
A través de la historia y discusión de las ideas, que ha trazado un amplio periplo desde la antigüedad griega, donde tuvo un deslumbrante y agudo destello, y que ha permanecido hasta nuestros días con un fresco y renovado esplendor, el logos de la palabra poética y el pensamiento racional del hombre se nos antojan como dos formas de aproximación para una verdad del ser: por un lado, una busca trascender la mortalidad a través de la palabra trasmutada en versos e imágenes verbales; por el otro, la filosofía pretende explicar, con ese mismo logos, la totalidad de las cosas con la reflexión consciente y científica sobre la observación detallada sobre el fenómeno oculto de las cosas de este mundo. Y aunque, desde la antigüedad, estos dos meridianos se han acercado en sus prerrogativas disímiles, la verdad es que poesía y filosofía son los dos polos de una misma realidad. La poesía siempre ha buscado en su esencia el regreso a las cosas más sencillas; “es una suerte de fenomenología que implica una ascesis, un poner entre paréntesis, o al menos provisionalmente, al contemplador y sus semejantes”, como bien lo acota el poeta y ensayista venezolano Alfredo Silva Estrada. En este paréntesis, lo humano se repliega a sí mismo para mirar y nombrar las cosas con una aproximación íntima y sensible, contemplando los diferentes contornos y facetas, luces, relaciones, dudas, angustias y tiempos de la existencia. La contienda de los poetas modernos era luchar por liberar la palabra de estas ataduras del signo y de la identidad verbal. Luchar a contracorriente con el sentido “literal” de las frases. El poeta aspira a describir las cosas “desde el propio punto de vista de las cosas” viviéndolas, sufriéndolas, aun en la confusión del logos para predecir y nombrar esas cosas. El filósofo, por su lado, también contempla las cosas, pero su aproximación es más racional; es decir, a través de preguntas y reflexiones planteándose incógnitas, trata de asir la verdad de esa cosa. Acá, la mirada se encuentra guiada por cierto método de pensamiento. Es, en definitiva, la apreciación de una realidad desde dos puntos de vista: lo subjetivo y lo objetivo. O como lo nombró en su brillante texto el poeta y ensayista mexicano Marco Ángel Lara: sobre “la mirada” y “lo mirado”. Estos son, en definitiva, los meridianos de una misma realidad.
El poeta utiliza las metáforas para aproximarse a una realidad paralela que no podría nombrar de otra forma para lograr su virtual comprensión. El filósofo contempla esa metáfora desde una tribuna de juicio; la somete a escrutinio, escudriña sus contornos y descompone la imagen. De alguna manera, el filósofo pretende destruir esa metáfora, pero esto es una realidad aparente, puesto que con este procedimiento de descomposición construye, quizá sin imaginarlo, una nueva metáfora. Esto conforma la paradoja de un fenómeno que se observa desde dos cristales de visión. “Jugar con las ideas hace probable el peligro de quemarse con ellas, pero quizá salva el delirio de quemarse en ellas, de inmolárseles”, nos confiesa Marco Ángel, aun a sabiendas de que esto es una temeridad. No obstante —como lo menciona el autor mexicano—, en el talante de explicar las consideraciones y objeciones de una idea o un fenómeno, tanto los presocráticos como los sofistas lo veían sólo como lo que realmente era, como una simple metáfora. Al final, el poeta y el filósofo son dos individuos que piensan sobre una misma realidad y en la cual ejecutan dos movimientos, aparentemente distintos, pero que en realidad son pares y homogéneos.
Pensar la poesía
Martin Heidegger, en su texto El origen de la obra de arte, sostiene que la poesía no es simplemente un arte, sino más bien una forma de pensar. En efecto, el filósofo alemán nos aproxima a una nueva concepción sobre la apreciación poética, puesto que la poesía, según esta consideración, “nos transporta fuera de la prosa de la vida cotidiana para introducirnos en un mundo donde podemos pensar el ser en un nivel más profundo”. Por su parte, Walter Benjamin, en El origen del drama barroco alemán, afirma que la poesía es un medio para despertar la conciencia del hombre y encontrarle un sentido a su vida. Estas consideraciones no hacen sino afirmar que poesía y pensar son los movimientos pendulares de una misma realidad. En La gaya ciencia, Nietzsche, refiriéndose a la poesía, escribe: “Es la poesía una clave de todas las artes, porque en ella la naturaleza se expresa y vuelve a proyectarse como poesía”. En uno de los capítulos de su texto Así habló Zaratustra, Nietzsche nos narra: “Esto es lo que Zaratustra dijo a su corazón, cuando el sol estaba en pleno mediodía —entonces se puso a mirar inquisitivamente hacia la altura—, pues había oído por encima de sí el agudo grito de un pájaro. Y he aquí que un águila cruzaba el aire trazando amplios círculos y de él colgaba una serpiente, no como si fuera una presa, sino una amiga: pues se mantenía enroscada a su cuello”. Los amplios círculos que traza el águila y el enroscamiento de la serpiente en torno a su cuello son ya aquí una clara premonición del “eterno retorno”, que es una de las doctrinas capitales de esta obra, y que para Nietzsche se expresa, muchas veces, en la gran poesía. Volviendo al texto de Benjamin El origen del drama barroco alemán, él propone una concepción del pensamiento poético en donde el poeta es capaz de mostrar, a través de sus versos, una nueva dimensión de ese pensamiento que lo eleva por encima de la simple práctica cotidiana del logos. De esta manera, el poeta obtiene, con su concepción y contemplación, un modo distinto de entender la existencia, una forma de pensar las cosas del mundo con otra visión. Esta cosmogonía del poeta, según Benjamin, posee una función capital en el desarrollo de la conciencia. El poeta, al mirar la realidad del mundo bajo estos ojos, cambia, de cierta forma, la visión cotidiana o vulgar del mundo, y la transforma en una suerte de caleidoscopio donde realidad, alegoría y drama conforman las partes de una imagen del mundo que es revelada en una dimensión mucho más amplia.
