
Era el tiempo del señorío milenario del bosque y del río impetuoso. El animal salvaje trazaba sin cesar su malla de pasos sigilosos por el húmedo suelo y el pez vivía libre de la zarpa humana.
Fabián Dobles, El sitio de las abras (1986).
En la historiografía de la literatura costarricense, la generación del 40 es una clasificación que aún opera en la oficialidad, a pesar de los avatares —tantas veces señalados— que supone la categoría de generación, y muy por encima de las vecindades y la heterogeneidad que revela el intento de reunir los textos de autores canonizados. Los escritores del 40 son reconocidos por contemplar dos orientaciones: una social o realista y una psicológica o subjetiva. La primera de ellas profundiza en tendencias ya identificadas en la narrativa de los años 30, como el cuestionamiento al modelo liberal, la fragmentación del imaginario de identidad nacional y la representación de sujetos subalternos no vallecentralistas; la diferencia con la literatura anterior radica en que la generación del 40 plantea opciones de transformación social en una línea revolucionaria (Rodríguez Cascante, 2007, pp. 227-228).
En estas novelas de la generación del 40, el espacio excede su cometido tradicional de lugar físico y se transforma en el elemento semiótico articulador de la diégesis.
De tal forma, el texto literario adquiere una doble dimensionalidad en la que se le concibe tanto instrumento de denuncia como producto estético. Esta última dimensión es merecedora de análisis, a pesar de la superposición de la causa política y de la esterilidad textual acordada por los escritores, debido a su concepción peyorativa sobre práctica literaria como actividad de “letrados” (Rodríguez Cascante, 2007, pp. 228). Sobre esto, reafirmamos que la propuesta estructural de algunos relatos escapa a la intención de la secundariedad literaria en aspectos como el espacio narrativo, pues la coherencia del universo ficcional es sostenida por un código espacial que adquiere un grado de relevancia tal que los demás componentes narratológicos establecen con él una relación satelital; así, el espacio se convierte en el centro articulador y en la clave para decodificar el mensaje narrativo (Álvarez Méndez, 2003, §5).
En el presente ensayo se analizan cuatro textos de la generación de escritores costarricenses del 40: Juan Varela (1939), de Adolfo Herrera; El sitio de las abras (1950), de Fabián Dobles; Mamita Yunai (1941), de Carlos Luis Fallas, y El infierno verde (1935), de José Marín Cañas. Nuestro planteamiento señala que el espacio, como elemento narratológico medular de las obras, deja de tener una simple función sintáctico-referencial, excede su cometido tradicional de lugar físico en el que se desarrolla la acción o de ámbito topográfico de la historia en la que se sitúan los personajes, y se transforma en el elemento semiótico articulador de la diégesis; de este modo, aunque la representación puede variar de texto a texto, es posible detallar que la actitud idílica/elegíaca se construye a partir del binomio espacio de ensoñación/traición; la problemática agraria a partir de la metáfora tierra-hombre, y la construcción del espacio ganado/perdido se realiza en consonancia con el estado de bienestar o decadencia de los personajes.
El primer punto a considerar es la representación de la actitud idílica o elegíaca de los textos, la cual no recae solamente en la visión de mundo de los personajes, sino que el espacio mismo es empleado para su representación. En Juan Varela y El sitio de las abras, el idilio se construye en un espacio de armonía y ensoñación; así, el territorio edénico y tópicamente feminizado, después de duros trabajos, abre sus brazos como una madre ante sus nuevos habitantes. La tierra presume su fertilidad y, como se muestra en El sitio de las abras, el hombre alcanza su plenitud a través de la tierra, la cual le proporciona lo necesario para vivir: “(…) se encontraban el padre y los hijos ampliando el abra, que era ampliarse a sí mismos, prolongándose y sembrándose como si fueran semillas, en la tierra” (Dobles, 1986, p. 11). La armonía es tal que el nacimiento de los hijos en Juan Varela ocurre a la vez que los procesos de siembra y cosecha; la vida de este personaje y la de su familia es una sola con la vida del campo: “Madrugones blondos. Atardecidos quietos. Campiñas floríferas. Troja abundante. Repastos. Terneros nuevos. Y Ana. Y los chiquillos” (Herrera, 2014, p. 27).
En cuanto a Mamita Yunai y El infierno verde, hay algunas diferencias en la forma en la que se construye la actitud idílica con respecto a los textos mencionados anteriormente, ya que cambian tanto la visión de los personajes como la participación del espacio. En el primer texto, el idilio es representado por los ideales de quienes llegan a las bananeras del Atlántico con la convicción de hacer dinero y forjarse un mejor futuro. En el segundo, esta actitud se sostiene sobre la ilusión del héroe que va a la guerra a luchar y a morir en el campo de batalla, para cumplir con los ideales patrióticos de su país. Sin embargo, en ambos casos se produce también una ensoñación del espacio; en uno, como fuente de oportunidades, y en otro, como medio para alcanzar la virtud.
