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Ariadna y el palacio de Cnosos en Creta: del mito a la creación artística y literaria

lunes 8 de febrero de 2021
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“Ariadna abandonada por Teseo” (1774), de Angelica Kauffman
Según comentan Hesíodo y la mayoría de otras fuentes, Teseo abandonó a Ariadna en una playa dejándola dormida cerca de Naxos. “Ariadna abandonada por Teseo” (1774), de Angelica Kauffman

En la mitología griega, Ariadna (en griego Ἀριάδνη, forma grecocretense arihagne, “la más pura”) era una princesa cretense, hija del rey Minos y Pasífae. Minos era el título de una poderosa dinastía de Cnosos, principal ciudad de la isla de Creta.

Según una tradición, Pasífae era una representación de la Luna, tenía un templo y un oráculo en Creta y su hija Ariadna fue amada primero por el héroe Teseo y después por el dios Dionisos. Otra tradición trasmite que Ariadna fue una diosa-madre cretense cuyo símbolo era la cebada, alimento de los hombres desde los tiempos inmemoriales. Ahora bien, es frecuente en la mitología griega encontrar términos afines al referir a una diosa o una princesa real, particularmente en los tiempos arcaicos del matriarcado.

En estas páginas comentamos antiguos mitos y tradiciones acerca de la princesa Ariadna y sobre el laberinto de Cnosos. El mito y dibujo del laberinto ya sea sobre mosaico, piedra, mármol o césped han sido símbolos exquisitamente aprovechados en el arte y la literatura y de los más difundidos en la civilización occidental.

El relato sobre el laberinto del Minotauro en el palacio de Cnosos, y más tarde la incursión del héroe Teseo a la isla, provienen de Plutarco.

A partir de los estudios y las excavaciones arqueológicas realizadas desde el siglo XIX, la isla de Creta ha sido considerada como la cuna de la civilización minoica. Alcanzó el máximo apogeo cultural y material en el segundo milenio a. C. También los estudios indican que Grecia recibió influencias religiosas y culturales de Creta desde el siglo XVIII a. C., probablemente mediante una aristocracia helena que por entonces se había apoderado de la isla.

Sobre la isla de Creta, Homero, dejó datos relativamente precisos en el canto XIX de la Odisea. Menciona entre sus habitantes a los eteocretenses, quienes podrían ser los descendientes de los minoicos, e indica que, de las noventa ciudades de la isla, Cnosos era la más grande e importante.

En medio del vinoso ponto rodeada del mar, hay una tierra hermosa y fértil, Creta, y en ella muchos, innumerables hombres, y noventa ciudades. Allí se oyen mezcladas varias lenguas, pues viven en aquel país los aqueos, los magnánimos cretenses indígenas, los cidones, los dorios que están divididos en tres tribus y los divinos pelasgos.

El relato sobre el laberinto del Minotauro en el palacio de Cnosos, y más tarde la incursión del héroe Teseo a la isla, provienen de Plutarco, y lucen razonables pues diversas costumbres ancestrales cretenses son comentadas por este historiador al referir las razias de Teseo. Así pues, ritos y héroes, danzas y leyendas, aparecen y se combinan en el mito del laberinto cretense.

El mito del laberinto de Cnosos alude a un complejo laberíntico de salas y habitaciones, pasadizos y subterráneos que habrían dificultado a los invasores atenienses encontrar y matar al rey cuando asediaron el palacio; también el mito alude a que, a la entrada en un espacio abierto, los atenienses se toparon con un dibujo sobre un mosaico de mármol blanco que se veía como una pista de baile usada para guiar a las doncellas en la “danza de la perdiz” —en los ritos estacionales de la primavera erótica. En su origen primario, el toro, la cabra o quimera eran símbolos de calendarios; cada componente representaba una estación del año sagrado y el año antiguo tenía tres estaciones.

