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La biblioteca en la mira

jueves 27 de octubre de 2016
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La Biblioteca de Babel
Ilustración: fragmento de un grabado de Erik Desmazieres para “La Biblioteca de Babel”, de Jorge Luis Borges

El escritor y siquiatra Pedro Téllez ha expuesto la destrucción de la biblioteca del Departamento de Salud Mental de la Universidad de Carabobo: “…más de 10.000 valiosos libros reciclados como papel o algo peor, sólo dejaron los esqueletos de una docena de estanterías metálicas: ya no están los tomos de la Enciclopedia Latinoamericana de Psiquiatría, ni clásicos de la fenomenología, primeras ediciones de Philippe Pinel del Siglo de las Luces, fundador de la psiquiatría, o los traducciones de Freud, Kraepelin, sus refundadores; la tesis de grado en su original del médico y nuestro primer crítico literario Jesús María Semprum, primeras ediciones de Sardio y del Techo de la Ballena, libros de Antonin Artaud dedicados a José Solanes. En fin: una maravillosa mezcla de psicología, sociología y literatura, una biblioteca que era cuatro bibliotecas, tirada a la basura” (“La Universidad de Carabobo destruye sus libros”). Por ironías del destino este acto de idiotez terrorista suprema coincide con dos hechos, el primero fue una exposición de fotografía: “Rostros de letras: 26 lectores que hacen país”, en la sede del Centro de Interpretación Histórica, Cultural y Patrimonial de la Universidad de Carabobo (antigua Facultad de Derecho). Exposición que se editaría después como libro. El otro hecho es que el lema de la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo 2016 (Filuc) es “Bibliotecas en la mira” y, según palabras de sus organizadores: “Con este lema nos planteamos un doble objetivo: revalorizar los roles de las bibliotecas y señalar las posibles amenazas que ellas afrontan en la dinámica social de hoy”.

Verdaderos lectores apenas hay tres o cuatro.

Nuestra querida Universidad de Carabobo es un caldo de cultivo (me refiero a las autoridades pasadas, presentes y futuras) de ignorancia doctorada, política de la más baja estofa y las triquiñuelas liliputienses de un microcosmos de poder en ocasiones disfrazado de izquierda liberal, pero que en el fondo es sólo un ejército chapado del conservadurismo más rancio. Es decir, la godarria valenciana con ínfulas. Por ese motivo no me extraña que vendan las bibliotecas enteras para reciclarlas como pulpa de papel. Como tampoco es inverosímil muchos años ha de la máquina de escribir, que uno de los rectores que tuvo la UC, y de cuyo nombre no quiero acordarme, mostrando la maqueta de lo que sería la nueva universidad y ante la intriga de algún despistado asistente que preguntó dónde estaría el edificio de la Biblioteca Central, tan campante dijo que ese edificio no estaba proyectado en la maqueta “porque a futuro no habría libros en papel, sino libros virtuales, y en tal caso una biblioteca central carecía de sentido alguno”. Palabras más, palabras menos.

Como es lógico, en el libro Rostros de letras: 26 lectores que hacen país, aparece la actual rectora Jessy Divo de Romero. Por supuesto alguien que lee presupuestos, cartas, memos y demás papelería administrativa es en definitiva lectora. Con los restantes lectores del libro pasa igual, pero verdaderos lectores apenas hay tres o cuatro. Lo escrito por Alberto Manguel le calza a estos lectores de medio pelo: “Confundimos información con conocimiento, terrorismo con política, juego con habilidad manual, valor con dinero, respeto mutuo con tolerancia altiva, equilibrio social con comodidad personal. Creemos que estar contentos (o creer que estamos contentos) es ser felices. Quienes están en el poder nos dicen que para sentir placer tenemos que olvidarnos del mundo, someternos a normas autoritarias, dejarnos subyugar por míseros paraísos, deshumanizarnos. Pero el auténtico placer, el que nos alimenta y nos anima, tiende a lo contrario: a tomar consciencia de que somos humanos, de que existimos como pequeños signos de interrogación en el vasto texto del mundo. Quienes tenemos la fortuna de ser lectores sabemos que es así, puesto que la lectura es una de las formas más alegres, más generosas, más eficaces de ser conscientes”.

Quemar libros hoy es de mal gusto, aparte de lo llamativo y subrayado por eso es mejor reciclarlos, sin mencionar que nuestro espíritu ecologista lo agradece mucho. La ignorancia no es el leitmotiv que mueve a los destructores de libros, sino el miedo. Leer es un encuentro con la inteligencia, el placer, la memoria y todo eso, junto o separado, de alguna manera es aterrador y deslumbrante para cualquier mente acunada en su confort de estrechez, en esa comodidad de blanco o negro y en el cual los grises no existen. El lema de “Bibliotecas en la mira” de la Filuc 2016 responde a esa fuerza que alienta a todo destructor de libros. Y me hace pensar en esos rifles peliculeros con mira telescópica y altamente tecnologizados para siempre dar en el blanco.

Toda biblioteca es en ocasiones más subversiva que sus conspicuos dueños.

Uno, que nació en un barrio y que se hizo lector por su cuenta y riesgo, sabe que los libros son objetos que despiertan temor y respeto al unísono. En el barrio de mis andanzas juveniles por lo general andaba con un libro y los frotaesquinas que tiene todo barrio me veían y notaban que mi única arma era una libro; luego alguno decía: “Estudia y lee para que no seas como nosotros”. En un fragmento del poema Orlando Furioso, de Ludovico Ariosto, Atlante se enfrenta a la bella hechicera Bradamante y lo único que tiene para defenderse de los ataques es un libro. Manguel ha escrito que “compartir el conocimiento del mundo y de nosotros mismos: éstos son algunos de los poderes (y peligros) que encierran los libros, y algunas de las razones por las cuales los amamos y los tememos”.

Toda biblioteca es en ocasiones más subversiva que sus conspicuos dueños. Borges, que era gran lector, pero algo constreñido y un poco facha en sus alocuciones orales, imaginó esa biblioteca total donde había grupos dedicados a destruir los libros, destrucciones que apenas causaban daños ya que la biblioteca era infinita, o como lo escribe el escritor argentino en las líneas iniciales del cuento: “El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente”.

Hoy esa biblioteca total podría ser la Internet y quizás el libro desaparezca de su forma física como la conocemos, pero los libros seguirán ahí en la memoria humana y quizá en un futuro las bibliotecas del mundo se convertirán sólo en museos del libro, pero la lectura seguirá forjándonos, amasándonos y moldeando nuestro sentido de humanidad e inteligencia a pesar del poder y sus burócratas cancerberos.

Carlos Yusti
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