
“Un poeta es lo menos poético de la existencia, ya que carece de identidad desde el mismo momento en que se ve continuamente en la necesidad de ocupar el cuerpo del otro”.
Rafael Cadenas
(en referencia a la obra de Keats)
La poesía es el territorio de lo inexplorado. El poeta siempre hace una comunión consigo mismo, aunque no esté consciente de ello, pues todo su ser se compromete en esta empresa inesperada. Esa comunión interna que hace el poeta con su yo lo lleva a buscar en el lenguaje el sentido próximo a la imagen que su necesidad de hombre y artista le exige en ese instante. El poema entonces aparece, surge en ese tránsito hacia la otredad del ser mismo del poeta y de la propia palabra. “El pensamiento contenido en el poema no terminará nunca de revelarse (…). Y las modulaciones de ese desconocido son, en esencia, infinitas (…). En principio, a no ser por la humana contingencia”. Este ultimo pensamiento, que refiere nuestro insigne poeta Alfredo Silva Estrada refiriéndose a la poesía de Paul Valéry, viene como anillo al dedo en lo referente a la palabra y el pensamiento del poema, que no siempre marchan juntos, como la mayoría cree. Esto es comprensible porque entre pensamiento y poema existe un movimiento pendular; oscila una y otra vez, desde el sonido al sentido, del sentido al sonido, y así se desprende una mecánica —una ley— “donde se unen, suave pero inextricablemente y al infinito, lo pensado y la sensualidad díscola de las palabras”, como bien lo acota, de nuevo, Silva Estrada. Esta característica, este signo, es el elemento más resaltante en la poesía de Rafael Cadenas (Barquisimeto, 1931), quien recientemente recibió uno de los más altos honores que se otorgan a un poeta hispanohablante vivo: el premio Miguel de Cervantes. En efecto, en la poesía de Cadenas persiste el abandono del ser para encontrar el sentido y significado de la vibración iniciática en la palabra trasmutada en poesía. Por esa razón, la poesía de Rafael Cadenas tiende siempre al asombro, a la intemperie, a la revelación, como bien lo acotó la investigadora y ensayista Erika Roosen.
Cantos iniciales
Rafael Cadenas siempre fue ensimismado y tímido, desde su temprana infancia. Esta es una faceta de su personalidad que se ha mantenido durante toda su vida. En una entrevista que le hizo nuestro destacado escritor y profesor universitario José Balza, por allá en los años setenta, se evidencia este característico talante de su persona. “Introvertido por naturaleza, difícilmente nadie podría entender cómo fue él uno de los últimos estudiantes en enarbolar la bandera de la resistencia dentro del viejo claustro de San Francisco. Echar a vuelo las campanas y colocar negros crespones hacia la calle para que el pueblo de Caracas supiese que sus estudiantes estaban de duelo por el asalto dictatorial a nuestra primera casa de estudios…”, refiere el periodista y poeta Héctor Mújica en un artículo publicado en El Nacional del año 1969, citado por Balza. Y es que el joven Cadenas, a pesar de su talante tímido, siempre fue un luchador político que siempre puso en evidencia las injusticias cometidas por gobiernos dictatoriales de turno, incluyendo los “democráticos” del período histórico conocido como el pacto de Punto Fijo. Durante cinco meses permaneció encerrado en la Cárcel Modelo de Caracas. Allí coincidió con Manuel Caballero y con el poeta Jesús Sanoja Hernández, entre otros. Con este último, Cadenas trabó una amistad y una identidad que fue un acicate en sus ideas políticas. “Entre los diecisiete y los veinticinco años el rigor ideológico me impedirá sentir otras nociones: la noción de angustia, por ejemplo”, le confiesa el poeta a José Balza en la citada entrevista. Después de cinco meses de reclusión, Cadenas es obligado a salir del país. Se dirigirá a Trinidad y Tobago.
