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Las cartas y el diario de una enfermedad en Teresa de la Parra

lunes 21 de diciembre de 2020
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Teresa de la Parra
El diario y las cartas permiten aproximarse a los períodos de la vida de Teresa de la Parra en los que la asalta el desequilibrio físico y espiritual como consecuencia de la enfermedad.

Teresa de la Parra (1889-1936), cuyo nombre real era Ana Teresa Parra Sanojo, es una de las escritoras más destacadas de la literatura venezolana, conocida por sus dos obras principales: Ifigenia y Memorias de Mamá Blanca.

En la entrevista de El Nuevo Diario realizada a la escritora el 23 de febrero de 1923 por el periodista Edmundo Chispa, al referirse a las razones de su seudónimo enfatiza que “siendo mi mismo nombre me permite desdoblarme” (Bosch; 1983: 177).

El diario y las cartas de Teresa de la Parra son la obra de su propia vida, que permite aproximarse a la existencia de la escritora.

Velia Bosch considera que existe un interés de conservar el nombre como una especie de camafeo familiar.

Las Aristeguieta, las Soublette, pero hay también la tradición literaria, la Teresa de Ávila y la otra, la Teresa del Toro. Raíz española y trasplante de sino trágico. De la Parra, lo toma por la antigua descendencia castellana de los fundadores (Bosch; 1983: 178).

El diario y las cartas se vinculan con la dinámica de la existencia e incorporan pensamientos, sueños, experiencias, opiniones, acontecimientos importantes o insignificantes, que adquieren nuevas interpretaciones y sentidos en el transcurrir del tiempo.

Blanchot, al referirse al diario, considera que entre sus características son relevantes la sinceridad y transparencia.

Escribir cada día, bajo la garantía de este día y para recordárselo a sí mismo, es una manera cómoda de escapar del silencio (Blanchot, 1992: 209).

En el diario y las cartas, como enfatiza Enrique Anderson Imbert, se relatan las experiencias de un personaje real o ficticio escrito con el pronombre de la primera persona dirigida a un “otro” como en la carta o a sí mismo en el diario (Anderson Imbert; 1999: 177)

El diario y las cartas de Teresa de la Parra son la obra de su propia vida, que permite aproximarse a la existencia de la escritora, quien padecía de una enfermedad que para la época era considerada como incurable, la tuberculosis.

Ana Teresa Torres, al referirse a los documentos privados de Teresa de la Parra, considera que producen la impresión de encontrarse frente a las ruinas de un monumento sin restauración posible; es un sentimiento de disgusto producido como consecuencia de la mutilación de la memoria.

Mutilado es igual a pérdida. La pérdida se ocasiona cuando los materiales de estudio han desaparecido (…). La mutilación es una operación llevada a cabo en la curaduría de los materiales recuperados (Torres; 2006: 255).

Al referirse a la lectura de las distintas recopilaciones de sus cartas y otros documentos, Torres enfatiza que se experimenta la sensación de haber perdido a la persona, a la escritora, entre fragmentos articulados en los que la misma secuencia cronológica para aproximarse a la escritora se hace confusa.

Existirían diferencias en la transcripción del diario y las cartas en diversos estudiosos de la obra de Teresa de la Parra, cuando no deberían existir divergencias en las recopilaciones realizadas.

Se han ido perdiendo matices importantes con relación a sus ideas políticas, morales, sociales, a sus luchas internas con la escritura, su manera de comprender la vida, su persona (Torres; 2006: 209).

La correspondencia de Teresa de la Parra se inicia alrededor del año 1924 y la mayor parte de las cartas sobre diferentes temas están dirigidas a Rafael Carías, Carlos García Prada, Gonzalo Zaldumbide, Lydia Cabrera, Vicente Lecuna y Luis Zea Uribe. Las cartas para Rafael Carías expresan la trayectoria de la escritora en Europa, alegrías, frustraciones y finalmente el drama de la enfermedad que la llevó a la muerte. Las cartas a Vicente Lecuna hacen referencia a Bolívar, su gesta heroica y la posibilidad de escribir una biografía del Libertador, y en la correspondencia con Luis Zea Uribe, médico colombiano, se establece un vínculo trascendental fundamentado en las inquietudes espirituales relacionadas con el misticismo e interrogantes metafísicas.

La tuberculosis es una enfermedad caracterizada por una serie de contrastes en el ámbito psíquico que alterna la languidez con la hiperactividad.

