
Meditando sobre los poemas que he leído de Édgar Vidaurre y la música que he percibido en su motricidad ejecutante, he recordado una antigua frase que una vez usé en un poema: “Yo soy el roble y el rayo que lo destruye”. Creo que Édgar es un roble y su arte es un rayo.
A simple vista, el nunca bien ponderado Édgar Vidaurre parece de una fragilidad no apta para enfrentar tormentas. Engañosa visión: él es capaz no sólo de manejar tormentas sino también de originarlas con su sensibilidad libérrima y el matemático poder de sus manos. Lo pensé oyéndolo y mirándolo mientras tocaba El soneto de Petrarca 104, de Franz Liszt. Al fondo los libros de su biblioteca parecían balancearse o danzar siguiendo la música que surge de un poeta cuya escritura es la misma revelación mirífica en el papel y en el teclado.
También lo vi y lo escuché en un video, actuando en los salones de música de la escuela Juilliard, de Nueva York. Era un ser especial entregado a la tarea de acariciar un león hambriento. Me ha fascinado escucharlo interpretando el Preludio 10 Op. 32 de Rachmaninoff. Fuerte y sutil en ese río blanquinegro.
Resulta un caso extraordinario que en una sola persona se unan el pianista y el poeta: Édgar Vidaurre.
Es una emoción de alto calibre escuchar a Vidaurre asumiendo el proceso que fundió en música la poesía de Petrarca. Es una experiencia tan intensa como leer sus poemas. No es inteligente ni justo tomarse a la ligera el talento creador de este hombre, de este caballero sereno y respetuoso. Explosivo y ceremonioso.
Franz Liszt se sintió motivado por los sonetos de Petrarca y en una ocasión le escribió a su compañera de aquellos días, Marie d’Agoult:
Entre mis próximas publicaciones, y si tienes tiempo de echarles una mirada (después de cenar), están los Tres sonetos del Petrarca (Benedetto, etc… Pace non trovo… y I’vidi in terra) para canto, y algunas transcripciones libres que hice de ellos para piano, ¡en el estilo de nocturnos! Los veo singularmente bien acabados, y más redondeados que cualquier otra obra que haya publicado.
Franz Liszt fue un músico incomprendido y exigente, que supo apreciar los versos de un poeta tocado por la gracia del amor inmortal. Y no lo nieguen: resulta un caso extraordinario que en una sola persona se unan el pianista y el poeta: Édgar Vidaurre, un artista que descifra todo en el más íntimo y respetuoso ritual.
La entrevista
Dejo de lado al pianista unos instantes. Leo el libro La séptima rosa, un poemario de Édgar Vidaurre, y lo admiro más.
El comienzo
Donde termina la luz
Alguien en la sombra
Dice: “Yo soy, yo soy”
No existe la búsqueda
Porque la puerta de la noche
Es una rosa.
Le escribí para entrevistarlo. Le gusta la contradicción. Creo que Édgar Vidaurre es un verdadero caballero. Y todo su arte es una catedral de respeto y devoción hacia la mujer, hacia lo femenino.
Envié las preguntas que he venido haciendo a otros poetas. Es como una partitura elemental. Y sin embargo, él surge con sus palabras, con una fuerza que parece leve. Con el estilo de un hombre que acaricia un león y desenreda una tormenta.
La poesía está más en el origen
—¿Llegaste primero a la música o a la poesía?
—No fui yo quien llegó. Ambas, música y poesía, son advocaciones de una misma y unívoca Belleza y ellas siempre han estado allí… Uno cree que llega a ellas (es una pretensión). Pero sin duda son ellas quienes se revelan, llegan, nos traspasan y persisten más allá de uno. De hecho, la Belleza es inagotable y siempre está deviniendo y en estado de inminencia.
—Tu poesía eres tú. ¿Cuándo comenzaste a detallarte, a analizarte, a sentirte que escribías y vivías poesía? ¿Qué marcó en tu infancia el destino poético?
