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Jorge Gómez Jiménez
Editor

Letralia, Tierra de Letras Año V • Nº 91
3 de julio de 2000
Cagua, Venezuela

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La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Letras de la Tierra de Letras

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El padre (monólogo)

Patricia Suárez

Escena:

La mujer llamada Carmen, vestida con un solero muy humilde, está sentada con las piernas muy juntas frente al hombre que es su padre, en el patio de una prisión.

CARMEN

Mire, papá, yo no sé si tendría que haber venido. La madre me dijo que esto era lo peor que yo podía hacer, porque así le traía pena y le hacía hacer ilusiones falsas. Pero yo no le he creído demasiado, porque la mamá es muy zorra para las cosas suyas, y quiere gobernar las cosas mías como si yo todavía fuera una inocente.

(La mujer se estruja las manos)

Papá, yo vine a decirle de la tierra y de la casa, y de cómo lo estoy esperando yo, papá, ¿me entiende?, que hasta he comprado un lechón para hacer una fiesta cuando usted vuelva. Yo soy su hija, papá, y tenía derecho a venir y hablarle de la casa y de la tierra, y de las cosas que me pasan, papá, que yo no puedo vivir como si fuera de palo, y como si usted no existiera.

(La mujer inspira, saca un pañuelo de su pequeño bolso, y lo mantiene apretado contra el puño. Todo el relato que hace es apresurado, y está crispada como si fuera a llorar y a quebrarse en cualquier momento)

Yo sé que usted dijo que prefería que su mano derecha perdiera la destreza antes de olvidarse de su familia y de su tierra, y por eso nos prometió que vendría, apenas pudiera, del sur, aunque más no fuera para devolver la cortitrilla que no era suya, por más cosecha que usted tuviera que recoger los Jarma reclaman la cortitrilla y no supimos qué hacer con los reclamos, y cuando la mamá les dijo que usted nos había jurado que prefería perder la destreza de la mano derecha antes de olvidarse de nosotros y de la tierra, y que eso quería decir que tampoco se olvidaba de los amigos ni ellos de los Jarma, ellos se le rieron a la mamá en la cara.

(Le habla rogándole, con las manos juntas, como si rezara)

Papá, padrecito, no vaya a enojarse conmigo por estas cosas que le digo, pero son la verdad como ocurrieron, noramala que nos fueron ocurriendo todas esas cosas. Yo no puedo recordar que usted, papá, haya dicho que prefería perder la destreza de la mano derecha antes que olvidarse de nosotros, no lo puedo recordar, porque usted sabrá, si me recuerda, que yo era muy chica. La mamá me decía, "¿Para qué vas a ir, Carmencita, a buscarlo, si ni de su cara te acordás?". Pero yo le dije, "Qué importa, mamá, qué me dice usted, mi papá ha de ser igualito a mí, igualito a nosotros, eso se le debe notar a la legua, en la cara y en la color de la piel, ahí sí que se le debe notar que es de los nuestros, mamá". ¿Y usted, papá, usted sí se acordaba de mí? Yo me acuerdo de usted a veces, aunque la mamá diga que no. Siempre me parece estar viéndolo, ¿sabe usted?, levantándose con el gallo, y saliendo a sembrar. Siempre le pido a la virgen santa por usted, papá, todas las noches, antes de dormirme, y a veces hasta durante el día, cuando cuido las gallinas o saco a pastar la chiva. Yo no recuerdo muy bien qué sembraba usted, papá, pero mi hermano Pedro dice que usted era un buen sembrador, y que trabajaba bien la semilla del trigo, y los arrozales cuando subió con los mocovíes. Y también me dijo mi hermano Pedro que lo extraña, aunque él no lo perdona. Cuando el tiempo en que usted dijo que iba volver se cumplió y usted no volvía, empezó a rondar la casa la gente rara. Fíjese que yo tampoco me acuerdo de eso porque seguía siendo muy chica, pero me dijo mi hermano Pedro que por aquel tiempo la mamá estaba muy asustada, y creía que nos iban a sacar la tierra y que nos iban a echar del pueblo por esta fechoría que usted había hecho en el sur, que se comentaba que debía había matado a un cristiano. La mamá tenía el susto de que nos sacaran la tierra, porque decían que a los parientes de ella, los que vivían en los cerros se lo habían hecho. A la madrina de la mamá le ocurrió aquello. La madrina de la mamá ya sabía que iban a llegar las gentes raras a sacarles la tierra, que ella lo había leído en las entrañas de la cabra, que la madrina de la mamá era muy sabia en eso. Primero les pidieron que les mostraran las escrituras, y la madrina de la mamá no tenía escritura de la tierra, que esa tierra era suya y de sus gentes de toda la vida, desde antes que llegaran los otros hombres, que las tierras eran de las gentes. Entonces los hombres de traje que fueron les gritaron que ellos era indios y que los indios no valen nada en ningún país y que no tienen tierra, mataron el ganado, los pollos, los cabritos y todo, hasta el guanaco que la madrina de la mamá tenía para hacerse compañía, y así les sacaron la tierra, por ser indios, aunque la madrina de la mamá tuviera también la sangre de un blanco, su padre era un español, de esos que fueron por el oro que escondía el valle, igual eso no les importaba a ellos, ellos lo único que querían era la tierra, por codiciosos, porque son así, porque dicen que un hombre sin ambiciones no es un hombre. Y la madrina de la mamá y la mamá misma les contestaron que ellos no eran hombres, no eran gentes buenas, que ellos eran buitres, que eran peor que los cuervos y los perros del desierto cuando están muertos de hambre. Y a los hombres no les importó nada. Los hombres solamente querían la tierra, y para ellos las gentes no eran gentes, papá, eran no más indios; y los indios no valían nada en ningún país, decían ellos. Yo siempre pensé, papá, que si usted mató a alguien sus razones habrá tenido, porque usted es muy hombre para matar por matar, para andar cuchilleando porque sí a cualquiera.

