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Instrucciones para darle cuerda a un cronopio

domingo 12 de febrero de 2017
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Julio Cortázar
Cortázar siempre trazó una línea tajante entre su quehacer literario y su compromiso político.

Sus ojos despiertos eran más grandes que los de su gato Teodoro y sus manos enormes parecían la inspiración de los cuadros del pintor ecuatoriano Guayasamín. Con unos miraba el mundo cotidiano como un acontecimiento fantástico, con las otras golpeaba rítmicamente su máquina de escribir para producir asombros o para desfacer entuertos, mientras consumía o lo consumían, uno tras otro, sus cigarrillos Gauloises.

Los rincones de la Ciudad Luz fueron, para sus ojos de cronopio, espacios significativos convertidos en avíos de presencias.

Como el mundo le quedaba pequeño a su catadura de armatoste y a su voluntad de escritor; un día viajó de Argentina, donde trabajaba como traductor oficial, y se autoexilió en París. Su propósito: enterrar para siempre la condición de burócrata que le impedía ser y darle rienda suelta al escritor desbocado que lo habitaba. Ya de niño había escrito a los nueve años una novela y sentidos poemas de amor que sus cercanos imaginaban como plagios. Hizo una primera tentativa. Un viaje de turismo lo llevó por las principales ciudades europeas y le sembró la irrevocable decisión de conquistar París. A su regreso a Argentina buscó en una beca del gobierno francés el pasaporte de salida. Sus maletas, organizadas con neurótica precisión de fama, incluían la discreta edición del poemario Presencia, publicado bajo el seudónimo de Julio Denis; su poema dramático Los reyes firmado con su nombre; Bestiario, su primer libro de cuentos editado por Sudamericana; ejemplares de revistas donde había publicado sus primeros trabajos y cartapacios debidamente marcados con novelas aún no publicadas. Una de ellas, Divertimento, premonición de Rayuela, y El examen, escrito en un lenguaje vulgar, según la ortodoxa mirada de Guillermo de Torre, el ultraísta cuñado de Borges quien trabajaba para la editorial Losada. Ambas editadas en 1986, dos años después de su muerte.

La beca lo instaló inicialmente en los campos de la Sorbona, donde sus compatriotas bebían mate y lloraban mares. Desde esa cabeza de playa París fue una casa tomada centímetro a centímetro. En las calles anheladas Cortázar ejercitaba una voluntad de sentir que vibraría con intensidad en Rayuela, novela paradigmática en la que Horacio Oliveira, su alter ego, todavía busca con desesperación a la Maga. Los rincones de la Ciudad Luz fueron, para sus ojos de cronopio, espacios significativos convertidos en avíos de presencias. Imágenes que incorporaría con la misma voluntad de sentir que Rilke le sugiere al joven poeta de sus epístolas:

Si su cotidianidad le parece pobre, cúlpese a sí mismo, dígase que no es lo suficientemente escritor para hacer que sus riquezas vengan a usted, pues para los creadores no hay pobreza ni lugares pobres, comunes. Incluso si estuviera en una cárcel cuyas paredes no dejaran llegar los ruidos del mundo hasta sus sentidos, ¿no tendría usted aún su niñez, esa deliciosa, magnífica posesión que son los recuerdos? Vuelva hacia allá su atención, intente recuperar las sensaciones hundidas de ese amplio pasado; su personalidad se consolidará, su soledad se ampliará y se convertirá en una habitación a media luz frente a la cual pasa, a lo lejos, el ruido de los demás. Una obra de arte es buena si nace de la necesidad. Entre en usted mismo y examine las profundidades de las que brota su vida. Admítala como suene, sin interpretarla. Asuma su destino y sopórtelo, con su peso y magnitud, sin pedir jamás una recompensa que pudiera venir del exterior. Pues quien crea debe constituir un mundo para sí mismo y encontrarlo todo en sí mismo y en la naturaleza a la que se ha integrado (Cartas a un joven poeta. R. M. Rilke).