—Cuando la poesía te posee y pasa a través de ti, ya tú no eres tú. Como decía Rimbaud: “yo soy el otro”. Aunque coincido con la extraordinaria Elizabeth Schön en que debe haber y debemos desarrollar una conciencia poética, es imposible detallarse o analizarse (ni a uno mismo ni a nada) desde la dimensión poética del alma. Ahora, lo de sentir y vivir la poesía es otra cosa. La poesía es vivencia, y una vivencia que más bien abre al yo, lo saca de su encierro o ensimismamiento y lo vincula con eso que llamamos la alteridad. Lo del destino poético, yo siempre he sentido que la poesía está más en el origen, en el germen, en la potencia y en todo el proceso de eclosión de la vida, que propiamente y puntualmente en el final, entendiendo el destino como un arribar o un llegar de manera definitiva… la semilla contiene al árbol en potencia, el germinar del árbol, su expansión hacia la luz, la floración y los frutos forman parte de una misma manifestación, pero es el impulso vital, la fuerza vital o (como diría Bergson) el élan vital quien provoca y determina todas las instancias. La poesía y la vida están unidas. Por otra parte, creo que la niñez está más cerca del origen y por ello más abierta a sentir la experiencia poética de la vida… su magia, su abarcante realidad.
El dolor trascendido es la materia prima de la poesía como forma estética, como escritura.
Cuando se habla de sueños…
—Escribir, en el fondo de todo, ¿es encontrarte con cierta felicidad de ser tú?
—La felicidad casi siempre está en la periferia, en el momento de esa ilusión que llamamos “logro”, en la fugacidad. En el fondo de todo lo que hay es hondura, raíz y oscuridad. Escribir forma parte de un ritual casi alquímico que transforma el dolor en Belleza. El dolor trascendido es la materia prima de la poesía como forma estética, como escritura. Pero sin duda la felicidad no está en el ser… está en el vivir, o dicho metafóricamente en la dulzura de los frutos.
—¿Cuál ha sido tu sueño más preciado?
—Por la pregunta me pareciera sentir que, en el contexto de la misma, los sueños están asimilados a lo que deseamos, a lo imaginado, a lo por cumplir, y no precisamente a la actividad onírica. La realidad existencial (o eso que nosotros llamamos realidad a secas) pareciera oponerse a los sueños. Yo creo que la “realidad” es siempre un fenómeno mental. Incluso la que se produce con el choque circunstancial de la existencia. Cuando me preguntas por mi sueño más preciado, como te dije, creo sentir que se trata de algo solamente soñado y no cumplido. No sé si me vas a creer (o los lectores), pero a mí, incluso a medida que maduro, me ha sido difícil parcelar mis vivencias soñadas como algo opuesto a la realidad. Como todo ser humano he tenido sueños conscientes, deseos, anhelos, pero a esta altura de mi vida creo que todo es presente, que todo tiene valor, vigencia; que todo es realidad. Quizá remitiéndome a lo escrito en una página de diario, podría decir que tenemos la sensación de que hay varias realidades (internas y externas) que interactúan, chocan o coinciden, creando lo que llamamos experiencia existencial o vivencial. Pero ante tu pregunta siento que esas realidades parciales, o diferenciadas en nuestra psique como vivencias reales, y que se contraponen a las llamadas vivencias anímicas, soñadas, fantaseadas, imaginadas (de imagen) o puramente mentales, no son lo que en términos conceptuales y excluyentes llamamos realidad. La realidad es todo, esa “realidad” total, como la relación dinámica, mutante, transformadora y transformante que incluye e integra en nuestra psique y en nuestra alma todas las vivencias, sean éstas internas o externas, existenciales o esenciales, inmanentes o trascendentes. Esta revelación hace que, a su vez, entienda con certeza que la “realidad” finalmente expresa nuestro vínculo y nuestra condición de pertenencia a un todo. Que eso que llamamos “alma” es el lugar en donde se produce y se dinamiza la realidad en toda su extensión, en todo su proceso, hasta su máximo logro. Así, cada día he de entregarme al impulso de esa alma, con fe, con el sentido que cobra todo cuando entiendo también, que es ella y sólo ella quien determina el contenido y la calidad, el ritmo, la vertiente y el cauce de esa realidad, única, movible, dinámica, alquímica… abarcadora.