A través de esta “naturaleza poética” el poeta llega a comprender la verdadera naturaleza de las cosas.
Esta dimensión, que Benjamin denomina “la dimensión de lo poético”, conforma un nivel de conciencia en donde se logra una genuina conexión con el mundo en una relación armoniosa en donde el yo humano y la realidad circundante se funden en una única cosmovisión, en un solo magma existencial. Por otro lado, a través de esta “naturaleza poética” —como la denomina Benjamin— el poeta llega a comprender la verdadera naturaleza de las cosas; entiende el mundo con una visión poliédrica en donde los objetos y fenómenos toman un significado más universal y totalizante. La “naturaleza poética” conforma, en esencia, y según este enfoque de Benjamin, una especie de “experiencia existencial donde todo es comprendido y sentido desde una novedosa y definitiva perspectiva”.
En su brillante ensayo De la gramatología, Jacques Derrida plantea por primera vez teóricamente, de un modo complejo y múltiple, ese invisible pero palpable espacio de la escritura en donde “el interrogante y la ignorancia que lo circunda se conectan en una represión que no podría, de todas maneras, superar la forma de una simple pregunta: ¿qué es la escritura?”, pregunta el prologuista, pero, de igual forma haríamos la pregunta causal: ¿qué es la escritura poética? Y ya adentrándonos en este terreno, las respuestas se bifurcarían en múltiples direcciones. A objeto de nuestro estudio, concebimos una escritura poética que busca la contemplación de la realidad con la reflexión filosófica de los acontecimientos cotidianos. En este sentido, lenguaje y poesía se integran, como ya lo mencioné, recíprocamente. La reflexión de la poesía a través de este método es esencial para los filósofos, no menos debería ser la meditación filosófica del lenguaje por parte de los poetas. Llegado a este punto, reflexión filosófica y lenguaje poético se encuentran en un mismo sendero que se bifurca en dos direcciones donde, en algunos recodos del camino, se unen de nuevo inexorablemente.
Paul Celan, la contravoz de la poesía
Si existe un escritor que mantuvo una relación con la reflexión filosófica aunada a la contemplación poética para desentrañar los monstruos de la razón y del sentir humano en toda su complejidad, fue el poeta de origen rumano Paul Celan, que no obstante escribió toda su obra poética en el idioma de Goethe. La poesía de Celan está marcada por una profunda reflexión sobre la muerte, el dolor y la tristeza humana. Todo ello se reflejó en su escritura con rasgos marcadamente herméticos, muchas veces de difícil comprensión. No obstante, esta singular poesía encuentra asidero en la esperanza, en una fe guardada en la propia transformación del lenguaje para darle un sentido a la vida que avanza a través de la aceptación de las miserias y las tragedias humanas. Además, la obra de Celan es una auténtica resistencia, una rebelión contra la tendencia autoritaria del símbolo poético y contra todas las estructuras tradicionales de Occidente. Su constante búsqueda de sentido a través de la expresión poética y el génesis de su reflexión constante, sólo es comparable a espíritus elevados de pensamiento filosófico como el de Friedrich Nietzsche o el de su referencia capital: Martin Heidegger. En efecto, la poesía de Celan trata de asirse a un lenguaje que experimenta todas las nociones conocidas y por conocer del sentido; su poesía explora dimensionalmente la presencia de la palabra en la vibración íntima e interna del ser. La palabra en la poesía de Celan no es sólo una estructura de significado, es más bien una realidad existencial, un acto, una visión del ser. En sus poemas, la palabra no es tanto “lo que dice” como tanto “lo que hace” dentro del juego del lenguaje para poder existir. En este sentido, su poesía mantiene un referente a los juegos de lenguaje de Ludwig Wittgenstein, con el cual el poeta exploró esta posibilidad expresiva. Es importante señalar que la poesía de Celan está fuertemente influida por la idea de la presencia vacía o el cup de des, que caracterizó la poética de hombres tan creativos en la palabra transmutada como René Char o Paul Valéry. La noción de la nada o el vacío existencial es capital en la poesía de Celan, ya que la vacuidad y el desamparo de ese vacío los usa el poeta como medio de expresión e interiorización para la auténtica existencia de su ser en el mundo.
