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Milagros Mata Gil
“No hay lugar que no me corresponda”

domingo 5 de julio de 2020
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Milagros Mata Gil
Mata Gil: “Me había propuesto que al jubilarme me iría a vivir a Irlanda. Entonces llegaron los bárbaros y sentí la responsabilidad moral de resguardar lo que pudiera de los valores éticos y espirituales”.

En el relato titulado “Obsesiones”, Milagros Mata Gil muestra su carisma de escritora:

De cinco de la tarde a nueve de la noche, lee las Escrituras y prepara las predicaciones que dirá cuando la peste termine. Las escribe en un cuaderno viejo que usa hace tres años y que va llenando con su letra menudita. Luego, se baña y se acuesta para tratar de dormir. A veces, lo consigue y tiene sueños raros: sueños de maletas que abre y encuentra en ellas un hato de ropas desordenadas. Sueños del Ángel de la Muerte, que llega atravesando sus sembradíos de mandarina, resecos ahora.

Ella es la escritora más libre y atrevida que se pueda imaginar. La más irreverente. Y sin embargo se guía por un instinto sagrado. Si no hay una razón de peso que parezca un mandato de la Divina Providencia es mejor que no la incluyan, que no la busquen, que no la molesten. Ella necesita saber con qué se enfrenta y en qué lugar debe hacerlo.

Eso pensé la primera vez que vi a Milagros Mata Gil. Ya había leído varios textos suyos cuando nos encontramos en Caracas hace treinta años. Al tenerla enfrente por primera vez, supe que ella no era de estos sitios. Hablo de los lugares demasiado agotados de edificios y de gente.

Milagros Mata Gil ha vivido cada uno de los días de su existencia como un arduo trabajo corporal y espiritual.

Sus pensamientos parecen moverse como una estampida en la región de su cara; pensamientos jineteando los caballos de la fe, agitando sus filos color de cuchillo en un campo de batalla continuo. Su inteligencia y sabiduría se notan apenas habla y su leve sonrisa es una sentencia irónica. Ella se formó adentro y afuera del país, pero a veces pienso que Irlanda constituyó una influencia poderosa. Irlanda y toda la rebeldía transformadora que eso implica. A veces sus palabras son instrumentos para desollar. En ella perviven la ciencia y el mito, la experiencia detallada en el lenguaje. Y la certeza de que Dios existe.

Milagros ha recorrido muchos kilómetros de palabras leídas. Ella ha ido a la universidad para aprender y enseñar. Ella ha investigado como un científico incansable. Y para completar su descripción: nadie sabe más de la vida que esta señora. Porque Milagros Mata Gil ha vivido cada uno de los días de su existencia como un arduo trabajo corporal y espiritual. Y ha transformado toda esa experiencia en una narrativa que podría formar parte de un evangelio sincero y femenino.

Primero conocí sus ensayos sobre escritores, en particular todo lo que escribió sobre Alfredo Armas Alfonzo. A continuación, descubrí su novela Memorias de una antigua primavera, que ganó el Premio Miguel Otero Silva de Editorial Planeta, y podía haber ganado cualquier concurso porque es una novela excepcional. Después la conocí en persona y gracias a la amistad que nació entre nosotros, conocí a quien era su compañero de esa época, el poeta Néstor Rojas. En consecuencia, fui a Ciudad Bolívar y me senté en una piedra a orillas del Orinoco para saturarme con la atmósfera que los había engendrado.

 

INTERRUMPO PARA INFORMAR

Escritora: Profesora de Castellano, Literatura y Latín, periodista, narradora e investigadora en literatura venezolana. Miembro correspondiente de la Academia Venezolana de la Lengua desde 2011. Autora de la letra del himno del municipio Heres del estado Bolívar.

Libros de ensayo de Milagros Mata Gil: Héroes y tumbas en Armas Alfonzo; La Cuenca del Unare según Alfredo Armas Alfonzo; La rebelión de las ficciones; El pregón mercadero (relaciones entre crítica literaria y mercado editorial en América Latina); Ensayos diversos, Sobre una ciudad campamento (In Loco Remoto); Una reflexión sobre el espacio en la novela venezolana; Los signos de la trama; El Orinoco es una identidad; Balza: el cuerpo fluvial; Tiempo y muerte en Alfredo Armas Alfonzo y José Balza; Elipse sobre una ciudad sin nombres; Lucila Palacios: tiempo y siembra (en proceso); Imágenes e impresiones de El Tigre (entrevistas, reflexiones, reportajes, en proceso).

