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Dos escritores, dos glorias
Introducción de García Márquez y Vargas Vila: la gloria llama dos veces

martes 2 de febrero de 2021
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José María Vargas Vila y Gabriel García Márquez

Nota del autor

En los próximos meses de 2021 aparecerá en las principales librerías de Colombia el libro de 350 páginas García Márquez y Vargas Vila: la gloria llama dos veces, publicado por Editorial Nueva Luz. Se trata de una biografía doble de los dos escritores que más brillo han dado a ese país. A lo largo de trece capítulos se recorre la vida de los dos literatos hasta el momento del depósito de las cenizas en Cartagena, en el caso de Gabo, y de la repatriación de los restos a Colombia, en el caso de Vargas Vila. Presento aquí el capítulo introductorio del libro.

 

José María Vargas Vila y Gabriel García Márquez son los escritores que más brillo han dado a Colombia en toda su historia. El primero nació en Bogotá y vivió entre 1860 y 1933; el segundo, en Aracataca, Magdalena, 1927-2014. Ambos vivieron de sus libros, entregados siempre al oficio del periodismo y la literatura, sin concesiones a ninguna otra actividad que interrumpiera el proceso creativo. No obstante, existen algunos paréntesis en sus vidas relacionados con el quehacer político, y más acentuado en el escritor bogotano que en el inventor de Macondo.

Vargas Vila fue más prolífico que García Márquez. Las obras completas del Divino, tal como lo llamaron, se acercan al centenar, mientras que Gabo alcanza los treinta libros.

Vargas Vila fue un escritor polémico que se movió a sus anchas en el panorama de las letras hispanoamericanas. Su actitud anticlerical, su lucha contra el dominio imperialista de los Estados Unidos, y su batalla permanente en favor de un liberalismo puro en política, provocaron su relativo aislamiento y una marginalidad que se agudizó con el paso de los años. Hoy es un escritor ignorado en el ámbito literario, pese a que sus obras se siguen editando, especialmente en su propio país. Así mismo, la pretendida revolución del idioma que llevó a cabo en sus obras lo ubicó como un autor decadente que se ausentaba cada vez más de la narrativa clásica y de la fluidez tradicional de la lengua escrita.

García Márquez goza de un merecido prestigio universal. Su obra se reedita por millones de ejemplares, en todos los idiomas, y su popularidad es inconmensurable a partir de la creación de un nuevo mundo, Macondo, pueblo mágico donde ocurren hechos increíbles que sólo un escritor dotado de gran imaginación, como la suya, podía crear. Gabo —popularmente, así lo llaman— logró edificar ese universo sobre el que se han explayado los estudios y análisis más inverosímiles. A diferencia de su compatriota, García Márquez despierta opiniones unánimes respecto a la calidad de su obra, en particular Cien años de soledad, novela cumbre por la que obtendría el Premio Nobel de Literatura en 1982.

Vargas Vila fue más prolífico que García Márquez. Las obras completas del Divino, tal como lo llamaron, se acercan al centenar, mientras que Gabo alcanza los treinta libros. En el primer caso, hay obras que se repiten con títulos diferentes, y versiones ligeramente cambiadas de otras publicadas con anterioridad. Se incluyen novelas, textos políticos y periodísticos, cuentos, poemas, teatro y obras filosóficas. El recuento podría hacerse a partir de las Obras completas que publicó la editorial Ramón Sopena, de Barcelona, España, durante las primeras décadas del siglo XX. Los libros originales de Vargas Vila fueron editados en Europa, a excepción de Aura o las violetas y Ante los bárbaros, que vieron la luz en Curazao y Estados Unidos, respectivamente. Después, las editoriales más prestigiosas de Francia y España se encargaron de la difusión de sus creaciones literarias. En adelante, se produjo una avalancha de reediciones por parte de empresas editoriales de Argentina y México, sin el debido reconocimiento de los derechos de autor. En ese sentido, la piratería de libros se ha ensañado con más ahínco en la producción del escritor bogotano.

En el caso de García Márquez, su obra completa incluye novelas, cuentos y textos periodísticos. Sus incursiones en el mundo del guion y del teatro aparecen desperdigadas y no forman parte del inventario de su producción total. Parte de su obra periodística, en cambio, se publicó como textos, tal el caso de Miguel Littín, clandestino en Chile, y Noticia de un secuestro. El resto fueron crónicas destacadas en periódicos y revistas, recogidas después en libros. Gabo no trabajó la poesía, salvo los tímidos intentos en su época de escolar y de lo cual quedan mínimos rastros. Sin embargo, está exento de toda duda el amor que tuvo por la poesía y la admiración que profesó por Pablo Neruda, uno de sus grandes amigos.

