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Érika Ordosgoitti:
Sabe que el miedo va a llegar, lo mira y deja que llegue

domingo 15 de noviembre de 2020
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Érika Ordosgoitti
Érika Ordosgoitti: “Pensé que tenía que trabajar con lo único que es mío: mi cuerpo”.

Cuando Érika Ordosgoitti recitó su poema me sentí desolado. Desconectado. Sin ningunas ganas de leer el mío. Lo guardé en lo más hondo de un bolsillo. Ella tenía mirada de halcón y todo parecía demasiado viejo a su alrededor. Las casas coloniales de por sí mostraban ladrillos al descascararse. Lucían cansados y antiguos los árboles que tenían nombres tan desajustados como uno llamado zorrocloco, debajo de cuyas ramas lanzábamos nuestras voces. La primera vez que vi a Érika Ordosgoitti sólo pude decirle que yo había sido amigo de su abuelo. Ninguna de las palabras que se me ocurrieron estaban a la altura de su total sinceridad.

Ella me vio como a cien años luz de distancia. Como un astronauta que se encuentra un Xoloitzcuintle en la luna. ¿Qué cosa es?, ¿de dónde ha salido? Pero su sensibilidad y su dignidad comprendieron mi posición de persona abismada y me tendió su mano y nos dijimos “mucho gusto”.

Eso ocurría en el casco colonial de Carora. En ese lugar donde el pasado es abrumador, leíamos poesía en cada junio y nos reencontrábamos con muchos amigos. Érika se convirtió en parte importante de esa especie de comunidad que mermó cuando fallecieron tres de los poetas fundadores.

Érika parece un personaje de los que se le ocurrían a Shakespeare. Camina por las calles como si fuera el alma de Hamlet. Se desnuda y comparte tristezas con el río moribundo que atraviesa la ciudad.

Mientras había gente trabajando en el campo, ordeñando vacas y cabras, cosechando auyamas, y en las callejas urbanas se adocenaban los comerciantes informales, lavadores de carros, mecánicos y barberos a domicilio, zapateros remendones y vendedores de perros calientes, nosotros leíamos poesía ante un público que seguramente se preguntaba en su fuero interno: “¿Será que venden algo al final del acto?”.

—Yo conocí a tu abuelo… —fue todo lo que dije en el momento pionero en que descubrí que ella existía, porque no hallé palabras acordes con su personalidad. Ella desarrollaba temas por encima de cualquier tontería.

Érika no conoció a su abuelo Napoleón Ordosgoiti, un pionero del cine nacional, con quien compartí conversaciones y mesa junto con Miguel Otero Silva, Juan Manuel Polo y Oscar Guaramato. (Ella lleva el apellido así: Ordosgoitti con dos tes al final). El nervioso y muy conversador Napoleón Ordosgoiti fue secretario de don Rómulo Gallegos. Érika escuchó lo que su abuela le decía de su abuelo y más tarde leyó los libros de Napoleón y supo de sus empeños como cineasta que filmaba mujeres lavando en sus bateas, cosiendo en sus máquinas, zurciendo remiendos y soplando la leña de fogones intrínsecos. Pero no se convirtió en artista bajo esa influencia. Llegó al arte porque sufrió desde niña el rechazo y las agresiones de la gente que se muestra más dañada y afectada por los prejuicios.

—Yo era una niña marimacha… —explica cuando hablamos de lo que ha tenido que soportar. Una vida muy dura que ella convirtió en expresión de arte, en performance y poesía.

Érika parece un personaje de los que se le ocurrían a Shakespeare. Camina por las calles como si fuera el alma de Hamlet. Se desnuda y comparte tristezas con el río moribundo que atraviesa la ciudad. Se desnuda y comparte derrotas con Simón Bolívar; se acuesta boca arriba en el lomo de un toro de lidia, como una espada que no hace daño; sube y desciende como Eva por una escalera de caracol buscando la salida del paraíso.