Cadenas siempre fue, desde muy joven, un lector ávido y precoz. Eso lo motivaba a escribir, sobre todo poesía. A los quince años produce sus primeros poemas. En su tierra natal, Barquisimeto, no estaba muy seguro de lo que quería leer. Pero ya en la capital, Caracas, esto cambiaría radicalmente. Una vez se le acercó a Salvador Garmendia —según nos narra Balza— y le pidió consejos sobre libros. Fue así como el joven poeta pudo acceder a la poesía de Rubén Darío, pues aquél le recomendó una antología del autor de La sonatina (1896). Hay una nota en el libro de Balza que vale la pena rescatar del olvido, sobre todo porque nos da luces sobre la personalidad poética y el talante personal de Cadenas, escrita por el periodista Gabriel Zarcos, en el Papel Literario del diario El Nacional en 1969:
Por allí va, en ciertas tardes muy lentas, husmeando las calles, los colores que nadie ve, las cosas que se depositan olvidadas por todos, algún pedazo de cielo vacilante en las vitrinas, con los ojos desencajados en un mirar que es una trampa y es trampa porque el ánimo selectivo del poeta quiere los objetos no como son, sino en rango de materiales que puedan sufrir una transformación interior. Se vive hacia adentro, aposentado en fantasmas. Cadenas es parco, silencioso, rechaza el diálogo y la vida de café (…). Por la otra, hemos concluido que sus pasos lentos, su cotidiana visita a las librerías de Sabana Grande, su ascética contemplación de los peces extraños que venden en Animalia, su presencia sin ruidos en los pasillos de la universidad, son siempre matices de esa misma imagen solitaria que finalmente se nos pierde, ya entrada la noche”.
Fue en el año 1946 cuando se editaron los primeros poemas del joven Cadenas. Éstos recibirían el nombre de Cantos iniciales. El poeta ha querido escamotear estos poemas de su trayectoria, alegando que son poemas de un muchacho que no tenía mucha conciencia de lo que era producir y escribir poesía. “Tal vez usaba las palabras con excesiva fluidez; eso ha cambiado: ahora pienso mucho”, le confiesa Cadenas a Balza en la entrevista que éste le hizo para su texto Lectura transitoria, que aborda de una manera muy particular la poesía de Cadenas de aquellos años. Sólo catorce páginas posee aquel libro inicial publicado por primera vez en su natal Barquisimeto y, sin embargo, son muchos los lectores que coinciden en que, en estos poemas de un muchacho próximo a los diecisiete años, están sus búsquedas más vitales.
Durante su estancia en Trinidad, el poeta tuvo tiempo para meditar sobre su situación y existencia; sobre su condición como hombre primero, y luego como poeta.
Cuadernos desterrados
Durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, el poeta fue encarcelado, como ya lo dijimos, y lo enviaron a la isla de Trinidad. Como le confesó a Balza, no eligió ese destino. Una vez instalado allí, Cadenas recibe cierta ayuda económica y comienza a dar clases en un colegio para estudiantes venezolanos. Durante su estancia, como suele pasar, el poeta tuvo tiempo para meditar sobre su situación y existencia; sobre su condición como hombre primero, y luego como poeta. Lee, investiga, piensa, medita y escribe. Traba amistad con poetas e intelectuales, sobre todo trinitarios. “Más tarde sabría que allí le aguardaba la serenidad, el equilibrio; que esa isla estaba entregándole calma, felicidad; una noción mitológica de bienestar”, escribe Balza, con atinada vehemencia. Cuando el poeta regresa a su país, viene acompañado de una serenidad supina y con los bocetos iniciales de su posterior libro de poemas: Los cuadernos del destierro.
A su regreso a la capital caraqueña, comienza a estudiar la carrera de Letras en la Universidad Central de Venezuela, donde se graduará e iniciará una carrera como docente universitario. Después del derrocamiento de la dictadura de Pérez Jiménez, el poeta Cadenas entró en un período de crisis psicológica que le obligó a buscar ayuda profesional. Fue en este período de su vida cuando el poeta comienza a interesarse por la literatura y cultura orientales. Estas lecturas, al compás de los amores de su vida y sus avatares con la política y las funciones de profesor universitario, le proporcionarían el sustrato espiritual, ético e intelectual, para ir definiendo, aun sin saberlo, su derrotero poético posterior: el de la soledad del ser y la nada.
Volviendo a Los cuadernos del destierro, libro que el poeta terminó de escribir en 1959 y se publicó en 1960, se siente su cercanía con el mar y sus olas, que le susurran los ecos de un país natal cercano que, sin embargo, el poeta siente lejos. Recuerda sus caminatas por las calles de Caracas, sus amigos, el rostro de una chica cuyo nombre no recuerda, el tiempo y la vida de un país que no advierte ni sueña su futuro. Sentirse un paria desterrado, sin realmente serlo en el fondo, es un sentimiento que le producía angustia existencial a Cadenas. Por esa razón, el poeta escoge para este libro, como su homólogo compatriota Ramos Sucre, la narración en primera persona. Pero, ¿realmente es el propio poeta que nos narra? En una frase inicial del poema hay una visión que quizá aturde un poco: “comedores de serpientes” que son “aptos para enloquecer de amor”. Como prudentemente lo advierte Balza, esto es un procedimiento donde el poeta se oculta tras una tensión óptica; es el sonido de un yo mudo sin resonancia dentro de las frases. La visión del escritor, a través de las imágenes visuales del poema, se mimetiza. “Nada nos dejará en las puertas secretas del poema sino un acercamiento indirecto a sus núcleos”. Elemento propicio para aprehender las imágenes verbales encandilares de este destierro colectivo de voces, de esta raza que pertenece al propio linaje de la voz hablante. El poeta, como su más íntima condición humana, se enmascara tras estas imágenes que no hablan de sus virtudes ni nociones; son más bien el esplendor de una opulencia descrita como una voz colectiva, con la cual, no obstante, existe cierto distanciamiento. “Él (el poeta narrador) es un ser aislado, próximo a la silenciosa locura”, como lo acota con precisión Balza en su texto. Durante pasajes posteriores, el poeta retorna, una y otra vez, a las imágenes especulares de su juventud cercana y a su terruño natal y, particularmente, a un elemento que forma una cohesión transversal en toda su narración: el amor perdido y huérfano; el amor que no consigue comunión, no obstante, el amor persistente.
