Río de ventanas
Javier Etchemendi
Persistencia
Un beso regado por el cuerpo, entre las manos
corrido por la espalda.
Uno de llegada y de partida.
Un beso de nacido y otro antes de morir.
Un beso para cada lámpara con frío. Para todos los objetos.
Un beso en la frente del caballo de porcelana.
Un beso hincado en la carne de una rosa de papel.
Un beso como el agua de los muelles,
estancado entre el aceite de los barcos,
entre el aceite de los ojos.
Un beso como cáscaras de naranja perfumando las camisetas.
Un beso de llegada y de partida.
Un beso de animales a escondidas.
Un beso de perros fracturados
de elefantes con miedo. Un beso,
como vacas de ojos amarillos,
que comen y besan hasta morir.
Un beso de a pie
de a litros
un beso sin dentadura. Un beso.
Que a nadie le falte un beso.
Un beso corriéndose por la espalda hasta el piso.
Cayendo por las alcantarillas, un beso abierto,
un gran beso partido en dos.
Que a nadie le falte.
Que a nadie le falte un beso en la fila al cementerio.
Un beso regado por el cuerpo, entre las manos.
Un beso porque sí y otro más por si acaso.
Un beso de nacido y otro antes de morir.
Un beso de llegada y de partida.
Es tan difícil morir
no alcanza con balancearse al borde de la náusea
ni con apagar el timbre del teléfono
no alcanza con declarar que ya no amamos a nadie
o con ordenar los objetos de cara a la pared
no alcanza con eso
para morir hay que agarrarse con fuerza la garganta
coserse la boca
plantarse delante de una hoja en blanco
y no tener nada para decir
para morir hay que tener sexo con un ángel
o dos
caer desde la cama imaginando un balcón
imaginando un suelo de adoquines
que penetre por un costado como una cordillera azul
como el frío
para morir hay que haber perdido los colores
hay que haber perdido el nombre y entonces sí
pasar como un olor por encima de las cosas
pasar como un recorte de diario del gris al amarillo
de la misma forma que pasa la duda a la certeza.
Y ocurre.
Quién pudiera escribirle a la Luna como se merece
anclar unos versos en el cuerpo
apoyar la cabeza
y gobernarle el pecho como una enfermedad.
Rueda del Calendario que rueda
por la espina dorsal del universo
y pasa,
pasa como esta tarde en mí
como el minuto que llega jadeando y se aleja.
Cómo escribirle con estas manos de tijera,
con estas manos
vulneradas por los gestos
quizá sólo beberla
beberla despacio
beberla del estanque del vaso
paladeando el frío que baja por la garganta.
Luna de filo
Luna de Tierra llena
de espalda oscura Luna de barco.
Arco de cárcel.
Quién pudiera quedarse con la cabeza apoyada
en ese azul que no se alivia.