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Rafael Victorino Muñoz:
“Somos algo más que esta crisis que nos agobia”

domingo 25 de abril de 2021
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Rafael Victorino Muñoz
Rafael Victorino Muñoz: “Lo lamento por aquellos escritores que dicen que se deben a su público”. Fotografía: Geczain Tovar

Aunque ha obtenido importantes premios de novela y de narraciones breves, sólo he leído dos libros de Rafael Victorino Muñoz: Olímpicos e integrados, ganador del Concurso de Narrativa Salvador Garmendia del año 2012, y Página roja, publicado en la colección Orlando Araujo en el año 2017.

Es probable que el título del primero responda a un cierto estilo cuentístico que surgió en los años sesenta y también alude al título de Umberto Eco Apocalípticos e integrados (Apocalittici e integrati).

El segundo título se adapta cómodamente a una comprensión básica del suceso, del periodismo que acude a las fuentes del crimen. Pero ambos funcionan perfectamente. Aunque los dos libros podrían ser uno solo, una especie de cara o cruz, de anverso y reverso. Porque esas obras reflejan de una manera transparente y directa lo que somos, lo que padecemos, lo que soñamos y lo que perdemos a cada rato, a cada instante.

Olímpicos e integrados muestra un modo de ser, posado en lo dramático, instalado en lo terrible, que sin embargo desata la risa, la burla, el desparpajo. Uno se ríe con cierta amargura porque se intuye que a la larga hay crueldad en las relaciones humanas. Crueldad inevitable.

La escritura de Olímpicos e integrados es una de esas delicias comparables a estar con un montón de amistades en una playa o en una fiesta, riéndose de las ocurrencias inteligentes de alguien.

El libro de cuentos Página roja revela el terrible infierno de los asesinatos y los delitos diversos que van brotando uno a uno y en montón en cualquier casa, en cualquier hogar, en el lugar más bucólico, porque, como señalan todos los clásicos policiales, “no hay nadie inocente”. Pero eso no es todo: la manera en que Rafael Victorino Muñoz aborda los temas de la violencia que germina en cada persona es muy cruda, realmente cruda; pocos autores aceptan ese reto. Muñoz lo hace. Es un avanzado.

La escritura de Página roja es un aullido de advertencia al nuevo siglo. Es una escritura que debería estar en el tope de las lecturas del público hispanohablante, por decir algo. Es una autopsia de la sociedad.

 

Y a pesar de todo, la risa es inevitable. Es como un resorte que te ayuda a salir de los atolladeros donde la tristeza te hace caer.

La difícil risa

En estos tiempos es difícil reírse. No cuaja fácilmente la euforia del optimismo. La represa del llanto está muy llena. La avalancha de amigos y familiares sufriendo, padeciendo, muriendo a menguas sin necesidad de terremotos o de ataques extraterrestres, es algo que ni siquiera habían aludido las películas que explotan temas apocalípticos. Hasta un paisaje bonito se torna melancólico o se queda pasmado como un espejismo. Guardamos paisajes para disfrutarlos en otro momento.

Y a pesar de todo, la risa es inevitable. Es como un resorte que te ayuda a salir de los atolladeros donde la tristeza te hace caer. Eso es lo que mi esposa presenció cuando me encontró agarrándome la barriga y con la cara congestionada porque unas carcajadas se me habían trancado. Si no reímos con frecuencia el mecanismo se oxida. En ese momento yo sonaba como un carro que no puede arrancar. De repente explotó la carcajada represada y ella pensó que me estaba sucediendo algo terrible.

—¿Qué te pasa? ¡Respira! —decía. Yo sólo estaba usando la vieja risa, pero se escuchaba como un perol rodando cerro abajo.

No pude explicarle la situación. Entonces le dije “lee este cuento”. Ella lo leyó y unos pocos minutos después se hallaba en el mismo trance de agarrarse la barriga y rodar por el piso.

Sin ninguna duda agradecimos eso. Después leímos otros textos del mismo autor que te llevan por sentimientos diversos, pero todo el tiempo está presente en sus palabras la gracia, la ironía, la visión aguda y el desparpajo. Antes de la entrevista con Rafael Victorino Muñoz, era necesario mostrar algo de esos dos libros suyos.

 

Un fragmento de Olímpicos e integrados

Cuando los hombres, que ya vienen bastante cansados, llegan al trecho plano, ven que Norma va por la mitad de la subida que les separa desde allí hasta la máxima elevación. Son casi doscientos metros o más. El de la barba exclama sorprendido:

—Chamo, esa vieja sí corre rápido.

