Publica tu libro con Letralia y FBLibros Saltar al contenido

José Tola, el sicopedagogo y el que escribe

martes 6 de febrero de 2018
¡Comparte esto en tus redes sociales!
José Tola
José Tola siempre tenía un papel blanco y un lápiz en la mano y lo único que hacía era mirar con deleite el papel y dibujar.

Me resultó muy agradable saber que José Tola de Habich se hubiese convertido en tan primordial artista y escultor. Posiblemente la razón se encontraba en el hecho de que fuimos compañeros de estudios durante la educación primaria. Estudiamos juntos por dos años en la Escuela de Aplicación de la Escuela Normal Superior de Varones “Enrique Guzmán y Valle”, más conocida como la Universidad de La Cantuta, durante la época que muchos han llegado a considerar como su época de oro, cuando José vivía en Chaclacayo, a pocos metros de las líneas del tren que va a Huancayo y yo era vecino, sin saberlo, de Klaus Barbie. La segunda guerra mundial había terminado hacía casi cerca de una década y un militar había tomado por la fuerza de las armas el control del gobierno con el deseo de hacer algo por su patria. Por tal razón el general Manuel A. Odría había ordenado que se construyese esa universidad para que se aplicasen técnicas pedagógicas que permitiesen a las mentes jóvenes desarrollarse más. Recuerdo que se enviaron profesores a los Estados Unidos para que trajesen esas técnicas que habían sido creadas por sicopedagogos alemanes antes de ese conflicto mundial.

A nosotros nos enseñó el profesor Guillermo Paredes Bernedo, mollendino de nacimiento y victoriano de residencia, quien prefería que se le considerase como un sicopedagogo. Era un hombre serio que acarreaba las características de la gente de finales del siglo XIX y comienzos del XX y que le gustaba fumar cigarrillos Inca. Era cortés, pero firme y disciplinado. Alguna vez lo vi levantando a un alumno sobre un pupitre y dándole de latigazos con su cinturón mientras que expresaba los mejores insultos de su época. Al igual que en los tiempos de César Vallejo, la letra seguía entrando con sangre. Otras veces actuaba paternalmente, pero siempre serio como para indicar que con él no funcionaban las bromas. Nos guiaba en el conocimiento de la vida y en lo que tendríamos que hacer en el futuro. Nos comentaba acerca del pasado prehispánico, de las luchas de la Independencia y de la valentía de Francisco Bolognesi, quien prefirió morir en vez de rendirse y entregar la plaza de Arica. Nos daba todos los conocimientos que se encontraban en los sílabos, pero de una manera diferente. Con esto me refiero a que nos enseñaba con una técnica pedagógica. Recuerdo con mucha claridad una de esas clases.

José Tola y el que escribe esta nota habíamos utilizado el tema de las manos en nuestros trabajos, sin saber uno del otro.

Se había colocado un enorme piano en el centro del salón, en medio de todos los pupitres. Este instrumento musical estuvo allí por varios días sin nosotros saber la razón. Luego de cierto tiempo, en una mañana fría, el profesor Guillermo Paredes se sentó al piano con su autoridad acostumbrada y empezó a tocar y a cantar, con buena voz de tenor, la canción  “La pampa y la puna”, del compositor trujillano Carlos Valderrama. Era interesante tener algo musical en vez de una clase tradicional. Con curiosidad nos empezamos a sentir cómodos cuando una nota del piano sonó fuera de lugar. El profesor continuó cantando. Más notas volvieron a sonar como si algo estuviese descompuesto y luego su voz se empezó a quebrar. Pronto la música que salía del piano era todo un laberinto y el hombre no podía controlar el llanto, que le salía casi a gritos. Entonces pidió disculpas y sollozando, a pasos rápidos, se dirigió a su oficina. Allí se apaciguó. Nosotros estábamos petrificados. No sabíamos qué hacer. ¿Qué estaba pasando? Nos mirábamos en silencio con un ligero miedo en los ojos sin saber qué hacer o qué decir. Luego de otros breves instantes el profesor muy tranquilo y compuesto regresó con pasos ágiles, se detuvo frente al pizarrón verde y con una tiza dibujó la imagen grande de un maíz con sus hojas largas y sus barbas. Con su voz acostumbrada nos dijo: “Hoy nos vamos a ocupar del maíz”. Cuando después de cierto tiempo le conté este incidente a un estudiante de educación de esa universidad, el notable escritor Gregorio Martínez Navarro, de Coyungo, él hizo referencia a las técnicas que se aplicaban a los estudiantes durante aquella época y terminó con esta aseveración: “De ese salón necesariamente tenía que salir un narrador”. Menciono esto porque Tola además de pintor y escultor es también novelista y dramaturgo.

A José Tola siempre lo veía sentado a mi lado derecho. Creo que nunca lo vi en otro lugar. Segundos antes que el profesor se colocara frente a la pizarra todos mis compañeros conversaban con entusiasmo. Yo me mantenía en silencio, observando, porque en esa época casi nunca tenía algo que decir. José Tola también se mantenía callado, pero dibujando. Siempre tenía un papel blanco y un lápiz en la mano y lo único que hacía era mirar con deleite el papel y dibujar. Se hizo tan notoria esa inclinación que cuando había que hacer algún proyecto para la clase todos señalábamos a Tola e indicábamos en coro que él era el indicado para esa tarea. Tola con mucho contento se levantaba para dibujar lo que se le estaba indicando.

Cuando llegó el primer año de la secundaria Tola ya no se encontraba en esa escuela. Probablemente había regresado a Lima, como él mismo lo indica en alguno de sus apuntes autobiográficos. El tiempo pasó y no volví a saber más de él. Mientras que él estudiaba composición, ropaje antiguo, dibujo clásico e historia del arte en Madrid, el que escribe esta nota se dedicaba a adentrarse en la historia de la lengua española, el romanticismo español, el ensayo hispanoamericano, el Siglo de Oro de la lengua española, la poesía de protesta medieval y los detalles de la literatura y la filosofía en otras lenguas en el City College de la ciudad de Nueva York. Posteriormente supe que Tola se había convertido en el gran artista que hoy conocemos.

En estos momentos, observo que José Tola y el que escribe esta nota habíamos utilizado el tema de las manos en nuestros trabajos, sin saber uno del otro. Las manos son muy importantes en las obras tolianas y siempre se las verán como insignias identificatorias. Por mi lado, en la novela El carnicero de Lyon tuve que publicar la fotografía en blanco y negro de dos manos, una la que torturaba y la otra, la de la víctima, sin saber absolutamente nada de la obra de José Tola. De alguna manera las manos, tema muy peculiar en la pintura y la escultura, habían sido usadas por ambos. ¿Qué significado tenía esto? ¿Era la expresión de un minitrauma originado por alguna de las técnicas pedagógicas a las que fuimos sometidos? ¿O el recuerdo de unas manos que temblorosas, debido a su tragedia, no podían tocar ya el piano, y que sin rendirse se seguían abalanzando sobre las teclas durante el inicio de la crisis del sicopedagogo? Esta coincidencia fue para mí algo muy peculiar. En la reminiscencia me estaba reencontrando con mi antiguo compañero de estudios, el pintor José Tola, después de mucho tiempo.

Manuel Lasso
Últimas entradas de Manuel Lasso (ver todo)

¡Comparte esto en tus redes sociales!
correcciondetextos.org: el mejor servicio de corrección de textos y corrección de estilo al mejor precio