En esa suma de voluntades que hacen al escritor, la voluntad de sentir es el cántaro de las resonancias, el agua trasmutada y fresca de la que beberán los otros en sus escritos. Cortázar lo sabía, tenía la certeza de ello. Pero además ejercitaba, con esos ojos que miraban mundos paralelos, la capacidad para descubrir el otro lado de las cosas cotidianas. Un pez: la excusa que entreteje lo profano y lo sagrado en una nueva experiencia para el lector. Alguien que cuida temporalmente una habitación para una señorita de París: el punto de quiebre para la fantasía tragicómica de un hombre que vomitaba conejitos. Una pieza de museo: la posibilidad de tiempos imbricados para un asesinato pasional. El arrobamiento del público ante una ejecución musical: la justificación surrealista de un inexplicable canibalismo. O un reloj, un pedestre reloj, la vuelta de tuerca que nos enseña que la realidad no es como nosotros la pensamos.

Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente un reloj, que los cumplas muy felices, y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo, pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

Pero la necesidad de Ser del escritor —la suma de voluntades que responde a la Verdadera Voluntad— no se explica sin los otros. El viaje a Cuba en 1961, dos años después de la revolución, le descubre “el gran vacío político que había en mí, mi inutilidad política. Desde ese día traté de documentarme, traté de entender, de leer”.

El escritor tímido y romántico que llegó a París en 1951 empieza un despertar político que lo obliga a pasar al frente. Su palabra se hace compromiso y lucha concreta contra los que abusaban del poder. En 1967 matan al Che Guevara. La muerte del revolucionario será traumática para su ser de escritor, evidenciándole su clara diferencia con el escritor mercenario. La esencia del escribir no se explica sin una ética, sin una mirada estética, sin una ideología que la sustente. El escritor es un ser cultural; incluso cuando hace contracultura.

En carta a su amigo Roberto Arlt expresa: “Quiero decirte esto: no sé escribir cuando algo me duele tanto. No soy, no seré nunca el escritor profesional listo a producir lo que se espera de él, lo que le piden o lo que él mismo se pide desesperadamente. La verdad es que la escritura, hoy y frente a esto, me parece la más banal de las artes, una especie de refugio, de disimulo casi, la sustitución de lo insustituible”.

La necesidad de ser un escritor políticamente comprometido y reconocerse con generosidad en el otro llevó a Cortázar a visitar a muchos escritores latinoamericanos que padecían la inequidad y la injusticia en las dictaduras de aquellos tiempos.

Cortázar no admiraba al Che Guevara, lo amaba filialmente: “Yo tuve un hermano / No nos vimos nunca / pero no importaba. / Yo tuve un hermano / que iba por los montes / mientras yo dormía. / Lo quise a mi modo, / le tomé su voz / libre como el agua, / caminé de a ratos / cerca de su sombra. / No nos vimos nunca / pero no importaba, / mi hermano despierto / mientras yo dormía, / mi hermano mostrándome / detrás de la noche / su estrella elegida”.

El mismo icono romántico y bélico que sustentará la pasión de resistencia de los estudiantes del Mayo Francés en 1968, imagen que, junto con la de un Cristo revolucionario, vivo, joven, resucitado, lejano de la estoica propuesta del Cristo crucificado, avivará el surgimiento de la Teología de la Liberación en la II Conferencia General del Consejo Episcopal (Celam), ese mismo año en Medellín. Año de revueltas y estallidos que apagará también la vida de Martin Luther King, promotor de la igualdad de derechos civiles de los negros en Estados Unidos. Año del despertar político del planeta en favor de los pobres, los marginados, los excluidos.

Cortázar fue consecuente con ese despertar político. Su opción de batalla fueron los derechos humanos, la lucha contra un imperialismo que tenía una contraparte idealizada en aquellos tiempos: la Unión Soviética.