 

Sus performances nunca han sido comunes y corrientes. Tiene el poder de aparecer desnuda en medio de un gentío y nadie se escandaliza, la gente enmudece, pero se queda pendiente de lo que Érika va a expresar. Y en muchos casos sucede que el arte desplegado por ella le inyecta libertad al ambiente y entonces pasea su cuerpo a través de la cruda realidad como quien está creando un sueño y la gente la acompaña en medio de un dolor habitual, y la gente sueña que el dolor se ha ido.

 

Antes de comenzar la entrevista con ella, coloco un trozo del famoso monólogo de Hamlet. Como para comparar o aliñar. Un trozo nada más:

Ser o no ser, esa es la cuestión: si es más noble para el alma soportar las flechas y pedradas de la áspera Fortuna o armarse contra un mar de adversidades y darles fin en el encuentro.

 

“Se fundó sobre mi cuerpo un campo de batalla”

¿Podrías hablarme de tu lugar de nacimiento? ¿Qué te hizo inclinar hacia el arte?

Nací en la Caracas de los 80, un lugar guiado por valores relacionados con la belleza estereotipada, con muchos prejuicios hacia los seres diferentes como yo. Lo que me inclinó hacia el arte fue el hecho de haber sufrido acoso callejero, familiar y escolar durante toda mi infancia y mi adolescencia.

(Ante eso reaccionaba, respondía. Gestaba esa performance que se convertiría en su profesión. Aquellos gestos le permitían sobrevivir emocional y físicamente “porque las agresiones llegaron hasta la violencia física”).

El acoso me preparó para la palabra puntual porque siempre estuve ideando formas creativas de neutralizarlo a través del verbo, del gesto, de una mueca, a través de acciones violentas en el ámbito del enunciado. Llegué al arte como una sobreviviente.

(Durante sus estudios en el Instituto Universitario de Estudios Superiores de Artes Plásticas Armando Reverón veía performance, arte del cuerpo, expresión corporal, arte contemporáneo, y el desnudo era algo absolutamente inmediato, absolutamente accesible.

Ella estaba buscando la libertad y el vestido precisamente habla de la opresión. “Todo esto me resultaba no solamente un estorbo, sino una contradicción”).

En la universidad, mis maestros y maestras de arte, quienes eran artistas relevantes de la escena local (incluso de la escena mundial), nos impusieron desde un principio como imperativo varios enunciados; los más determinantes para mí fueron aquellos en los que se relacionaba la performance con una acción alejada del engaño, y por otra parte, la precariedad como la forma más excelsa de arte. Tan pronto llegué, desde el primer semestre, se me despojó absolutamente de mis habilidades y se me exigió trabajar solamente con una lámina de cartón, sobre la cual no podía pintar ni dibujar; esto me permitió empezar de cero, fue una formación iniciática que me obligó a alejarme del atiborramiento y me facultó para conocer la riqueza de la desnudez simbólica.

 

Recibí acoso y agresiones desde muy pequeña, en los colegios de monjas en los que estudié, las mismas monjas eran acosadoras.

La precariedad como concepto…

En vista de que yo estaba convencida de que la precariedad era el camino directo hacia el lugar a donde quería ir, pensé que tenía que trabajar con lo único que es mío: mi cuerpo. Comencé a trabajar con mis fluidos, utilizando la sangre como pigmento; el sonido de la orina cayendo sobre un vidrio y con diferentes posibilidades que el cuerpo me permitía. Así fue como llegué al desnudo: por la necesidad psíquica y filosófica de alejarme del engaño e ir a lo más precario, a lo único que yo tenía, a mi propio cuerpo. Todo esto, sin haberlo buscado, se relaciona con la opresión y el acoso al que fui sometida desde muy joven: el arte también representa una pugna por conquistar mi propio cuerpo.

Entonces se fundó sobre mi cuerpo un campo de batalla y fue el arte el mecanismo a través del cual yo reclamaba mi cuerpo para mí.

 

“Era marimacha pero no me gustaban los deportes”

¿Te han maltratado?

