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El escritor como suma de voluntades
Apuntes para una poética propia

jueves 23 de noviembre de 2017
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El escritor como suma de voluntades, por Carlos Alberto Villegas Uribe

Siento y pienso y obro y persisto. Podrían bastar para decirme, para contar estrellas y contarme cielos. Pero no diría todo.

Siento. Mi corazón abre la mañana y acuna sueños y el otro que me habita asoma sus ojos a mi suelo, entonces el paso cotidiano huele a desierto y oigo sinfonías de chicharras que vienen desde lejos. Huelo la mañana y los mañanas sin temor al futuro ni a la patraña. El niño que despierta en mi palabra juega en la calle a la rayuela y atesora memorias de potreros. Esa ensoñación de la infancia recobra símbolos. Soy un niño con canas, con canicas y con ganas de vivir, de extender el hoy, sacarlo a caminar y asolearlo en las calles del asombro. El hoy es niño conmigo y mi palabra titila como si fuera a viajar en un vilano. Suave, tranquila, un tremolar de sueños y sentidos. Palpo, toco, acaricio y los sentidos florecen para saludarte, verbo y canto. Canto también, en la ducha, con conciencia de finitud. Porque nada será mañana, sólo hoy, el hoy de sentir, de extasiarme. De llenarme de sentidos provisorios, de reservorios de presencias que serán imagen, luz, símbolo, vida. Razón de ser y cronotopia personal (espacio tiempo sin distancias). Siento. La voluntad de sentir, una de las esencias de mi poética. Mi poema será, mañana, ensoñación atesorada, consentida, con sentidos, hoy es sólo sentir desde el abismo de la profundidad cotidiana. La palabra en germen desde las sensaciones plenamente vividas.

Soy poeta cuando persisto en la palabra creadora, cuando la cito al encuentro personal y triunfo sobre sus demandas de sentir, de pensar y de obrar y trasciendo en ella, independiente del reconocimiento o de la fama.

Pienso. Y la lógica abre líneas y entre líneas. Se asoma con rostro de abuelo y la lógica paradójica de los eleáticos, los griegos que inventaron al mundo y a los dioses —la multiplicidad de dioses que luego de ser soñados nos soñaron, nos encadenaron a sus formas a sus ritos, a sus míseros cielos y transmigraciones. Pienso y la música de las esferas llega como razón ordenadora. Pienso y la cronotopía (el espacio tiempo) abre los pétalos de su complejidad razonadora en el sujeto, en lo social, en las objetivaciones. Y la rosa de la razón roza la sinrazón, la realidad se vuelve evanescente y se diluye en múltiples planos. La realidad se diluye en ejercicios gnoseológicos, en teoría del desconocimiento. En qués, en quiénes, en cómos, en porqués. La razón que organiza y vigila. Argos mitológico y arquetípico que racionaliza y ordena. Y entonces la poética demanda razones, lógicas, sentidos consistentes, inducciones y deducciones. Y los griegos, con sus mitos y razonamientos se toman la página en blanco para incrementar el simbolismo, la razón que se potencia y estalla en nuevos niveles de significación. “Oh dicha de entender, mayor que la de imaginar o la de sentir”, susurra ahora en mi oído el dios de los misterios teratológicos, para decirlo con las palabras del poeta Elías Mejía, quien también leyó a Borges. Pienso. La pesada belleza del pensamiento, de la bella forma del decir poéticamente. La “technique” poética. El juego cerebral de la forma. Y entonces la razón, la lógica, la deducción cobra su espacio en el poema, lo reclama, con todos los requerimientos y silogismos, sin el vuelo de la imagen, sin sus nirvanas. La voluntad de pensar, otra piedra angular de mi poética y mis obsesiones griegas.

Obro. Y soy. Lo otro es ensoñación y divagaciones. Necesarias para el obrar porque nadie es poeta sin sentir ni pensar, pero lo es aún menos sin obrar. Los poetas son las obras y las obras los poetas. Círculo virtuoso que sólo se hace realidad con el trabajo y la disciplina. Momento del malabar con lo sentido y lo pensado. Horas de trabajo con la palabra. Silencioso momento de la creación. La capacidad de atornillarse al asiento y dialogar con las letras. Tiempo de crear y recrear, de objetivar, revisar y corregir. Tiempo de pulir pero también tiempo del ensayo y el error. El obrar es el laboratorio de la palabra. Obro y soy poeta. Obro y soy autor. Obro y soy artista. Obro y soy. Obro. La voluntad de obrar que exige disciplina como la tercera piedra angular de mi poética personal. Una conquista sobre mí mismo que exige la aventura de empezar. De reconocerme como autor y obrar en consecuencia. Obro y soy en el otro.

Persisto. Y no me diluyo. Persisto y regreso a la jornada del héroe arquetípico. Persisto y me sé viajero de los sueños, el hombre que debe volver a levantarse. Sísifo y su roca que pareciera condena pero es exigencia del ser. Soy cuando siento, soy cuando pienso, soy cuando obro, pero sigo siendo sólo cuando persisto. Pues sólo somos lo que hacemos y persistir en lo que se hace significa sobre todo persistir en el ser. Soy poeta cuando persisto en la palabra creadora, cuando la cito al encuentro personal y triunfo sobre sus demandas de sentir, de pensar y de obrar y trasciendo en ella, independiente del reconocimiento o de la fama. La voluntad de persistir como la cuarta de las piedras angulares que configuran mi poética y (al poeta, al artista, al creador) al escritor como suma de voluntades, no como un ser raptado y sepultado por la caprichosa inspiración, sino como un consciente cultor de la palabra y la imagen, del habla y los lenguajes.

Y detrás de estas cuatro voluntades básicas: la Verdadera Voluntad y el Auténtico Deseo como timoneles de nuestra barcarola antropológica, vital, existencial. El concepto es de otro soñador de mundos paralelos: Michel Ende y su Historia interminable.

Siento y pienso y obro y persisto. Podrían bastar para decirme, para contar estrellas y contarme cielos. Pero no diría todo.

Carlos Alberto Villegas Uribe
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