Sobre la forma en la que se representa la actitud elegíaca, todos los textos emplean en sus recursos la construcción del espacio como fuente de traición. Sumado a la feminización del espacio ya mencionada, la tierra se personifica como mujer ominosa o mala madre plagada de desgracias; de modo que, en Juan Varela, la actitud elegíaca es producida por la tierra arrebatada y traidora que ahora produce para otros, y en El sitio de las abras por la nostalgia enfermiza del terreno que fue volteado con las propias manos, pero del que sólo queda el recuerdo. Tanto en el texto de Fallas como en el de Marín, por su parte, lo elegíaco se relaciona con el sufrimiento que provoca en los personajes el sentirse atrapados en un espacio del que no pueden huir, con condiciones que son incapaces de cambiar y que, por tanto, deben resignarse a soportar; así, los linieros tienen que hacer frente a la monstruosidad de la tierra y a la explotación de la UFCo en Mamita Yunai, y los hombres deben ir a la guerra en nombre de la patria, madre sanguinaria, adscrita a la tierra, que conduce a sus hijos a morir en El infierno verde.
El segundo punto a comparar es la representación del problema del agro. Este aspecto se tematiza a partir de la metáfora tierra-hombre, mediante la cual se afirma que la tierra es inherente a la condición humana y que, por tanto, el hombre sin tierra está incompleto: “Cuiden mucho las fincas. Uno de ustedes, cuando se queda sin tierra es un tronco desenraizado” (Dobles, 1986, p. 131), dice un personaje de El sitio de las abras. En este texto y en Juan Varela, la tierra es quien proporciona al hombre los medios necesarios para vivir, es allí donde puede, a costa de su propio trabajo, hacer surgir su subsistencia. Este principio se ve truncado, en el primer texto, cuando los habitantes de las abras no tienen más opción que vender su propiedad a los Castro, y en el segundo, cuando los embates del sistema económico obligan a Juan a entregar al banco la tierra que labró con sus propias manos.
En Mamita Yunai, el problema del agro lo representa el acaparamiento y la explotación de la tierra por parte de la United Fruit Company, empresa transnacional dueña de extensas plantaciones bananeras en el Caribe, que explota a los hombres sometiéndolos a condiciones de trabajo inhumanas. A diferencia de los personajes de los textos anteriores, los linieros son grandes desposeídos desde el inicio de la narración. Tanto en este texto como en El sitio de las abras, se tematiza la lucha social; en uno, el objetivo es alivianar las injusticias de las que son víctimas los peones bananeros por parte de la Yunai; en el otro, Martín Vega está dispuesto a luchar por la recuperación y defensa del espacio. Nuevamente, aparece la metáfora tierra-hombre, en donde defender o luchar por la tierra es defender o luchar por la propia dignidad.
La lucha constante entre los trabajadores bananeros y el espacio suponen una conquista, pero no para ellos mismos, sino para la empresa.
Lo dicho hasta aquí muestra que los grandes latifundistas y la empresa extranjera son los elementos que amenazan la tierra del campesino o que acaparan y explotan la tierra. Con algunas diferencias se trata este problema en El infierno verde. Por un lado, El Chaco es un territorio que no está destinado a la producción, sino que más bien cumple la función simbólica de fortalecer el sentido de nación. Además, el elemento amenazante del espacio es neutralizado, ya que el personaje principal reconoce que ambas partes de la guerra luchan por el mismo territorio, alimentados por la misma causa absurda; el enemigo, por tanto, no es distinto, sino que es insoportablemente igual. En todo caso, ante la necesidad de que se cumpla el principio tierra-hombre, los cuatros textos plantean que el problema de la tierra es el problema de su repartición, de su acaparamiento, ya que, como se menciona en El sitio de las abras, “tierra es lo que sobra” (Dobles, 1986, p. 13).
El último punto por tratar es la representación del espacio ganado/perdido, la cual está directamente relacionado con el estado de bienestar o decadencia de los personajes. En la construcción del espacio ganado de todos los textos, se encuentra la conquista, la lucha del hombre contra la naturaleza abriéndose paso por entre la maleza virgen, volteando o dinamitando montaña. Tanto en Juan Varela como en El sitio de las abras, los personajes logran dominar la tierra, “amansarla” hasta tomar de ella lo que necesitan; logran, además, adaptarse a las características del nuevo espacio. En estos dos textos, la construcción del espacio se emplea como recurso para representar el estado de bienestar de los personajes: “¡Qué dulzura pensar que era su tierra! La harían fértil, mansa, abundante, buena” (Herrera, 2014, p. 21).
