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Cuentos
El día que él se casaba, ella optó por la indiferencia. Abrió el refrigerador y con la imaginación visitó la cabaña a la que solían escaparse juntos los fines de semana. Sacó los ingredientes para prepararse una ensalada. Bajó la escopeta de la repisa de la chimenea, la apoyó en el suelo frente a ella y utilizó el cañón como florero para su ramo de coliflor. Mordió una coliflor y, al sentirla en su paladar, apretó el gatillo y se voló el recuerdo.
Comenzó a creer en cuentos de hadas cuando su marido, que siempre se había considerado a sí mismo como un príncipe azul, se convirtió en su carcelero, verdugo y dragón guardián. Se sintió entonces presa en un castillo medieval, o en una leyenda no muy de su agrado. De manera sutil al principio, pero muy intensa al cabo de un par de años, la fue llenando un sentimiento de temor: no se atrevía a romper su cautiverio por miedo al hechizo que sobrevendría. Pasó todavía un tiempo antes de que su sentido práctico se impusiera y la decidiera a salir de su torre a la manera de los cuentos modernos. En su rutinaria vida cotidiana no fueron oportunidades lo que le faltaron y eligió una mañana de tantas al más prosaico de los mortales para llevar a cabo su propósito de evasión. Y se escapó; pero consumada la simbólica huida, el temor volvió más fuerte que antes. Tardó más de tres minutos en convencerse de que ni ella ni su compañero de aventura se habían convertido en piedra como consecuencia de algún conjuro. De regreso a casa se detuvo inquieta ante cada escaparate, para comprobar que seguía siendo la de siempre. Convencida ya de que la vida era más realidad que fantasía y que nada extravagante había sucedido abrió la puerta de su casa; entonces lo notó: a causa de un beso infiel, su marido se había convertido en sapo.
Lentes oscuros, traje sastre, portafolios tinto, asunto legal. Entro al elevador y pienso: ojalá no estés, espero que sí, sé que sí, mi piel grita... Octavo piso, cita cumplida, saludo formal. Dices "te conocía", contesto afirmando sin voz. "¿Otra vez tu hermano?", niego, "¿Pues, qué hacen?", encojo los hombros, "¿Tú que crees?"... ni modo de contestar "vender droga" mientras cierras la puerta del alfombrado despacho, me quito los lentes y quisiera quitarme la idea: mecachis, cómo me fui a enamorar de un licenciado, del más chingón de los abogados. Tú "no me hablaste ya nunca", yo, sonrisa de pendeja que tan bien me sale: "¿para qué? si no habían mandado a nadie al bote en los últimos meses", y por dentro: me canso que te hubiera hablado si me hubiera enterado de una sola escuela de leyes que diera argollas de graduación, pero no, la tuya es de amarrado y yo con casados no salgo, que por ahí empezó todo, por mandar golpear a la bruja marida del flaco para que lo dejara en paz. ¡Valió madres! A fin de cuentas ellos se reconciliaron y yo bien embarcada, debiéndole el favor a la banda, pagando con sonrisas pendejas a hoteleros, políticos, secretarias de juzgado y hasta a un penalista... Cabrón qué guapo estás, no exclamo cuando te entrego copias del expediente de un tipo al que ni conozco, y tú, la pluma en la boca, preguntas detalles. Intercalas "¿cuándo nos vemos?", "en cuanto saques a este tipo para pagarte". Divago: ¡Caray! Ojalá que los agarren más seguido, para no salir de esta oficina, pero me regresas del sueño al despacho. "Conque, ¿dónde lo tienen?" y tras la respuesta "¿me das un beso?", "mi siquiatra me tiene prohibido besar casados en martes por la tarde", "¿vas al siquiatra?", prendo un cigarro en vez de contestar y me invento: ¿y si no qué hago con toda esta coca encima imbécil?, y en la infancia un abuelo demasiado cariñoso; tanto como para echarle la culpa, la culpa de mis obsesiones, del esquema equivocado y repetido como si funcionara, como si no terminara siempre con la ausencia convertida en dolor de brazos, con los celos trabados en la mandíbula, con inexistentes ruidos en las noches que un empresario compartía con La Señora, a la que después dejó para casarse otra vez. Y otra vez no conmigo. Por eso yo no salgo con casados, recito, aunque después puedan sufrir accidentes y quedar paralíticos. Pero no puedo evitar mirarte, y después mirarme y confundirme cada vez más. ¡Carajo, cómo me gustas!, pero si empiezo a dar pitazos otra vez van a sospechar, me quemo de a gratis y de todos modos no te veo. "No arriesgues tu cara, mamacita!", me amenazaron un día. Bien que me acuerdo, no te creas. Aquella vez me la pasaron porque el cuate ya les estorbaba pero otra de esas y me despido de esta tierra que tanto me gusta. Andar de bocona es más peligroso que quedarte con los cambios. Ni modo, a conformarme con traerte un expediente de vez en vez, cuando agarran a alguien y la banda te requiere. Oye, ¿si me entambaran a mí me visitarías cada ocho días?, pero la peni es fea, me cae. Demasiado fea como para regresar; recapacito: son pretextos complicados, pero es que yo con casados no salgo, qué remedio, hay que pensar con la cabeza y no con la campanita abajeña... y tú, tiempo-medido-y-todo-cobrado, das por terminada la visita con un "¿te aviso en cuánto haya algo?". Concedo. "¿Mismo teléfono?". "Sí". "¿Y para invitarte a cenar?", sólo sonrío y ya en el elevador, con lentes de nuevo, me sermoneo como con gotero: que no salgo con casados, que no debo salir con casados, que no me puedo dar el lujo de enamorarme de un... ¿y si fueras viudo?
