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La intempestividad
(prólogo a la antología de Olga Rivero Jordán en la Biblioteca Básica Canaria, Nº 58)

lunes 30 de agosto de 2021
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Olga Rivero Jordán
Existe entre todos los críticos de Olga Rivero Jordán (1928-2021) una lógica divergencia en la interpretación de su obra dada su intempestividad. Fotografía: Nación Canaria

Dada la importancia que tienen el reajuste y la reinterpretación de una obra tan intempestiva como la que nos ocupa, es preciso comenzar por el primer texto que dio a conocer a Olga Rivero Jordán como autora, un escrito donde afianzaba sus primeros pasos en su afán literario, algunos datos biográficos y ese transcurso histórico-cultural por el que la poesía canaria se trasladaba de lo social a lo intimista, si ello pudiera expresarse de este modo.

Se ha publicado que la poeta, con su familia, se traslada a su isla natal, Tenerife, a la vuelta de su matrimonio en la isla de La Palma, pero quizás no se ha precisado con claridad la situación emergente de fuerzas políticas, entonces clandestinas, que operaban en esa coyuntura. Una furia declarada era el territorio, y unos jóvenes comprometidos, incluidos parientes e hijos, con el giro político social de aquellos primeros años 70, fueron los protagonistas. Es entonces cuando de la mano del postista Casanova de Ayala, Pedro García Cabrera o Fernando García Ramos, interviene en diversos recitales contestatarios por la isla. El régimen está dando bandazos, la música protesta está en alza, y las páginas literarias se hacen eco del valor incuestionable de los artistas para el cambio. Los canales editoriales se abren, las lecturas y revistas de todo tipo nacen, floreciendo en este nuevo escenario predemocrático una pléyade de creadores, sucediéndose así las publicaciones, las tertulias, los homenajes, los escenarios, los discos, las emisiones, y la cultura baila con las primeras danzas libertarias.

Con mayor o menor fortuna, Olga Rivero Jordán ve publicados en prensa sus primeros poemas, consiguiendo interesar a un público de gran avidez. Por ejemplo, la Revista Semanal de las Artes del periódico La Tarde; allí toma cuerpo precisamente el primer poema de esta antología. Su verso presenta ya un estilo propio que toma un matiz existencial y que se acentúa en su primer libro Los zapatos del mundo, publicación un tanto milagrosa cuya financiación procedía de un remanente de dinero conseguido por un grupo de estudiantes universitarios y de una pionera asociación feminista. Hay aquí una mirada consciente de la degradación tanto del medio como de las relaciones sociales, “yo que yacía bocarriba mirando al último pájaro de la tierra”, o cuando escribe: “pura es la corriente que lleva tantos peces muertos”.

Su única diferencia con sus colegas escritores pudiera parecer la edad, pero supo arreglárselas con el desarrollo de su potencial lírico sin ceder al desánimo y las dificultades.

Hay hasta un cierto sarcasmo al retratar la cotidianidad en “Consultation”, título de una partitura de jazz de José Manuel Cabrera, posiblemente compuesta durante sus años de pianista en Chicago y que le llegó a través de sus amistades con la familia Peraza de Ayala. Son estos tiempos en los que la poeta inicia su andadura en La Piel del Bosque, desde mediados de los setenta hasta mitad de los ochenta, y los que dieron entrada a su lirismo ante el mundo, que representa como un bosque, donde “encender el fuego que espabila”, o “tumbarse al frescor de tu pecho renovado”, es lo más conveniente para “navegar en las falsas colinas del sufrimiento”.

Su única diferencia con sus colegas escritores pudiera parecer la edad, pero supo arreglárselas con el desarrollo de su potencial lírico sin ceder al desánimo y las dificultades. Así como que su poesía se introdujera en prácticamente todas las revistas del momento, y sus libros, aunque con cuentagotas, vieran la luz a pesar de los saltos temporales que sufrirían; su dedicación era tal que parecía vivir sólo para crear en sus folios la novela del mundo, y su utópica realización. El cuerpo levitaba, pero los pies caían al suelo una y otra vez, así la vida arrebatada en los tiempos de opresión fue puesta en valor y salvada del olvido.