Recibí acoso y agresiones desde muy pequeña, en los colegios de monjas en los que estudié, las mismas monjas eran acosadoras. Yo era considerada por ellas una niña muy rara, porque no jugaba con muñecas, porque no me interesaban las cosas que les interesaban a las niñas a mi alrededor, porque era marimacha, y a pesar de que era marimacha, no entraba completamente en el canon de una niña masculina, porque tampoco me gustaban los deportes; era sencillamente un ser inclasificable, lo cual generaba muchísima incomodidad en ellas y me lo hacían saber.

Al final de mi adolescencia y entrando a mi adultez, me convertí en un ser mucho más estridente y por lo tanto recibí incontables acosos callejeros. Ya mi familia se había resignado a que yo nunca iba a ser una niña normal, la niña que ellos esperaban, pero Caracas, a principios de la primera década del 2000, era territorio de caos absoluto. Las calles estaban pobladas de comerciantes informales y su cultura era muy violenta. Sencillamente caminar de una esquina a otra era levantar los gritos de todos y cada uno, yo podía estar sentada en un autobús y de pronto alguien comenzaba a gritarme o agredirme por mi forma de vestir, por mi forma de expresarme, sin que yo estuviera agrediéndole de ninguna manera. Todos estos ataques han nutrido mi obra, desde la primera hasta la última agresión.

 

¿Sigue siendo igual en este tiempo?

En la actualidad no me interesa conservar esa apariencia estridente y he simplificado bastante mis formas. Recibo excesivas agresiones a través de Internet, amenazas de muerte, de violación, material gráfico de pornografía, el cual se convierte en una forma de agresión, pues yo no lo estoy pidiendo; es acoso sexual. Una de las razones por las que ya no vivo en mi país es porque he recibido demasiadas amenazas de muerte. En la actualidad vivo en Estados Unidos y aquí el acoso callejero es casi nulo; sin embargo, he sido víctima de racismo, lo cual ha sido algo nuevo para mí.

 

¿Qué experiencias discriminatorias has vivido recientemente?

Por la idea de que la homosexualidad es una enfermedad, no me dejan donar sangre. Las preguntas que hacen para donar sangre son invasivas, exigen detalles de la vida privada. Cuando preguntan si he tenido relaciones con personas de mi sexo y yo respondo que sí, me rechazan como donante. Eso es una humillación y una forma de maltrato. Que para poder donar sangre a mis amistades y familiares haya tenido que mentir y decir que soy heterosexual es una ofensa.

 

Érika Ordosgoitti
“Una de las razones por las que ya no vivo en mi país es porque he recibido demasiadas amenazas de muerte”.

“La poesía no está en la seguridad”

¿Cuándo sentiste que eras poeta?

No sé si sentí en algún momento que era poeta. Cuando empecé a escribir yo era muy ignorante. No había leído nada de lo fundamental para crecer y que ha resultado ahora un privilegio recibir, por haber estudiado en la Reverón y compartido con artistas tan relevantes. Cuando empecé a escribir lo hice de puro vómito, por necesidad psíquica de exteriorizar mi vida. Esos poemas tempranos se sostienen en mi poesía como un fundamento. Mi verso era demasiado desnudo y ahora he podido hacerlo un poco más complejo gracias al conocimiento, el cual agradezco haber recibido.

 

Como sujeto que actúa en el espacio, la crueldad me resulta emocionalmente perturbadora.

Esos primeros versos, ¿qué te dejaron?

Esos primeros versos que escribí cuando era una bestia son los que me llevaron a ser poeta. Mi forma de investigación es la poesía. Para mí escribir es duro, porque tengo que estar muy desnuda, tengo que ir a espacios muy hondos. Ir a esos espacios es bastante vertiginoso y hay un estado de inestabilidad mental pues no puede haber seguridad. La poesía no está en la seguridad, la poesía está en un temblor. Desde esa gran incertidumbre emergen las palabras durante el cruce por la oscuridad que somos. Algunas fantasmagorías que vemos con esa distorsión de la mirada introspectiva nos causan verdadero vértigo, porque estamos hasta el cuello en el pantano de nuestra irracionalidad. Llegar hasta ahí es una labor de alpinista pero al revés, como alguien que cava, o alguien que se zambulle, o alguien que se deshace mientras baja, mientras se hunde. Sabe que el miedo va a llegar, lo mira y deja que llegue y le atraviese.