A Paulina. Blanca Nieves conoce el cuento y sabe bien cuál es su papel. No en vano lo ha representado tantas veces. Puede ser que el entorno cambie un poco; a veces los que cambian son los otros personajes, pero Blanca Nieves siempre acaba por reconocerlos y por reconocerse; entonces sabe que es ella de nuevo y que la historia debe repetirse y que ella volverá a ser feliz para siempre.Alguna vez, por ejemplo, la bruja se caracterizó de sacerdotisa. En otra ocasión el príncipe resultó ser un astronauta que la rescató en una estrella fugaz. En cuanto a los enanos, bueno, ha habido de todo: desde extraterrestres violetas, hasta un equipo de basquetbol en el que los siete medían más de un metro noventa. En ese cuento, la madrastra era una avinagrada directora de preparatoria y Blanca Nieves se le escapó, disfrazada de porrista, en el autobús escolar. El escándalo sobrevino cuándo Blanca Nieves y el entrenador del equipo desaparecieron en mitad de la gira deportiva; pero ellos igual fueron felices, otra vez para siempre. Los cambios de tiempo y forma son lo de menos para una princesa consciente de su responsabilidad histórica que no puede evitar la tentación de ser rescatada de todos sus problemas por un príncipe azul. Blanca Nieves conoce el cuento y aunque los personajes cambien, ella siempre termina por reconocerlos, y reconocerse... Esta vez el cazador ha sido un molesto inspector de hacienda que la ha perseguido hasta hacerla cerrar su próspero negocio de reparto de pays caseros. La bruja, que casualmente era quien le cocinaba los pasteles, se muere de envidia porque ella es bonita y se lleva las mejores comisiones y ha jurado hacerla desaparecer. Blanca Nieves se ha escondido asustada, con máscara de ejecutiva de cuenta, en un changarro de siete trabajadores y carismáticos ingenieros. Con el fin de ganarse la quincena, y con la esperanza de que Hacienda no aparezca de nuevo, Blanca Nieves ha acomodado los escritorios de sus ingenieros, ha puesto plantas entre sus restiradores y ha pintado las paredes del fondo de cada oficina de vivos y primaverales rosas, azules y verdes. Seis ingenieros, gritos más, quejas menos, se resignan y sólo esperan que el príncipe aparezca antes de que el lugar quede irreconocible. Como en toda historia que se respete, Gruñón no cede y ha hecho a Blanca Nieves ver su suerte. Ésta aparece una mañana con una hamburguesa, sabiendo que debe convencer a Gruñón de que no es tan mala: ¡nada que hacer!, Gruñón se embebe en la pantalla de su computadora y no hay manera de hacerlo hablar. Blanca Nieves se desespera, el que alguien se resista a sus encantos no está en el guión. Blanca Nieves está triste, tanto como sólo las princesas de los cuentos pueden estar. A veces piensa en Gruñón más que en el príncipe. Sumisa y obediente a las reglas del cuento Blanca Nieves decide internarse en el mundo del Internet: así podrá ser plenamente aceptada por sus siete brillantes ingenieros, Gruñón incluido y el cuento podrá continuar. Blanca Nieves comienza a navegar en Internet y olvida de qué quería escapar. En la esquina superior derecha de su computadora, una manzanita ríe. Esto tampoco está en el guión... Blanca Nieves le cuenta sus descubrimientos a Doc y pronto Gruñón se acerca a ver qué hay de nuevo. Blanca Nieves, rodeada de ingenieros se divierte. Tan embebida está en incontables sistemas de información que no se entera siquiera cuando el príncipe llega a la oficina en su busca. Gruñón parado junto al escritorio no deja que el príncipe vea a Blanca Nieves, nunca sabremos si fue intencional, el guión se ha perdido y no hay quien explique el suceso. La recepcionista, que ni idea tiene de cuentos, le sonríe al recién llegado, preguntándose qué se sentirá ser salvada de una oficina por un proveedor de pintura azul.
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