
“Las pisadas del maestro resonaron en el refectorio mientras se dirigía al andamio montado frente al mural inacabado de la pared del fondo. Subió de nuevo al andamio con lentitud proverbial, escogió un pincel y, después de dar una sola pincelada, descendió y se marchó… En algunos días pintaba todo el día desde el amanecer hasta el atardecer, sin detenerse para ni siquiera comer algo. Después, sin embargo, podían pasar días enteros sin que volviera a tocar la obra. En ocasiones, se pasaba horas y horas sumido en hondas meditaciones delante de la obra, como sometiéndola a un riguroso examen. Otras veces, se iba a toda prisa al convento desde el patio del castillo de Milán, en el que trabajaba en el modelo de la estatua de Francesco Sforza, sólo para dar un par de pinceladas a una figura, marchándose enseguida”. Este pasaje, que anuncia la actitud ya de todos conocida del gran maestro del Renacimiento, describe con detalles la lentitud con que Leonardo da Vinci pintó La última cena, en el convento de Santa Maria delle Grazie en Milán. La cita —que se atribuye a un contemporáneo del artista llamado Mateo Bandello— está en el extraordinario estudio que hace el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, en su artículo “Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci” (publicado originalmente en 1910), que está contenido en una colección de textos suyos sobre artistas llamada Psicoanálisis del arte, publicada por la madrileña Alianza Editorial. En esta obra, están reunidos cinco ensayos en los que el gran psicoanalista estudia, con una brillantez proverbial, aspectos de la vida y obra de Leonardo da Vinci, Wolfgang Goethe, F. Dostoyevski, Miguel Ángel y W. Jensen.
En el artículo mencionado, Freud analiza con justa precisión la vida del autor de la Mona Lisa y mete la lupa psicoanalítica en su etapa juvenil, descubriéndonos un mundo muchas veces inusitado y, a todas luces, fascinante.
Leonardo da Vinci (1452-1519) es, sin duda alguna, uno de los más grandes genios de la pintura de todos los tiempos, y el prototipo por excelencia de la era del Renacimiento italiano. Sus contemporáneos admitieron su talento y le admiraron con devoción y respeto. Él, más que ningún otro, representa el genio poliforme de esta época gloriosa “cuyos límites sólo podemos sospechar, jamás fijar”, como lo advierte el propio Freud. Como es bien sabido, Leonardo no sólo pintó obras maestras que son patrimonio de la humanidad, sino que su interés e inquietud intelectual abarcaba múltiples campos del saber que, en la época del maestro, estaban aún en ciernes. Freud menciona, con justa razón, que sus descubrimientos científicos permanecieron, de hecho, inéditos e inaprovechados, y que, incluso, éstos influyeron sobre su desarrollo artístico “coartándolo con frecuencia grandemente y acabando por ahogarlo”. Giorgio Vasari (1511-1574), historiador que escribió una gran biografía del maestro para la época, admitió que el gran maestro expresó al final de sus días un pesar por “haber ofendido a Dios y a los hombres no cumpliendo su misión en el arte”. Fuera cierta o no esta aseveración de Vasari, Freud la toma como referencia para formular una pregunta donde inicia su análisis del carácter del maestro: ¿qué fue lo que alejó la personalidad de Leonardo de la comprensión de sus contemporáneos? Y la respuesta a esta interrogante no podía ser más temeraria e intrigante.
En la Italia de Leonardo, la tradición clásica, a pesar de mostrar altibajos, siempre se mantuvo presente.
