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La mala fe y el ego

lunes 3 de agosto de 2020
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Jean-Paul Sartre
Jean-Paul Sartre plantea, en El ser y la Nada, un esquema del psicoanálisis existencial para salir del camino a la cosificación.

Si el estado de mala fe perdura en el tiempo, puede constituirse en el modo habitual de ser y hasta la inteligencia se pone al servicio de la astucia.

En las siguientes líneas se expone la versión de la autora sobre el origen de la mala fe y su efecto en el Ego, basada en los contenidos y extractos de El ser y la Nada.1 La expresión “tener mala relación con su conciencia” se ha escuchado como sinónimo de ser de mala fe. La mala fe se origina en la conciencia; la mala fe es un esfuerzo por rehuir el ser que se es; se trata de una huida, un escape. La mala fe descansa en una vacilación entre la trascendencia y la facticidad que rehúsa reconocer ninguna de las dos por lo que realmente son o sintetizarlas. Es huida y escape para ser otro que uno mismo. A través de la mala fe el Para-sí (conciencia) busca escapar hacia el En-sí (Ego).

El huir del ser que se es para ser otro se realiza a través de la alteridad. La alteridad es una condición o capacidad de ser otro o distinto. La alteridad es negación interna, y sólo una conciencia puede constituirse como negación interna. La alteridad es una actividad y actitud humana que contiene negatividad como parte integral de su estructura.

Se trata de un sistema real, una acomodación de medios con vistas a un fin: un proyecto de mala fe. Pero este proyecto es “desconocido”, se ignora, se oculta, no se sabe nada de él y tiene toda la estructura de un proyecto de trascendencia: un fin al que apunta, un motivo que lo justifica y la acción que lo realiza.

En estas condiciones una se pregunta cómo serán las relaciones entre la conciencia y el ego; qué implicaciones tendrá este estado de cosas en la psiquis (Ego) y cómo se manifiestan. Habiéndose originado en la conciencia —el proyecto de mala fe—, tiene la impronta negativa que es heredada por el Ego. El Ego a su vez es trascendente y es capaz de hacer proyectos a futuro —basados en la mala fe producida en la conciencia—; el ardid —acción con que se pretende engañar a alguien o conseguir algo— y la astucia —habilidad para comprender las cosas y obtener provecho o beneficio mediante engaño o evitándolo— son ideales para manipular esta clase de proyectos del Ego vestidos de mala fe.

La inteligencia —facultad de la mente que permite aprender, entender, tomar decisiones y formarse una idea determinada de la realidad— y la racionalidad —actitud del que actúa de acuerdo con la razón— son los medios ideales del Ego para guiarse en la elaboración de sus proyectos trascendentes. La escogencia de medios del Ego es crucial para salir del modo mala fe y proyectarse al modo autenticidad.

La voluntad, como agente de la racionalidad, determina que la acción será de forma reflexiva y deliberada; las decisiones apasionadas también llevan a concretar los proyectos del Ego. Las voliciones como las pasiones son actitudes subjetivas por las cuales se intenta alcanzar los fines del proyecto. Usualmente se le acredita a la racionalidad (voluntad) un aspecto técnico, mientras que a la emoción (pasión) se le atribuye un aspecto mágico.

La batalla de escogencia entre la inteligencia y la astucia atañe al Ego. Al escoger la racionalidad y su agente —la voluntad— se pasa al modo autenticidad; al escoger el ardid, la astucia y su agente —la pasión—, se mantiene el modo mala fe. Si el estado de mala fe perdura en el tiempo, puede constituirse en el modo habitual de ser y hasta la inteligencia se pone al servicio de la astucia. La mala fe heredada de la conciencia se entroniza en el Ego; se cree que se tiene la sartén por el mango porque los resultados del ardid son instantáneos pero no perduran pues son descubiertos por los otros. Así el Ego tiene que inventar nuevos ardides. La racionalidad y su agente la voluntad son más eficientes; no tiene ni que empollar sus planes, simplemente los segrega: es su oficio y su hobby.

El punto que se quería desarrollar era la residencia de la mala fe en el Ego como hándicap —condición o circunstancia que supone una desventaja. Se analizará entonces el efecto del Ser Para-otro.

El Ser Para-otro o el Yo-objeto es un ser real; es el ser afuera, no es un ser padecido sino un afuera asumido y reconocido como si fuera propio. Ese ser afuera está compuesto por la visión, el conocimiento y el concepto que tienen los demás de uno. Los Para-otros (Prójimo) constituyen un conflicto perpetuo ya que cada conciencia busca recobrar su propio Ser fuera directa o indirectamente, haciendo un objeto del otro.

Miedo, vergüenza, orgullo y vanidad son las reacciones subjetivas a la mirada del prójimo. Es lo que originariamente se siente, que se es allá, para otro, y este fantasma del ser alcanza en el meollo de uno mismo; y por la vergüenza, el miedo, el orgullo o vanidad como tales, simplemente, se es. Tanto el miedo como el orgullo y la vanidad están vestidos de mala fe.

La brújula del Ego es la racionalidad y los remos son dos valores —la dignidad y el honor.

Sin embargo hay dos actitudes auténticas: aquella por la cual se reconoce al Prójimo como el sujeto por el cual se adviene a la objetidad, y es la vergüenza; y aquella por la cual se capta como el proyecto libre por el cual el Prójimo adviene al ser-prójimo, es la dignidad o afirmación de la libertad frente al Prójimo-objeto. La dignidad, bien sea ontológica —que nace con el ser humano— o adquirida —pertenece al Ego y es similar al honor—, es un valor.

El miedo y el orgullo o vanidad son actitudes que llevan al camino de la cosificación —la mala fe. Pero la vergüenza y la dignidad son actitudes auténticas, valores de que dispone el Ego para la gestión del ser fuera de él que tienen los demás de uno. Está en el Ego la decisión de escogencia de actitud en sus proyectos de trascendencia.

Es obvio que la selección de la ruta a la cosificación le agrega al Ego otro hándicap. El primero, por la residencia de la mala fe en el Ego —heredada de la mala fe original—, se asemeja a la imagen de alguien en un bote en medio del océano sin brújula. El segundo hándicap lo constituye el Ser Para-otro, es un ser real; es el ser afuera. El segundo hándicap de ese alguien en un bote sin brújula es como la ausencia de remos. Sin brújula y sin remos difícilmente se puede navegar y mucho menos llegar a tierra firme. La brújula del Ego es la racionalidad y los remos son dos valores —la dignidad y el honor. Con ellos se establece el norte y se puede llegar a puerto seguro.

Para salir del camino a la cosificación habría que buscar ayuda. En su obra El ser y la Nada Jean-Paul Sartre plantea, en el capítulo II de la cuarta parte, un esquema del psicoanálisis existencial, y en la conclusión propone lineamientos metafísicos para tal fin. Se intentará abordar esos temas habiéndolos previamente digerido.

Flor Méndez
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Notas

  1. Sartre, Jean-Paul: El ser y la Nada. Editorial Losada, Buenos Aires, 2005.
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