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Hambre en Samaria

domingo 26 de febrero de 2023
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“La máquina del tiempo”, de H. G. Wells
H. G. Wells narró en uno de sus libros más conocidos la historia de un inventor que construía una máquina del tiempo con la que viajaba al futuro, un futuro lejano más bien tétrico y oscuro.

En mi acostumbrado viaje en microbús, inigualable microcosmos de lo exótico y lo extravagante, no puede faltar el predicador evangélico con sus augurios no siempre halagüeños.

El predicador de esta ocasión cita pasajes de la Biblia, específicamente del capítulo Reyes. Asegura que los tiempos que se avecinan serán todavía más difíciles y que el hambre tocará a nuestra puerta: “Como sucedió en Samaria que hubo tanta hambre, que la cabeza de un asno era vendida por ochenta piezas de plata, y la cuarta de un cabo de estiércol de palomas por cinco piezas de plata”. A medida que habla el predicador, eleva la voz dándole matices oscuros y tenebrosos. Relata sobre las mujeres que en Samaria hacen un escalofriante pacto de comerse a sus hijos y al parecer lo llevan a cabo. Se comen al primero, pero cuando se van a comer al segundo una de las mujeres esconde a su hijo. “Y el rey le dijo: ‘¿Qué te pasa?’. Y ella respondió: ‘Esta mujer me dijo: Da tu hijo para que lo comamos hoy, y mi hijo lo comeremos mañana. Así que cocimos a mi hijo y nos lo comimos, y al día siguiente, le dije a ella: Da tu hijo, para que lo comamos; pero ella ha escondido a su hijo’. Y sucedió que cuando el rey oyó las palabras de la mujer, rasgó sus vestidos y como él pasaba por la muralla, la gente miró, y vio que interiormente llevaba cilicio sobre su cuerpo…”.

Este relato bíblico de canibalismo me recordó que muchas historias de ciencia ficción distópica llevan a la humanidad al primitivismo más aterrador. Los factores para esta regresión pueden ser guerras devastadoras, crecimiento incontrolable de las ciudades, fusión del hombre y la máquina, etc. La historia de canibalismo por antonomasia se relata en La máquina del tiempo, de H. G. Wells.

Oscar Wilde comentó que Wells era un Julio Verne en versión inglesa. Al escritor dicho comentario no le gustó para nada.

La historia es bastante lineal: un científico construye una máquina para viajar a través del tiempo. Se traslada al año 802.701 y encuentra la tierra poblada por los eloi, pacíficos y ociosos. Pero también están los morlocks, humanos degenerados, fuertes y caníbales, sensibles a la luz solar, lo que los hace vivir bajo tierra. El viajero del tiempo descubre, no sin horror, que los eloi son simple ganado para alimento de los morlocks.

Oscar Wilde comentó que Wells era un Julio Verne en versión inglesa. Al escritor dicho comentario no le gustó para nada. A pesar de ello siempre sintió admiración por el talento de Wilde como escritor ingenioso y por ser un autor teatral bastante perspicaz. Wells escribió algunas obras de teatro que resultaron rotundos fracasos escénicos.

El escritor W. Somerset Maugham, que lo conoció y trabó con él una respetuosa amistad, refiere que cuando Oscar Wilde se fue a pique, y residía en París en un cochambroso hotel de mala muerte a orillas del Sena, Wells lo visitaba cada día y una mañana lo encontró algo desencajado y más lúgubre que de costumbre. Wilde le comentó: “He tenido un sueño horrible esta noche. Soñé que estaba cenando con los muertos”. Wells le replicó enseguida: “Bueno, estoy seguro de que usted sería el alma y vida de la reunión”. Wilde se echó a reír a carcajadas y recobró el ánimo. Maugham reconocía que Wells no sólo era ingenioso, sino buena persona. Al parecer también era bastante egocéntrico y estaba poseído por fuertes deseos sexuales.

Cuenta Maugham que cierta vez le preguntó a una de las amantes de Wells qué era lo que le atraía del escritor. Él esperaba que le dijera algo sobre su agudeza mental o sobre su peculiar sentido del humor, pero nada de eso le dijo la dama. Sin embargo le dijo en voz baja que su cuerpo olía bastante bien.