Ana Teresa Torres (2006), al referirse al período correspondiente a la hospitalización de la escritora como consecuencia de la tuberculosis, enfatiza en una extraordinaria descripción del mundo que la rodea durante esos episodios en el diario y las cartas que configuran una suerte de “montaña mágica” (Torres; 2006: 270).

La escritora Clemencia Miró considera que en la obra de Teresa de la Parra, desgraciadamente, queda inacabado lo mejor: sus ensayos sobre la vida del sanatorio y sus libros sobre Bolívar y los conquistadores españoles (Miró; 1936:35).

La tuberculosis era concebida en la antigüedad como implacable, y según Susan Sontag (1978) representaba una sentencia de muerte; es una enfermedad caracterizada por una serie de contrastes en el ámbito psíquico que alterna la languidez con la hiperactividad, períodos de remisión con recuperación, a diferencia del cáncer que carcome lentamente y que termina con la muerte de quien la padece.

La tuberculosis es una enfermedad que transcurre paralela a la historia de la humanidad; Hipócrates fue uno de los primeros médicos de la antigüedad que contribuyeron al conocimiento de la enfermedad, a la que denominó tisis, palabra que significa consunción.

Las obras más importantes del pintor renacentista Sandro Botticelli reproducen el rostro de Simonetta Vespucci, quien padecía de la enfermedad; Molière, dramaturgo y actor francés de la época de Luis XIV, muere como consecuencia de la tuberculosis y Chopin, el célebre músico polaco, falleció de una copiosa hemorragia asociada a la enfermedad.

La tuberculosis fue conocida como la enfermedad de la languidez e inmortalizada en la novela La dama de las camelias, de Alejandro Dumas (hijo), cuya protagonista Margarita Gautier es afectada por este mal; Margarita es una hermosa cortesana cuya vida transcurre entre el lujo y las fiestas e inicia una relación afectiva con un joven de nombre Armando. El padre del joven convence a Margarita de que lo abandone, circunstancia que genera el agravamiento de la enfermedad; la obra de Dumas inspiraría La traviata, ópera de Verdi, cuyo personaje principal, Violetta Valéry, también resultaría afectada por la tuberculosis.

El diario y las cartas permiten aproximarse a esos períodos de la vida de la escritora, caracterizada por un estado de desequilibrio físico y espiritual que surge como consecuencia de la enfermedad que, como enfatizaría Miguel de Unamuno (1966), es un estado responsable de una ruptura de la sinergia vital, que conspira contra la continuidad de la vida y que se transforma en un proceso iniciático exacerbado por la precariedad de la existencia, la soledad y el sufrimiento.

La palabra permite al enfermo expresar los contenidos relacionados con su padecimiento y con su cuerpo, las perturbaciones que lo aquejan y el desequilibrio resultante de las consecuencias de su enfermedad; la palabra revela su visión de la enfermedad y la inconformidad que surge como consecuencia del mal que lo aqueja.

La crisis de la enfermedad se produce en Teresa de la Parra en el año 1931 y en carta a Rafael Carías reflexiona acerca de la posibilidad de un viaje a su mundo interior.

El enfermo manifestará su necesidad de ser escuchado por un “otro”, a quien solicita ayuda o simplemente comprensión, y la escritura como un acto que surge desde la soledad permitiría descargar esa tensión emocional y el sufrimiento como consecuencia de la enfermedad.

La palabra es un medio para aproximarse no sólo a lo consciente sino a lo inconsciente, y conformaría una mitología personal de la enfermedad caracterizada por temores, miedos y esperanzas que estarían presentes no sólo en los sueños sino también en la escritura que comunica esa experiencia de la enfermedad.

En la historia de la literatura es frecuente observar cómo los escritores en algún período de su vida son víctimas de alguna enfermedad que influye posteriormente en su obra literaria. En el año 1911, Thomas Mann acompañaría a Davos a su esposa, quien padecía de tuberculosis, y en el contacto con médicos, enfermeras y pacientes concibió la idea de una de sus grandes obras, La montaña mágica.

La montaña donde se encuentra asentado el sanatorio representa una especie de lugar iniciático, y el protagonista, Hans Castorp, experimentará en ese espacio una transformación de su sensibilidad que determina una comprensión muy particular del mundo físico y espiritual que lo rodea.

Existe un acercamiento al imaginario de la enfermedad no sólo a través de la ficción sino de los diarios y cartas, que permitiría aproximarse a las mitologías de la enfermedad que, como enfatiza Lévi-Strauss (1970), se caracterizaría por narraciones de historias que relatan una sucesión de sucesos cuya importancia radica en los acontecimientos mismos y en los detalles que los acompañan (Badcock; 1979: 76).