(Dice febrilmente:)

Muchas veces paso noches sin dormir, y el sueño no llega, no viene a mí, y mi cabeza no tiene descanso, y también he venido para eso, papá, para darle descanso a mi cabeza, porque yo necesito saber, ¿me entiende? Yo necesito saber por qué mató usted a un hombre, cómo pasó aquello, papá, se le pregunto nada más que para darle descanso a mi cabeza, porque no puedo dormir, y tengo que saberlo.

(Se hace un largo silencio, en el que Carmen permanece cabizbaja)

La mamá dice

(carraspeando)

que usted se daba a la bebida, y que el vino es lo peor que le puede pasar a un hombre y a un padre, que después se le olvida todo, nomás por tomar muy mucho, aunque haya prometido que prefería perder la destreza de la mano derecha antes que el olvido, muy bebedor dice que era usted la mamá, y que se le olvidó que nosotros seguimos en el pueblo, que somos su familia, y que pensamos en usted aunque usted esté acá. Yo lo tengo en mi pensamiento, papá, todo el tiempo, a cada momento. Cada cosa que hago, me digo, ¿cómo sería si estuviera el papá conmigo? Me pregunto si usted estará bien acá, papá, qué cosas puede andar necesitando, tabaco o qué, y a mi pensamiento viene usted más rápido que la fiebre. A veces le pregunto a mi hermano Pedro, le pregunto, "¿Cómo sería si papá estuviera con nosotros?", pero a mi hermano no le importa, porque no lo perdona a usted,

(meneando la cabeza como si se tratara de algo incomprensible)

y dice que todo seguiría igual, que las cosas del mundo no cambian por un padre que esté o que no esté, sino que van a cambiar cuando cambien los patrones, los patrones de la tierra, que son los que nos dañan, ellos, aunque la Emilia, por nombrarle alguno, que es la hija del Viejo Alvárez, parezca tan calma y tan buena, ellos, los patrones son los que nos hacen mal, dice mi hermano, y que cuando los patrones se terminen se van a terminar nuestros problemas, que son muchos y no se los voy a andar numerando, papá, no debería, para que no se me ponga triste. Mi mamá dice que si nosotros, mi hermano y yo decimos estas cosas vamos a terminar presos igual que usted, porque estas cosas no se dicen, claro que no se dicen, a los patrones no les gusta escuchar lo que uno piensa. Creen que ellos solos tienen lengua y seso, y que nosotros somos como un atajo de piernas y brazos, que no somos personas, que no somos gentes. A mí no me importaría ir presa, papá, si supiera que así voy a estar más cerca suyo, pero estuve mirando por acá y no vi mujeres, no vi ni una mujer por acá, y me preguntaba qué habrá pasado, ¿no hacen nada contra las leyes las mujeres, papá, o será que no vienen acá, que las llevan a otro lugar? Lo único que yo deseo es estar cerca suyo, ¿me entiende, papá? Vine hasta acá para decírselo. La virgen me lo tiene que cumplir mi deseo que para eso le rezo todas las noches, y a veces hasta durante el día.