El palacio laberinto, conocido además como la casa “del labrys” o “del hacha doble” —símbolo de la dinastía cretense—, sólo era accesible para ser transitado por artesanos excepcionales como Dédalo y héroes como Teseo, quien logró salir con ayuda de la princesa Ariadna. Según una tradición, sólo ellos lograron ascender con vida a la superficie luego de recorrer el hondo y extenso laberinto. Cuenta la tradición que Dédalo había construido para la princesa Ariadna un mosaico laberíntico para que ella danzara, dibujo que al parecer él habría copiado de un antiguo modelo o relieve egipcio. Homero, en el canto XVIII de la Ilíada, menciona el laberinto en este hexámetro: “Dédalo ideó en Cnosos un suelo / Para que danzase la rubia Ariadna”.

De Homero a Plutarco el laberinto de Cnosos había atraído la atención de artesanos y aedas. La transmisión de un dibujo ritual desde Creta a Grecia y Roma, y posiblemente siglos antes, de Egipto a Creta, hoy nos ilustra sobre un asunto específico a los mitos: éstos no son historias, no hay un antes, en y después; son atemporales, no preceden a la historia, no afirman que las narraciones sean reales ni hablan de hechos objetivos. Al contrario, ellos enseñan y trasmiten guías de sabiduría apropiadas para vivir en este mundo e imaginar el más allá.

También en el palacio de Cnosos, localizado en las excavaciones del siglo XIX, prevalece un arte decorativo para deleite de los sentidos que representa un ideal de la belleza en la edad de bronce de Creta, según revelan los frescos del complejo palacial. Era un pueblo de guerreros y navegantes, artesanos y pintores; levantaron enormes y preciosos palacios y los frescos que adornan las paredes los muestran de contextura delgada y piel rojiza; practicaban la cacería, el pugilato y jugaban ajedrez.

Ariadna y el palacio de Cnosos en Creta, por María Méndez Peña
Izquierda: fresco del Corredor de las Procesiones, en Cnosos (año 1600 a. C.). Derecha: pescador de Akrotiri (año 1500 a. C.), arte minoico.

El dibujo laberíntico de Cnosos se ha encontrado en monedas y piedras y como trazado en el césped de ciertos jardines y lugares paganos sagrados; fue hallado en rocas talladas en Cornualles, Britania; también entre los romanos aparece como un juego intrincado llamado “Ciudad de Troya” en honor a Augusto y al egregio fundador de Roma, Eneas; estaba en el césped de templos en Gales y en jardines de palacios ingleses usados para las penitencias de la Pascua de Resurrección hasta el siglo XIX. Ese famoso laberinto religioso de la antigua Creta, miles de siglos después, surge como un laberinto eclesiástico en la Edad Media, y hoy día todavía atrae a muchos visitantes hacia Chartres al sur de París en la catedral homóloga, en cuyo piso, a la entrada, aún se conserva el misterioso trazado.

Cnosos ha sido considerado como el complejo palacial más antiguo de toda Europa, denominado “el palacio de las mil estancias”.

Los trabajos arqueológicos han mostrado que como dibujo era usado en Creta para guiar ciertas danzas rituales, y hacia el tercer milenio a. C. fue llevado desde el Mediterráneo hacia Britania y Gales, y más allá, hasta Escandinavia y el noreste de Rusia. Es la repetición de un trazado pagano de origen insular hasta el Medievo continental y exhibido como símbolo eclesiástico.

Minos y Pasífae reinaban en Creta. En cierta época, Minos se enemistó con la ciudad de Atenas y la atacó lanzando una serie de maldiciones que provocaron que el territorio ateniense sufriera sequías y hambrunas; en esas guerras entre cretenses y atenienses, para negociar, los atenienses aceptaron como tributo enviar cada año siete jóvenes y siete doncellas para alimentar al Minotauro; éste era un monstruo representado con cuerpo de hombre y cabeza de toro que permanecía —según el mito— encerrado en un laberinto construido por el artesano Dédalo y ubicado entre los subterráneos del Palacio de Cnosos. En el alba de los tiempos, el laberinto de Minos aparece asociado primero a sacrificios humanos y rituales de sangre, y en segundo lugar a la pantomima ritual realizada en los festivales públicos y registrada gráficamente en muchos casos en las paredes y frisos de los palacios, templos, en jarrones, sellos, ánforas, tazones, cofres, lozas, escudos y tapices.