La zona Atlántica, por su parte, sucumbe ante la fuerza de la compañía bananera que la explota sin descanso. La lucha constante entre los trabajadores bananeros y el espacio suponen una conquista, pero no para ellos mismos, sino para la empresa; por lo tanto, a diferencia de los textos anteriores, la construcción del espacio ganado representa la decadencia de los linieros que mueren mientras voltean o dinamitan la montaña para la UFCo.
En cuanto a El infierno verde, tanto el espacio ganado como el espacio perdido —este último es el espacio del Chaco ocupado por el enemigo—, se representa de manera monstruosa y se construye junto con la decadencia de los personajes:
Hay que caminar. El Chaco no tiene caminos. Todo es igual. No importa ya lo que rodea. Hay que despegarse de la selva, huir de su locura, verticalizarse contra los tumbos de la jungla. Hay que cerrar los ojos que se quedan prendidos en las espinas de los cactos. Hay que huir, huir siempre, huir hacia adelante (Marín, 1971, p. 64).
Hay que mencionar que en este texto la representación del espacio ganado se aleja de la forma que se muestra en los otros. La conquista se construye de manera simbólica ante la ocupación de El Chaco por parte de ambos ejércitos, pero no se produce un “amansamiento” del espacio; por el contrario, la naturaleza no se doblega, sino que penetra con su sol incansable en los soldados, los mata de sed para luego ofrecerles el agua turbia de sus ríos moribundos; lejos de someterse, El Chaco es quien lleva la delantera en la guerra.
Es constante el uso del espacio de ensoñación o traición en las formas de representar el idilio/elegía.
En cuanto a la construcción del espacio perdido en Juan Varela y El sitio de las abras, ambos coinciden en la forma de tematizar el despojo. En el primero, la tierra que nació con el esfuerzo de las propias manos es arrebatada por el sistema de mercado, y en el segundo, por las artimañas de un terrateniente. El despojo detona la decadencia de los personajes, los cuales, a su vez, experimentan un cambio de percepción con respecto al espacio; así, para Juan —desde un punto de vista feminizante y altamente violento— la tierra perdida se convierte en una traidora: “Era blanda, y tibia y pierniabierta y paridora: para el patrón. Era para darle de patadas. ¡La tierra! La tierra grande y ajena” (Herrera, 2014, p. 51). En El sitio de las abras, por su parte, el espacio perdido es fuente de nostalgia, recuerdo enfermizo, de quienes añoran el pasado idílico de las abras.
En Mamita Yunai, quienes mejor representan la pérdida del espacio son los indígenas de Talamanca, dueños ancestrales de una tierra que alguna vez fue símbolo de su fuerza:
Y ya los pobres indios no pudieron contener el avance de la “nueva civilización”. Llorando de impotencia, vieron abatirse las montañas seculares, en donde por tantos siglos la Raza Heroica había cantado su canción de Libertad. Y ardieron sus palenques, se destruyeron sus sembrados y se revolcó la tierra en que dormían los huesos bravos de sus guerreros (Fallas, 2017, p. 75).
En conclusión, cada una de las comparaciones establecidas entre los cuatro textos confirma que el espacio narrativo semiotizado excede su valor meramente sintáctico-referencial y se convierte en el elemento sémico articulador del relato. Es constante el uso del espacio de ensoñación o traición en las formas de representar el idilio/elegía; se emplea la metáfora tierra-hombre para representar el problema del agro, y la construcción del espacio perdido y el espacio ganado, similar en Herrera y Dobles, con ciertos cambios en Mamita Yunai y El infierno verde, repercute directamente en los estados de bienestar o decadencia de los personajes. En estas cuatro obras de la generación de escritores costarricenses del 40, el espacio es un signo, seno del discurso novelesco, dotado de valores semánticos que constituyen medularmente la recreación y la interpretación del mundo ficcional.
Bibliografía
- Álvarez Méndez, Natalia (2003). “Hacia una teoría del signo espacial en la ficción narrativa contemporánea”. En Signa: revista de la Asociación Española de Semiótica (12), 549-571.
- Dobles, Fabián (1986). El sitio de las abras. San José, Costa Rica: Editorial Costa Rica.
- Fallas, Carlos Luis (2017). Mamita Yunai. San José, Costa Rica: Editorial Costa Rica.
- Herrera García, Adolfo (2014). Juan Varela. San José, Costa Rica: Editorial Costa Rica.
- Marín Cañas, José (1971). El infierno verde. Salamanca, España: Ediciones Anaya.
- Rodríguez Cascante, Francisco (2007). “Escribir con compromiso: la Generación del 40”. En Káñina, 31 (2), 227-236.
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