(Mira al padre con ternura, y trata de tocarlo. Luego recoge las manos como si le quemaran, las junta y las deja apretadas sobre el regazo)

Yo lo único que quiero es que en cuanto usted salga de acá vuelva para la casa, a vivir conmigo, se lo pido a la santa virgen todo el día, pero la mamá dice que la Virgen tampoco nos escucha. Que a lo mejor no nos escucha porque ella una vez cometió un gran pecado, y de ese pecado le viene la dolor de los huesos de las manos, viera, papá, usted, cómo le duelen a la mamá los huesos de la mano, la dolor de ella es más grande de lo que dice.

(Carmen llora)

Mi hermano Pedro dice que habría que ir al médico de la ciudad, para que la vea, pero el Viejo Alvárez que sabe mucho le dijo a la mamá que no sea una burra, que no hace falta ir a la ciudad para que se le vaya la dolor en los dedos, que si se pone la crema de ordeñe el dolor se le va a ir y los dedos no se le van a disformar nunca ni se le van a poner morados, dice, que eso es lo que hace la Señora. Pero la Señora, papá, ¿usted se acuerda de la Señora del Viejo Alvárez? Una chiquita, con la nariz ganchuda. A la Señora del Viejo Alvárez yo jamás la vi andar lavando la ropa que mamá lava, y menos en esa cantidad, si hasta da pena, por eso no sé por qué lo dice el Viejo. Yo creo que nos miente, yo creo, al final, que es como dice mi hermano Pedro, que los patrones son los dueños de nuestros dolores.

(Carmen suspira, y mece la cabeza)

Le dije a la mamá que igual vaya a la ciudad a hacerse ver las manos, pero ella, vio cómo es, papá, cabezuda como una mula, dice que el Viejo Alvárez es bueno y no va a querer hacerle mal, ni tampoco los Jarma, que le hacen lavar la ropa y atender los críos sólo porque usted, papá querido, y no vaya a enojarse por esto que le digo, los Jarma la hacen trabajar a la mamá nada más que porque usted no les devolvió la cortitrilla en aquel tiempo, cuando se fue al sur para la cosecha de la soja, y nos dijo aquello de la mano, que usted prefería perder la destreza en la mano derecha antes que olvidarse de su familia y de su tierra.

(Muy crispada)

Yo tengo miedo por la mamá, que se desloma de sol a sol, y se va poniendo vieja, y a veces no quiere comer ni dormir, ni le dice a mi hermano Pedro "mi negrito" que es como le decía ella antes, cuando parecía más contenta, tal vez usted se acuerde, papá, de cuando mi mamá estaba contenta. Ha dicho que quiere volverse a los cerros, que ella nunca debería haber dejado su tierra, que su padre era baqueano y su mamá era una criolla guapa que pasaba las horas tejiendo ponchos, y que ella dejó aquello para venirse con usted, que ella le tenía a usted tantas ganas que eso la hizo venirse de los cerros; yo creo que ese es el gran pecado del que ella habla: haber dejado el cerro, por las ganas del cuerpo que tenía de usted; si usted supiera, papá, ay, si usted supiera papá, lo triste que estoy a veces.

(Carmen llora, despacito dice:)

Déjeme, papá, ay, déjeme. La mamá dice que los suyos le ordenan que se vuelva, que la están esperando, se lo dicen a cada rato, en los sueños, la mamá habla con las almas de los suyos. Tiene metido en la cabeza lo de la vuelta, porque las almas de sus gentes se lo dicen en los sueños.