En momentos de gran desesperación y angustia, el hombre se interroga a sí mismo, y es allí donde asiente y asiste a la intemperie del existir.
El signo de la revelación
Vivir, al igual que escribir y existir en el poema, son territorios donde el ámbito de la pregunta por el ser parece una paradoja, pero realmente representa la pregunta por el cual se es, y desde dónde ese es se pone en relieve. En momentos de gran desesperación y angustia, el hombre se interroga a sí mismo, y es allí donde asiente y asiste a la intemperie del existir, una noción que no ha dejado de intrigar al poeta Rafael Cadenas desde su temprana juventud. Precisamente, porque en el recorrido del ser por este territorio desconocido, donde la voz de la mente cesa y calla para escuchar el sonido de la otra voz, la del ser interno, sólo se expresa con silencios. Después de apreciar y leer la envergadura de las letras escritas por el poeta barquisimetano, uno no puede evitar hacerse la pregunta que formaba parte de la prognosis filosófica de Martin Heidegger: “¿Qué tipo de vida llevamos en un ámbito de realidad donde ha desaparecido por completo la consciencia esencial y la reflexión del enigma de la existencialidad?”. Y es aquí cuando advertimos un signo inequívoco de la presencia del logos poético impregnado en el ser del hombre: el enigma por existir. ¿Somos o no somos entes existentes? Y, como lo acotó de forma acertada Erika Roosen, este parece ser el signo, “el espacio anímico” donde se sitúa toda la poética de Cadenas. Toda la obra poética del bardo venezolano es un reflejo de esta condición del ser. Porque allí donde el poeta local se detiene en sus circunstancias marginales, el poeta Cadenas recurre a la imagen del hombre en el gran escenario de la polis mundial: el hombre contemporáneo de Occidente, las naciones de la malograda modernidad, que parecen haber perdido la fe en sus megarrelatos, en sus existencias diáfanas o alocadas, en sus movimientos de desocultamiento y misterios. Su poesía transita por este enorme enigma, que no es nada trivial. Sobre todo cuando asistimos a conflictos bélicos y volvemos los pasos a un mundo desfigurado por las viejas fórmulas políticas en pleno siglo XXI. Resulta paradójico que, en una era donde los medios digitales ponen al alcance de cualquier persona todo tipo de conocimientos, las personas sean menos cultas, menos informadas. Es una auténtica tragedia de nuestro mundo actual. Y las preocupaciones del poeta Cadenas no están exentas de estas nociones.
Por esa razón, para el poeta Cadenas la ratio insular de estas topológicas nociones continentales que distinguen a la cultura occidental es el punto crucial de su interés humano y poético. En medio de las palabras, en los alientos ampliados de su voz que hurga en los misterios ocultos, tratando de revelar al propio lector sus angustias, nociones y avatares, Rafael Cadenas mira y respira sobre una sinfonía polifónica de experiencias en el verbo poético y en la mirada aguda del pensador comprometido con su tiempo existencial. A través de sus innumerables entrevistas y artículos donde se abordan estos temas, el poeta Cadenas no ha dejado de reconocer su compromiso y deuda con autores con los cuales siente una filiación cercana e ideológica: Heidegger, Schajowicz, Otto, Benjamin, Bollnow, Rilke, Kraus, Pieper o Steiner, entre muchos otros. Por otro lado, su visión totalizante con matiz místico se ha visto enriquecida desde su perspectiva poética en donde reconoce, junto a sor Juan Inés de la Cruz o al propio Wolfgang Goethe, que “todo forma parte del misterio fundamental, eterno, inabordable, ante el cual la mente no puede sino enmudecer”.
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