Según la tradición, el palacio fue construido hacia el año 7000 a. C. y destruido por un terremoto dos mil años después. Cnosos era la ciudad más importante de Creta en el período de la civilización minoica, cuando alcanzó su máximo esplendor. Desde los trabajos arqueológicos Cnosos ha sido considerado como el complejo palacial más antiguo de toda Europa, denominado “el palacio de las mil estancias”. Ciudad y palacio están situados a unos cinco kilómetros de la actual ciudad de Heraklion, donde se conserva la mayor colección de piezas del arte minoico. Hoy con plena certeza, la arqueología demuestra que Creta fue la primera civilización de Europa, próspera y refinada, donde Minos se impuso como rey persuadiendo a los súbditos de que tenía ascendencia divina por su padre Hefestos y que requisaba granos y tributos para calmar al cojo e iracundo dios.

Ariadna y el palacio de Cnosos en Creta, por María Méndez Peña
Izquierda: moneda del siglo V a. C. representando el laberinto, hallada en Cnosos. Derecha: placa de plata de Cnosos del siglo III a. C.; representa un laberinto cuadrado.

En Cnosos, el culto del toro celeste fue sucedido por el culto y/o la danza de la perdiz. Era una danza ritual sobre un mosaico y el círculo de bailarines danzantes imitaba el curso anual de los astros en el cielo. Ciertamente era un rito religioso, mientras los ejecutantes representaban a los planetas por entonces visibles y observados a cielo abierto. En la isla de Delos, la danza de la perdiz o la grulla se adaptó igualmente a un dibujo laberíntico en mosaicos donde los danzantes seguían un ritual.

El secreto clave de todo ritual es la repetición mímica impecable; siendo así, aquellos se asían a una cuerda que ayudaba a mantener las distancias y los pasos sin traspiés ni equívocos. Tales elementos dieron origen a la fábula del ovillo de hilo de oro de Ariadna. Si bien los mitos alcanzaban trascendencia mediante la repetición del rito, también en las excavaciones arqueológicas los huesos indicaron que los entierros se acompañaban de un sacrificio ritual, de manera que los mitos y los ritos iban unidos a un drama, una pantomima y danza litúrgica.

Hacia 1400 a. C., después de mucho tiempo de cumplir y pagar el mencionado tributo, Teseo, hijo de Egeo, rey de Atenas, marchó como voluntario hasta Cnosos con otros jóvenes guerreros para luchar y liberar a su pueblo del sacrificio de sangre impuesto por el rey Minos.

Ariadna y el palacio de Cnosos en Creta, por María Méndez Peña
Ánfora ática con una representación del Minotauro. Año 515 a. C.

El palacio de Cnosos fue descubierto hacia 1878 por el arqueólogo aficionado y aventurero alemán Heinrich Schliemann después de los famosos hallazgos de los sitios de Troya y Micenas. Él dedicó su vida y su fortuna a la tarea de descifrar a Homero siguiendo la Ilíada; hablaba nueve lenguas, bautizó a su hijo con el nombre de Agamenón y con el de Andrómaca a su hija, y mostró al mundo académico y a expertos que cuanto había aprendido de Homero era real y cierto, y no fantasías. Luego el palacio fue ampliamente excavado por Arthur John Evans (1851-1941), reconocido arqueólogo británico que trabajó hacia 1900 en Cnosos y encontró ricos hallazgos, unas tres mil tablillas en un antiguo dialecto griego que no logró descifrar, y acuñó el término civilización minoica. En el Museo Ashmolean de Oxford se encuentra la mayor y mejor colección arqueológica de toda Europa.