(Carmen se levanta, camina en círculos con las manos sobre la cintura, como si quisiera estirar la espalda)

Uno de los Jarma, dice, papá, pero yo no le creo, que la vio a la mamá andando dormida por el campo, como perdida. El Jarma que la vio, yo no creo que usted se acuerde de él, uno con cara de bien turquito, que cuando usted se fue, aún él estaba adentro de la panza de su madre, que su madre estaba gruesa de él, y cuando el turquito nació, ella le quiso poner a él su nombre, papá, el nombre de usted, Antonio, para recordarlo, pero Jarma el viejo dijo que no, se lo prohibió, porque si le ponía el nombre de usted, decía, el chico iba a salir matungo y asesino,

(gesticulando pasionalmente)

y no es justo, papá, que ese viejo amarrete diga lo que dice de usted. Cuestión que el turquito de los Jarma dice que él salió afuera porque sintió la bulla que hacían las gallinas, y pensó que una comadreja estaba dándose una panzada con sus huevos. Salió con la escopeta, el hijo de los Jarma, viera qué atorrante, papá, salir con una escopeta por unos pocos huevos que pierde, y capaz que mata a una persona, pero ellos son así, qué se le va a hacer, parece que no se puede hacer nada con cómo son ellos, tienen el espíritu violento. El turquito dice que vio a la mamá, que andaba en redondo alrededor del álamo que plantó el Viejo Alvárez en el tiempo viejo, cuando esa propiedad todavía era suya y no se la había vendido a los Jarma.

(Carmen se agarra la cabeza)

Los Jarma odian la tierra en que viven, se lo juro, papá. Es porque el Viejo Alvárez hizo la porquería de vendérselas sabiendo que la tierra estaba agotada, que él la había agotado sembrando maíz y trigo durante más de cinco años seguidos. Trató a la tierra peor que a las bestias de carga. Que cuando los Jarma compraron la tierra, ni los cardos crecían ahí, y la mamá les hizo un trabajo, una vez, para ayudarlos, usted debe acordarse de eso, papá, usted todavía no se había ido al sur, y debe de acordarse de cuando la mamá hizo aquel trabajo con un toro negro y muy bravo y lo puso a montarse a las vacas justo encima de aquella tierra yerma, la de los Jarma, para que se les volviera fértil. Y ahora uno de ellos viene con el cuento de que la mamá se pasea en sueños por sus tierras, que les pisotea la siembra, dicen, y hablan de la mamá como de una vaca que se cruza los cercos y arruina los sembrados, y una de las Jarma dice que la mamá es bruja porque hizo que ella perdiera la criatura que estaba esperando. Que ni mi mamá ni yo ni nadie, sabíamos que esa estaba preñada, y que si lo perdió fue porque era un hijo malhabido, que vaya a saber con quién lo hizo, papá, esa Jarma que es una víbora.

(Carmen lloriquea, se suena la nariz, inspira bien hondo, y sigue)

Yo quisiera que todo esto no pasara, papá, que no ocurriera, y que las cosas volvieran a ser como antes, cuando usted estaba en la casa. Yo quiero que usted vuelva a la casa, ¿me entiende, papá? Pero, ¿me entiende, papá?

(Silencio largo)

Yo siempre me acuerdo de cuando usted se levantaba al alba con el canto del gallo, qué lindo hombre era usted, papá, cuando yo le veía en la madrugada y usted se iba a sembrar, que era un buen sembrador, usted, de soja y de trigo y de arroz cuando se fue Formosa, me dijo mi hermano Pedro. Lo que más me apena, papá, es que mi mamá dice que si ella se vuelve para los cerros, nosotros, mi hermano y yo, deberemos quedarnos en el pueblo, porque ese es nuestro lugar, ha dicho ella, nuestro lugar en la tierra. Pero fíjese, papá, ¿qué va a ser de mí? Porque mi hermano es un hombre, y yo sé que el se está buscando mujer. Va por las tabernas, muy de madrugada, dice que quiere encontrarse una "chinita". Que la quiere gorda para que sea sana. Pobre mi hermano Pedro, papá, la esclavitud que se está buscando.