Buscando ese necesario equilibrio en su emprendido oficio, observa a sus lectores como espectadores en un circo, y pone su cabeza tanto en Groenlandia como en África y sus tambores, así como su corazón en el amor, del que se pregunta si no es una inmensa “vitrina de goces inequívocos”. En el poema “Recova” aparece la figura del padre, a quien el personaje se refiere como “goloso de colchas”, y una dedicatoria tanto a transeúntes como a clérigos, en la que incluye a las plantas y las flores y todo el universo.

“Antología” de Olga Rivero Jordán
Antología de Olga Rivero Jordán (Biblioteca Básica Canaria, Nº 58; Santa Cruz de Tenerife, 2021).

Es curioso que al rebasar sus noventa años siga recordando del parnasiano Manuel Verdugo algunos versos, lo que indica a las claras que sus primeras lecturas tuvieron que aspirar los aires de la tradición modernista, aunque no tanto como los innovadores de la vanguardia. De ahí que se realce en las primeras biografías sobre ella sus visitas de adolescente al Instituto de Canarias, institución de importancia excepcional en aquellos tiempos, donde ejerciera su docencia el inolvidable maestro Agustín Espinosa. Y hasta es bastante probable que nuestra poeta tuviese que abandonar estudios reglados para trabajar de telefonista en la Centralita en la histórica calle de La Carrera, dado que Olga Rivero Jordán contaba apenas con ocho años cuando su padre, teniente de alcalde del Ayuntamiento de la ciudad y de una posición holgada, pasó a ser preso gubernativo por efecto del golpe de Estado del 36.

Comenzaba así aquella batalla por la recuperación de su histórica memoria. Se embarca en la búsqueda de todo posible documento que recuerde el entorno patrimonial de su familia, hallando uno tras otro los documentos de los bienes sustraídos, lo que consigue y amplía con un estudio genealógico que la emparenta con las más antiguas y nobles casas del país, como Peraza de Ayala o más lejos con el deán doceañista Isidoro Rivero, hasta llegar a José de Anchieta o la familia Ponte-Grimaldi en Tenerife. Constituye esta investigación una verdadera invariante pedagógica que reforzará su autoestima personal y creativa y que es un caso claro de superación. Recupera entonces de su infancia imágenes imperecederas como los viajes en antiguas embarcaciones de sus parientes, mujeres sureñas ataviadas con sus pamelas y arribando a la marquesina santacrucera, el trayecto al colegio en el Nash de llantas blancas de su padre, o el sonido del gramófono y las canciones que escuchaba su madre en su domicilio de la calle Bencomo, por cuyas ventanas se alongaban los gigantes y cabezudos de un ya distante pasado. El coro de colegialas cantando “Por la acera los domingos, por las calles van, los alegres pajarillos que saben bailar, levantado sus tiernas patitas, un, dos, tres, sin perder el compás”, tonadilla que recuperó a raíz del nacimiento de su única nieta.

La también poeta Quela Sagaseta, hija del célebre diputado a Cortes, bautizado por el conservadurismo como “disco rayado” por sus reivindicaciones, se convierte en su compañera de fatigas —no la única— en los ya mencionados mítines poéticos o en las reseñadas publicaciones de la prensa en la transición. Arrima el hombro a la eclosión y expansión de la primigenia Organización Democrática de Mujeres.

La publicación de algunas de sus obras coincide así con la recuperación de los autores llamados fetasianos, generación precedente a la de la poeta.