El casamiento de Teseo con Ariadna, sacerdotisa de la luna, lo hizo señor de Cnosos.

Cuenta el mito que, llegando Teseo a Creta, Ariadna se enamoró perdidamente a primera vista de él. Se casaron y la corona que recibió Ariadna como regalo de bodas fue ascendida a los cielos como la constelación Corona Borealis. Cuando Teseo desciende al laberinto subterráneo para enfrentar y matar al monstruoso Minotauro, Ariadna lo ayudó dándole un ovillo de hilo mágico que venía hilando para que él pudiese hallar el camino de retorno y salir vivo y airoso del laberinto. De allí proviene la famosa frase “el hilo de Ariadna” o “el hilo de plata de Ariadna”. Luego ella y Teseo huyeron hacia el mar hasta llegar a la isla de Naxos.

Ariadna y el palacio de Cnosos en Creta, por María Méndez Peña
Mosaico romano de Recia representando a Teseo y el Minotauro en el laberinto.

El casamiento de Teseo con Ariadna, sacerdotisa de la luna, lo hizo señor de Cnosos, y en una moneda cnosia se ve una luna nueva en el centro de un laberinto. Por entonces, una costumbre matrilineal privaba a una heredera de los derechos a sus tierras si acompañaba a su esposo más allá del mar, y esto explica por qué Teseo no llegó ni llevó a Ariadna a Atenas. Por otra parte, el Dionisos cretense, simbolizado por el toro Minos, era en realidad el marido legítimo de Ariadna, y el vino oscuro elaborado en la isla de Creta era considerado como el más apropiado en las fiestas y orgías en honor a tal dios. La indignación de él —de la cual habla Homero— tenía que ver con un invasor o intruso como Teseo, con quien Ariadna se había acostado.

Según comentan Hesíodo y la mayoría de otras fuentes, Teseo abandonó a Ariadna en una playa dejándola dormida cerca de Naxos; luego Dionisos la encontró, se enamoró y se casó con ella. Existen diferentes tradiciones acerca del motivo de ese abandono: Teseo lo habría hecho porque Dionisos le hizo olvidarse de ella por orden de Atenea o de Hermes; o por puro olvido o desprecio; o por vergüenza de llegar con ella a Atenas. Otro relato exponía que la nave donde ellos viajaban sufrió una tempestad en torno a Chipre y que Ariadna, que estaba encinta, fue puesta en tierra en la mencionada isla, y que Teseo debió dejarla allí para recuperar el barco. En este relato, Ariadna murió en la isla antes de dar a luz, y cuando Teseo regresó, ordenó celebrar sacrificios en su honor. Según otras fuentes, Ariadna al verse abandonada, no tardó en vengarse de Teseo…

Otra tradición señalaba que después de haber sido abandonada por Teseo, Ariadna se casó con un sacerdote de Dionisos llamado Ónaro. En otra versión alternativa Teseo no la abandonó, sino que Ariadna fue raptada por Dionisos y la llevó a la isla de Lemos. ​Por su unión con Dionisos fue madre de cuatro hijos varones y Ariadna fue especialmente adorada como diosa y/o princesa en Naxos, Delos y Chipre, y probablemente también fue venerada en Argentinos, donde otra leyenda indica que allí se conservaba su tumba.

Sobre el mito de Ariadna y el dibujo del laberinto en las artes y la iconografía mucho se ha creado y bellamente producido, porque éste, al igual que numerosos mitos, son narraciones orales trasmitidas acerca de lo invisible y lo inmaterial, expresando vínculos relacionales entre los hombres, los animales, la madre naturaleza, los dioses, los astros y los cielos; también cuentan las luchas tribales por territorios y títulos.