Es la propia poesía la que permite este espacio de encuentro conciliatorio; crea un amparo auténtico, dentro de un mundo cruel, caótico y hostil.
Para Celan la única salida a ese vacío existencial es la poesía. Esto permite que el yo del poeta se encuentre con el otro yo del lector en una comunión donde ambos se hacen presentes en la existencia misma del poema y la experiencia de leerlo y sentirlo. Es la propia poesía la que permite este espacio de encuentro conciliatorio; crea un amparo auténtico, dentro de un mundo cruel, caótico y hostil. Por otro lado, la existencia y el tiempo del poema persisten en una relación recíproca, paralela y de unión con el ser mismo del poeta; es un encuentro entre la palabra y el tiempo existencial. Es allí donde su poesía se encuentra con el pensamiento de Heidegger. Tanto para el poeta como para el filósofo, la verdadera existencia del ser humano es vivir en la temporalidad, en un tiempo en donde el yo se proyecta en el futuro; éste se remite al pasado y se encuentra en el presente. Heidegger trabaja con la idea de la “tensión del ser” mientras que Celan lo hace con la de “resistencia del ser”. Celan toma del filósofo alemán la idea de que el hombre existe en el mundo en una temporalidad espacial marcada por su condición humana. El yo existe como yo en la dimensión temporal, y es en este yo donde se produce la creación poética. Uno de los poemas de Celan que transmiten esta idea es “Página”. Este poema, que está incluido en su poemario Fadensonnen, presenta la imagen de un ave que posee unas alas inmaculadamente blancas. El poeta contempla al pájaro y revela que su blancura es, en realidad, una forma de existir en el mundo, la revelación de una verdad oculta. El poema dice así:
Pájaro
con las alas de la inmaculada blancuraEl que sólo deja
de posarse en el crepúsculoEl que vuela
hacia la nocheEl que se torna
negra figuraLa noche lo recibe
entre su noche.
La relación entre logos y pensamiento advierte una amplia gama de variaciones y concepciones que trae consigo la interpretación poética del mundo y sus amplios reflejos.
De esta forma, Celan apuesta por el uso de imágenes verbales que se disipan en el pensamiento mientras una nube de intuición pasajera se presenta para conciliar la existencia del ser con la palabra huidiza presente en esas imágenes verbales. La naturaleza, en la concepción poética de Celan, es una naturaleza dual; enlaza el mundo material y el mundo de las ideas. En consecuencia, es una naturaleza esencialmente simbólica. Dentro de esta idea de la naturaleza dual, es muy importante el concepto de “la mirada”. En efecto, en Fadensonnen la mirada es un elemento crucial para asir una verdad oculta; una nueva manera de concebir la realidad del mundo. En este contexto, la mirada se convierte en un instrumento de creación para alcanzar la verdad de la existencia. La idea de “la mirada” fue un topos muy abordado en la filosofía de los años veinte del pasado siglo. Martin Heidegger y Jean-Paul Sartre analizaron, en varios estudios, la relación de la mirada en la creación literaria. Para Heidegger, la mirada es parte esencial de la “angustia” que experimenta el hombre cuando asume y se hace consciente de su existencia. A través de esta mirada, el hombre puede abrirse paso en la “angustia” del existir mientras se convierte en un individuo libre y realizado. Esa mirada es la que justamente encontramos en la poesía de Celan. Con la mirada, Celan puede ver, a través de su poesía, la realidad y existencia de su ser, desentrañando el misterio del mundo.
Todo lo concerniente a la expresión poética debe necesariamente demostrarse y explicarse a través del lenguaje. Desde allí, la relación entre logos y pensamiento advierte una amplia gama de variaciones y concepciones que trae consigo la interpretación poética del mundo y sus amplios reflejos. Ante el silencio de Heidegger frente al régimen nazi, el crítico André Glucksmann, ante la noción de que “la alusión crítica al lenguaje como la casa de ser tampoco es vista por el discípulo de Heidegger (Gadamer)”, se pregunta con toda razón: ¿y si Celan (con su mirada) nos quiere enseñar a vivir fuera de esa casa?
De esta forma, Celan se convierte entonces en el poeta de la contravoz, de la resistencia a esa otra realidad del hombre y el mundo con sus aniquilaciones; contravoz, como la denominó el filósofo napolitano Vincenzo Vitiello; la contravoz como movimiento perpetuo que enfrenta las marionetas de la manipulación del lenguaje, que desenmascara las paradojas de la historia. Una voz ascendente que surge desde la lucidez y desde la precariedad de la existencia misma del hombre en un mundo lleno de contrariedades en donde, no obstante, la poesía se yergue como la mirada hacia una otredad lúcida, abierta y esperanzadora.
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