Novelas: La casa en llamas (1986); Memorias de una antigua primavera (1989); Mata El Caracol (1990); El diario íntimo de Francisca Malabar (1992); El caso del Pastor Acosado (2019); Piar: del traidor y del héroe (en proceso); Los manuscritos de Lyon (en proceso), antología personal de cuentos venezolanos.

PROSIGO

 

Milagros Mata Gil es una luchadora que ha entregado su aliento y su voluntad al arte de escribir. Podría decirse, sin exagerar ni un ápice, que ha sacrificado todo por ese oficio tan anímico. Y lo ha hecho bien porque su escritura es una especie de tesoro gramatical.

Desde niña, Milagros Mata Gil leía. Se ensimismaba en sor Juana Inés de la Cruz, san Juan de la Cruz y Teresa de Ávila. Luego leía completa la Biblia y más después leyó a Faulkner, Kafka, Virginia Wolf. Leyó página a página el Ulises de James Joyce. Cuando se dice que Milagros leía no es que lo hacía a vuelo de pájaro: es que ella ejercía la lectura como todo lo que emprende: hasta toparse con el hueso.

Así como se dedicó a leer intensamente y con una especie de responsabilidad fraterna hacia los libros, comenzó a escribir. Y sus ensayos sobre escritores como Alfredo Armas Alfonzo han quedado ejemplificando lo que es un ensayo carismático, detallado, y generador de una especie de retrato espiritual y sentimental de quien escribe. Valga esta muestra:

Blanchot dice que cada hombre está llamado a recomenzar la misión de Noé. Si cada hombre es Noé, entonces él debe ser el refugio donde reciban amparo las especies de lo que existe y lo que existió, para evitar que se extingan. Allí deben permanecer las cosas sangrientas, románticas, terribles. La soledad y el amor. La enfermedad y la ambición. Los espectros amigos o enemigos. Las aves que nutrieron la infancia y ya no están. Las nubes en el cielo. Los días tormentosos y el abismo. El miedo y la dicha. Todo debe conservarse. De un modo extraño, un hombre como Armas Alfonzo toma esas cosas sobre sí, como un fardo, y las sumerge en el esplendor de su palabra para que no desaparezcan radicalmente.

En uno de estos días de miedos y de añoranzas, le dije: “Me gustaría hacerte unas preguntas”, aunque en realidad tenía ganas de verla y de hablar con ella; de seguir aprendiendo con su modo intenso de escribir y de ser. Y Milagros Mata Gil, la escritora perfectamente íntima y contundente, respondió las preguntas. Y ya está. De lo bueno poco.

 

No entiendo que la gente no vea cómo Dios está en toda la vida que nos rodea y niegan su existencia.

La entrevista

—¿Qué determinó en tu infancia el camino que seguirías?

—No podría decirlo con exactitud. Tal vez el gusto casi obsesivo por leer, estimulado, además, por mi tío y padrino Manuel Gil. En algún momento, a los siete, ocho años, sentí la necesidad de escribir lo que había en mi entorno. Empecé con unas coplas y luego supe que por ahí no era. Las monjas de mi escuela nos ponían como tarea hacer “temas de composición” y eran muy severas en cuanto a las normas de ortografía y redacción. Supongo que todo eso confluyó naturalmente en mi acercamiento al periodismo, en mis tempranos trece años, y allí encontré un guía en Américo Fernández, quien entonces trabajaba paralelamente en El Nacional y El Bolivarense, allá en Angostura.

—¿Cuál es tu sueño más preciado en este tiempo?

—Morirme en paz, después de haber librado “mi buena batalla”.

—¿Cuándo sentiste que eras narradora, escritora?

—Desde que entendí que me era no sólo posible sino necesario contar lo que sucedía a mi alrededor. Pero sólo después de los treinta años decidí dedicarme con rigor a la literatura como actividad conscientemente estética.

—¿Cómo te ha ayudado la escritura?

—Como dice la canción de Andrea Bocelli, “vivo por ella porque me da fuerza, valor y voluntad”.

—¿Qué parte de la vida no puedes explicar, qué se te escapa?

—Muchas cosas. Destaco que no entiendo que la gente no vea cómo Dios está en toda la vida que nos rodea y niegan su existencia.

—¿Cuál es tu gran pasión?

—Tengo varias (además de leer y escribir): observo todo con curiosidad, soy una investigadora nata, amo los gatos y los perros y amo las plantas. Ciertamente, plantas y mascotas me parecen más dignas de consideración y amor que muchas personas.