 

¿Tu abuelo influyó en tu vida de artista?

Mi abuelo no influyó tanto en mi decisión de ser artista porque murió cuando yo estaba muy niña y lo conocí poco. La familia no atesoró su obra. He podido leer sólo dos libros de él. Mi abuela me contó que el día de su muerte sus propios amigos se abalanzaron sobre sus manuscritos y se los llevaron. No he podido ver sus películas. Mi familia nunca me habló mucho sobre la obra de él. Sus libros son un poco hiperbólicos y no sé qué tan rigurosos históricamente. Ser artista no era del todo celebrado familiarmente, el arte alejó a mi abuelo de sus responsabilidades familiares. Puedo decir que al menos existía la posibilidad en mi horizonte de ser artista. Dos de mis tías pintaban, una de ella es esquizofrénica, así que tampoco es muy celebrada en la familia, y la otra pintaba al óleo y me enseñó muchas cosas. Para mí ese tipo de pintura no es arte, pero fue mi primer acercamiento a la idea popular de arte. Quizá ahora he vuelto a esa raíz de mi abuelo porque estoy escribiendo relatos por primera vez. Ha sido un reto interesante y un lugar de encuentro familiar, porque es literatura autobiográfica… he estado haciendo algunas entrevistas a mi familia.

 

¿Qué parte de la vida no puedes explicar, qué se te escapa?

La mayor parte de la vida no la puedo explicar, se me escapa todo. Se me escapa la vida en un abrir y cerrar de ojos y adentro de mis párpados está el fuego ardiente de la poesía. Todo me resulta inexplicable, el hecho mismo de la existencia. Como sujeto que actúa en el espacio, la crueldad me resulta emocionalmente perturbadora. Si hablo de la locura y de la muerte es porque me resultan inexplicables. El arte no se trata de explicar sino de generar interrogantes y de enunciar la angustia. Yo no trato de dar respuesta. Actúo desde la nada y desde una certeza pesimista, consecuencia de tantas experiencias de crueldad, recibiéndola directamente y siendo testigo de ella. Que metan presos políticos a tus propias amistades, que maten a la gente a tu alrededor por expresarse, que veas a tus amistades adelgazar hasta la calavera, nada de eso es explicable. Nuestra vida no sólo no es explicable, es, además, absurda.

 

¿Cuál es tu gran pasión?

No sé cómo responder a esta pregunta. Diré que la poesía en sí misma es mi pasión. Lo que más cultivo es la poesía. Mis libros duermen conmigo en la cama. Siempre trato de ahorrar, pero comprar libros de poesía es algo a lo que me cuesta resistirme. Para mí tener un libro activo es esencial. Siempre estoy en varias lecturas a la vez. A veces me enloquezco con la poesía de algún poeta o alguna poeta y compro todo lo que pueda. Para mí es una necesidad fisiológica y esencial.

 

¿Estás muy cerca de ti o te mueves como si estuvieras en un lugar que no te corresponde?

Siempre estoy en mí, muy cerca de mí, pero ese muy cerca de mí se mueve en un lugar que no le corresponde. Porque los gestos a mi alrededor me llenan de consternación. Estar muy cerca de mí significa que estoy segura de algo, pero esa certeza me permite percibir la forma como soy objetualizada, la forma como se ejecuta el poder sobre mí. Por eso el pesimismo es un espacio para estar conmigo misma.

 

Le doy un valor muy alto al acto sexual. Para mí, el sexo es un encuentro íntimo en el que sucede un ritual maravilloso.