Existe entre todos sus críticos una lógica divergencia en la interpretación de su obra dada su intempestividad, de tal modo que, mientras unos remarcan cierta filiación hacia el automatismo psíquico o al freudismo onírico, otros la adscriben al universo dadaísta, “buceo en lo irracional e instintivo, malditismo como transgresión a la norma”: Marian Montesdeoca; “fluctuación entre un acento modernista y un tono misterioso y hermético que deriva hacia un imaginario de tintes surrealistas”, “la literatura como invención y vía de exorcizar el dolor, un enfoque hacia lo edificante y diseminante que debe comportar el hecho literario”: Freddy Crescente, o como cita Juan José Delgado, “la poeta no esquiva el poder de la videncia, es más la busca mediante los sentidos y el asalto que emprende contra la realidad habitual o lógica (…), es el momento de avivar la intuición, la fantasía, el ensueño; en definitiva, es el momento de que una corriente de irracionalidad transporte el pensamiento poético”.

En Las llamas rápidas de la sangre, la poeta se lanza decididamente al fuego, por el azul, sea en los mares que lo borraron, sea en cielos que alto arden. Tampoco cede ante el enamoramiento y con voces sensuales repite “titubeando me arrojo al desconcierto”.

La publicación de algunas de sus obras coincide así con la recuperación de los autores llamados fetasianos, generación precedente a la de la poeta y cuya necesaria reivindicación afianza aún más ese acercamiento a una poesía con tintes surrealistas, “un surrealismo que lo da la isla”, en palabras del poeta del grupo, Rafael Arozarena. Tal es el caso de Poemas para una exposición de cuadros, interacción de poética y plástica, como en Solo de siluetas: “te perdí en la claridad… pero en los sueños sí resbalan las siluetas y el sol”. Aquí encontraremos poemas bellísimos como:

Después de que sea tarde
y cuando de aquí me desprenda

o

los pies en la fragua del sol
esperan bajo la sombra
olas
que todavía viven.

Un tema universal recurrente como el dejar este mundo. Isaac de Vega, en su prólogo al libro Girándula, dice de los músicos de jazz de aquellos principios de los 90 que “ondulan, se dejan atravesar por las ondas, se retuercen frenéticos”, mientras Olga recompone sus versos en mitad del local, como sublimes bagatelas extraídas de un bolso y que un daimon recombina azarosamente con lo que “alguien de fuera también las arrojó a las alturas en tu mismo tiempo”.

La noche se volatiliza, la bohemia viste botas blancas hasta el cuello, el yo romántico muestra su prevalencia al modo cosmopolita; pero lo matérico también cuenta: texto dominado por los “elementos”, descripción detallada de mecanismos fenoménicos, rarefacción, fusión, procesos energéticos. Prosa con tintes de filosofía natural que versa sobre la actualización. La mujer-lobo acude nocturna a las citas. El alma por fin contempla las ideas. “Los muertos se alimentan de sangre fresca en fraguas de vapor”. Las almas salen de “los hangares del silencio”, se escabullen por las rendijas de sus losas hasta el Río del Infierno. Los perros se echan, cansados de transportar almas al otro mundo.

Recientemente, y en la antología 20 escritoras canarias del siglo XX, la filóloga Bárbara Rodríguez, investigadora en universidades de Argentina, Uruguay o Chile, afirma en torno a las coordenadas literarias y contenidos recurrentes de su obra, que entronca a través de una producción de carácter íntimo e introspectivo con la tradición de las vanguardias insulares, por su verso libre, cierto experimentalismo tipográfico y el cultivo del poema en prosa. En los ecos surrealistas de sus composiciones que contrastan con las tinieblas morales y psicológicas, vivencia tortuosa del erotismo, la sexualidad, el desamor, la soledad, los sueños y la memoria.

Y para su más reciente prologuista, Daniel María, respecto a Solar de manuscritos (2019), el cuerpo, la ciudad y la noche son los territorios de su obra, y al establecer un certero paralelismo con Walt Whitman, viene a dejar caer que la obra de Rivero “abre una nueva puerta a la literatura insular venidera”. De otra parte, para Antonio Jiménez Paz, asimismo prologuista de otra de sus obras, la escritura de Rivero Jordán es psicoanalítica, onírica y erótica, características que sostienen una escritura propia, un tanto híbrida, que se balancea entre la poesía y la prosa. En todas estas disquisiciones parece primar lo psíquico, entendemos que se piensa quizá como W. Reich: “Cuando deseamos llegar a la verdad de los hechos sociales, estudiamos a Ibsen o a Nietzsche (ambos ‘enloquecieron’), y no los escritos de algún diplomático bien adaptado (…)”.