La realidad construida
Antes de responder a la pregunta que se hace Freud sobre la personalidad de Leonardo con respecto a sus contemporáneos, habría que considerar algunos aspectos importantes sobre las ideas que se manifestaron en este período fértil de la historia. Durante el Renacimiento florentino, las ideas e intereses de los artistas e intelectuales giraron alrededor de tres conceptos: humanismo clásico, naturalismo científico e individualismo renacentista, que es como lo han clasificado los expertos e historiadores del arte. Con respecto al humanismo, en el sentido humanitarista franciscano, éste fue “una trasposición proveniente de los siglos XIII y XIV; el naturalismo fue producto del gótico tardío y, en cualquier época, hay siempre alguna forma de individualismo”, como lo acota el catedrático inglés doctor William Fleming en una de sus obras. El Renacimiento representó, a todas luces, un despertar de la conciencia colectiva hacia los valores de las antiguas artes y las letras clásicas “después de la larga noche medieval” como, de nuevo, lo menciona el doctor Fleming. En la Italia de Leonardo, la tradición clásica, a pesar de mostrar altibajos, siempre se mantuvo presente. En toda Europa se pueden ver los vestigios de las huellas romanas, sobre todo en la península. En el comienzo del siglo XVI, Miguel Ángel Buonarroti había alcanzado tal perfección en su arte y su destreza en la escultura que su David no sólo puede compararse con el trabajo de antiguos artífices como Praxiteles, sino que, con toda honestidad, lo supera. Leonardo da Vinci no era ajeno a nada de esta historia referencial, sino que además aportó, incluso, nuevos enfoques en sus estudios e investigaciones. En la ingeniería, donde se destacó brillantemente, desarrolló proyectos sobre todo en acueductos, y también como constructor de maquinaria bélica y fortificaciones. Esto lo pudo hacer como miembro de la corte de Ludovico Sforza en Milán (1482), donde en un principio sirvió como retratista de la familia real. Fue durante esta estancia en Milán cuando Leonardo pudo desarrollar la técnica del difuminado (sfumato) a su más alta perfección. El sfumato se logra mediante una suave fusión de luces y sombras; los cuerpos pierden su rigidez y la realidad aparece algo desvanecida y esfumada. De allí su nombre. En la obra, Leonardo lograba que los contornos de sus figuras se difuminasen de tal manera que casi no se pueden percibir las delimitaciones de las formas, lo cual creaba una atmósfera de libre representación pictórica en la que el color parecía adaptarse a los lugares y objetos; el día y la noche, la claridad y la oscuridad se convierten, entonces, en elementos significantes de la pintura. Con esta técnica, Leonardo da Vinci logra convertirse en un maestro de primera línea en la pintura florentina pero, al mismo tiempo, la supera. El punto de partida de este nuevo enfoque hay que buscarlo en el concepto positivo que posee el maestro italiano de las sombras; ya no significan simplemente ausencia de luz y color, sino que poseen intrínsecamente un valor cromático y unas tonalidades propias, que pueden y deben interpretarse y reflejarse en diversas direcciones.
Leonardo no sólo dedicó y concentró muchos años de investigación a los efectos de la luz y el color en los objetos y las formas, sino que estudió de manera particular la representación de la realidad espacial mediante sus innovadores enfoques acerca de las perspectivas sobre el plano. Más allá de las consideraciones técnicas, veremos que este enfoque sobre la perspectiva hacía que Leonardo lograra una “copia realista” sobre la realidad del mundo, la cual el maestro reordenaba mediante relaciones internas de contenido y de forma que le daban una perspectiva conceptual singular (otra realidad) de la obra artística.
Era su deseo de “dominar la belleza de la naturaleza”, que está contenido en sus apreciaciones en su Tratado de la pintura. Este anhelo de Leonardo está representado de forma magistral en su obra La última cena.
Pero, volviendo a la pregunta de Freud sobre el supuesto alejamiento de sus contemporáneos, el psicoanalista austríaco menciona que, probablemente, esta idea de un Leonardo rebosante de ideas, radiante y lleno de alegrías y certezas, sólo responda al período de su juventud, del cual se conoce muy poco. Es muy significativo que Leonardo, después del ocaso de Ludovico Moro, lo cual le obligó a salir de Milán y a abandonar la sólida posición que en dicha ciudad gozaba, tuvo una vida errante, dispersa y de pocos éxitos que al final hizo que se refugiara en Francia, donde pasó sus últimos días. Esta circunstancia —nada trivial— hizo que el ánimo y el carácter del maestro italiano se ensombreciera, haciendo de él un individuo callado, introspectivo y de rasgo extravagante, según aprecia Freud en su estudio. “El olvido en que paulatinamente fue dejando su arte para interesarse tan sólo por sus investigaciones científicas contribuyó no poco a hacer más profundo el abismo que de sus contemporáneos le separaba”. He aquí el punto de inflexión que encuentra Freud en su estudio. Por las notas de sus escritos y estudios que se conservan aún hoy en día, sabemos que Leonardo dedicó sus últimos esfuerzos a las “ciencias naturales”. Incluso, fue Leonardo acaso el precursor de Bacon y de Copérnico, según lo acota el propio Freud. Y hay una referencia de capital importancia, en el estudio que hace Freud, que refleja el espíritu de Leonardo en este período: “Cuando disecaba cadáveres de hombres y de caballos, construía aparatos para volar o estudiaba la alimentación de las plantas y los efectos que en ellas producían los venenos, se apartaba considerablemente de los comentadores de Aristóteles y se acercaba a los despreciados alquimistas, en cuyos laboratorios encontró un refugio para la investigación experimental durante estos tiempos adversos”.