Debo hacer un paréntesis personal en esta historia porque implica mi narrativa vital. Inicié muy niño la lectura de historietas en la librería Darling de Calarcá. Mi amor por la mitología griega la acuné en el ejemplo de Pedro Nel Uribe, mi abuelo, y en las viñetas de Joyas de la Mitología y Leyendas de América. Y tuve mi primer contacto con la historia del arte y la literatura en las viñetas de Fantomas, el ladrón de guante blanco. Frases y versos de Rimbaud, Baudelaire, Víctor Hugo, eran las claves que este Robin Hood tecnológico daba a sus voluptuosas colaboradoras zodiacales para entrar en su guarida. Tiempo después supe que Cortázar había sido guionista de esa historieta y lo admiré mucho más. Mi pasión por la gráfica y la palabra escrita se fundían en su trabajo. Por mis investigaciones en risa y caricatura, descubrí después que el texto heterodoxo que combinaba letras e historieta, Fantomas contra los vampiros multinacionales (1977), era un informe realizado por el escritor argentino para el Tribunal Russell, organismo internacional constituido con el propósito de examinar la situación política de América Latina, en especial la violación de derechos humanos.

La necesidad de ser un escritor políticamente comprometido y reconocerse con generosidad en el otro, llevó a Cortázar a visitar a muchos escritores latinoamericanos que padecían la inequidad y la injusticia en las dictaduras de aquellos tiempos. Dictaduras que a diferencia de las actuales no eran, paradójicamente, elegidas por el propio pueblo. La estulticia progresa.

Cortázar parecía participar de la proverbial enseñanza: “No puedo hacer todo, pero puedo hacer algo”.

Para fortuna de los estudiosos del escritor argentino, su colega ecuatoriano Jaime Galarza Zavala registró un testimonio de ese acto concreto para construir un mundo mejor.

Hace (…) años, el 20 de enero de 1973, una enorme humanidad trasponía la estrecha puerta de una celda del Penal García Moreno, tenebrosa prisión de Quito, la capital ecuatoriana. Era Julio Cortázar, el celebrado escritor argentino. Al día siguiente, el diario El Comercio informaba que la razón de esta visita consistía en su voluntad de solidarizarse con el autor de estas líneas, preso a raíz de la publicación de su libro El festín del petróleo. Regía los destinos del país la dictadura militar presidida por el general Guillermo Rodríguez Lara.

Debo rememorar esta historia por Julio Cortázar, por nuestra América Latina, por mí mismo. Las declaraciones del inmenso escritor conmueven y vibran (…) décadas después. Dijo Julio: “Estuve a verlo en la medida que se trata de un escritor que viene a visitar a otro que admira. Estaba al tanto de quién era Galarza Zavala en París, pues allí conocí su obra poética y especialmente su libro sobre el petróleo, que me conmovió, porque es una defensa de la soberanía ecuatoriana. Leyendo ese libro le admiré. Por eso, de paso por Quito, me pareció elemental conocerlo y establecer un contacto personal con él, estrecharle la mano”.

Sin duda, el lector atento señalará que no se conoce ninguna visita del escritor argentino a las prisiones de Cuba donde Reinaldo Arenas padecía el vejamen castrista. No encontré ningún registro al respecto. No tengo otra respuesta: siempre se corre el riesgo de ceguera cuando se milita ideológicamente. Por esa misma razón es más difícil aún el ejercicio escritural independiente. Sin embargo, es posible alegar en defensa de Cortázar que siempre trazó una línea tajante entre su quehacer literario y su compromiso político. La literatura de Cortázar no se puede calificar de panfletaria.

Cortázar siempre escribió en hispañol, esa lengua que supera al castellano y es enriquecida por la diversidad de hablantes iberoamericanos.

Finalmente es preciso señalar, también en su defensa que, si volviera a vivir, aún estaría golpeando las teclas de un ordenador ante la horrorosa cifra de 224 millones de latinoamericanos que viven en absoluta pobreza. Habría participado en una comisión de la Unesco para constatar las barbaridades cometidas en contra de la población civil por los “paras”, la “guerrilla” y el propio y exiguo sistema democrático que aún queda en territorio colombiano. Hubiera sido uno de los primeros en marchar en contra del negociado de la invasión a Irak. Y no porque creyera que Hussein no merecía la condena de una corte penal internacional. Como tampoco dejaría de denunciar las torturas y los atropellos en Guantánamo y Abu Ghraib, y la insensibilidad de los países poderosos frente al drama de los hambrientos y los desplazados por la guerra.