—¿Qué parte de la vida no puedes explicar, qué se te escapa?
—Creo que si me pusiera a intentar explicar la vida, sería la misma vida la que se me escaparía de las manos. Así, más bien lo inexplicable y su misterio es lo que la hace trascendente a uno mismo en términos individuales… lo que la hace perdurable.
Cuando se habla de pasiones…
—¿Cuál es tu gran pasión?
—La pasión es una sola fuerza que nos es inmanente. Trascender esa pasión es lo que la concreta, lo que le da su sentido. Creo entonces que la pasión es una sola, como el amor. No podemos parcelar, excluir o hacer categorías cualitativas o cuantitativas de la pasión. Tal vez a lo que te refieres es a la dosificación de la pasión, hacia donde arrojamos o trascendemos nuestra fuerza apasionada, o cómo damos en mayor o menor medida esa pasión a lo que vivimos. Y tal vez la respuesta es esa: la pasión tiene su propia sabiduría, como el amor, y el secreto es dar lo que la vida pide de ella: no dar de más o desbordadamente, pero tampoco dar menos de aquello que inquiere y requiere nuestro impulso apasionado. Te confieso que no te podría remitir a una sola “gran pasión”… Pero tal vez siento que en su dinámica, en su despliegue vital, la manifestación última de la pasión, su hito, su culmen, está en la sutil delicadeza del susurro.
—¿Estás muy cerca de ti o te mueves como si estuvieras en un lugar que no te corresponde?
—Justamente cuando estoy muy cerca de mí me fragmento, me separo del todo, me desvinculo. Mi mente crea la sensación de que la alteridad es un lugar extraño, un lugar que no me corresponde, y que la creación es una cosa y yo soy otra. Encerrarse en uno mismo le quita espacio a la luz, a la vida. Una cosa es la soledad en términos de alejamiento de los paradigmas falsos y artificiales de la sociedad con el fin de reencontrarse con las fuerzas naturales de la vida y de las relaciones humanas y otra encerrarse en sí mismo. Como poeta, podría parafrasear al gran poeta belga André du Bouchet cuando decía: escribo lo más lejos de mí mismo, y si poesía y vida para mí son lo mismo, entonces habría que vivir lo más lejos de uno mismo.
Ni siquiera podemos decir que nuestro cuerpo es el recipiente en donde vivimos.
—¿Dónde vives? ¿Casa? ¿Familia? ¿Apartamento? ¿Perros? ¿Gatos?
—En estos días estaba viendo una fotografía que en 1990, año del Señor, Carl Sagan hizo tomar del planeta Tierra (ese diminuto y pálido punto azul), desde la sonda espacial Voyager, y quedé profundamente conmovido. En términos cósmicos, estamos en un enorme y abismal universo en constante movimiento y también en términos cuánticos estamos penetrados por una dinámica de energías perpetuas y constantes de cambio. Aunque mi primera morada fue una mujer, la vida es un viaje, un recorrido que está determinado por algo que está más allá de lo dimensional conocido y percibido. Ni siquiera podemos decir que nuestro cuerpo es el recipiente en donde vivimos. Yo, como ser humano, he vivido en tantos sitios y en una ilusión de tiempo parcelado, que ahora entiendo que habitamos la vida, la existencia. Por supuesto que creo que el ser humano es un ser de relaciones (familia, padres, hijos, pareja, amigos, mascotas queridas), pero creo que precisamente esa condición que nos determina como seres de relaciones nos debe crear la conciencia de que esas relaciones son abarcadoras, que estamos íntimamente interrelacionados con el resto de la humanidad, con la naturaleza, con la creación. En fin, tal vez mi respuesta a tu pregunta es que vivimos y habitamos la vida en sí misma.
La tierra es una advocación de lo femenino
—¿Qué haces en esta etapa de peste y dramas?
