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José Delgado Figueroa: “Me duele Puerto Rico como si fuera un tumor”

domingo 16 de julio de 2017
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José Delgado Figueroa
José Delgado Figueroa: “En todo lo que escribo está mi origen étnico”

José Delgado Figueroa (1950) se ha labrado su espacio como escritor fuera de su país, Puerto Rico. Su trabajo creativo es muy diverso. Su formación educativa, igual. Ha sabido combinar la literatura con el derecho, la lingüística y la inteligencia artificial. Es doctor en derecho de la Universidad de Pittsburgh (1993) y en lingüística de la Universidad de Minnesota (1985). Delgado Figueroa, nacido en Humacao, se ha destacado como educador, novelista, cuentista, actor, locutor, traductor, intérprete y cineasta. Ha tenido la cortesía de compartir sus respuestas a nuestras preguntas, trabajadas con el ánimo de que podamos conocer un poco más sobre su prolífico quehacer literario.

—Tienes una formación multidisciplinaria. Eres un escritor que conoce de inteligencia artificial, derecho, lingüística. También tienes una colección de cuentos que devienen desde 1975 hasta 2015. Vieron su luz, finalmente, en 2016. Son cuentos viejos, miradas viejas, observaciones viejas, es decir, relatos sinceros. ¿De qué trató o tratas en esa colección de cuentos?

—El tema que enlaza los cuentos de esa colección es la inautenticidad. Los personajes de todos los cuentos, algunos principales y otros secundarios, viven dos vidas, una que refleja su preocupación por el juicio de los demás y otra, la real, que en ocasiones es mucho menos agradable que la otra. Son observaciones que he hecho durante mi vida adulta, en particular las consecuencias de esa esquizofrenia moral. Uno de los cuentos lo escribí cuando era monje benedictino, en la Abadía St. John, donde la duplicidad emocional y moral me acabó con la vocación religiosa.

¡Madurar! A veces me parece que sigo escribiendo como lo hacía en décimo grado, pero no es así.

—¿Cómo surgió la oportunidad de trabajarle? ¿Qué relación tiene esa colección de cuentos con tu trabajo creativo y tu trabajo docente-investigativo entonces y hoy?

—Si me permites la digresión, en realidad me animé a coleccionar esos cuentos luego de tratar un tema semejante en un cuento titulado “Sus desconsolados deudos”, que aparece en otro tomo, Cautiverio y otros relatos burgueses. Ese cuento ya había salido en inglés en 1991 en una revista nacional, The James White Review. Fue también la base para una película independiente que hice en 2012 para festivales de cine, El efecto del señor Doppler. En ese cuento el narrador debe guardar un secreto que podría perjudicar a su familia y que lo obliga a callar un sentimiento romántico mientras cuida de un amigo enfermo a quien su familia ha abandonado desde niño.

Otro de los cuentos de esa colección, “El testimonio del sospechoso”, presenta un personaje marginal cuyas declaraciones durante un interrogatorio policíaco revelan la enorme hipocresía e inmoralidad de la gente “bien” del pueblo. Creo que el hecho de que “Sus desconsolados deudos” se sitúe en el estado de Minnesota, mientras que “El testimonio del sospechoso” se desarrolla en un pueblo del sureste de Puerto Rico, son índice de la universalidad de la falta de autenticidad y sus consecuencias.

Entonces me di cuenta de que tenía otros relatos que giraban en torno del mismo tema y decidí recopilarlos. Tengo otros que descarté por requerir más elaboración, tal vez para otro tomo.

—Si comparas tu crecimiento y madurez como persona, docente, investigador, intérprete, narrador, actor, cineasta y escritor entre la época en que te gradúas del colegio San Antonio Abad (Humacao, Puerto Rico, 1968) con tu época actual de docente-investigador y escritor en Puerto Rico o, entre otros, Minnesota, Estados Unidos, ¿qué diferencias observas en tu trabajo creativo? ¿Cómo ha madurado tu obra? ¿Cómo has madurado tú?

—¡Madurar! A veces me parece que sigo escribiendo como lo hacía en décimo grado, pero no es así. Empecé a hilvanar relatos en español en la adolescencia, pero eran más bien monodiálogos diaristas. Cuando llegué a Minnesota creo que me sucedió como a otros escritores y, aunque no esté a su altura, según decía Julio Cortázar, que en la distancia se ve mejor el lugar donde uno nació. En parte creo que es un afán de fabular los orígenes culturales, producto de la nostalgia y la soledad. Mis cuentos eran todos en el Viejo San Juan, a donde me escapaba a menudo ya a los trece años para caminar las calles y visitar los monumentos, desde Juncos, donde vivía entonces.