El otro no responde, sino que, tras recuperar un poco el aliento, se cala la gorra y empieza a correr nuevamente. El de barba pregunta:

—¿Y vamos a seguirla?

El compañero lo mira con odio, pero más que todo por la situación en la que los ha metido esa mujer, que los obliga a tener que hacer ese esfuerzo para robarle nada más un BlackBerry, que seguro es lo único de valor que lleva encima:

—Claro, esa vieja se va a cansar después de la subida, ya vas a ver.

El otro no está muy convencido, pero aun así también echa a correr. El de la gorra vuelve a gritar, como para darse ánimo:

—Párese, señora, que ya la estamos alcanzando.


Un fragmento de Página roja

Cuando llega la comitiva lo recibe con golpes, escupitajos, insultos, enfermo, perro, maldito. Le rasgan la camisa, los pantalones, lo desnudan. El monstruo logra soltarse, correr, esconderse en unos baños. No hay más a donde ir. Allí se llena, se unta, se embadurna, de orines, de excrementos, de lo que consigue. Y se ríe y los mira y los reta:

—Si quieren me matan, pero no me voy a dejar violar.

Los presos se turnan para vigilar, para que no se escape, para mantener el asedio. Pasa un día, dos, tres. El monstruo tiene hambre, sed, sueño; siente dolor de cabeza, náuseas, desesperación; llora, gime, se arrepiente. Se levanta, decide salir, les dice:

—Pero no me vayan a matar.

 

El deporte es también para mí un tema en la vida. Porque lo he practicado, porque lo vivo, y porque lo sufro también.

El deporte de escribir

Olímpicos e integrados: ¿cómo iniciaste ese libro?

—Me gustaría decir que el libro comenzó corriendo, y en efecto fue así en parte, aunque no es del todo cierto. Hace muchos años escribí un cuento sobre el baloncesto. Y el texto se había quedado por allí, como huérfano. Me gusta trabajar los libros de cuentos así, por temas. Y lo cierto es que sólo después de cierto tiempo empezaron a llegarme otras ideas para cuentos relacionados con el deporte. Esto ocurrió en un momento de mi vida en el cual el correr se había vuelto algo más que una actividad; era algo así como un proyecto personal. Estaba dedicado a correr casi tanto como estoy dedicado a escribir. Lo hacía con gran seriedad y sistematicidad. Y no era la primera vez que me dedicaba al deporte de esa manera, ya que anteriormente había formado parte de equipos de baloncesto. Sólo que el correr es distinto, y cuando lo practicas en solitario, te da tiempo de pensar en tantas cosas. Fue entonces cuando llegaron las demás historias y pude armar el libro y el cuento, tanto tiempo huérfano, pasó a ser parte de una familia.

—El deporte ¿es tu tema principal? Correr ¿es algo que te motiva como escritor?

—El deporte es mi tema en este libro, fundamentalmente; en los anteriores, me he decantado por otros: la sexualidad, el crimen, lo fantástico… Pero el deporte es también para mí un tema en la vida. Porque lo he practicado, porque lo vivo, y porque lo sufro también. En una ocasión escribí mi versión del otro poema de los dones, a la manera de Borges, y comenzaba con: “Gracias quiero dar al infinito laberinto de las causas y los efectos por la literatura, el cine, la música y el deporte, esas cuatro grandes pasiones del alma”. Puedo decir que tengo una doble relación con el deporte: como fanático y como persona que lo practica. El baloncesto es mi primer deporte favorito, en realidad, como jugador y como espectador. El correr está en segundo lugar, en cuanto a práctica; también sigo y me intereso por el beisbol, el fútbol, el tenis, el fútbol americano… Correr es algo que sigo haciendo en la actualidad; más que algo que me motiva como escritor, lo tengo como una filosofía de vida. Cuando empiezo una tarea larga, por ejemplo, me imagino que se trata de un maratón. Y voy con paciencia, paso a paso, un kilómetro a la vez. Cuando me dicen que algo es muy difícil, siempre pienso: bueno, yo he corrido maratones; puedo con esto también. A veces, cuando no puedo resolver un problema, de la escritura u otra índole, salgo a correr. Es como mi consejero personal o mi terapeuta. Y así.