—La humanidad está y ha estado históricamente llena de pestes y de dramas. Desde la expulsión de los paraísos, los diluvios universales y las pestes enviadas por Dios, las pandemias de la antigüedad así como las de los siglos más recientes, el ser humano ha transitado por estos eventos aleccionadores y ha sabido sacar conocimiento y aprendizaje de ellos. Creo incluso que (como dice una corriente del Talmud hebreo) el hombre mismo es una calamidad. De hecho creo que hoy en día la humanidad está sufriendo cosas peores en todos los ámbitos (sociales, económicos, culturales y anímico-espirituales) que esta pandemia llamada Covid-19. Más bien creo que esta pandemia ha forzado una inflexión, una corrección en la perversión de la luz, o lo que es lo mismo una profunda reflexión tanto en lo individual como en lo colectivo. Hablábamos más arriba de la pasión, y creo que este evento, esta crisis (las crisis como la pasión desbordada siempre son puntuales y pasajeras), ha desatado todas las pasiones por un lado, y al mismo tiempo está creando una profunda conciencia colectiva en todos los ámbitos de esa humanidad que en parte también se ha desbordado. La naturaleza nos está bajando el ego colectivo (y también el individual). Mi respuesta para ti es que me asimilo a esta profunda reflexión en los dos ámbitos. Con la humildad que corresponde, si me asumo poeta, debo asumir que los poetas son los profetas de este tiempo, aquellos que elevan la voz y registran los eventos en los que el ser humano se ha desintonizado y alejado de las verdaderas fuerzas y de la esencia vital de la creación. Por otra parte estoy aprovechando el cese de esa otra fuerza pervertida y perturbadora de las sociedades modernas, para purificar con belleza, arte y escritura mi cotidianidad, para convertir ese ritual de vida en algo con esencia y sentido.
—¿Cómo ha cambiado dentro de ti la ciudadanía en relación con Venezuela?
—Los países y las ciudades son una metáfora de lo femenino y más aun de las madres. Se les llama “patria”, pero en realidad deberían nombrarse “matria”. Te dije arriba que mi primera morada fue una mujer, y no sé por qué (y no me pidas que lo explique) la tierra donde nacemos y vivimos, la que nos nutre de manera más cercana, para mí ha sido siempre una advocación de lo femenino (madre-hermana-novia-hija-amiga). El ser humano, sin embargo, al nacer, rompe la relación simbiótica con la madre y asume la intemperie. Se rompe físicamente el cordón, pero el vínculo se va transformando en otra forma de amar. Mi vínculo con Venezuela, en la actualidad, está signado pues con este sentir. Me duele Venezuela, me conmueve, quisiera resarcirla, redimirla. Hay un poema de Armando Rojas Guardia que se llama precisamente “Patria” que manifiesta de manera muy sensible esto que trato de expresar. Tal vez, y perdona la extensión abusiva en la respuesta, podría cantarte un poema que forma parte del poemario “La ciudad de Awan”: “Un año antes de la encarnación, del devenir en carne y hueso, la soledad había adquirido una claridad única. Esa claridad que sólo se alcanza cuando cerramos los ojos, porque todo empieza siempre en las sombras. La integración dejaba de ser flor para empezar a madurarse como un fruto, anunciándose por todos los caminos. Esta ciudad en donde vivo, donde transcurre mi existencia, mis noches y mis días, mis ciclos personales y mis ciclos cósmicos, se difuminaba entonces en su propia luz, y yo igual que el fruto empiezo a desprenderme de la rama, para volver a hundirme, para regresar”.
Alguien podría decir entonces que la poesía se opone a la materia, a la forma. Pero la poesía jamás puede oponerse a nada.
—¿Tienes alguna definición particular de la poesía?