No era de extrañar entonces que el sabio maestro del Renacimiento florentino dejara los pinceles o “los tomara de mala gana” cuando le salía algún encargo, sin que le importasen mucho los derroteros de estas obras inacabadas.
Diferir o retrasar proyectos y acciones es muy propio de los artistas en general, unos más que otros, desde luego.
Memento procrastinare
La procrastinación como efecto o concepto es la acción o hábito de retrasar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras más irrelevantes o agradables. La procrastinación deriva de la palabra griega akrasia, que significa hacer algo en contra de nuestro juicio. Aunque, en las últimas décadas, los especialistas han llegado a la conclusión de que la procrastinación “no es un problema de gestionar el tiempo, sino de regular las emociones”. Llegado a este punto, nos interesa indagar en el estudio que hace Freud sobre este singular aspecto del maestro italiano. Por cierto, esto de diferir o retrasar proyectos y acciones es muy propio de los artistas en general, unos más que otros, desde luego. No obstante, Freud contempla su origen topológico en el aspecto psíquico e inconsciente, como es natural. Y refiere que hasta el mismo Miguel Ángel, activo e infatigable creador, dejó inacabadas muchas de sus obras, pese a lo cual para el psicoanalista sería injusto tacharle de inconstante. Por otro lado refiere —y esto se ha comprobado en la modernidad— que lo que para Leonardo se consideraba “inacabado” para los profanos representaba una obra totalmente acabada. Se trata aquí entonces de un asunto de perspectivas o visiones. “El maestro concebía una suprema perfección que luego no le parecía hallar nunca en su obra”. Sin embargo, según Freud, todas estas “disculpas”, por más que estén bien fundamentadas, no eximen al genio italiano de toda responsabilidad. En su estudio, Freud considera que Leonardo es un caso extremo de esta actitud. Pero además de dejar inacabadas, ciertamente, muchas de sus obras, el psicoanalista insinúa que hasta la escogencia de materiales para muchas de sus obras era producto de este rango singular de su personalidad que no le permitía acabar de forma definitiva un proyecto. Citemos a manera de ejemplo La última cena. Como es harto conocido, Leonardo abandona el método tradicional de la pintura al fresco, pintando “al seco” la escena en el gran muro del convento milanés. Esto es, una preparación que hizo el maestro de la mezcla entre tempera y óleo sobre una base de yeso. Se han encontrado rastros de láminas de oro y plata y los investigadores creen que se trata de la voluntad del artista de hacer las figuras de una manera “más realista” incluyendo estos metales preciosos. No obstante, a pesar de los esfuerzos por conservar la obra en el muro —la cual ha pasado por múltiples restauraciones—, hoy queda muy poco de lo que una vez fue su versión original. No sólo pasó con esta emblemática obra. Freud refiere que “al fracaso de un experimento técnico parece haber obedecido la pérdida del cuadro de la batalla de Anghiari que Leonardo pintó más tarde, compitiendo con Miguel Ángel en la sala del Consiglio de Florencia, y que también dejó inacabado”. Pareciera como si un interés ajeno al arte, el del experimentador —nos refiere Freud—, fuera en detrimento de la obra artística, dejándola inacabada. Más adelante, el experimentado científico austríaco, exponiendo toda una serie de características de su personalidad como “su apacibilidad natural y su empeño en evitar toda disputa o competencia”, o “ser bondadoso y afable con todos”, o su hábito de no comer carne y ser vegetariano, y de no llevar a nadie la contraria, además de “parecer indiferente al bien o al mal”, enfila todos sus fiordos hacia la vida anímica del genio italiano lo que le conduce, indefectiblemente, a las características sexuales del mismo —tratadas con la profusión y erudición conocidas—, que considera cruciales para llegar a feliz término en su investigación. Pero este es un aspecto que no trataremos en este artículo, no sólo por una cuestión de espacio, sino porque, como es obvio, no es el interés de su autor en esta ocasión.
En todo caso, más allá de estas consideraciones, Leonardo, el artista, el creador, se dispara a una altura como ningún otro genio en esta expresión lo hubiera imaginado. Al final, y a pesar de todo lo que le reprocha el padre del psicoanálisis, reconoce que “la mejor manera de honrarle será obrar aquí como él lo hubiera hecho. En nada disminuiremos su grandeza estudiando los sacrificios que hubo de costarle el paso de la infancia a la madurez”. Y hace bien, pues nada le es más ajeno al hombre que su propia imagen interior. Hoy, la sola contemplación de la Mona Lisa, en su majestuosa presencia, nos hace reflexionar y hacernos una curiosa pregunta: ¿es el propio Leonardo que nos mira desde el interior y la mirada de esta incógnita mujer?
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