Un colorido sensualista nos invade, la inevitable cuna y el taller de plumas inabarcable en que se torna su hábitat poético íntimo y también su propia casa física, donde pareciendo abstraída tendría siempre la conciencia creativa alerta, presta al desgarro, a la propia sorpresa y que por lianas invisibles podía transportarse a la larga y elaborada trinchera de otros paisajes mentales.

De un primer plano a una lejanía irrenunciable se iban adhiriendo los lenguajes. Dar narratividad a los cuadros escénicos de la posmodernidad a veces concluyendo en desenlaces llenos de trascendencia, idealismo transgresor ansioso por entrar en su inmanencia, traer esos objetos de la infancia para recobrarlos sobre los mosaicos de aquella sala de fiestas, bajo el estruendo del local y su música, que brotaba según De Vega de detrás del cuello de un músico guía.

Este libro antológico podría ser un diario en manos tuyas, para tomar a sorbos, la noticia del deseo de cada uno.

Nihilismo no tanto empeñado en sugerir valores futuros como en el abandono de otros, y que en su negatividad hacen ver cierta posmodernidad como un borrón y cuenta nueva, si se entiende que el único sentido posible es la generación de ensoñaciones. Esa sería la única libertad a nuestro alcance; la tragedia es esa: la historia de un error, haber concitado el cierre, como dice Vattimo, del devenir ingenuo, del fluir de Heráclito.

Hay un rebaño que no pocas veces la poeta significará con amargas voces, cargadas de un tono poético; trascurren estas alocuciones y actos en bosques, lejanos territorios u océanos a donde sólo llega una portentosa imaginación. De todo ello nuestra autora dará cumplida cuenta en la verosimilitud infranqueable de la fantasía, y no sabremos si son reales verdades o fantásticas mentiras, de una rica creatividad, de una gran potencia lírica; no es preciso el habitual intelectualismo sino clarividencia, posesión de la imagen artística en el interregno creacional. Este libro antológico podría ser un diario en manos tuyas, para tomar a sorbos, la noticia del deseo de cada uno, la pretensión que nos ha guiado en dar continuidad a la conversación de todos sus magistrales intérpretes, que con sus prólogos, artículos o entrevistas, han elevado significativamente la categoría de la misma. No es un prestigio regalado sino la prueba de todos sus vaticinios, la poesía estrena una lengua que entrecruza toda la tradición hasta que caigan esos muros contra los que choca.

Para Foucault, en su genealogía, la batalla contra el poder debe alcanzar el acoplamiento entre los conocimientos eruditos y las memorias locales, y para Espinoza “cuando el alma se considera a sí misma y considera su potencia para obrar, se alegra y cuanto más con mayor distinción se imagina a sí misma e imagina su potencia de obrar”

Como hemos dicho, esta reacción contra la inocencia heraclitiana del devenir erige una estructura metafísico-moral que ha sido nociva para el desarrollo creativo e integral de la vida.

Hay muchos detalles que no pueden aislarse de su gusto y poderío poético, que se arroga como un Ramos Sucre, quien habló de sus capacidades en esos términos; su nombre ruso: Olga; su apellido judío: Jordán; su forma de dar un nuevo sentido a palabras corrientes hasta alzarlas a la cima de la belleza buscada; su narratividad mordida siempre por la irreverencia, tentando oraciones a un único paganismo supremo, abriendo auroras y siempre cercana a la cita con su literatura.