Siguiendo la tradición, habría en realidad dos figuras de Ariadna: una, la esposa de Dionisos; la otra, la princesa que se enamoró de Teseo. ​Las representaciones de Ariadna en cerámicas y relieves abundan desde la segunda mitad del siglo VII a. C., donde luce ligada al héroe Teseo mediante el episodio del Minotauro, aunque también ha sido representada como esposa de Dionisos y desde entonces la pareja a menudo es considerada en la iconografía como el símbolo de un matrimonio feliz.

En la cerámica de figuras rojas y negras, además de las escenas del encuentro de Ariadna y Dionisos aparecen representaciones de ella como auriga y experta, destaca en el cortejo de él y participa en un simposio, escenas propias de la cerámica ática de las figuras rojas.

Ariadna y el palacio de Cnosos en Creta, por María Méndez Peña
Laberinto en jardín y césped en la Villa Pisani, en Stra, en la región del Véneto (Italia).

En el período clásico la figura de Ariadna continúa apareciendo como esposa de Dionisos en ambientes festivos donde ambos lucen abrazados. Además se representan escenas en las cuales Dionisos persigue a Ariadna bajo la mirada del travieso Eros. Otro motivo iconográfico de Ariadna y Dionisos va asociado al teatro como en la hidria de la locura de Licurgo, y se encuentran imágenes que indican el abandono que ella sufrió por parte de Teseo y su posterior encuentro con Dionisos como en la obra la hidria de Berlín.

Durante la Edad Media dejan de aparecer representaciones de Ariadna, puesto que en el arte y la arquitectura más bien se privilegia diseñar el laberinto, pero ella reapareció en el siglo XV cuando Donatello pinta a Ariadna y Dionisos como la “pareja ideal”. El tema se repitió continuamente a partir de entonces, mientras que en el Barroco se popularizó una variante que representa las bodas de Dionisos y Ariadna en presencia de Afrodita, y donde Ariadna recibe la corona que después, según el mito, se transformó en una constelación.

Se conservan un mapamundi datado del siglo XVI de Hieronimus Cook, y otro del siglo XVIII de Richard Hallington, donde la isla de Creta figura como un laberinto insular bastante semejante al de Chartres y con una inscripción famosa y difundida: Laborintus id est domus Dealli.

Ariadna y el palacio de Cnosos en Creta, por María Méndez Peña
Laberinto de la Catedral de Amiens, en el departamento de Somme (Francia).

También aparece representada la subida de ambos amantes al panteón del Olimpo, como en obras de G. B. Tiepolo. La escena del abandono de Ariadna por Teseo y su encuentro con Dionisos volvió a figurar a principios del siglo XVI en las obras de Tiziano; en el nuevo evento mítico se representa a Ariadna despierta, aunque predominaron las imágenes de ella dormida.​

​La mención de Homero en la cual se dice que Dédalo construyó para Ariadna una pista de danza erótica ha sido interpretada por los mitólogos como una alusión a la construcción del palacio laberíntico, y también se ha sugerido que alude a una ofrenda en honor a ella, no como princesa, sino como divinidad lunar protectora de Creta.

Desde la Edad Media, las tradiciones han utilizado el laberinto para representar elementos religiosos y cristianos.

Il lamento d’Arianna” (“El lamento de Ariadna”) es un célebre madrigal compuesto en 1608 por Claudio Monteverdi, incluido en su sexto libro de madrigales. “Il lamento d’Arianna” es, en realidad, el único fragmento que se conserva de aquella segunda ópera compuesta por el genio veneciano, después de la renombrada L’Orfeo, primera ópera propiamente dicha en la historia de la música.

Ariadne auf Naxos (Ariadna en Naxos), es el título de una cantata compuesta por Franz Joseph Haydn en 1789, así como el de una ópera preparada por Richard Strauss. “Lamento de Ariadna” es un poema de Friedrich Nietzsche y es parte de su obra Los ditirambos de Dionisos.