(Carmen suspira, y agrega muy bajito:)

Y él que podría vivir conmigo sin que le faltara nada... La hija del Viejo Alvárez, la que parece tan buena, la que le he dicho antes, Emilia, antes de irse a la ciudad a estudiar a las leyes, me regaló una chiva, para que me hiciera compañía y para que yo no la extrañara a ella, a la Emilia, porque ella creía, pobrecita, que con todos sus caprichos y las bondades esas que le venían y se le iban, yo la iba a querer como a una hermana. La cosa es, papá, que ella me regaló una chiva, hasta le puso un nombre y todo pero que me resulta muy difícil de pronunciar porque no es en este idioma que hablamos usted y yo.

(Carmen balbucea:)

Yili...Yiu... li...Yiurli... en fin. O sea, papá, que si mi mamá se empeña en irse a los cerros, y cuando mi hermano Pedro se encuentre una mujer, una china gorda, yo me voy a quedar sola con la chiva, sirviendo a los Alvárez hasta que las manos se me hagan de polvo, un polvo hasta más chiquito que el que cubre la tierra, porque para eso están los patrones, dice mi hermano, les voy a lavar todas sus ropas, la blanca, la de vestir, viera usted, que ni los calzones se lavan, y eso que hay entre ellos tres muchachas ya grandes. Más valiera, papá, morirme, que la vida que me espera. Y yo ni siquiera puedo decir que estoy pagando un pecado muy grande, porque ni tiempo para pecar he tenido. El cura me enseñó el catequismo, cuando era más chica, y un pastor me hizo aprender de memoria unas sentencias cuando anduvo por el pueblo. ¿Quiere saberlas, papá? ¿Quiere escucharlas? Son sobre la bebida, papá, le van a servir para no volver a caer en tentación con la bebida... Dicen así, se las enseñó la madre a su hijo Lemuel, dice:

(Carmen se para y recita)

"No des a las mujeres tu vigor... No está bien, Lemuel, hijo mío, que los reyes beban porque así se olvidan de las leyes. El vino es para que los miserables y a los afligidos consigan el olvido. Que bebiendo olviden sus miserias y no se acuerden más de sus deseos. Abre tu boca por el mudo y defiende al desvalido. Haz justicia al pobre y al miserable".

(Silencio expectante)

Todavía, papá, ninguno se me arrimó para hacerme un hijo, cosa que espero, le juro, papá, según la mamá me ha dicho, que no me pase, nunca, nunca, papá, hasta que yo lo encuentre a usted otra vez, hasta que usted vuelva, papá, acuérdese de lo que usted prometió, aquello de que prefería perder la destreza de su mano derecha antes que olvidarse de su familia y de su tierra; y después, pasó lo que pasó y quiso el diablo o quien haya sido, que usted se entremetiera a matar al hombre que mató y lo llevaran preso, sin hacerle verdadera justicia, papá, y a la mamá, ¡la valor que ha tenido la mamá para sacarnos adelante!, y a nosotros nos rodeara la gente rara y nos obligaran a trabajar para pagar la cortitrilla que usted se llevó, y la tierra, el trozo de tierra que tenemos y que es nuestro, y donde no podríamos cavar ni nuestras tres tumbas de estrechito que es, pero es nuestro, aunque mi hermano diga que la tierra no es ni debería ser de nadie, que la tierra es como el aire y como el agua de los ríos y de los lagunas, donde todos toman. Yo quiero que mi tierra sea mía, papá, mía para mí sola, y que mi hermano se busque otra para él, y para la mujer que tenga cuando la tenga, y que mi mamá se vaya a los cerros, si ella está emperrada con eso, pero yo quiero mi tierra, la mía, papá, para cuando usted venga. Yo le pido siempre a la virgen santa que usted vuelva. Cuando usted venga, papá, yo voy a estar esperándolo en nuestra tierra. Y vamos a ser usted y yo, solos, papá, para toda la vida. Se lo juro, papá, que vamos a estar juntos usted y yo, toda la vida.

(Carmen se pasa el pañuelito por los ojos, se suena la nariz, y se queda mirando a su padre, en espera de una respuesta. Cae lentamente el

TELÓN).



       

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