La tarde era estrecha para tantas ilusiones a encontrar, llamando a cada uno a la horma de sus propios zapatos. Y habría que traducir sus retos literarios en confirmaciones, y forcejeos con el lenguaje hacia esta libertad, porque se había preparado para ello rodeada de artistas y músicos para improvisar del adentro afuera el caudal sincopado de su lirismo solista. Muchas veces alza el cuello recitando como hacía en la infancia a unos pájaros. Aquellos recitales pioneros en sintonía con los grandes vates del momento no fueron suficientes para auparla a un cierto reconocimiento. Necesitó reescribirse y marchar más cerca de los nuevos artistas, de los ecos mundanos, de la música emergente y de una ciudad que su juventud ansiaba recobrar. Crear la nueva literatura que está por hacer en su estilo, que no es sólo un soplo por la razón lógica del desarrollo, que es otra cosa, quizá una alquimia inmanente creadora de sueños que estaban allí latentes, donde el edificarnos puede consistir en la actividad poética de elaborar esas nuevas metas: nuevas formas de hablar más interesantes y provechosas, no se pretende buscar la esencia; nuestra autora es reactiva, no constructiva; sería como hablar de los filósofos edificantes que según Richard Rorty quieren dejar un espacio abierto a la “sensación de admiración que a veces causan los poetas, admiración de que hay algo nuevo bajo el sol (…), algo que (al menos por el momento) no se puede explicar y difícilmente se puede describir”.

Se trata en todo caso, según Cioran, de que el virus de la prosa no quede desarticulado y arruinado por el estilo poético: una prosa poética es una prosa enferma, dice. Además pasa de moda en seguida, “por tanto sus metáforas no deben pecar de lirismo ni de exceso de imágenes. Defenderse contra la tentación de la sinceridad: todas las muestras de mal gusto provienen del corazón”. Para este pensador, el escritor moderno frente al clásico tiene que hacerse con un estilo convulso, epiléptico, porque su tiempo está roto, ya no es lineal. Vivimos en una historia que nos impide tener un presente, de ahí que sea nuestro sarcasmo la raíz de nuestra vitalidad, la que puede explicar por qué avanzamos disociados de nuestros propios pasos. Y afirma: que la poesía deba ser accesible o hermética, eficaz o gratuita, ese es un problema secundario. Ejercicio o revelación, qué más da. Sólo le pedimos, por nuestra parte, que nos libere de la presión, de los tormentos del discurso. Si lo logra, constituye, por un momento, nuestra salvación.

 

En La ciudad soñada hace valer la música, como antes ha hecho en su prosa con sus disquisiciones filosóficas o sus ensueños dramáticos.

Una identidad femenina desde la narrativa del yo

Cuando se produjo esta primera ruptura estilística y prácticamente su obra transcurre casi toda en prosa, es cuando comentando Girándula me llegarían estos encendimientos para aprehender su obra y tener conciencia de que en ella las siluetas de antes se convertirían ahora en figuras de cada uno de nosotros, sus conocidos o allegados. Volverán los pies como imagen recurrente. Y en este caso el personaje manifiesta “sacarme de cuajo las oblongas uñas expuestas al fuego eterno” después de volar por todo París como las brujas isleñas.

En La imaginista de sueños, la narratividad de la que hablamos se hace valer: “viene a enseñarme el principio de una novela…”; el personaje sueña y las imágenes nos aproximan a lienzos de Domínguez o Dalí: “seguiré hirviendo la risa que ahora es sólo una mueca de sombra”, o “sazonar el corinto de estatuas escarchadas”. En “Epitafio” ya confirma la teatralidad: “un espíritu creado para cada actuación”, “estoy ahorcada bajo los efectos de un sedante con motivos futuristas”, “y ahora sólo navego con los remos de mis manos por las planicies desconocidas”.

En La ciudad soñada hace valer la música, como antes ha hecho en su prosa con sus disquisiciones filosóficas o sus ensueños dramáticos: “música, dame la mano, sé que nos vamos a entender de alguna forma” en “Baile del gato”; “amansé al gentío: era una corte herrumbrosa con fajas embutidas. Y los ojos se estrellaban de codicia en medio del brillo de lentejuelas” en “Catedral de los loros”, o en “Medité mi crimen”, donde la protagonista posee cuatro corazones y está a un tris de caer al piso fulminada y perros y gatos lamer su sangre de suicida.