Mi primer amor literario fue la poesía. Publicaba poemas en revistas regionales de Minnesota, en inglés; en ocasiones también me publicaron traducciones de poemas de Luis Palés Matos y Vicente Huidobro. Más tarde escribí poemas, embelecos horribles de denuncia y poco lirismo, como me señaló, y estuve de acuerdo, el crítico Hernán Vidal.

Ya en la adultez seguí la ruta de la autobiografía convertida en ficción. Al releer mi primera novela, en inglés, años después me dio vergüenza del estilo terrible y la falta de control narrativo, producto de querer decirlo todo sin darse cuenta que a veces es más efectiva la entrelínea y la alusión. El valor principal de ese trabajo fue de catarsis. Recuerdo que cuando terminé el primer capítulo rompí a llorar sin consuelo, porque era, en realidad, una historia verídica de mi vida familiar durante la infancia.

Estimo que mi madurez como escritor se manifiesta en el estilo más que en la temática. Siempre me ha interesado explorar las relaciones familiares disfuncionales y lo que ya he dicho de la inautenticidad. En novela los he tratado ambos en Salomé ríe mejor, una novela en dieciséis carcajadas, y en Dolor inconfeso en cruz de calma, un diario novelado. Otro de mis temas favoritos es la hipocresía religiosa, que se presenta como secundario en El cura se nos casa y en Dolor

—Eres especialista en ciencia computadora. José, ¿cómo visualizas tu trabajo creativo con el de tu núcleo generacional de investigadores y escritores con los que compartes o has compartido en Puerto Rico y Estados Unidos? ¿Cómo has integrado tu trabajo creativo a tu historia de vida?

—Lo de ciencia computadora me vino de manera inusitada. Por explorar la aplicación de tecnología educativa a la enseñanza de lenguas, decidí tomar clases de programación y análisis de sistemas en la UPR Río Piedras cuando era ayudante del rector en el Recinto de Humacao. Le dije que lunes y miércoles me iba un poco más temprano que de costumbre, porque estaba matriculado en las clases. Se echó a reír y me dijo: “¿Y para qué quieres estudiar eso, si tú lo que eres es maestro de español?”. Siempre he pensado que perseguí la disciplina nada más por darle por la cabeza al hombre, que era científico. Cuando regresé a Minnesota a terminar mi tesis, la realidad económica me hizo desviarme de mi propósito docente, con dolor, porque estoy en mi elemento cuando comparto con y aprendo de mis alumnos. Lo que me pagaban por ser ayudante de cátedra, que consistía en enseñar dos clases y asistir a un profesor en una clase de más de doscientos estudiantes, no me rendía. La UPR me había otorgado una licencia con ayuda económica para acabar el doctorado, pero tampoco era suficiente.

Solicité trabajo de traductor de programas de educación por computadora para los mercados de Venezuela y México, en una compañía multinacional de tecnología. Las innovaciones que introduje en el proceso de traducción y producción me llevaron a la vicepresidencia de la empresa, mientras seguía redactando mi tesis y tomando clases avanzadas de ciencia computadora. De ese trabajo pasé a otro en una corporación de supercomputadoras. A los tres años me reclutó Carnegie Mellon University para ser líder de un programa de educación tecnológica y participar en un proyecto de robótica en el que se combinaban la lingüística y la programación en inteligencia artificial.

Ese quehacer fue para mí mayormente un asunto de capacidad y de conveniencia económica. Aunque ya mi labor docente se reducía a presentar talleres y a dar conferencias, por la noche regresaba a casa a escribir. De forma periférica, lo único que he usado de mi trabajo en alta tecnología apareció en una novela de 1997, ‘Twas the Season, donde el personaje principal trata de organizar su trabajo como si pudiera desplegarse igual que un programa de computadora, lleno de puntos de decisión y llamadas a rutinas y subrutinas cuando trata de satisfacer las necesidades consumistas de la clientela de una tienda por departamentos donde trabaja durante la temporada navideña.

Escribir desde la metrópoli me afecta en la medida que comparto la situación de los agentes de creación literaria boricuas, vivamos en la metrópoli o dondequiera vivamos.