También relata Maugham que Wells le hizo llegar una colección completa de sus obras, en tapa dura y en fino papel. Un día el escritor lo visitó y pudo verlas, en un lugar privilegiado en la estantería, formando una hilera imponente. Wells, riendo con diáfana alegría y señalando con el dedo hacia ellas, dijo: “Están más muertas que mi abuela, ¿sabe usted? Todas tratan de asuntos que daban motivo a discusiones, pero ahora esos temas ya no se discuten, no hay quien sea capaz de leerlas”. Maugham acota que había mucha verdad en sus palabras, que tenía una pluma fácil y corregía poco. Trató todos los temas humanos posibles, no siempre con la altura estilística requerida.

No obstante hoy todavía algunos de sus libros se leen con entusiasmo y sus cuentos son lo mejor de su producción, y lo escrito por Maugham es exacto: “Su concepto del cuento era muy sensato y le dio posibilidades para escribir una porción de ellos, que resultaron muy buenos y algunos magistrales. De la novela tenía un criterio diferente. Opinaba que la función del novelista consistía en tratar los asuntos apremiantes del día y de persuadir a sus lectores a que adoptaran las ideas sobre el mejoramiento del mundo que él, H. G., mantenía”.

El escritor David Lodge lo noveliza en Un hombre con atributos, libro publicado en 2011 (y traducido al español en 2019). Es una novela apegada al dato fidedigno, a la hablilla cultural. El título es la otra cara de El hombre sin atributos, de Robert Musil, en que se contrasta a dos protagonistas más bien opuestos. Si el personaje de Musil es un ser desmoronado en sus reflexiones, el personaje Wells es un hombre mundano y práctico que pretende incidir en la realidad a través de sus novelas. El título también alude a esa capacidad nada platónica de Wells de concebir más que el amor el sexo en su más primaria expresión.

Lodge inicia su novela con Wells como personaje en el año 1944. La guerra está en su etapa agónica y Wells ya viejo, enfermo y achacoso. Desde este punto devuelve las páginas del álbum a los orígenes humildes del escritor, a las complejidades de su infancia y juventud. Narra esos años de formación científica y su esfuerzo de salir adelante como profesor y luego como periodista para al final terminar como escritor.

 

Cuando Wells era apenas un periodista a destajo, ya Julio Verne tenía años llevando a cabo un tipo de narración que mezclaba aventura con divulgación científica.

En apenas cuatro años publicó La máquina del tiempo (1895), La isla del doctor Moreau (1896), El hombre invisible (1897) y La guerra de los mundos (1898). Cuatro novelas que abordaban temas inexplorados por la literatura. Cuatro novelas que daban inicio al género de la ciencia ficción.

Cuando Wells era apenas un periodista a destajo, ya Julio Verne tenía años llevando a cabo un tipo de narración que mezclaba aventura con divulgación científica, todo algo rosa y en esos límites del didactismo más romántico. Lo cierto es que esos viajes del encierro, como los llamó Roland Barthes, convirtieron a Verne en un escritor popular.

Una cosa lleva a la otra y Lewis Hind, director de las páginas literarias de la Gazette, tuvo la idea de incluir aquel tipo de historias a lo Verne en su publicación, y el joven Wells le pareció ideal para dicha tarea. Le propuso escribir breves relatos que contuvieran algo de los avances científicos del momento. Wells aceptó, y aparte de ser un izquierdista con convicciones era algo escéptico sobre las posibilidades de la ciencia para resolver los problemas de la humanidad. Por esa razón sus historias tomarían un giro contrario a esa visión amable que estaba divulgando Verne con respecto a los avances científicos. Su primer relato fue “El bacilo robado”. El cuento gustó a William Ernest Henley, director de National Observer, quien le ofreció espacio para un relato más ambicioso. La propuesta de Wells fue la historia de un inventor que construía una máquina del tiempo con la que viajaba al futuro, un futuro lejano más bien tétrico y oscuro. La idea del viaje en el tiempo no era original y ya la habían usado autores como Dickens (“Canción de Navidad”) o Poe (“Una historia de las montañas Ragged”). Pero en esos dos relatos el viaje ocurría bajo una especie de sueño alucinatorio. El protagonista ideado por Wells, en cambio, viajaría en el tiempo de forma voluntaria y para ello utilizaría un artilugio mecánico. Para hacer su relato creíble se afincó en teorías científicas ampliamente estudiadas.