—El sentido del humor es inseparable en tu narrativa. ¿Es otra motivación para escribir?

—Sí, es como causa y a la vez efecto. Cuando pienso en algo que me resulta risible o gracioso, pienso que otro puede verle la gracia y lo cuento. Es lo que pasa habitualmente en la oralidad, con el chiste o la anécdota; sólo que yo lo hago por escrito. De igual modo, cuando lo cuento, me enfoco en aquella parte de la cuestión que me parece más graciosa y trato incluso de rematar la historia como un chiste. Aunque he tenido algunos relatos en los que el humor ha quedado como fuera de lugar (valga la metáfora futbolística).

—¿Cómo se inició tu vida de escritor?

—Desde cierta edad, más o menos en la adolescencia, me imaginaba llegar a ser alguien como Uslar Pietri (gracias a él definí mi vocación por el cuento); sin embargo, esto no pasaba de ser una fantasía como otras: ser el bajista de un grupo de rock como Iron Maiden o un jugador de baloncesto de la NBA. Dicho de otro modo, me imaginaba escribiendo, publicando, ganando premios, pero no escribía. Hasta que estuve en la universidad y me inscribí en un taller, dictado por Slavko Zupcic. En realidad, no me inscribí por el taller ni por el ductor, a quien no conocía (aunque después nos hicimos grandes amigos), sino por una chica que me gustaba y que nunca me prestó demasiada atención en realidad. Lo cierto es que en el taller tuve que escribir una reseña y luego un cuento y descubrí que sí podía. Así que mi vida de escritor se inició, como tantas otras historias, a causa de un desamor.

—¿Qué autores influyeron más en ti?

—Depende de la época de mi vida y el libro. Creo que en mis primeros cuentos (ya con toda intención de ser escritor) traté de parecerme un poco a Monterroso y un poco a Luis Britto García. Después dejé de lado lo fantástico y, tras haber leído casi toda la comedia humana, aspiraba a Balzac, y creo que lo he estado intentando, sólo que en una versión de miniatura: a través del cuento. Ahora que me ha dado por la novela, tengo como modelo un poco a Vargas Llosa y un poco a Kundera. También me atrae la sencillez de Hemingway. Confieso que me hubiera gustado parecerme a Borges, pero lamentablemente sólo puedo ser yo mismo.

—Escribir, en el fondo de todo, ¿es encontrarte con cierta felicidad de ser tú?

—Sí, como en pocas cosas en la vida. Es el único momento en que nadie te dice lo que debes hacer. Lo lamento por aquellos escritores que dicen que se deben a su público. Afortunadamente, conozco a muy pocos de mis lectores, de modo que no me concibo escribiendo para agradar a alguien que no sea yo mismo.

El momento de escribir es el momento de no pensar en nada más.

—¿Cuál ha sido tu sueño más preciado?

—Creo que he tenido varios sueños preciados, algunos de los cuales he abandonado; por ejemplo, lo de ser un bajista de una banda de rock o un jugador de baloncesto profesional (es en serio que lo quería, hasta estudié música). Por ahora creo que mi sueño más preciado tiene que ver no con logros personales, sino con los afectos: sueño con volver a estar con mi familia reunidos, otra vez. (Esta diáspora ha sido dura y cruel.) En cuanto a la literatura, tengo unas metas bastante ambiciosas, de colarme por allí en el cenáculo de la literatura venezolana con Uslar, Gallegos y demás.

—¿Qué parte de la vida no puedes explicar, qué se te escapa?

—La vida misma, la vida toda, su principio y su final. Incluso el centro de la historia; si tiene algún sentido, si hay alguna partitura o debemos permanentemente improvisar, como en el jazz, y sobre todo, qué hay cuando se termina el sonido y comienza el silencio final.

—¿Cuál es tu gran pasión?

—Escribir, definitivamente. Nada me absorbe tanto. El momento de escribir es el momento de no pensar en nada más. En cambio, cuando estoy haciendo otras cosas, sí pienso en lo que escribo. Normalmente cuando estoy trabajando, me apuro por terminar para poder escribir. Es como si estuviera impaciente por una cita con una novia. La literatura es mi amante. Es una pasión que no ha decaído en treinta años. Mi otra pasión, te parecerá curioso, es cocinar. Se me da bien, lo disfruto; soy el que cocina en casa.

—¿Estás muy cerca de ti o te mueves como si estuvieras en un lugar que no te corresponde?