A través del diario y cartas de Teresa de la Parra existe la posibilidad de aproximarse a las diferentes facetas de la escritora; la crisis de la enfermedad se produce en Teresa de la Parra en el año 1931 y en carta a Rafael Carías reflexiona acerca de la posibilidad de un viaje a su mundo interior, que surge como respuesta al desequilibrio provocado por la enfermedad, que determina un cambio en la percepción del mundo que la rodea.

El mucho dinero, el éxito, los honores, no pueden satisfacer sino a las almas positivistas y vulgares, y esas en su pobre satisfacción no sospechan siquiera la existencia de la verdadera felicidad (Teresa de la Parra; 1992: 129).

En carta a Rafael Carías fechada el 23 de febrero de 1932, Teresa refiere que se encuentra en el sanatorio para tuberculosos de Leysin, donde le descubrieron una lesión en el pulmón.

Estoy en el “Gran Hotel de Leysin”, sanatorio de tuberculosos… Tengo una lesión en un pulmón, me la descubrieron hace poco. Aquí estoy desde hace quince días, sola, en cama, con el balcón abierto de par en par sobre la nieve, y una temperatura de tres o cuatro grados dentro del cuarto (Teresa de la Parra; 1992: 135).

En el Epistolario y en el diario de Teresa de la Parra se tiene la posibilidad de acceder a otra faceta de su vida y, de una manera similar a Hans Castorp, el protagonista de la novela de Thomas Mann, experimenta una nueva sensibilidad como consecuencia de la tuberculosis, que la obliga a permanecer internada en el sanatorio; una enfermedad que, como enfatiza la escritora a Carlos García Prada en carta fechada el 21 de junio de 1932, era considerada como una invención de los románticos.

Usted sabe, porque es montañés y amigo de la soledad, hasta qué punto nos hacemos sensibles en la altura y el silencio, más aun cuando se tiene esta enfermedad, que inventaron los románticos.

La tuberculosis era considerada como una enfermedad que producía un cambio en la personalidad, en la percepción del mundo, y una expansión de la conciencia manifestada en estados de éxtasis o místicos; existían peculiaridades características de quienes padecían la enfermedad relacionadas con un estado espiritual particular, una sensibilidad especial y un carácter melancólico que fue motivo de inspiración para muchos escritores del Romanticismo.

El diario y las cartas representan una historia personal, una cronología interior de la existencia, que establece un vínculo con experiencias del pasado y permite recuperar imágenes a través de la escritura; el diario impide la pérdida de los recuerdos y trasciende una simple narración retrospectiva del pasado, que permitiría aproximarse a una vida afectada por el desequilibrio de la enfermedad y una indagación en la memoria afectiva.

El aislamiento en el sanatorio, lejos de representar una vida de prisión y soledad, significa para la escritora un estado de bienaventuranza.

El diario y las cartas ofrecen la oportunidad de conocer las transformaciones del pensamiento en el transcurso del tiempo, la evolución del sujeto, sus triunfos y fracasos, como se evidencia en Teresa de la Parra, con la posibilidad de indagar en sus vivencias espirituales y emocionales y en la experiencia de la enfermedad que la afectó en los últimos años de su existencia.

Se tiene la posibilidad de recorrer los itinerarios de la memoria y surgen imágenes, rostros, lugares, experiencias, en una especie de recorrido semántico que permite delinear las interioridades del ser de la escritora en sus complejas y múltiples facetas.

Nunca he sentido tan intensamente la dulzura de vivir. Y es que vivo dentro de la resignación, es lo que nos hace falta quizá cuando nos agitamos allá abajo en “la plaine”; renunciar a la voluntad y los deseos (Teresa de la Parra; 1992: 138).

El aislamiento en el sanatorio, lejos de representar una vida de prisión y soledad, significa para la escritora un estado de bienaventuranza; sin embargo, siempre está presente el miedo, la angustia o el temor ante la enfermedad y la muerte, que son presencias constantes.

¿Sabes que he visto aquí que detrás de mis bravatas y mi valor le tengo miedo a la enfermedad, le he tenido siempre miedo? Esto me humilla (Teresa de la Parra; 1992: 141).

Teresa de la Parra en ocasiones experimenta una extraña sensación de aceleración de la vida, con la impresión de volar en un tren hacia un punto al que no va a tardar en llegar.

A veces me pregunto si será algún presentimiento esta sensación de viaje, pero son tales los progresos que he hecho que no es probable ya que sea este tren el de la llegada definitiva (Teresa de la Parra; 1992: 143).

