
Para mi hijo Mathías
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Un joven venezolano gana un premio de poesía en España a finales de 2020. Por ser un completo desconocido en los ámbitos literarios usuales, se le acusa de ser un robot por las redes sociales. Tiene cuenta en Twitter y en Instagram con miles de seguidores. El escándalo se vuelve viral. Sin embargo, al final tuvo que salir en un video demostrando que era un humano. Rafael Cabaliere, el nombre del poeta, quien ganó 20.000 euros, ya no se sabe si es robot o humano. Pero la poesía sigue allí, esperando, y rompe cualquier cerco informático y de escándalos y de identidades.
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Por tanto, la poesía siempre devela el poder tras las sombras. En 1899, cuando Rudyard Kipling publica su poema La carga del hombre blanco, la interpretación fue más que obvia: el hombre blanco tenía como misión especial el dominio colonial del mundo y el eurocentrismo como doctrina, ellos le iban a transmitir al planeta el progreso a los bárbaros. Ahora bien, casi por el mismo tiempo, el genio mestizo Rubén Darío da a conocer en 1905 su poema “Salutación del optimista”, un canto a la unión hispanoamericana para así romper coloniajes mentales y subdesarrollos asociados a esos ámbitos dañinos. Es decir, por cada canto de supremacismo, hay un canto de liberación. La poesía oscila entre una humanidad robotizada y una humana hermandad.
Estas imposiciones exógenas a la poesía misma reiteran una filosofía del dominio político.
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Recientemente, en la toma de posesión del presidente Biden, de Estados Unidos, la jovencísima poeta negra Amanda Gorman recitó su poema “La colina que subimos”. Es innegable que Gorman tiene una historia avasallante, es hermosa y muy inteligente. No obstante, su canto en un acto oficial de la potencia del norte también podría ser una versión woke del fallido american dream y de su destino manifiesto. De hecho, se ha exigido que, para traducir oficialmente su poema, tienen que ser preferentemente mujeres negras o activistas sociales quienes lo hagan. Estas imposiciones exógenas a la poesía misma reiteran una filosofía del dominio político. La poesía se enfrenta así a formatos tan asépticos que carecen de alma.
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Sin el glamour de Gorman ni la épica de Kipling, sin el cosmopolitismo de Darío ni el marketing de Cabaliere, el poeta Ilan Stavans recorrió por días el muro de la frontera de Estados Unidos con México en 2018. Emprendió un viaje como una anábasis personal, habló con la gente de ambos lados, comió su comida, disfrutó de sus atracciones y se perdió en sus laberintos. Y luego escribió su libro poético The Wall (2018), un canto en inglés, en español y en spanglish que propone un mapa humano que rompe muros y murallas con la palabra. Dejó de ser un robot de las ideologías por la poesía de lo humano. Porque la poesía demuestra que no eres un robot.
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