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Jorge Gómez Jiménez |
Cuando Laura se encuentre Ella estará sentada mirando por el ventanal hacia el jardín. Se sentirá adormecida por el calor del sol y la claridez del cielo azul. No tendrá ganas de moverse pero igual se levantará lentamente, y se arrastrará por todas las habitaciones de la casa, mirando los objetos familiares que la rodean. Acá el retrato de papá y mamá cuando fueron de viaje solos por primera vez, dejándonos con tía Beatriz, acá la bandeja de plata de la abuela, acá la foto del casamiento de Leslie, en este violetero el ramo de flores cortadas ayer del jardín, la silla que le regaló su padre. Pasará los dedos sobre la mesa de raíz lustrada y saltarán hacia el aire las minúsculas partículas de polvo que se verán a través de los rayos de sol de esa tarde veraniega. Durante días quedará el rastro de sus dedos sobre la madera. Al pasar por la puerta de la cocina se sentirá atraída por el olor a canela y vainillas y se sentirá tentada a entrar, como guiada por un mágico llamado. Los mármoles de las mesadas están gastados por el uso, casi recortados, pequeños orificios como pozos y sobre la mesa de madera gastada podrá ver la montaña de harina blanca con un cráter de huevos amarillos y la manteca cremosa y batida a su lado, lista para mezclar con la gran cuchara de madera clara. Mira la palma de su mano y ve la línea de la vida que se abre en dos líneas casi paralelas. Toca con las yemas de los dedos nueces, avellanas y castañas que están alineadas sobre una tabla de madera de haya. Hacen ruido a seco al chocarse entre sí y se desparraman como si fueran livianas como hojas secas de otoño. En el techo un ventilador de largas aspas hace ruidos de reloj y mueve el aire oscurecido por las persianas semiabiertas. Del horno salen bocanadas de calor con gusto a masa horneada. Pálidas gotas de transpiración le caen arrastrándose por la frente. Sobre una bandeja de mimbre hay una botella abierta de vino oscuro, con dos vasos. Sirve un chorro de vino tinto que cae como una cascada sobre el vaso transparente y bebe unos tragos del vino oscuro mirando hacia arriba y cerrando los ojos. A lo lejos se escucha la voz de una mujer que canta acompasadamente una melodía con ritmo de jazz. Laura saldrá de la cocina con la nariz impregnada de olores fuertes y subirá despacio a su cuarto. Por la ventana del comedor distingue las flores que plantó en la primavera. El sol del verano las está secando. La sombra del jacarandá no les alcanza para protegerse. No quiere que la escalera cruja a su paso y se saca los zapatos llenos de briznas de pasto que usó para caminar por el jardín. Se sentará frente al espejo de su dressoir y se pasará un lápiz rojo por los labios apretados, se peinará el pelo largo castaño y se prenderá el primer botón de su remera de hilo azul como si quisiera tapar su pecho erguido. Agarrará la cartera de cuero trenzado con las dos manos y la estrujará contra su pecho. La tarde está oscureciendo y el calor no disminuye. Todavía se escuchan las chicharras y el canto de las ranas que viene de la laguna. Abrirá la puerta del dormitorio contiguo. Escuchará una voz mezclada con la melodía de la mujer que canta. Y en el mismo momento en que abre la cartera sacando con su derecha la pistola para apuntar a la muchacha de largo pelo castaño que tiene la mano derecha metida en la cartera de cuero trenzado, Laura la apuntará a ella. Las dos se miran largamente, entornan los párpados para no equivocarse y cuando los vuelven a abrir Laura se ha dormido.
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