
Ante todo, conviene referirnos brevemente a Franz Kafka. Nacido en 1883, procedía de una familia judía germanohablante establecida en Praga, República Checa. Estudió leyes en la universidad alemana y a partir de 1908 trabajó como empleado en las oficinas de una compañía de seguros. En 1917 escupió sangre y desde entonces su vida se vio marcada por periódicas estancias en sanatorios centroeuropeos. Murió de tuberculosis el 3 de junio de 1924 en un sanatorio próximo a Viena. Pidió a su amigo Max Brod que quemara todos sus escritos, incluso los textos ya publicados, pero Brod no cumplió sus deseos. Dentro de su vasta producción literaria se encuentran, entre otros, La condena (1912), La metamorfosis (1915), El proceso (1914), El castillo (1922) y En la colonia penitenciaria (1914). Sobre esta última versará este ensayo.
“En la colonia penitenciaria” es un relato escrito en 1914, leído públicamente en una galería de arte en Múnich y publicado recién en 1919. Tuvo muy mala recepción: se llamó a Kafka “libertino del horror” y se lo acusó de causar asco y miedo. Al comienzo Kafka pensó publicar “La condena”, “La metamorfosis” y “En la colonia penitenciaria” en un solo tomo con el título de Castigos. El nexo entre estos tres relatos estaría dado por la relación entre subordinado y superior. Nos propone un escenario exótico (trópico, calor, hablan francés, nombran una casa de té) con cuatro personajes: oficial, viajero, soldado, condenado. Son mencionados ampliamente el antiguo y el nuevo comandante. Se trata, en definitiva, de un relato narrado desde la perspectiva del extranjero, desde un afuera que tiene una autoridad relativa. Es una autoridad para el oficial, pero ocupa un difícil lugar de enunciación según él mismo: es extranjero, no pertenece. La historia se desenvuelve a partir de la invitación a un extranjero a presenciar la ejecución de un condenado por medio de una máquina torturadora que actúa como un elemento de continuidad al interior del relato entre el orden tradicional y la instauración de uno nuevo. A partir de este hecho, el cuento irá tematizando materias como: a) la culpa, b) la ley y c) la pena.
Como rasgos característicos de la escritura de este cuento, podemos señalar que uno de sus grandes temas es la interrupción, la interferencia que impide llegar a destino. Su escritura se define por el desvío, la postergación. A juicio de Ricardo Piglia, “su estilo es un arte de la interrupción, el arte de narrar la interferencia” (45). En su escritura, el sentido queda abierto, no se cierra; queda en suspensión. Nunca antes detalles tan precisamente observados y tan sobriamente descritos fueron situados en conexiones tan irreales y alucinantes. Así, acontecimientos triviales son puestos en el marco de una visión marcada por la dificultad de entendimiento. Une una prosa naturalista-objetiva (a menudo descrita como intencionadamente sobria) con la transparencia aparente de las ideas. La imagen de la burocracia en Kafka es la representación directa de un mundo abandonado por Dios. El sentimiento de la alienación queda de manifiesto en Kafka en la representación de la existencia como una imagen caótica, incompleta e incompletable. Los funcionarios son la imagen de la corrupción, la degeneración y la suciedad. El funcionario subalterno se parapeta detrás de su irresponsabilidad y su ignorancia, y el funcionario superior, detrás de su inaccesibilidad. La psicología pierde el papel especial que había desempeñado en la literatura del siglo XIX: ya no hay un centro psicológico de la narración. La despsicologización del género es el comienzo de un proceso que va a llevar a la destrucción de la psique como entidad individual, conclusa en sí e idéntica a sí misma. Al mismo tiempo, la realidad objetiva es totalmente subjetivada y convertida en proyección del yo. No debe caracterizarse la obra de Kafka como una mera representación de sueños extraños y enigmáticos. Kafka no relata recuerdos de sueños; lo que relata es la existencia real, vivida despierto y de manera inmediata, por muy impenetrable, inexplicable y absurda que esta existencia sea. Kafka no dice nada semejante a que la vida es sueño; para él, en realidad, la vida no es un sueño, por más que sea tan fantástica como uno. En Kafka, la impresión de la transposición de la realidad ordinaria y empírica a un plano específico procede de la falta de toda interpretación, de toda explicación, de que los hechos son presentados de forma nuda, sin comentarios ni glosas. Kafka no añade nada a su exposición, ni explicaciones ni conclusiones; al final, y después de todos los episodios, digresiones y especulaciones, sus relatos y esbozos son tan impenetrables e incomprensibles como lo eran al principio.