“¿Has escuchado el término ‘cogible’?”

¿Qué lugar ocupa el sexo en tu vida?

Es una pregunta que parece sencilla, pero es bastante compleja. Lo sexual juega un papel fundamental en la psique de cualquier persona. Yo soy homosexual y eso hace que lo sexual sea más relevante en cuanto a formas de disidencia. Todo mi trabajo y mi ser son disidentes.

Le doy un valor muy alto al acto sexual. Para mí, el sexo es un encuentro íntimo en el que sucede un ritual maravilloso. No me gustaría hablar de mi cotidianidad sexual porque lo considero un asunto privado, pero sí hay algunas consideraciones que me gustaría compartir en cuanto a lo sexual, que afecta muy profundamente mi vida.

He tenido la oportunidad de que mis amigos me hablen, no como si yo fuera una mujer, sino como si yo fuera un hombre, solamente porque soy lesbiana. Mis amigos heterosexuales no me consideran una opción para acostarse conmigo, simplemente entran en muchísima confianza y he podido ver cómo se expresan los hombres, debido a que pierden ese filtro que tienen delante de las mujeres, y las cosas que me dicen son verdaderamente asquerosas. Me disculpo de antemano con las sensibilidades de mis amigos, pero voy a hablar de manera general sobre mi experiencia.

(A Érika le interesa escuchar los puntos de vista de los hombres y cómo tratan a las mujeres. Ella quiere forjar su propio criterio sobre el machismo y hacerlo de la manera más natural, pensando que podría estar prejuiciada por su estudio con las monjas y la cultura religiosa que reprime y censura lo sexual).

Las frases sexuales que dicen los hombres heterosexuales de las mujeres, en su generalidad, son asquerosas. ¿Has escuchado el término “cogible”? Es un grado que le dan los hombres hetero a las mujeres inmediatamente. Tan pronto las miran, evalúan qué tan “cogible” es una mujer. Es muy claro lo hondo que está metida la objetualización sexual de la mujer. Las mujeres formamos parte de esta cultura de canibalización sexual. Algunas mujeres capitalizan su sexualización y entonces se ganan ese grado de cogibles, siguiendo una serie de normas estéticas, de expresión, comportamiento, gestos. Lo hacen desde una lógica en la que ellas son un manjar preciado sexualmente, pero en todo caso siempre un objeto, un objeto de lujo o un objeto barato, pero un objeto.

Muchas veces, cuando estoy dentro de las conversaciones sexuales de mis amigos, cuando éstos han olvidado que soy una mujer y se sueltan, siento entre ganas de vomitar o ganas de darme un tiro. Cuando estamos en una fiesta y quieren acostarse con una mujer en específico, aunque ella no quiera, van a insistir hasta lograrlo, entonces la mujer (lo he visto con mis propios ojos y ellas mismas me cuentan) termina acostándose con ellos por obstinación, con lo cual el sexo es consensuado, pero no voluntario.

 

“Si no te cuidas de que te violen…”

(Érika comenta que puede haber sexo involuntario si una mujer está ebria, pero si no dice que no, ante la justicia no es violación sino abuso. Las penas son menores. Muchas de sus amigas le han confesado que fueron violadas, pero cuando denuncian violaciones la justicia se pone del lado del agresor, aunque la ley esté del lado de la mujer. Ella señala que el proceso de denuncia es traumático y violento).

Hay que seguir luchando para denunciarlos y exponerlos, pero hay que simplificarlo, porque termina siendo una doble violación, de tu agresor y de la burocracia. Muchas veces el agresor queda libre sólo con una advertencia y tememos encontrarlo en la calle porque ahora sienten rencor contra nosotras y, como sabemos que puede perder el control, vivimos en zozobra. Tienes que cuidarte de todas las personas, lo que ya resulta agobiante, pero muy especialmente de los hombres, mucho más si tienen poder sobre ti o si están drogados. Es como vivir constantemente bajo amenaza. Es muy probable que, si no te cuidas de que te violen, te violen.