En términos de mis lazos generacionales con la literatura puertorriqueña, creo que la preocupación con el devenir cultural y político de Puerto Rico es un interés que compartimos. Hacia 2000 escribí Lamentos borincanos, que recibió buena acogida por la crítica hispana en Estados Unidos, pero que no se llegó a conocer en Puerto Rico. La novela, narrada en tercera y primera persona, presenta tres puntos de vista diferentes de personas cuyas vidas se han cruzado en un crisol cultural de deterioro cuyo origen es, irónicamente, el desarrollo de una clase media alta como producto del desarrollo económico de Puerto Rico en la década del 50. El interés en la desintegración social y la traición a los ideales políticos son intergeneracionales. Me considero parte de esa denuncia y a la vez me duele que los escritores como yo enfocamos lo negativo sin ofrecer una visión positiva para el futuro. Sin embargo, dedicarnos a pintar solamente situaciones autóctonas y jocosas nos remontaría al costumbrismo, bueno por fotografiar el momento para generaciones futuras, pero desde afuera y con actitud irónica.

Escribir desde la metrópoli me afecta en la medida que comparto la situación de los agentes de creación literaria boricuas, vivamos en la metrópoli o dondequiera vivamos, porque si estuviéramos en la China, seguiríamos viendo el mundo por el caleidoscopio puertorriqueño. Se me hizo fácil adaptarme a la vida entre los estadounidenses, porque dominaba el idioma y tenía mi personalidad ya hecha, asimilando lo externo y sostenido por lo interno. Vine la tercera vez para regresar, pero me alejó la situación política de Puerto Rico y su impacto en la UPR, en particular de 1976 en adelante. No obstante, como decía Unamuno de su patria: me duele Puerto Rico como si fuera un tumor.

—¿Cómo concibes la recepción a tu trabajo creativo dentro de Puerto Rico y fuera, y la de tus pares?

—Recientemente he comenzado a pensar que la labor del escritor en Puerto Rico no se estima como en épocas pasadas. Aunque sea una perspectiva que raye en el cinismo, me he llegado a preguntar si en mi isla los escritores escriben entre sí para leerse los unos a los otros. Los medios de promoción son muy limitados. Las editoriales han cambiado de estrategia comercial y de mercadeo; hasta cierto punto, han asumido una posición mercenaria, tal vez dictada por la realidad económica y la democratización de la creatividad con la aparición de medios electrónicos, para hacerles la competencia. Me parece que se escribe mucho y bueno, pero la exposición del escritor está muy reducida.

Aunque no sea lo que prefiero, mi trabajo, tanto de ficción como de ensayo, ha tenido más éxito entre el público angloparlante. Mi ausencia de Puerto Rico complica el esfuerzo de dejarse conocer. Por otro lado, me sucede igual con el cine. Aclaro que mis películas no son merecedoras de premios de la Academia; las he hecho con pocos recursos, actores de talento variado, para festivales de cine en Estados Unidos. Cuando he tratado de que se incluya una u otra en la cartelera de un cine en Puerto Rico, las rechazan por no tener distribución internacional. Sin embargo, se han visto en Cuba y por televisión en el Perú. Mi versión experimental de Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello, se exhibió en la Universitá Sapienza de Roma, con buena aceptación de un público exigente y acostumbrado a las buenas representaciones de sus escritores. En una ocasión me explicó un gerente de adquisiciones de una cadena de cine en Puerto Rico que si las hiciera y viviera en Puerto Rico las exhibirían. Por desgracia, ese no es el caso.

No obstante, los escritores puertorriqueños que viven en Puerto Rico, en Estados Unidos, América Latina y Europa que han leído mi trabajo reciente han reaccionado con elogios y comentarios positivos, lo que me llena de orgullo.

Por cierto, mi interés en la obra de Pirandello, cuyos cuentos, novelas y obras de teatro he leído en español, inglés e italiano, obedece a la primera vez que vi la obra en el Teatro de la Autoridad de Comunicaciones, por Producciones Cisne, con Josie Pérez. Creo que tenía unos catorce años. Es decir, que hasta cuando me interesa lo extranjero, las raíces de mi interés están arraigadas en Puerto Rico.

—Sé que eres de Humacao, Puerto Rico. ¿Te consideras un escritor puertorriqueño o no? O, más bien, un escritor, sea este puertorriqueño o no. ¿Por qué? José Luis González se sentía ser un universitario mexicano. ¿Cómo te sientes o has sentido?