Para Kafka la culpa no se refiere a la transgresión, sino a la pura vigencia de la ley. La ignorancia de la norma no elimina la culpa.
El viajero es un extranjero que “no era ni ciudadano de la colonia penitenciaria ni tampoco del Estado al que ésta pertenecía” y que muestra un comportamiento pasivo durante toda la narración. Viaja para ver, no para cambiar, según sus propias palabras. El relato dilata la toma de posición del viajero, lo que hace que también se cree una distancia entre el lector y éste. Así, se perfila un comportamiento contradictorio, en tanto que al principio no está interesado, pero luego el aparato lo seduce: “si la rueda no hubiese chirriado todo hubiese sido magnífico”. La narración se estructura a partir de la descripción del aparato y su funcionamiento: así comienza y así se desarrolla. El intento de convencer al viajero es análogo al intento de llamar la atención sobre el aparato: se dice: “lo primero que quiero hacer es describir el aparato, y después, yo mismo, poner el proceso en marcha”: “tendré que abreviar mis explicaciones… solamente lo más necesario”. Para Kafka la culpa no se refiere a la transgresión, sino a la pura vigencia de la ley. La ignorancia de la norma no elimina la culpa.
Así, todo el relato se articula como una posición entre el antiguo orden, la tradición del antiguo comandante y el nuevo orden. Incluso se sigue utilizando la inscripción, la letra del antiguo comandante. Lo nuevo: la doctrina compasiva, la presencia de las mujeres, etc.
Ahora bien, como ya señalábamos con anterioridad, la forma narrativa del cuento nos dificulta su continuidad, ya que se interrumpe constantemente: ¿qué quería seguir expresando Kafka luego de la muerte del oficial?, ¿qué interacción se produce entre el extranjero, el soldado y el condenado luego de la muerte del oficial?, ¿cuál es el nexo que va uniendo los acontecimientos? Para comprender esto, debemos entender las características de la escritura de Kafka. A juicio de Ricardo Piglia la interrupción se interpone como gran tema, la suspensión, el desvío, la postergación: lo narra siempre y define su estilo de escritura, que se constituye como un verdadero arte de la interrupción, el arte de narrar la interferencia.1 En efecto, sus escritos narran un nexo invisible entre dos hechos, siguiendo la lógica de Ricardo Piglia: “Podríamos decir que hay relatos de Kafka en los que se narra desde el que no entiende la conexión y sólo la vive, y relatos de Kafka que se narran desde el que ve conexiones que nadie ve”.2 Tal es el caso de “En la colonia penitenciaria”, narrado desde la perspectiva del extranjero quien desde afuera posee una autoridad relativa para el oficial, pero que se encuentra en una posición difícil por su condición de extranjero; él mismo reflexiona en sus pensamientos: “[…] Él no era ni miembro de la colonia penitenciaria, ni ciudadano del país al que ésta pertenecía. Si pretendía emitir juicios sobre la ejecución o trataba directamente de obstaculizarla, podrían decirle: ‘Eres un extranjero, no te metas’”.3
El cuento nos presenta a cuatro personajes, individualizados genéricamente y no por nombres: el oficial, el viajero, el soldado y el condenado. Pero, cosa curiosa, es notable la reiteración tanto al antiguo comandante como al nuevo comandante, lo que nos habla de la necesidad de buscar un nexo entre ellos: la antagonía que se establece entre el orden tradicional y el nuevo orden se marca por estas figuras de poder y por un elemento distintivo que genera una continuidad entre estas dos etapas, la máquina. A todo esto, se incorpora la mediación de la figura del extranjero, que se pretendía utilizar como medio para avalar la injustificación de la máquina por el nuevo orden, o bien ser utilizado por el oficial para avalar su procedimiento judicial arcaico contra el orden imperante, pero el extranjero demuestra pasividad durante toda la narración porque, según sus propias palabras: viaja para ver y no para cambiar, pese a contemplar él mismo la brutalidad de los procedimientos que a la máquina los mismos hombres crueles imponen bajo un determinado paradigma ético.