—Es imposible definir que es poesía (bueno, Gustavo Adolfo Bécquer trató de hacerlo poéticamente, pero igual quedó en lo indefinible, pues lo asimiló a la mujer que tenía enfrente). No me pidas pues que defina la poesía, pues ambas: poesía y mujer (o más ampliamente lo femenino) son indefinibles, y para mí no pueden ser objeto de análisis, ni susceptibles de ser teorizadas o explicadas por medio de un proceso racional. En una autoentrevista que me impuso hacer Alfredo Silva Estrada por allá en el año 1993, yo me excusaba de dar una definición de poesía, al establecer el hecho de que no era especialista en la materia… desde ese evento al día de hoy no he cambiado de sentir, y por ello tal vez podría darte la respuesta que me di a mí mismo: Fíjate que estamos hablando de materia, es decir de lo manifiesto, de lo múltiple, de la forma. Cuando te dije que para mí la poesía pertenecía al reino de lo indefinible es porque muy personalmente creo que ella pertenece al principio femenino; es decir, al principio contenedor. Alguien podría decir entonces que la poesía se opone a la materia, a la forma. Pero la poesía jamás puede oponerse a nada, incluso creo que parte de la labor de un poeta es mostrar que la oposición es una apariencia, una ilusión. La madre no puede ser opuesta al hijo. La materia, la forma, lo definible, todo proceso de mutación, de cambio, nacimiento-muerte y lo imperdurable, es penetrado, sostenido, antecedido y seguido por un espacio contenedor que nunca nace en sí mismo, sino que siempre está grávido o dando a luz a las formas. Ese es el principio de lo femenino como contenedor no nato de la creación y la destrucción; donde creo que pertenece la poesía y por supuesto el vacío. Tal vez se pudiera definir, aunque también es muy difícil al poema, pues aquí ya habría una manifestación, una forma, pero yo sinceramente tengo como muy sospechosas las definiciones, incluso las científicas; si no, fíjate, por ejemplo, en la definición del tiempo o del instante, cuyo postulado no ha terminado de aclararse cuando retorna nuevamente a lo indefinible.
El dolor es signo y síntoma de transformación
—¿Qué duele más hoy en día? ¿Qué te conmueve más?
—Terminamos la entrevista como la empezamos: con la Belleza. Hoy casualmente, conversando con mi amada y querida Ana María Hurtado y con la reciente amiga poeta Raquel Markus, hablábamos de que la Belleza y el Dolor son el anverso y el reverso de una misma dinámica transmutante del alma. El poeta en esta visión es precisamente aquel alquimista capaz de transmutar el dolor en Belleza… pero el reverso de la alquimia puede hacer también (y casi siempre) que la Belleza nos haga sufrir. Ya Rilke nos había establecido este paradigma comunicante entre Belleza y Dolor: “La belleza no es nada sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces de soportar”. El dolor en todo caso para mi sentir es signo y síntoma de transformación, de crecimiento… de conciencia. El maestro Jung nos decía que sólo a través del dolor llegamos a la conciencia. Pero centrándome en tu pregunta, hoy en día, como hombre y como poeta, estoy asistiendo a la pérdida y a la destrucción de todos los paradigmas conocidos por la humanidad desde sus inicios. Desde el asombro del hombre prehistórico, pasando por la fe y el teocentrismo en el Medioevo, la razón y el giro antropológico en el humanismo renacentista, la pasión en el romanticismo y la ciencia y la tecnología del hombre posmoderno, se está produciendo la progresiva (y agresiva) deconstrucción de todos los valores y bases que sentíamos nos sostenían como sociedad y como individuos. Este derrumbe nos hace sufrir; nos duele asistir, como te dije, a esa desaparición y muerte de los paradigmas humanos en la posmodernidad y su sustitución por elementos metahumanos en una autarquía que nos está derogando y sustituyendo el alma. Pero como el dolor y el sufrimiento están unidos a la transformación y a la formación de la conciencia, al incesante renacer, debo decirte de manera rotunda que, por otro lado, lo que más me mueve y me conmueve hoy es el retorno y la persistencia de ese viejo y antiguo paradigma que siempre ha podido explicar al mundo, al hombre y a lo inefable, ese paradigma que, como te dije, está también unido y determina la dinámica poética del alma humana en su tránsito desde lo inmanente a lo trascendente… ese paradigma que nos ha conmovido desde siempre y nos seguirá conmoviendo en esta soledad compartida, en esta burbuja de polvo (o pequeño y pálido punto azul en el espacio): la antigua, eterna y fulgurante Belleza.
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