Un seguimiento detenido y riguroso por la vida de los dos escritores explica las razones de su trascendencia y el éxito que alcanzaron con sus obras. En ambos casos hay una consagración a las letras sin interrupción alguna; es decir, una existencia entregada a la escritura y al cultivo de la creación literaria. No fue una actividad de coyuntura sino un oficio al que rindieron esfuerzo y dedicación. Hay diferencias notables, claro. Una de ellas, tal vez la más visible, está relacionada con la época que vivieron. La infancia y adolescencia de Vargas Vila transcurrió en un país convulsionado por las guerras partidistas en una región cuyas condiciones culturales poco o nada aportaban a los deseos recónditos de oficiar como literato. Las dos primeras décadas de vida de García Márquez, en cambio, tuvieron la influencia de una región caribeña, al norte de Colombia, donde era evidente el estímulo a la creación literaria. Sobre todo, por la incidencia directa del entorno familiar que, en su caso, estaba aguijoneado por un mundo fantástico y unas historias que trascendían la realidad concreta que circundaba. En el caso de Vargas Vila, el impacto de la familia se reduce a la existencia de una madre de poca ascendencia sobre su desarrollo, dos hermanos y dos hermanas con escasa aproximación, y nula vivencia en común. No más. Con el distinto peso de esos dos ambientes, fundamentales para el nacimiento de un verdadero escritor, cada uno emprendió su camino en el afán de convertirse en los nuevos fabuladores del idioma castellano.

El recorrido de los dos escritores, hasta el final de sus días, está habitado por historias e historietas; matizado por anécdotas y, en algunos casos, por leyendas, muchas de ellas integradas como verdades a sus respectivas biografías. La grandeza no los puso a salvo de la imaginería popular y hoy cargan a cuestas fábulas difíciles de creer. Mucho más en el caso de Vargas Vila, quien transitó siempre en el filo de la navaja del escándalo religioso y político. Y quien, además, cinceló una obra novelística cruzada por historias en las que se destaca el protagonismo de personajes retorcidos, mujeres de poca monta y muertes aristocráticas por doquier que excitan la fantasía. En los comienzos de su vida como escritor, el Divino ya estaba en el ojo del huracán. Una falsa noticia sobre su muerte, en 1897, provocó un obituario del escritor nicaragüense Rubén Darío. La nota constituyó otro de los grandes ruidos alrededor del panfletario. Así lo registró el poeta: “Después de permanecer algún tiempo en Atenas, pasó a Siracusa. Una noche conoce a una joven artista, griega, muy bella y de un carácter extraño y caprichoso. Se aman. El collage viene fatalmente y en los brazos divinos de su querida, el colombiano se llena de la locura del amor. Más de un mes habían pasado en una quinta de la artista, en una vida sublimemente furiosa, de sueños y besos, cuando una mañana fueron encontrados, abrazados, muertos”.1

Vargas Vila fue diplomático y los cargos le permitieron un mayor reconocimiento. García Márquez no desempeñó cargos oficiales, pero se mantuvo siempre activo en favor de la paz del continente.

García Márquez no quedó exento de tales inventos. Veamos: “Hace poco, al despertar en mi cama de México, leí en un periódico que yo había dictado una conferencia literaria el día anterior en Las Palmas de Gran Canaria, al otro lado del océano, y el acucioso corresponsal no sólo había hecho un recuento pormenorizado del acto, sino también una síntesis muy sugestiva de mi exposición”.2 En otros casos se le atribuyeron mensajes de despedida que el autor descalificó con el humor del que siempre hizo gala. Frente al texto que se le endilgó, “La marioneta”, inventado por un comediante chileno y que comienza de la siguiente manera: “Si por un instante Dios me regalara un trozo de vida, aprovecharía ese tiempo lo más que pudiera, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo…”, el Premio Nobel escribió: “Lo único que me preocupa es que me muera por la vergüenza de que crean que yo escribí algo tan cursi. Lo leí hace poco, y lo que más me sorprendió es que mis lectores pudieran creer que fue escrito por mí”.3

Aparte de esos episodios anecdóticos, entre muchos, está la presencia política de los dos escritores. Vargas Vila fue diplomático de los gobiernos de Nicaragua y Ecuador y los cargos le permitieron un mayor reconocimiento. De igual manera, opinó sobre los gobernantes de América Latina y fustigó hasta el cansancio a los sátrapas y dictadores que salpicaron de sangre nuestras repúblicas. García Márquez no desempeñó cargos oficiales, pero se mantuvo siempre activo en favor de la paz del continente. Sus acercamientos con los gobiernos progresistas del orbe estuvieron encaminados a la búsqueda de un mejor mundo.