La producción como escritor de Wells tiene la pavorosa cifra de cien libros y David Lodge acota: “Se acostó con más de cien mujeres”. Si Wells no se hubiera dedicado a escribir libros de seguro habría terminado como un depredador sexual en serie. No es casual que Lodge escriba el significado de atributos tomado del Collins English Dictionary: “Sustantivo plural. 1. Habilidades o talentos: un hombre con muchos atributos. 2. Genitales”. Wells le confesó a Maugham que tenía fuertes instintos sexuales y la necesidad de satisfacerlos no tenía nada que ver con el amor, sino que era cuestión puramente fisiológica. Sin duda otra de sus faltas.

A Wells los otros escritores, como Henry James y compañía, nunca le otorgaron los atributos suficientes para admitirlo en el distinguido gremio de escritores serios. André Maurois lo tachó, al describirlo, sólo como un novelista célebre. No obstante él perfiló el género de la ciencia ficción que a la larga no trata de ciencia ni sobre los pronósticos de sus avances en el futuro, sino de esos candentes conflictos existenciales tan humanos y terrestres. Compararlo con Verne fue un apuñalamiento artero.

 

En torno a Wells se tejió una telaraña de menudas intrigas para degradarlo como escritor de fuelle.

Entre Verne y Wells hubo muchas diferencias de fondo. Verne puede decirse que fue el primer googler en eso de buscar información. Estructuró su propio buscador redactando más de un millón de fichas contentivas de datos científicos, geográficos, etc. Jamás se preocupó de visitar los escenarios reales para sus novelas y fue un viajero sedentario que buscaba en sus fichas los datos para escribir sus historias. Por su parte, Wells era un espíritu científico y un artista. Especulaba desde la imaginación sobre los temas científicos, buscando sus posibilidades reales, pero estaba interesado en el progreso utópico del género humano.

En torno a Wells se tejió una telaraña de menudas intrigas para degradarlo como escritor de fuelle y uno comparte lo escrito por Kenneth Rexroth: “Se ha escrito mucha tontería sobre Wells como novelista ‘social’, siempre tratando de reformar el mundo a través de la ficción sermoneadora. Se podría pensar que era una especie de Upton Sinclair en su peor momento o un mal novelista ‘proletario’ (…). Este mito fue construido para enseñarle su lugar, para rebajarlo. Era culpable de dos pecados británicos imperdonables. No era sólo un socialista, sino un republicano desvergonzado”. El gran defecto de Wells escritor consistió en que muchos de sus personajes no son memorables y son apenas “muñecos parlantes”, así los denominaba Maugham, sin vida interior. No obstante, los asuntos que mueven a esos muñecos son reales y quemantes. Jorge Luis Borges escribió que en los libros de Wells “no sólo es ingenioso lo que refieren; es también simbólico de procesos que de algún modo son inherentes a todos los destinos humanos”.

Lodge al final de su novela lo compara con un cuerpo celeste, especie de cometa, en que la brillantez de su imaginación y su intelecto fue menguando, que la gente poco a poco fue dejando de contemplarlo maravillada y ahora ha desaparecido de la vista, y como en la historia de la literatura hay órbitas excéntricas sin duda algún día volverá a brillar en el firmamento. En lo personal creo que la luz de Wells nunca ha disminuido y sigue brillando distante, pero precisa, ubicable y luminosa en el firmamento literario.

Hoy en día vivimos un poco en la ciencia ficción, por ese montón de artilugios tecnológicos que nos rodean y por esos inimaginables avances de la ciencia, pero, como creía con acierto Wells, esto no ha ayudado en nada a resolver en la humanidad las desigualdades ni los prejuicios (o supersticiones) de todo tipo, y que siguen hoy más vigentes que nunca.

Carlos Yusti
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