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La Maléfica que ayudó en la cuarentena

martes 11 de enero de 2022
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Los encierros obligados eran, al principio de la pandemia, como estar cien años durmiendo en un castillo, esperando la llegada del milagro que te despertara. En este caso, se esperaba una vacuna que pudiera acabar con todo el nuevo horror: el hada vacuna, la vacuna madrina. Y en esa espera, un padre, una madre y una hija, decidieron comenzar a vivir un cuento a su manera, una distracción, un modo de no quedarse atrapados en un extraño tiempo libre que era una especie de embrujo carcelario.

Alfredo Padrón, su esposa Dalila y su hija Valeria hicieron teatro, leyeron, cantaron, y decidieron dedicarse al proyecto de Valeria, como abordando una catarsis. A Valeria le parecía interesante la manera en que cambió un hada cuando perdió sus alas y se convirtió en una bruja requetemala, aunque su corazón de hada permaneció intacto y escondido. Y esa circunstancia, al parecer, fue lo que hizo surgir en el cine el fascinante personaje llamado Maléfica.

 

Corazón

¿Quién estaba cantando corazón de melón-melón-melón?

¿Conocen esa canción en este lado del mundo?, se preguntaba Valeria aguzando el oído.

Hagamos cotufas, decía a veces para recordar los días de circo o de cine.

Si se escuchaban campanitas por efectos del viento o por algo cayendo y tintineando, se le antojaba que en la calle debutaba sorpresivamente el fantasma de un heladero.

Si gatos y perros lanzaban sus voces desde techos y corrales; si ensayaban los pájaros sus íntimas estrofas, recordaba los antiguos edificios, montañas, ventanas y aulas, con ganas de saltar azoteas y ya va: eso es relativo, su espíritu de muchacha caraqueña tenía nostalgias completamente controladas, pero le encantaba que su madre preguntara: ¿Escuchaste los pájaros, Valeria?

¿Volverían a jugar como antes? ¿Volverían a correr en los parques, dime tú?

La gente cambia, se transforma, aunque no se note. Y los otros seres vivos también. Lo gracioso en esta temporada ha sido conocer videos de animalitos comportándose mejor que muchos ciudadanos. Y con más gracia.

Dalila, su madre, la ayudó a pasar los días más difíciles y jugaron a que podían rehacer ese tipo de brujas que a veces son malas de verdad y en determinadas ocasiones muestran un corazón amoroso. Como todo corazón bien cultivado.

Y tal vez por eso, aquel canto que dice: corazón de melón, melón, melón, va bien con este final. Que es un principio, porque se trata ahora de recordar el cuento que originó a Maléfica.

 

Sobre una bella durmiente

(En su libro Histoires ou Contes du temps passé [París, 1697] Charles Perrault incluyó el cuento de la bella durmiente, una princesa que al nacer le tocó todo lo bello y lo malo en un solo paquete).

Cuando la princesa nació, el rey y la reina buscaron a las hadas para que fueran sus madrinas.

Cada una debía otorgarle un encanto hasta transformarla en una mujer perfecta. Una mujer perfecta es superior a una princesa común y corriente.

Sólo encontraron siete hadas y les hicieron cubiertos de oro con diamantes y rubíes para el festín de las hadas, tal como se deben hacer estas cosas.

Cuando las hadas se estaban sentando apareció un hada vieja, que tenía cincuenta años desaparecida y la creían muerta.

Ella se molestó porque no habían hecho un octavo cubierto de oro y le pusieron tenedor, cuchillo y cuchara comunes y corrientes, como los de nosotros.

Y en vez de otorgarle un encanto a la niña, dijo que la princesa moriría al apenas tocar un huso (del latín fusus, instrumento para hilar que las princesas nunca usaban pero que en todas partes tenían uno a falta de piano).

Un hada joven que quedaba sin dar algo dijo que la princesa se salvaría, pero dormiría cien años hasta que llegara un príncipe a su lecho.

Así ocurrió. La princesa murió cuando era una muchacha muy bella.

Y en un castillo cubierto de vegetación y leyendas se mantuvo, hasta que apareció el príncipe y ella despertó.

Vivieron juntos a escondidas, ella tuvo un niño y una niña.

El príncipe la llevó a su castillo al morir su padre porque lo proclamaron rey y podía hacer lo que le diera la gana.

Y mostró la familia a su madre, quien era hija de ogros y comía niños si se le presentaba la oportunidad.

Lo que significa que el príncipe no era apetecible.

Cuando el príncipe se fue a uno de sus trabajos de rey, la reina madre quiso comerse a los nietos y a la nuera. Tal vez aquí se reafirmó la antipatía hacia las suegras. Afortunadamente no pudo hacerlo y falleció en el intento, porque era tan mala como el hada vieja de la historia.

Y nadie preguntó jamás cómo se sentía la princesa después de tantas barbaridades en su contra.

Quizás dijo en alguna olvidada ocasión:

—He debido quedarme dormida.

José Pulido

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