El oficial que claramente es un símbolo del orden tradicional declara: “Mi principio fundamental es este: la culpa es siempre indudable”, de ahí que se entiendan nociones respecto a un sentido de justicia diferente que se hace valer mediante la figura del aparato. Así, existirá una desproporción entre falta cometida y pena impuesta. El condenado no sabe qué falta ha cometido, no le han escuchado, no le han preguntado, no entiende la explicación del oficial (habla en francés con el viajero) y tampoco sabe al final por qué lo han liberado (sólo supone que el viajero tuvo algo que ver): absurdo. El oficial es juez y verdugo, es el instrumento de la justicia. Cualquier indicio de que se va a abolir su procedimiento significa que él también será abolido, cuyo suicidio es un acto de autosanción. A la vez, es una demostración de fidelidad al antiguo régimen del anterior comandante; una negativa a ser parte del nuevo régimen. La muerte del oficial está estrechamente ligada a la muerte de la máquina: la sanción que escribe “Sé justo” implica también una sanción para la máquina. Antes de pasar a otras manos (a la injusticia), tanto la máquina como su operario deben desaparecer. La vida sin creencias, sin orden, sin convicciones, no tiene sentido en el pensamiento del oficial. De hecho, el uniforme equivaldrá a la patria. No importa que no sea adecuado para el contexto; se conserva, se protege, se muestra. Sólo al final se deshace de él, se desnuda para sufrir el aparato y el único conocimiento absoluto es aquel que es grabado en el propio cuerpo. Así, cualquier otro conocimiento transmitido a través de una mediación (a través de la palabra oral, o escrita en otro soporte) es una disminución, un conocimiento superfluo.
El oficial actúa como juez y verdugo, como el instrumento de la justicia que se valida a través de las creencias tradicionales para infligir torturas.
Ahora bien, la crueldad llevada al extremo se ve manifiesta concretamente en las torturas injustas, irracionales y arbitrarias fundadas en el mero capricho y el exceso de poder. Pero se debe tener en cuenta que son un capricho y exceso de poder en relación con el sentido ético de la justicia que pensamos ahora, y no son un capricho respecto a la justicia monárquica. El suplicio, y en general la tortura, son formas, es cierto, premodernas de administrar la justicia: la justicia se aplica al cuerpo, a diferencia de la justicia actual que se aplica a la mente y a través de ella al cuerpo (dejarte sin relaciones sexuales; intentar reencauzarte: esta es una época del alma y no del cuerpo, por ponerlo en una dicotomía cristiana). Así, no se debe perder la perspectiva: al problematizar el asunto es necesario enfatizar que se trata de un modo de aplicar justicia que a la luz del actual aparece como caprichoso. Ahora bien, el sentido ético de una justicia basada en un nuevo paradigma que impone este nuevo orden, busca disociarse de las formas tradicionales para el desarrollo de una nueva justicia que pretende la consecución de un debido proceso. Este debido proceso no debe verse mermado, pero en el nuevo orden resulta difícil concretar esto, ya que el poder del oficial se sigue manteniendo y su figura en práctica opera como un obstáculo a la consideración de la persona en cuanto a su dignidad y en cuanto a su titularidad de ciertos derechos: la legítima defensa, el conocimiento de las razones de su eventual castigo, etc. Llama la atención que sea el mismo oficial quien reconozca la pérdida de la vigencia de este procedimiento por parte de los habitantes cuando se refiere a éste en una conversación con el extranjero: “[…] no necesita mencionar siquiera la falta de apoyo popular a la ejecución, ni la rueda que chirría, ni las correas rotas, ni el nauseabundo fieltro[…]”,4 pero, pese a esto, continúa su aplicación en el nuevo orden. De modo que el oficial actúa como juez y verdugo, como el instrumento