Así pues, el símbolo del laberinto, si bien procede de la tradición arcaica cretense, se ha mantenido por siglos con un enorme significado artístico y metafísico. Desde la literatura, el laberinto podría hoy interpretarse como un descenso interior hacia un lugar místico y un encuentro consigo mismo en un viaje desconocido. Es un símbolo inquietante que arrastra a la creación y la perplejidad.

Desde la Edad Media, las tradiciones han utilizado el laberinto para representar elementos religiosos y cristianos; es el caso de la Catedral de Chartres, la de Amiens, Reims y Auxerre. En cambio, para los orientales, el laberinto simboliza y facilita la meditación, pues al contemplarlo se puede llegar a un centro espiritual interior.

El laberinto desde la antigüedad cretense aparece en varios rituales iniciáticos, y en el mundo helénico en cuanto fuerza creadora estuvo representada por Dédalo, su ingenioso inventor. Mircea Eliade afirma: “El laberinto tiene la función de defender un centro, representa el acceso iniciático a la sacralidad, a la inmortalidad, a la realidad absoluta. El acceso al centro equivale a una consagración”.

Ciertamente, el doble cuerno del toro sagrado de Cnosos aún atrae y persiste en la iconografía que los artistas y fotógrafos exponen en la web en tiempos recientes. O, cambiando el acento, el asombro ante el laberinto del solemne Minotauro no ha cesado después de cuatro mil años, cuando en la Edad de Bronce salvaguardaba misterios arcaicos y no podía resultar más fantástico que cualquier otro emblema religioso, comercial, político y turístico en los actuales medios de difusión masiva.

En la literatura ha sido Jorge Luis Borges el escritor que tal vez más imaginó y escribió acerca del laberinto, sea como símbolo, historia o metáfora, en poemas, cuentos, aforismos y en sus juegos mentales, tan lúdicos como metafísicos. De él anotamos estas dos frases arcanas: “De ningún laberinto propio se sale con llave ajena”. “No hay necesidad de construir un laberinto cuando todo el universo es uno”.

A Borges le atrae el símbolo del laberinto porque es un lugar contradictorio que algo esconde, suscita interés, seduce y aprisiona. Este escritor sigue y se desplaza en los laberintos propios de los hombres. Lo percibe y se nutre de ideas de todos los tiempos, del tiempo cíclico, el panteísmo, la ley de causalidad, del mundo como sueño o idea, y de otras ideas que han dejado de ser verdades para convertirse, según él, en maravillosas intuiciones. El laberinto emerge como símbolo o metáfora en siete de sus cuentos más leídos y traducidos en el siglo XX: “El inmortal”, “La casa de Asterión”, “Los dos reyes y los dos laberintos”, “Las ruinas circulares”, “La lotería en Babilonia”, “La biblioteca de Babel” y “El jardín de senderos que se bifurcan”.

En este último cuento, Borges crea un laberinto y alude a otro, ya perdido. Un laberinto que se pierde es una idea doblemente compleja y atrayente, y en ese cuento aparece un enigmático pasaje que transcribimos, para finalizar estas páginas:

Bajo los árboles ingleses medité en ese laberinto perdido: lo imaginé inviolado y perfecto en la cumbre secreta de una montaña, lo imaginé borrado por arrozales o debajo del agua, lo imaginé infinito, no ya de quioscos ochavados y de sendas que vuelven, sino de ríos y provincias y reinos. Pensé en un laberinto de laberintos, en un sinuoso laberinto creciente que abarcara el pasado y el porvenir y que implicara de algún modo los astros.

Desde la Edad de Bronce el laberinto ha sido un símbolo guía conexo a situaciones límites que llevan a la experiencia ordinaria hacia espacios misteriosos no visitados ni transitados, donde no hay palabras, sólo los sentidos prevalecen y todo lo rigen. Algunos virtuosos y afortunados se aproximaron a ese silencio milenario, retornaron y nos dejaron sus obras mediante el arte y la literatura.

María Méndez Peña
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