Pero también nos hubiese construido ya un maravilloso, múltiple, interminable libro de puertas giratorias donde fuera posible buscar la utopía realizadora y encontrar en cada una de ellas a las Magas ideales que habitan nuestra memoria. Y es posible incluso que, aupados por las teclas de su ordenador, ya hubiésemos pasado del hispañol integrador al uso poético y multisémico del glíglico. Recordemos que Cortázar siempre escribió en hispañol, esa lengua que supera al castellano y es enriquecida por la diversidad de hablantes iberoamericanos. Incluido el catalán. También por el lunfardo y las cotidianas formas de decir de los argentinos, donde ese vos sonoro de esssess sibilantes tiene un sabor a mate, a tango, a callecita de Buenos Aires.

Volví a encontrarme con Cortázar —con la literatura de Cortázar, es necesario precisar— en la Universidad del Quindío. Por ese tiempo realizaba con Umberto Senegal un intento de revista monográfica: Hermes, mientras participaba en la realización de Termita, una revista comarcal hecha a pulso por la voluntad creadora del profesor de diseño gráfico Álvaro Nieto Cárdenas, con la complicidad del fantasma Taller Literario del Quindío. Un grupo de jóvenes convencidos cada uno de su indiscutible capacidad para ganarse el Nobel, algún premio de Cannes o la Bienal de Venecia (Martha Lucía Usaquén, Luz Amparo Palacios, María Cristina Ceballos, José Nodier Solórzano Castaño, Aviecer Agudelo, Jorge Hernando Delgado, Javier Moscarella, Fabio Osorio Montoya, Umberto Senegal, Elías Mejía, Orlando Montoya y Jorge Ramos, entre otros). La aventura de Hermes nos permitió encontrarnos con Elías Mejía, el más representativo poeta quindiano de las nuevas generaciones. Conocido por los nadaístas sobrevivientes como “el Profeta Elías”; epíteto que Elmo Valencia, “el Monje Loco”, repite con sonoras exclamaciones en cómplice saludo de cofradía. Admirado también por la poeta María Mercedes Carranza, ya fallecida, quien lo invitó a presentar en la Casa de Poesía Silva la traducción de Ismenia y El muro en el espejo, obras del poeta griego Yannis Ritsos. En la conversación fluida y versada de Elías arribamos a Cortázar, a las posibilidades visuales de la poesía concreta y a las playas caribes de Cabrera Infante. Por esta razón traigo hoy a este escrito el poema que le publicamos en Hermes del cual mi me memoria conserva sólo algunos jirones. Mi gratitud y expresa admiración para ese creador y amigo que facilita ahora el texto completo del poema que bien podría llamarse: “Corta-zar, poema para a(r)mar”.

Retruécano

Elías Mejía

Corta Zar a ras las taras
piensa que si cortaras
nadie te miraría como a una zorra
con corazón de roca.
Serías la paloma torcaz
capaz de trocar el azar
de esta raza tan rara
que hasta ahora
poco da para envidiar a la rata.

Corta Zar.
No importa que cortes en julio
o en agosto.
No te pongas fechas
porque te harás un lío.
Di solamente
lo lijo, lo lijo, lo lijo,
y
como haciendo un hijo
no por lujo,
tu sarta de buenas nuevas
será bien recibida para rato.
Se apoyará en los tarsos,
en los metatarsos
y en los dedos.
A ras de suelo.
Y no habrá carrera rara
porque todo quien corra entonces
tendrá poca traza de craso.

Será el rasar la zarza,
el dejar de croar,
el beber en buena taza
un arco iris.
No habrá Saras de sal
por quien orar
en torno a los tabúes.
La vida será corta,
como siempre.
Pero, ¡arza!,
dirán todos en coro
sin quererla acortar más.

Corta, Zar.
No importa que cortes en julio
o en agosto.

Carlos Alberto Villegas Uribe
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