—Yo creo que soy muy centrado, sistemático, disciplinado. A veces hasta un poco riguroso. He ido construyendo un espacio donde me siento bien y hasta se me parece, afortunadamente; digo esto porque me ha tocado permanecer bastante aquí. Me siento bien con lo que soy, con lo que hago; creo que poco a poco he empezado a parecerme al escritor que quería ser.

—¿Dónde vives? ¿Casa? ¿Familia? ¿Apartamento? ¿Perros? ¿Gatos?

—Vivo en casa, con mi esposa y el hijo de ella. Tiene quince años y presenta una condición (síndrome de Asperger). También ocasionalmente está mi mamá con nosotros. Vivo en una casa bastante grande; tiene como 240 metros, dos pisos, cuatro habitaciones, cuatro baños, garaje para dos carros, una terraza inmensa. Es como un regalo tenerla. Hay un perro aquí (Snoopy) y alimentamos a dos de la calle. También tengo dos gatas: Nikita y Pelusa. Y vienen a comer otras dos gatas más. Por cierto, ya que hablamos de esto, otro de mis sueños es tener un albergue para animales abandonados.

—¿Qué haces en esta etapa de peste y dramas?

—Trabajaba en casa ya desde hacía rato, antes que comenzara la pandemia. La cuarentena no me tomó tan desprevenido, creo yo. Además, desde siempre he sido una persona de hábitos un poco monásticos (por ejemplo, no bebo). Así que lo que más hago es estar en casa, trabajar escribiendo y escribir también por gusto (hoy llevo unas doce horas trabajando, mientras respondo estas líneas). Tengo un pequeño gimnasio aquí, en la terraza, para ejercitar. Pero a menudo salgo a correr, o en la bicicleta; leo mucho actualmente, casi tanto como en la adolescencia. Y de vez en cuando también tomo la guitarra para ver qué me sale.

Lo más difícil es que uno no puede ayudar a todo el que quisiera. Lamentablemente, carezco de medios de fortuna.

—¿Cómo ha cambiado dentro de ti la ciudadanía en relación con Venezuela?

-Creo que recientemente hemos sufrido una doble conmoción: por el gobierno y por la pandemia. Yo trato de ser tolerante y mantenerme en buena relación con los unos y con los otros, es decir, con los simpatizantes del partido de gobierno y con los opositores. Sin embargo, creo que a algunos no les gusta la tibieza y preferirían que fusilara públicamente (con palabras) a los que no piensen como ellos. En fin, tengo la suerte de que siempre he sido poco sociable; una vez me dijeron que era un no ciudadano por no ocuparme tanto de lo inmediato sino de otros temas más vagos o generales. Yo creo que no puede uno andar rasgándose las vestiduras a cada rato, ni ponerse monotemático; lo que quiero decir es que si en persona, en lo que escribo a través de las redes sociales, no estoy a cada rato incitando a una revolución, no significa que esté de acuerdo o que sea un cómplice de lo que pasa. Y creo, por sobre todo, que somos algo más que esta crisis que nos agobia. De modo tal que también podemos enfocarnos en otras cosas de nuestra cotidianidad. Sin embargo, a la larga he ido como alejándome un poco de los muy radicales (de izquierda y derecha) o ellos de mí. Nos mantenemos en contacto con unos pocos, en un interregno suave, donde hay coincidencia sin confrontación. Es como Casablanca, pero en las redes sociales. Porque entre una y otra cosa, el ejercicio de la ciudadanía y la relación con los otros se ha reducido un poco a esto: un contacto virtual.

—¿Qué duele más hoy en día? ¿Qué te conmueve más?

—Como te mencioné antes, no tener a mi familia toda cerca reunida. Mis hermanas emigraron hace tiempo, porque sentían que no tenían oportunidades de desarrollarse profesionalmente. También me duele la gente. Hace unos días, estaba en el mercado, y una señora trataba de comprar algo y no podía, no tenía con qué. Cuando salí del lugar, ella me siguió y me suplicó que le regalara una naranja. Es algo para conmoverte. Una señora como mi mamá, que posiblemente sólo tiene una pensión… Lo más difícil es que uno no puede ayudar a todo el que quisiera. Lamentablemente, carezco de medios de fortuna. Gano lo suficiente, trato de ayudar, pero estamos limitados. Tenemos un techo que dice: hasta aquí, no más; tienes que pensar en sobrevivir mañana.

José Pulido

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