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Un niño pregunta

viernes 29 de mayo de 2020
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Un niño pregunta, por Isabel Pavón Vergara
Son las ocho de la noche. Por primera vez se asoman para aplaudir.

Papeles de la pandemia, antología digital por los 24 años de Letralia

Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2020 en su 24º aniversario

Un padre y su hijo salen al balcón. Son las ocho de la noche. Por primera vez se asoman para aplaudir. Es la costumbre desde que el maldito coronavirus hizo acto de presencia en el país. Es un modo de solidarizarse, de apoyarse unos a otros. De comprobar que los que salen están vivos todavía. Pero sobre todo, es un modo de apoyar al personal que trabaja en los hospitales, ocupen el puesto que ocupen. Todos los vecinos lo hacen, pero el hombre no se ha atrevido hasta hoy y le cuesta. Lleva días deprimido, arrastrando el alma. Sin fuerzas.

—¿Por qué aplaudimos, papi? —pregunta el chavalito de apenas cuatro años. Está recién bañado, el ensortijado cabello húmedo aún, lleva puesto su pijama de Batman preferido, un poco pequeño porque en los últimos meses ha crecido y le asoman los tobillos.

—Lo hacemos por todo el trabajo que están llevando a cabo en los hospitales —responde el hombre tragándose las lágrimas. Acaba de perder a su esposa. El bicho, como han decidido llamarlo algunos, se la ha arrancado de cuajo en unos días y ni siquiera han podido despedirse de ella. En el hospital no dejaban entrar a nadie por miedo a aumentar el contagio. Su esposa, además, estaba embarazada, y los tres vivían ilusionados en la esperanza de aumentar la familia.

—¿Y qué son los hospitales, papi? —vuelve a preguntar de nuevo el niño.

—Pues, verás, Pedrito, ¿ves ese bloque de pisos de ahí enfrente?

El padre se siente incapaz de continuar hablando con su pequeño. No sabe cómo explicarle ese festejo de palmas que flota en el ambiente.

—¡Claro que sí!, siempre lo veo.

—Bien. Un hospital es como ese bloque de pisos pero con muchos dormitorios y muchas camas. Hay muchos médicos y enfermeras y las personas que se encuentran acostadas están enfermas.

—¿Enfermas como mamá?

—Sí, nene, como mamá. ¿Quieres cenar ya, tienes hambre? —pregunta el padre por ver si de este modo acaba la conversación que están manteniendo, porque no puede seguir hablando más sin que Pedrito le vea llorar.

—Entonces, ¿ese bloque es un hospital? ¿Está mamá ahí? —Pedrito fija la vista en las ventanas intentando vislumbrar si su mamá se asoma a alguna de ellas.

—No, cariño, no es un hospital. Sólo te he puesto un ejemplo.

—¿Entonces por qué aplaudimos?

El padre se siente incapaz de continuar hablando con su pequeño. No sabe cómo explicarle ese festejo de palmas que flota en el ambiente y que derrumba su alma aún más a causa de la presencia de la ausencia de la fallecida.

—Pedrito, aplaudimos porque estamos vivos, cariño, sólo por eso.

—¿Cuándo va a volver mamá? Quiero verla.

Amparado por la oscuridad de la noche, el padre se limpia la cara. Decide cerrar la ventana. Toma al niño de la mano y lo lleva a la cocina.

—¿Qué quieres cenar, Pedrito?, ¿filete de pollo con patatas o con arroz hervido?

—No.

—¿Quieres sopa? ¿Un trozo de pizza que quedó del almuerzo?

—No.

—¿Qué te apetece entonces?

—Quiero ver a mamá.

El padre le abraza y, sin poder ya evitarlo, llora. Llora sufriendo por todo lo que ha sucedido. El niño llora porque de lo que ha sucedido no entiende nada.

Isabel Pavón Vergara
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