Cuando afronta la escritura de Memoria azul, la agonista ya presiente que “las sensaciones no son eternas”, y lanza mensajes cifrados que hacen suponer que teme al olvido: “fue la memoria incapaz de pasar por el hilo azul de los espejos”; al veloz transcurso del tiempo: “lejos del tiempo / hubiese escrito / sin más detalles”. Y con cierta amargura: “la cal escupe el silencio / donde nadie da nada”, son versos que lo confirman en su inminente convalecencia, en “Yo fluctuaré”: “Y seguiré enroscada / al mástil / de las garzas / cien ojos / a la espera de la muerte”, o en “Nadie viene”: “Quién vestirá / mi cuerpo de las sombras / de las sombras”.

Así, la poeta confiesa: “te poseeré en mi pequeño / pensamiento / descalza / en los bolsillos sórdidos / de tu buhardilla / Palpé tibieza del estío / en las sementeras de tus labios”. Tristeza que se plasma en otros de sus poemas como “Se fue el tiempo” o “Dónde están tus ojos”, y que se aproximan a un territorio de nadie en “Perlas se fugaron”.

De sus tres volúmenes editados simultáneamente, Hiladora de luz, El sentir de la hoguera y Mares, cuyos títulos nos remiten tanto a la luz como al fuego o al mar, grosso modo tenemos que en el primero, Eros, el sentimiento, se impone al instinto de muerte, concluye Juan José Delgado. En el segundo, Antonio Jiménez Paz propone para su oficio la transmodernidad, apuntar a lo que está pendiente de emancipación, como es el protagonismo femenino. Y en el último, el cuerpo, las sensaciones, el erotismo, los espacios y personajes son los aditamentos de esta búsqueda de libertad, y que son los herrajes de la vida, título de su propia cosecha que me ha llamado poderosamente la atención. En el argot de los músicos, la bolsa de los herrajes, el cajón de sastre de toda la parafernalia de ejecutantes. Cargamos con esos herrajes que son el ineludible armazón del futuro, casi los hierros básicos de toda armadura. Y el personaje huye casi como una Marnie “la ladrona”, hurtando alhajas y perlas enconchadas de los volúmenes de su gran biblioteca, muebles que fueron las ancianas vitrinas de una famosa farmacia lagunera. Los sueños como la vida están hechos de recuerdos retorcidos y cemento que reconstruye lo que en verdad ya no se recuerda. De ahí que imaginemos los sueños, porque éstos y su significado, si tienen una verdad, es precisamente el escurrirse.

 

Bibliografía

  • Los zapatos del mundo (1982). Santa Cruz de Tenerife. Cuadernos de Arte y Cultura Popular.
  • Girándula (1993). Santa Cruz de Tenerife. Editorial Benchomo.
  • Las llamas rápidas de la sangre (1995). Santa Cruz de Tenerife. Centro de la Cultura Popular Canaria.
  • La imaginista de sueños (2003). Santa Cruz de Tenerife. Ediciones Idea.
  • La ciudad soñada (2003). Santa Cruz Tenerife. Editorial Benchomo.
  • Poesía inédita 1977-2004. Santa Cruz de Tenerife. Artemisa Ediciones. Este volumen contiene los poemarios La piel del bosque, Solo de siluetas, Poemas a los cuadros de una exposición de Grecy Pérez Amores, Lenguas de lluvia y Esgrima de espejos).
  • El sentir de la hoguera (2006). Santa Cruz de Tenerife. Editorial Benchomo.
  • Hiladora de luz (2006). Santa Cruz de Tenerife. Editorial Benchomo.
  • Mares (2006). Santa Cruz de Tenerife. Editorial Benchomo.
  • Memoria azul (2009). Santa Cruz de Tenerife. El Vigía Editora.
  • Solar de manuscritos (2019) Madrid. Ediciones Torremozas.
Roberto Cabrera
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