de la justicia que se valida a través de las creencias tradicionales para infligir torturas, pero que ya se encuentran en desuso; así, cualquier indicio de abolición de este procedimiento significará la abolición de la figura del oficial. También, el tránsito por la crueldad en el orden tradicional se manifiesta en el hecho mismo del uso de ácido a través de las agujas que pretendían inscribir el delito y la razón de otorgar tanta importancia al procedimiento judicial que como describe el oficial se daba con la presencia de importantes comandantes y la numerosa concurrencia de la población. No obstante aquello, nombra la presencia de niños, asunto que a mi juicio opera como una gran metáfora, en el sentido de que viene a reafirmar la aceptación de estas torturas como “algo bueno” por toda sociedad, ya que eran los niños los que lo auspiciaban. Que ya no se dé esto permite evidenciar, tal como ya se apreciaba con anterioridad, un cambio hacia una dirección totalmente distinta, en donde ya no se avala este procedimiento y en donde el nuevo comandante rehúye estas prácticas inhumanas y que permite el tránsito entre un sistema de administración de la justicia fundado en un sujeto que posee un conocimiento absoluto a otro sistema jurídico, en donde sucede lo contrario a lo antes explicado.
Es destacable la introducción de elementos nuevos que servirán para atenuar las prácticas inhumanas y crueles por parte del régimen tradicional, según el nuevo paradigma de justicia que establece el nuevo orden: por un lado la pertinencia de una doctrina compasiva, y por otro lado, la presencia de mujeres como elementos de piedad que logran influir en las decisiones del nuevo comandante. Cabe destacar que los regímenes tradicionales se oponen a los actuales no necesariamente desde un criterio de justicia, sino de un cambio de paradigma: lo de antes era justo; lo de ahora también lo es, pero lo de ahora es producto de una crítica a la justicia de antes. Este ejercicio es permanente, sólo que se vislumbra de mejor forma en los cambios de época. Ahora bien, volviendo a los ejemplos de la doctrina compasiva del nuevo orden, cabe destacar que se aprecian al observar concretamente, por ejemplo, cuando las mujeres le dan al condenado sus pañuelos y dulces, contrario a la antigua práctica donde se le hacía ayunar todo el día previo a su ejecución.
Esta incorporación de elementos humanos al proceso se acrecienta debido a la existencia de una desproporción entre la falta cometida y la pena impuesta que continúa imponiendo el orden tradicional: el condenado no sabe qué falta ha cometido; además, el oficial señala: “Sería inútil anunciársela. Ya la sabrá en carne propia”5 (nuevamente justicia sobre el cuerpo en oposición a justicia sobre la mente, el alma, etc.); no le han escuchado, no se ha podido defender, no le han preguntado, desconoce la explicación del oficial porque se separan por la frontera idiomática (el oficial habla francés), e incluso desconoce las razones de su liberación y cree que el extranjero tuvo algo que ver en ello. Pero que lo crea no es malo, porque el extranjero es literalmente extranjero (es alguien extraño a las dinámicas de la colonia penal) y así, debemos fijarnos en cómo Kafka construye esto: una isla. Las islas no son grandes, y en ellas suceden cosas aisladas; las islas, de por sí, poseen una carga significante que las independiza del resto. El escenario de esta colonia es en un lugar geográfico de mucha peculiaridad, lo que le otorga y nos otorga como lectores más distancia para leerlo: no pasa en Chile ni en Francia, pasa en una isla, una isla es como un micromundo, es algo donde podríamos pensar que está bien que pasen estas cosas; son posibles, podríamos entenderlas porque son una cosa excepcional, porque nosotros somos un extranjero (el extranjero como lector) y aunque este último al final quiere tomar partida, no puede; se ríen de él.