—Aunque en ocasiones presente situaciones que se desarrollen fuera de Puerto Rico en lo que escribo, mi visión es puramente puertorriqueña. Me considero escritor, porque vengo haciéndolo profesionalmente hace más de cuarenta años, en inglés y español; entre mis empleos ha estado el de escritor técnico, que requiere más conocimiento de la mecánica que de la creatividad, pero no se diferencian en la medida en que el escritor tiene que saber ponerse en el lugar del lector para determinar si se entiende el mensaje y se cumple el objetivo de la composición.

Cabe aclarar que, como muchos escritores que no son de fama internacional ni reciben grandes adelantos por sus obras, siempre mantuve un empleo mientras escribía en mi tiempo libre. Admito que en ocasiones me llevaba lo que estaba escribiendo, cerraba la puerta de mi despacho y seguía escribiendo para no perder el hilo de lo que había comenzado la noche anterior. Lamentablemente, la labor de escritor a veces nos concede fama y mucha satisfacción personal, pero no medios para subsistir. No hace mucho una ex colega de la UPR, al saber que me habían otorgado membresía en el PEN Club, me dijo: “Está con los grandes”. Le respondí: “Con los grandes, pero no con las grandes ganancias”.

—¿Cómo integras tu identidad étnica y tu ideología política con o en tu trabajo creativo y tu formación en computadoras, derecho y literatura o lingüística?

—Creo que en todo lo que escribo está mi origen étnico, desde mi primera novela en inglés, Tropical Snow, en la que el personaje central es un puertorriqueño que sufre un choque cultural que ni esperaba ni logra superar al trasladarse a Estados Unidos a estudiar. Con excepción de esa y luego Dolor inconfeso en cruz de calma, mi trabajo en español está todo plantado en mis experiencias como puertorriqueño en la isla y fuera de ella. Eso incluye mi versión bilingüe de La cuarterona, cuyo ensayo preliminar analiza el racismo en Puerto Rico desde el siglo XVI hasta nuestros días. Salomé ríe mejor, que escribí viviendo ya en Carolina del Sur, se desarrolla en Naguabo, Río Piedras e Isla Verde. El cura se nos casa se ambienta en Cataño, comenzando con una travesía por la bahía en lancha desde San Juan. Por razones obvias, igual con Lamentos borincanos. Los cuentos de Con tanta sinceridad, en su mayoría, tienen el fondo geográfico puertorriqueño y tratan de boricuas en la metrópoli. Hasta mi libro de ensayo Jalda arriba, jalda abajo, la fantasía retórica del ELA, basado en mi tesis doctoral en la Universidad de Minnesota, tiene que ver con Puerto Rico.

La temática política se manifiesta en todo mi trabajo en español. En varios casos es el móvil que lleva a los personajes a tomar decisiones que en ocasiones les resultan equivocadas.

Mi novela en inglés A Shade Short of Bleak pone de manifiesto mis conocimientos sobre derecho: el personaje principal es una abogada. En otras, mis conocimientos en varias áreas se manifiestan de forma incidental.

Lo que no he escrito nunca es algo que tenga que ver exclusivamente con una profesión que haya ejercido, con el caveat de que para escribir ‘Twas the Season tomé un trabajo de dependiente de temporada en una tienda por departamentos de Pittsburgh, durante el que pasé más tiempo en el baño transcribiendo notas de lo que pasaba y observaba que cobrando mercancía. Entiendo el precepto literario de que el escritor debe escribir sobre lo que conoce, pero eso tiene un límite. Hay formas de llegar a conocer ciertos asuntos mediante la investigación sin tener que experimentarlo todo primero. Nunca me han llamado la atención las novelas de escritores que escriben sobre el proceso de escribir ni las películas que tratan sobre directores de películas, con la excepción de la obra de Fellini. En inglés, por ejemplo, hay obras de Michael Chabon que no puedo leer, porque son sobre las dificultades de un escritor. Creo que se puede llegar a escribir sobre algo que no hemos vivido mediante la observación y el cuestionamiento que parte de la empatía y sin caer en la condescendencia.

