
Ella fue un modelo para todas las mujeres que luchan ahora en Irán y Afganistán por ser libres y ser personas. Contra unos idiotas cuadriculados y feroces.
Pasé unos días en Teherán, de camino hacia Shiraz y las ruinas de Persépolis. Quería ver Persia, la refinada cultura milenaria que fascinó a Alejandro Magno.
Esa cultura maravillosa que se veía en los grabados de Persépolis, cuando figuras de súbditos elegantes (no de esclavos) llevaban ofrendas variadas en posturas flexibles.
Y los clérigos opacaron esa cultura tan viva. Y cambiaron el nombre de Persia, tan sugestivo, por el de Irán, tan oscurantista. Los nombres son tan importantes tantas veces. Persia abre y fascina, Irán cierra y destruye.
Me acordé de Forugh Farrojzad. Fue una poetisa rebelde de los años cincuenta y sesenta, rompió las rigideces y las tradiciones.
Me alojé en el hotel Naderi decadente, donde antaño se alojaban los poetas. Recuerdo que una mujer de ojos muy sugerentes dejaba caer el pelo casi del todo fuera del velo obligado. Y mostraba unos ojos con cabellos en la mirada que no podría cubrir ningún velo. Y una belleza en esos ojos que ninguna Policía de la Moral podría perseguir.
Subí a los palacios de la parte alta, donde se veían las montañas nevadas de los Elbruz en dirección al mar Caspio. El mar Caspio tenía cierto sueño de libertad, como se veía en algunas películas.
Me acordé de Forugh Farrojzad. Fue una poetisa rebelde de los años cincuenta y sesenta, rompió las rigideces y las tradiciones, provocó a la sociedad con sus libertades y sus actitudes.
Estuvo en el París que es patrono de todos los rebeldes, estudió cine en Londres, visitó la Italia del esplendoroso Renacimiento, se divorció y le impidieron ver a su hijo, quiso volver con sus padres y la rechazaron, se volcó en la amistad con otra mujer. Fascinó a tantos creadores, incluso Bertolucci hizo una película sobre ella. Murió en un accidente de coche, y sus seguidores dudaron de que aquello fuera un accidente.
En Noche en Teherán evoca días míticos en que borbotean canciones como globos, siente las aves y la imaginación detrás de los muros, canta los cuerpos desvergonzados y terrestres.
Evoca la locura amorosa en el desierto de Maynun y Leila, siente que la tierra materialista se vacía de profetas, dice que todas las estrellas han emigrado hacia un cielo perdido. En La conquista del jardín entra con su amante sin miedo en el jardín mítico, se acuesta con el amado, con el ser todo, encuentra la verdad prohibida, y su amante y ella se vuelven apasionados como dos soles.
En Nuevo nacimiento insiste en volver a nacer siempre, reivindica el pecado con los ojos llenos de secretos, quiere ir a la ciudad de las pasiones y las estrellas de fiebre.
En un poema dice que sólo es el eco de una canción. Ella sólo era una canción, pero esa canción me llegó a mí para siempre. A mí también me gustaría quedar en el mundo como una canción.
Ella ahora estimula a las mujeres en Irán y Afganistán a ser mujeres con el pelo suelto y no muñecas humilladas.
Y ahora las mujeres persas luchan con ella. Y ella lucha a través de ella, como un espectro vivo (aquellos espectros rebeldes que aparecían en la obra de Ibsen) anima a las mujeres a ser mujeres y quitarse velos y tapaduras. Y a soltarse el pelo, como esa escritora japonesa, Akiko Yosano, que escribió Pelo revuelto. ¿Por qué será que a todos los fanáticos les molesta tanto el pelo?
Ella ahora estimula a las mujeres en Irán y Afganistán a ser mujeres con el pelo suelto y no muñecas humilladas (como también diría Ibsen en Casa de muñecas). Ella vivió libre e intensa, vivió su poesía, y mostró a las mujeres que se puede vivir libre e intensa.
Y yo la celebro ahora y también a mí me libera. Como me liberaba cuando la recordaba en la noche escuchando poemas de Hafiz en el restaurante Omar Jayam.
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