La obra de estos escritores habla por sí sola. Se trata de un legado que en Vargas Vila ha sobrevivido a los estragos del tiempo. Si bien el olvido ronda casi toda su obra novelística, persisten títulos que no sólo se leen, sino que se reeditan en varios países hispanoamericanos. Así, por ejemplo, Ibis, su obra más recordada y comentada, continúa en las estanterías de ventas de libros y en los mercados de textos usados, ofrecidos al mejor postor. Hay un atractivo: la novela fue calificada como “la biblia del suicidio”, a raíz de los innumerables suicidios que provocó desde el momento de su aparición en Roma, año 1899, e integrada luego a las Obras completas de Ramón Sopena de España, en 1932.

En realidad, el nombre de Vargas Vila sonaba en los círculos literarios de América Latina antes de la publicación de Ibis. Su actividad periodística y la difusión alcanzada con su primera obra, Aura o las violetas, publicada en 1889 por la casa editorial Bethencourt, de Curazao, constituyeron puntos de referencia a su condición de escritor en ciernes. Pero fue Ibis la obra que habría de catapultarlo en el continente americano y la que abriría las puertas del mundillo literario que se cocinaba en Europa, particularmente en España. En América Latina su nombre comenzó a volar de boca en boca, estimulado por los rayos y centellas que llovían desde los púlpitos. Así, su fama se fue extendiendo entre extrañas miradas y descalificaciones por parte de los círculos de poder políticos, religiosos y literarios, pero con el fervor —rayano en algunos casos en la idolatría— de los pueblos lectores que degustaban sus relatos.

García Márquez se proyectó con la publicación de Cien años de soledad, en 1967. Su gloria comenzó, según sus propias palabras, con una especie de revelación:

De pronto, a principios de 1965, iba con Mercedes y mis dos hijos para un fin de semana en Acapulco, cuando me sentí fulminado por un cataclismo del alma tan intenso y desgarrador que apenas si logré eludir una vaca que se atravesó en la carretera. Rodrigo dio un grito de felicidad:

—Yo también cuando sea grande voy a matar vacas en la carretera.

No tuve un minuto de sosiego en la playa. El martes, cuando regresamos a México, me senté a la máquina para escribir una frase inicial que no podía soportar dentro de mí: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Desde entonces no me interrumpí un solo día, en una especie de sueño demoledor, hasta la línea final en que a Macondo se lo lleva el carajo.4

Tiempo después, cuando la novela y la fama del escritor se remontaron a las alturas para nunca más caer, el literato argentino Tomás Eloy Martínez escribió lo siguiente:

Aquella misma noche fuimos al teatro del Instituto di Tella. Estrenaban, recuerdo, Los siameses, de Griselda Gambaro. Mercedes y él se adelantaron a la platea, desconcertados por tantas pieles tempranas y plumas resplandecientes. La sala estaba en penumbras, pero a ellos, no sé por qué, un reflector les seguía los pasos. Iban a sentarse cuando alguien, un desconocido, gritó “¡Bravo!”, y prorrumpió en aplausos. Una mujer le hizo coro: “Por su novela”, le dijo. La sala entera se puso de pie. En ese preciso momento vi que la fama bajaba del cielo, envuelta en un deslumbrado aleteo de sábanas, como Remedios, la bella, y dejaba caer sobre García Márquez uno de esos tiempos de luz inmunes a los estragos de los años.5

Las primeras novelas de Gabo fueron incursiones tímidas que sólo permitieron críticas de su más cercano círculo de amigos, y una que otra reseña en revistas y periódicos. Antes de Cien años de soledad había publicado La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora y Los funerales de la Mamá Grande, aparte de varios cuentos e innumerables reportajes y crónicas. Pero fue la historia de Macondo la que produjo una inusitada conmoción en el ámbito de la literatura latinoamericana. Su fama, entonces, inició el tránsito hacia la leyenda, al igual que la de José María Vargas Vila.

Jaime de la Hoz Simanca

Notas

  1. El texto de Rubén Darío apareció destacado en el diario La Nación de Buenos Aires y facilitó el comienzo de una leyenda que prevalecería por muchos lustros.
  2. El artículo, publicado en el diario El País de España, apareció el 16 de febrero de 1982, meses antes de recibir el Premio Nobel de Literatura. Se tituló “Mi otro yo”.
  3. El autor del texto fue el comediante chileno Johnny Welch. García Márquez lo desmintió en una entrevista al diario El País en el año 2000.
  4. La referencia de Gabo fue tomada del libro antológico La nostalgia de las almendras amargas, Intermedio Editores, 2014, pp. 149-150.
  5. El artículo, “El día en que todo empezó”, se publicó en el semanario Primera Plana, a fines de junio de 1967.
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