Cuatro poemas
Luis Daniel Fernández García
Glosada de verdad
Aún estás viviente,
vertida entre mi polvo,
con esa humanidad de versos
que te profana de almas o de cánticos.
¿Qué grita tu carne
entre mi carne?
¿Qué cicatriz de amor
recuerda el torbellino de nuestros cuerpos?
Tú sabes que sólo
en noches de júbilo
se conoce la herida profunda.
La intocable distancia del tacto
inconsumible.
Y hoy te espero hacia las ocho
donde aún las golondrinas
no sueñan sus nidos de occidente;
para tejer con sangre y esperanza nuestras horas.
Y te digo que vengas;
que vengas
hasta este lecho,
glosada de verdad mientras sonríes
Hoy muero contigo
Te beso, desconocidamente,
ensangrentando de soledad tus pasos,
sembrando de niebla tus jardines
con la herida fresca de mi boca
insomne.
Y en esta mañana recuerdo tu amor.
El perfume de tus anémonas iniciadas
sobre la arena.
Y te dejaré a solas,
para que pronuncies mi nombre
estremecida en esa infancia
de nuestros abrazos compartidos.
Te beso, y tu voz
pone límites de renuncias a mis labios.
Y tus palabras florecen en el sitio
más profundo de mis ojos.
Allí, junto a la memoria ausente.
Hoy, muero contigo
como mueren los peces,
en silencio.
¿Poesía?
Volver a ti
es rozar la noche y sentir la soledad
de todos los muertos,
cuando apenas el alba adormece los fracasos.
Y doloridamente regresar a las tardes
donde tu presencia
deja la nostalgia de la aurora
sobre tálamos de aloe y de costumbres.
Pero
aún me habito de tu cálida mirada,
en estos jardines del umbral
más oscuro de la muerte.
Y en ti,
ignoro el cáliz agraz de mis ausencias.
Y vuelvo desde la misma muerte
como regresan los muertos insaciables,
para llenar de noches prometidas
todos tus recuerdos.
Regreso a Ítaca
Contemplo el rubor de tus ojos
al mirarte,
Y esa joven primavera donde duermes.
¿O es el agua que anida en tu lluvia
y corre por mi piel
hasta herirme?
Otra vez, son los silencios
de noches urdidas de cenizas
o memorias.
Silencios que recorren tus lunas
Y llegan hasta los labios,
huidos del lúgubre olor de mis poemas.
Porque estoy huérfano de ti
y de esa sonrisa tuya que llenaba de azúcar
mis aljibes.
Y porque aún no has colmado el vacío
de este otoño
al que vuelven todos los abismos
de amaneceres tristes.
Con la inocencia de sándalo propia de la carne
dormida por gaviotas,
de aquellos que regresan de naufragios a su Ítaca