Teresa de la Parra manifiesta en momentos su inconformidad y desagrado ante aquellos que temen a las recaídas o al agravamiento de su enfermedad, debido a que el enfermo tiene la misión de enfrentarse al dolor para lograr alcanzar la pureza de espíritu, preludio de una existencia nueva.

El elegido debe penetrarse de su misión y hacerse digno del privilegio, la corriente de dolor será entonces una fuente de felicidad ultraterrena, y de ella se beneficiará la vida entera (Teresa de la Parra; 1992: 170).

Me parece repugnante ese sentimiento de cobardía de los que, por estar enfermos, no pueden oír hablar de agravación de la muerte; me parece como si estando en la guerra se saliera corriendo (Teresa de la Parra; 1992: 144).

La enfermedad también se traduce en Teresa de la Parra en una percepción particular del tiempo, y el tiempo físico o medido no necesariamente se relaciona con el ritmo propio de cada ser, con su interioridad. Al referirse al tiempo, Teresa de la Parra se remite a Kant, quien consideraba el tiempo como una forma del sentido interno y de la intuición interior, que no representaría una realidad absoluta o un concepto abstraído de datos empíricos, sino intuiciones a priori que permiten ordenar los datos de la experiencia sensible; Teresa de la Parra considera el tiempo como una verdad metafísica difícil de comprender y afirma en carta a Luis Zea Uribe, fechada el 25 de marzo de 1933, que logró su comprensión durante su estadía en el sanatorio de Leysin.

Yo creo que ya le conté que aquí, en Leysin, no hay tiempo. Kant (si no me equivoco) dice que el tiempo no es sino una forma de nuestra sensibilidad o manera de ver nuestra. Aunque nunca he llegado a comprender bien esta verdad metafísica, aquí en Leysin la he comprobado; de modo que ha venido a ser para mí una especie de dogma. “El tiempo no existe”, me digo a cada rato (Teresa de la Parra; 1992: 160-161).

Teresa de la Parra, en su diario y cartas, percibe la enfermedad desde una cosmogonía particular y personal que trasciende lo objetivo.

Esa temporalidad interior en Teresa de la Parra se distorsiona, con la sensación de una alteración de su sucesión lineal, y el tiempo transcurre en ocasiones con lentitud y en otras con premura.

Al principio es duro, las horas pasan con lentitud, una lentitud absurda, para nuestra época, luego todo se va haciendo leve hasta creer que ya no se vive en la tierra (Teresa de la Parra; 1992: 136).

Contra lo que se figuran los enteramente vivos, los de “la plaine”, como dicen aquí, los días vuelan. Me recuerdan los caballitos de madera de la feria allá, en los más lejos de mi infancia (Teresa de la Parra; 1992: 161).

Teresa de la Parra, en su diario y cartas, percibe la enfermedad desde una cosmogonía particular y personal que trasciende lo objetivo, lo perceptible, lo diagnosticable, e involucra elementos subjetivos que reflejan ese mundo distorsionado por el desequilibrio de un padecimiento, su enfermedad y la inconformidad que surge como consecuencia del mal que la aqueja y que será causa de su muerte.

 

Bibliografía

  • Anderson Imbert, Enrique (1999). Teoría y técnica del cuento. Tercera edición. Barcelona: Editorial Ariel.
  • Badcock, CR (1979). Lévi-Strauss. El estructuralismo y la teoría sociológica. México: Fondo de Cultura Económica.
  • Blanchot, Maurice (1992). “El diario íntimo y el relato”. En: El libro que vendrá. Caracas: Editorial Monte Ávila Editores.
  • Bosch, Velia (1983). Lengua viva de Teresa de la Parra. Barcelona: Editorial Pomaire.
  • Lévi-Strauss, Claude (1970). Antropología estructural. La Habana: Instituto del libro.
  • Miró, Clemencia (1936). “Teresa de la Parra”. Revista Hispánica Moderna; 3(1): 35-36.
  • Parra, Teresa de la (1992). Obras completas. Dos tomos. Primera edición. México: Fondo de Cultura Económica.
  • Sontag, Susan (1978). Illness as Metaphor. Toronto: McGraw Hill Ryerson.
  • Torres, Ana Teresa (2006). “La mutilación de la memoria: los papeles privados de Teresa de la Parra”. En: Russotto, Márgara. La ansiedad autorial. Caracas: Editorial Equinoccio, pp. 253-273.
  • Unamuno, Miguel de (1966). Del sentimiento trágico de la vida. Buenos Aires: Editorial Losada.
Fernando Guzmán Toro
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