—¿Estás muy cerca de ti o te mueves como si estuvieras en un lugar que no te corresponde?

—No hay lugar que no me corresponda.

—¿Qué lugar ocupa la religión en tu vida?

—No la religión, que es más bien un conjunto de reglas y normas, a veces estúpidas o perversas. Participo en una iglesia y una confesión con muchas reservas, más bien con intenciones sociales. Lo que sí es mi sino existencial es la fe. Creo sin dudas en la existencia de Dios, en su presencia en la vida, en la justicia absoluta de sus decisiones (de todas: las que nos afectan directa o indirectamente); creo que aún el dolor, la enfermedad y la muerte tienen una razón benéfica. Y, definitivamente, estoy enamorada de Dios.

—¿Dónde vives?

—En una casa en los suburbios de El Tigre, Venezuela.

—¿Qué haces?

—Muchas cosas: leo, escribo, mantengo un huerto productivo de media hectárea, atiendo a mis gatos, participo en la vida social y política proactivamente. Ya no en eventos culturales. Y tengo varios amigos con los que converso: virtuales y reales. Cocino, también. No tengo tiempo para ver televisión o para ir al cine, evidentemente.

Estoy en etapa de alejamiento para percibir mejor. Me desalientan la incoherencia de la oposición y el conformismo de los ciudadanos, limitándose a sobrevivir.

—¿Cómo ha cambiado dentro de ti la ciudadanía, en un país que ha cambiado tanto?

—Antes de esta catástrofe ni siquiera me sentía venezolana. Me había propuesto que al jubilarme me iría a vivir a Irlanda. Entonces llegaron los bárbaros y sentí la responsabilidad moral de resguardar lo que pudiera de los valores éticos y espirituales. Por eso no me he ido. Por eso asumí varias formas de combate, a veces con riesgo de mi salud física y mental. Soy más que nunca venezolana y aún estoy aquí, más fuerte que nunca. Creo en la capacidad regenerativa y en que este país resurgirá y será mejor. Yo no lo veré, pero no importa. Trabajo por ello.

—¿Qué crees que pasará con el país?

—La verdad, en este momento no lo sé. Estoy en etapa de alejamiento para percibir mejor. Me desalientan la incoherencia de la oposición y el conformismo de los ciudadanos, limitándose a sobrevivir. Rumian sus inconformidades y se amargan. Pero no hacen algo real y se atemorizan.

—¿Se ha dispersado tu familia?

—Sólo uno de mis cinco hijos y su familia están fuera del país. En Colombia. Le está yendo bien. Trabajando dura y honestamente. Los demás están aquí.

—¿Qué te ha hecho sentir la cuarentena?

—Estoy leyendo La pequeña Dorrit, una excelente novela de Charles Dickens. No es sobre una peste propiamente, pero tiene un episodio de cuarentena con el que puedo identificarme:

¡Sería más encomiable, me parece a mí, que permitieras que los demás allerán y marcherán a sus honrados negocios en vez de encerrarlos en una cuarentena!

—Bastante fatigosa —dijo el otro—, pero saldremos hoy.

—¡Saldremos hoy! —repitió el primero—. Que salgamos hoy agrava incluso el disparate. ¡Salir! ¿Y por qué nos metieron dentro?

—Me parece a mí que por ningún motivo importante, pero como venimos del este y en oriente hay peste…

—¡Peste! —repitió el otro—. De eso me quejo, desde que llegué me siento apestado. Soy como un hombre cuerdo encerrado en un manicomio; no puedo soportar la sospecha. He llegado más sano que nunca, pero sospechar que tengo la peste es como contagiármela. La he tenido… y la tengo.

—Pues lleva usted muy bien la enfermedad, señor Meagles —dijo su interlocutor con una sonrisa.

—No, si conociera bien la situación sería la última observación que se le ocurriría. Me he despertado noche tras noche diciéndome: ya la tengo, ya la he contraído, ahora sí que se está desarrollando, ahora, con tantas precauciones, estos individuos han conseguido que la tenga.

Después de poner este ejemplo de lo que está leyendo en época de peste, Milagros dijo, terminando la entrevista:

—Por lo demás, fiel a mi naturaleza, no he sido muy rigurosa en cumplir el aislamiento social.

Estuve a punto de preguntar: “¿Habrá un miedo capaz de mantener encerrada a Milagros Mata Gil?”, pero desistí de la idea porque conozco la respuesta.

José Pulido

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