíquico; es lo que se da primeramente en la vida cotidiana.

Flor Méndez
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Notas

  1. Aquello que resulta válido o cierto de forma demostrable e incondicional.
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