
Para Roshandry, mi #nomeolvides y sus coralas
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Las artistas venezolanas Sandra Vivas y Deborah Castillo han planteado desde sus exposiciones profundas una veta del arte erótico venezolano muy perspicaz y enriquecedor. Por parte de Sandra Vivas, en su performance de 2007 titulado El reloj lácteo, revierte significados, volcando su cabeza en forma invertida con zapatos negros de tacón, ubicada así alrededor de sesenta latas de leche condensada que, al ir tomando con sus pies, las derrama sobre su cuerpo mientras escucha una canción de cuna y el Himno Nacional. Vivas erige un símbolo falocéntrico, un obelisco humano que reta la perspectiva erótica del espectador. Derramada de leche (maternal o semen, depende de la metáfora que tomemos), conlleva un sarcasmo al sistema patriarcal y androcéntrico. Sin embargo, Vivas celebra el renacer de la simbología sagrada de la mujer henchida de la voluptuosidad emanada de su cuerpo. En otras palabras, el arte erótico sacraliza el cuerpo y sus fluidos. En el caso de Deborah Castillo, en su instalación fotográfica Fantasías I, del año 2003, nos presenta, en el interior de una vitrina acolchada de color rojo, doce calendarios piramidales con fotografías de ella semidesnuda en varios roles sexuales estereotipados: la bailarina de cancán, la mujer diablita, la femme fatale, la Lolita, la diosa de cabellos dorados, la geisha, la superheroína, la novia, la gótica que pasea sus perros, la Playboy. Y cada una representando un mes del año. Es la contemplación de la imagen femenina desde las fantasías estereotipadas por la pornografía o el negocio mainstream. Deborah Castillo parece preguntarnos: ¿es esa la única mirada erótica con qué nos puedan ver los mass media? ¿Esa es la única carnalidad visual posible? Castillo afirma que acceder al genuino erotismo requiere forjar dispositivos vitales del placer. Un erotismo de trascendencia.
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Estos temas no son nada nuevos en la historia. Por su parte, los escritores venezolanos Enrique Viloria Vera y José Pulido, en su obra inquietante Erotismo en el arte contemporáneo venezolano (1997), resaltan las dimensiones ocultas de nuestra riqueza artística de esos ámbitos. Porque quien dice erotismo se enfrenta al canon conservador recalcitrante de nuestras miradas como cultura y sociedad. Es lo que determinaba Juan Liscano en su obra clásica Mitos de sexualidad en Oriente y Occidente. O lo que ha producido de forma feraz Rubén Monasterios en su obra erótica y humorística como pájaro insaciable.
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Ahora bien, hay cuatro mujeres (por sólo mencionar algunas) que han creado una especie de cuarteto erótico poderoso y así rompen moldes huecos y tétricos de nuestra sexualidad y de nuestra pasión amorosa y erótica. La sexóloga viral Amor Antúnez sostiene lo obvio en su libro Sexo con cinco (que no es más que la holística de los cinco sentidos en el acto amoroso-carnal). La escritora y periodista Maruja Dagnino publicó en 2019 un libro vibrante llamado Los alimentos del deseo. Allí detalla con pasión gastronómica aquellas comidas como metáforas del placer erótico. Ella afirma: “El erotismo es sinónimo de refinamiento”. No es el erotismo kitsch de la degradación. Es un vuelo de elevación. También la escritora Katiushka Borges transita esas alamedas erógenas en su libro Secretos de seducción. Cuentos eróticos que encienden pasiones ocultas. Sus letras y narraciones trazan un ascenso de fogosidades y de interioridades que buscan saciar la sed de los cuerpos y de las almas. Porque todo erotismo brama de sed. Y por último, y no por ello menos importante, la joven poeta Diana Moncada, con su poemario Cuerpo crepuscular y en sus siguientes obras, redime su erotismo de mujer en arduas fórmulas de entrega, de fragor y de consumación. Moncada se vacía en la zona húmeda de todos los misterios. Escribe, vive y desea desde el sexo con amor.
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Por tanto, y en el afán nuestro por la hibridez totalizadora, podríamos sugerir que todas las expresiones antes nombradas desde el arte, la fotografía, el performance y la literatura nos son otra cosa que las fantasías o las pulsiones del reloj lácteo. Todo erotismo auténtico tiene su hora lactosa, sus nervaduras que sostienen la vibrante maravilla de entregarse a otro, con sus manijas y su derrame.
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