(Cuando advierte una conducta de acoso, Érika interviene inmediatamente. “Me cuesta mucho no ponerme violenta porque estoy ante una situación violenta en una sociedad muy violenta contra las mujeres. Sabemos que no va a parar. Desde que nacimos o desde antes, estamos bajo amenaza machista”).

Me impresiona que muchos intelectuales de mi país, por estar en contra hasta el extremo de la dictadura, asumen posturas muy conservadoras. Creen que los postulados feministas son de izquierda y que por eso a priori son descartables. No sólo no se dan la oportunidad de hablar de ello, sino que además lo aborrecen. Moralmente, en Venezuela, estamos en el Cenozoico, tal como en los otros ámbitos de la vida en el país. Todo es muy contingente, se vive de emergencia, no hay ningún servicio garantizado, ni siquiera hay derecho pleno a la identidad porque hasta los documentos de identidad son secuestrados por la administración hegemónica.

 

En una situación de absoluta precariedad, la poesía siempre está a la mano.

¿En qué estadio se encuentra el tema del feminismo en Venezuela?

No se puede decir, ni siquiera, que exista el debate feminista. El debate antifeminista sí existe y hay un reducto de un señalamiento feminista en algunas disciplinas, aún bastante inocuo para la sociedad general, que ni sabe que éste existe o cree que feminismo es hembrismo, o que el feminismo está en contra de los hombres. Pareciera que los postulados del feminismo son considerados una parcela chavista y nada más falso que eso, porque el chavismo ha violentado todas las formas de vida, especialmente a las mujeres. El chavismo secuestró simbólicamente un discurso activista que habla a favor de las mujeres, de las personas indígenas, de las personas negras, de la gente pobre, entonces por maniqueísmo y por rebeldía cualquier postulado feminista es categorizado como marxista y termina descartado.

Frecuentemente he estado con mi hija en un espacio común y suena una letra de trap, que para mí es como una violación colectiva, y mucho más porque estoy con una niña a la que tengo que proteger. A veces me dicen que mi postura contra el trap es clasista, pero yo soy una sobreviviente emigrante venezolana, yo sé lo que es el clasismo en carne viva. No se trata de clasismo, se trata de machismo.

 

Érika Ordosgoitti
“Pareciera que los postulados del feminismo son considerados una parcela chavista y nada más falso que eso, porque el chavismo ha violentado todas las formas de vida, especialmente a las mujeres”.

¿Dónde vives?

Vivo en Texas desde 2018 por exilio político.

 

¿Qué haces?

Sueño con mi suicidio y trato de conseguir cómplices en ese plan, mientras tanto escribo y cuido a mi familia lo más que puedo.

 

¿Cómo has pasado esta temporada? ¿Qué has hecho para seguir actuando?

Lo que he hecho ha sido luchar, sobre todo con mi estado de ánimo. He tratado por todos los medios de mantenerme en contacto con la gente que quiero, ha sido muy difícil. Mucha gente en Venezuela está sometida al aislamiento y la desconexión por falta de servicios básicos. Los niveles de pobreza son demasiado altos y vertiginosamente crecientes. Mis amistades están sobreviviendo, literalmente.

Por otra parte, mi obra se ha tenido que verter sobre la poesía casi completamente, porque en una situación de absoluta precariedad, la poesía siempre está a la mano, la poesía siempre viene al quite. Para la poesía no necesito nada, no necesito cómplices, ni aparatos, ni baterías, no necesito nada, no necesito ni siquiera escribirla. Muchas veces hago poesía y no la escribo porque escribirla me ralentiza y me detiene, yo lo que quiero es seguir. A veces la escribo, pero la mayoría de las veces no la escribo, sólo la vivo. Es importante para la poesía que escribo mantenerse siendo menos que la que vivo y hago. La poesía es una forma de vida, vivo poéticamente, atenta a los detalles, con mi sensibilidad a flor de piel, con una cautela y una prisa a la vez.

José Pulido

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