El hecho de que el oficial se saque el uniforme que simboliza a la patria y se desnude para sufrir por el aparato y la consecuencia correlativa de esto es el paso de una estética de la crueldad a una estética de la representación.
Volviendo a retomar la situación del condenado, la severidad de su sentencia se perfila como el reflejo de la crueldad e insensibilidad para el nuevo orden, pero incluso el oficial reconoce en cierto sentido el tema de la severidad, al decir: “Nuestra sentencia no es aparentemente severa. Consiste en escribir sobre el cuerpo del condenado, mediante la Rastra, la disposición que él mismo ha violado. Por ejemplo, las palabras inscritas sobre el cuerpo de este condenado — y el oficial señaló al individuo— serán: HONRA A TUS SUPERIORES”,6 de modo que el único conocimiento absoluto es aquel que es grabado en el cuerpo propio, no a través de una mediación (a través de la palabra oral, o escrita en otro soporte) que es una disminución, un conocimiento irrelevante.
Sin embargo, lo que desembocó en su tortura fue la exclusión de prueba arbitrariamente y la negativa del oficial a estudiar el caso debidamente, y fue un hecho circunstancial el que le otorgó su liberación: el suicidio del oficial como un acto de autosanción y, por tanto, la caída de la máquina. El hecho de que el oficial se saque el uniforme que simboliza a la patria y se desnude para sufrir por el aparato y la consecuencia correlativa de esto es el paso de una estética de la crueldad a una estética de la representación, en donde el proceso es diluido. Se aprecia, de esa manera, la caída de la figura del oficial que representaba un modo premoderno de aplicar justicia. Además, con la caída de este último desaparecerá este aprecio tan exagerado que profesaba a la máquina como un instrumento de alta sofisticación técnica, y la figura de ella como un instrumento de gran racionalidad en la aplicación de justicia y que incluso alcanzaba un sentido ridículo, porque si bien este personaje mantenía una disciplina severa que llega a parecer casi irreal, es en la permanente amplificación de sus características donde esto encuentra su fundamentación.
A raíz de todo lo dicho, apreciamos que en “En la colonia penitenciaria” se puede hallar la degradación del objeto hacia lo monstruoso; por ejemplo, en el tránsito que experimentó la máquina del orden tradicional al nuevo orden, ya que si bien en un momento fue un medio para realizar una justicia avalada por un procedimiento judicial particular, una vez finalizado el orden tradicional se convirtió en el objeto que adquirió un carácter monstruoso (a juicio de nuestro paradigma ético), que infligía grandes torturas. Otro elemento característico que dice de la relación con la visión trágica del individuo, por ejemplo, es cuando en el mismo acto final el oficial decide suicidarse (en tanto la voluntad de quitarse la vida) por el mantenimiento del procedimiento judicial como bien afirma en el texto: “Si el procedimiento judicial, que tanto significaba para el oficial, estaba realmente próximo a su desaparición […], el oficial hacía lo que debía hacer; en su lugar el explorador no habría procedido de otro modo”.7 Pero esto es más amplio: en la medida en que el oficial representa al poder y la máquina a su ejercicio, cuando el oficial se aplica la máquina reafirma su poder, puesto que ni a él lo excluye. El poder del ex comandante es de tal grado (y lo reafirma la lápida del final que lo sitúa como una especie de Dios) que es capaz de aniquilar, de ser justo: “sé justo”, la justicia se escapa a nosotros. En el fondo, el cuento permite evidenciar una crítica social a la pasividad de sus integrantes en torno a un sistema judicial arcaico que aún yace vigente y cuyo fin es la degradación de la dignidad humana, perpetuada por la inexistencia de un debido proceso justo que avale la presencia de un reconocimiento a la persona como titular de derechos que le son inherentes por la sola calidad de ser personas. El cuento también muestra cómo las personas están sujetas a sus roles y son incapaces de transgredirlos; muestra que el poder y la coerción es más amplio y complejo que una tortura.