La temática política se manifiesta en todo mi trabajo en español. En varios casos es el móvil que lleva a los personajes a tomar decisiones que en ocasiones les resultan equivocadas. “Cambios de piel”, por ejemplo, en Con tanta sinceridad (uno de mis cuentos favoritos, si estoy permitido a tener uno), presenta a dos personajes que en su juventud fueron activistas del movimiento por la independencia de Puerto Rico: uno se convierte en parte del engranaje de corrupción institucional en Puerto Rico luego de cambiar de planes para estudiar en París y en La Habana, traicionar a su novia en Coamo y casarse con una norteamericana mientras hacía una maestría en Syracuse, Nueva York. Entonces se encuentra con quien fue su compañero de lucha y del encuentro surge una nueva realidad que le demuestra que las decisiones son libres, pero las consecuencias, no. Lamentos borincanos presenta una sociedad aplastada por su propio anhelo arribista y conducta superficial que fomenta el modelo consumista estadounidense. De los tres personajes, dos mueren de sida y una termina en un manicomio cantando canciones vulgares, después de haber vivido juzgando la moral y las malas costumbres de los demás.

Tal vez, después de todo, es cierto que uno solamente debe escribir de lo que conoce.

—¿Cómo se integra tu trabajo creativo a tu experiencia de vida como estudiante universitario en Estados Unidos y después de tu paso por la Universidad de Puerto Rico? ¿Cómo integras esas experiencias de vida en tu propio quehacer de escritor en Estados Unidos hoy?

—Como dije anteriormente, solamente he escrito sobre mis experiencias como estudiante, tanto en Minnesota como en el Colegio San Antonio Abad de Humacao, en Dolor inconfeso en cruz de calma. A la trama también integré mi experiencia como puertorriqueño en una comunidad religiosa de la Iglesia Católica, donde escuché por primera vez improperios racistas de boca de otros monjes. El personaje central termina sufriendo una crisis de fe. La novela se desarrolla en el pueblo ficticio de Los Juncos, Humacao y Minnesota central entre las décadas del 10 al 70; la guerra de Vietnam entra en el relato como realidad estadounidense de impacto neocolonial bajo la que finalmente tendrá que afectar al personaje principal al cumplir veinte años de edad.

—¿Qué diferencia observas, al transcurrir del tiempo, con la recepción del público a tu trabajo creativo y a la temática del mismo? ¿Cómo ha variado?

—Me parece, y esto lo digo con la esperanza de que no se interprete como jactancia, que en los últimos quince años lo que he escrito ha ido mejorando hasta el punto de que me haya creado un público que, aunque no amplio en el sentido de un Vargas Llosa o Luis López Nieves, ha llegado a apreciar los temas y el estilo, cuya madurez reconozco. Por lo menos, si las ventas son buen índice, creo que he tenido éxito. No creo que la temática haya variado tanto, pero sí la forma de narrar. Un catedrático puertorriqueño radicado en Nueva York me llamó recientemente para decirme lo impresionado que había estado con uno de los cuentos de Con tanta sinceridad, “No encontraron a don Goyo”. Me sorprendió mucho. El colega me dijo que le habían captado la imaginación el dinamismo del estilo y la forma en que le había dado voz a un personaje marginado por la altanería de su familia, que lo había encerrado en una jaula para evitar sus amistades de alta sociedad. El anciano está demente y nadie le presta atención a la mugre en que vive ni al hecho de que es un ser humano.

El comentario me sorprendió más porque mi contribución al relato, además de darle forma narrativa, fueron mis recuerdos: el anciano era vecino de mis padres en Juncos y, de hecho, lo habían encerrado en una jaula.

Tal vez, después de todo, es cierto que uno solamente debe escribir de lo que conoce.

—¿Qué otros proyectos creativos tienes pendientes?

—En meses recientes he decidido poner en práctica mi adiestramiento en actuación y voz, algo como un homenaje a mi profesora de voz y dicción, que murió en septiembre pasado a los 102 años, Violeta Pintado, que se destacó en ese campo en las Escuelas de Arte de Cubanacán. He estado grabando cuentos del escritor puertorriqueño Matías González García, en tres volúmenes. Son cuentos muy entretenidos de un escritor costumbrista y naturalista un poco olvidado. Próximamente empiezo otros proyectos de grabación de otros escritores puertorriqueños de principios del siglo XX y de escritores latinoamericanos del siglo XIX.

Para el otoño tengo planificado terminar la adaptación de ‘Twas the Season al español. Digo adaptación, porque nunca en realidad traduzco nada: reescribo, esta vez titulada Navidad que vuelve, una novela del despelote consumista.

He bosquejado varios relatos en los que voy a trabajar tan pronto termine los proyectos de grabación.

Wilkins Román Samot

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