Apreciamos en el cuento que el sentido y el sinsentido se entrelazan permanentemente y van mostrando que la vida está llena de estas vicisitudes híbridas y complejas.
Es posible señalar que Kafka nos sitúa bajo el contexto de las nuevas técnicas en la narrativa y, pese a no pertenecer a ningún movimiento en especial, se lo relaciona con el espíritu de las vanguardias, especialmente con el expresionismo, puesto que se encarga de llevar la crueldad al extremo, degradando el objeto hacia lo monstruoso (en este caso la máquina), y por poseer un fuerte contenido de crítica social que encontramos en “En la colonia penitenciaria”. Cabe resaltar que el relato, como la vida, se va revelando sin una explicación separada de la experiencia, sino como un solo todo que fluye en un argumento que se va dando y emergiendo en una trabazón donde concurren los ingredientes inevitables de la existencia. Los buenos cuentos no resisten un resumen. Más aún, abren la posibilidad de pensar y de imaginar. La estrategia retórica de Kafka no apela a la narración, sino a lo oscuro.
En particular, en “En la colonia penitenciaria” la postergación e interrupción instalada en los juegos de roles y de poder en la sociedad, y en cómo el orden tradicional no acaba de influir y el orden nuevo no termina de instalarse, es decir, una existencia y un individuo que entre la culpa y la ley puede presenciar como legítimo el espectáculo del suicidio según el sentido de justicia de una época tradicional y que puede ser muy criticado, según el nuevo paradigma de justicia que nos plantea el nuevo orden. Apreciamos en el cuento que el sentido y el sinsentido se entrelazan permanentemente y van mostrando que la vida está llena de estas vicisitudes híbridas y complejas, más que una perspectiva plana y paradisíaca, más que un horizonte despejado y un camino lineal, que parecen más bien ficciones que, en tanto se instalan como anhelos, inhiben las posibilidades de asumir la existencia en toda su paradoja que la caracteriza, a saber, la variante de sentido y sinsentido. No busquemos el argumento o el final feliz, pues ese es el terreno de la ficción. Lo real es el entramado más complejo en que estamos instalados y no se debe encasillar a Kafka; disfrutemos su impresión como una vida demasiado real en la que nos encontramos y, en específico, el cuento “En la colonia penitenciaria” como la posibilidad de que sea aquél el que nos revele una historia de mayor profundidad, en la que esta última se vuelva oscura y se abra a la posibilidad de ser una narración del mundo. El aparato de la colonia es un aparato arcaico, ya que remite al universo de los suplicios, a un orden precapitalista. Aunque, finalmente, triunfa el nuevo régimen, se pasa de una estética de la crueldad a una estética de la representación (en donde el proceso es diluido).
Referencias bibliográficas
- Kafka, Franz: En la colonia penitenciaria. Disponible en Internet. Última visita: 23 de julio de 2009.
- Piglia, Ricardo: El último lector. España, Barcelona. Editorial Anagrama, 2005.
- La vida como teatro en el episodio de los duques en el Quijote - lunes 16 de mayo de 2022
- La segunda parte del Quijote como un tratado de buen gobierno - lunes 18 de abril de 2022
- El amor como sufrimiento en Tristán e Isolda - lunes 21 de marzo de 2022
Notas
- Piglia, Ricardo: El último lector. España, Barcelona. Editorial Anagrama, 2005, p. 45.
- Piglia, Ricardo: El último lector, supra nota 1, pp. 55-56.
- Kafka, Franz: En la colonia penitenciaria, p. 7. Disponible en Internet. Última visita: 23 de julio de 2009.
- Kafka, Franz: En la colonia penitenciaria, supra nota 3, p. 11.
- Kafka, Franz: En la colonia penitenciaria, supra nota 3, p. 4.
- Kafka, Franz: En la colonia penitenciaria, p. 3.
- Kafka, Franz: En la colonia penitenciaria, supra nota 3, p.13.