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Alejandro Padrón y el arte de escribir sobre Hemingway:
La inmensa dificultad de lo simple

domingo 7 de noviembre de 2021
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Alejandro Padrón
Alejandro Padrón: “A medida que leía la obra de Hemingway me identificaba con su prosa, sobre todo la de sus relatos”.

París era una fiesta es uno de los libros de Hemingway más fascinantes porque muestra su vida en unos inicios y no sólo revela una época de París, esa ciudad que es como una leyenda constante en el alma de la humanidad: también revela cómo escribía Hemingway. Se percibe claramente el momento en que pide un café con leche, se sienta y comienza a escribir un cuento en su libreta. El cuento transcurre en Michigan y como el día en París es muy frío y crudo, así debe ser el día en el cuento de Michigan. En su cuento unos amigos bebían unas copas y a él le entraron ganas de hacerlo y pidió un ron Saint James. Se sintió bien escribiendo porque el ron le quitó el frío y era un ron de Martinica. Hemingway pensó en aquel momento: “A eso se le llama trasplantarse”.

 

Escribir

Cuando se comienza a leer narrativa en firme, ¿quién no quiere escribir como Ernest Hemingway? Pero Hemingway es único, como un unicornio.

Después quieres escribir como Kafka o como Borges, pero ellos son únicos. Como dos unicornios.

Finalmente decides escribir como tú, aunque después nadie quiera escribir como tú. O también ocurra que muchos quieran escribir como tú, pero cuando ya no estés y no escuches con deleite que ya te consideran un unicornio de la literatura.

 

“París siempre valía la pena”, de Alejandro Padrón
París siempre valía la pena, de Alejandro Padrón (Kálathos, 2021). Disponible en Amazon

A lo que voy

Cuando Jorge Luis Borges era profesor universitario recomendaba a los estudiantes leer a los autores en vez de leer sobre los autores.

No importa la bibliografía; al fin de todo, Shakespeare no supo nada de bibliografía shakesperiana. ¿Por qué no estudian directamente los textos? Si estos textos les agradan, bien; y si no les agradan, déjenlos, ya que la idea de la lectura obligatoria es una idea absurda: tanto valdría hablar de felicidad obligatoria.

La mejor manera de conocer a un autor es leerlo directamente. Sobre Ernest Hemingway se han escrito muchos libros y siempre lo más aconsejable es leer a Hemingway, él es la magia de lo directo, de la síntesis, de la sinceridad descriptiva.

 

El escritor venezolano Alejandro Padrón se propuso rendir una especie de homenaje al autor que tanto admira y escribió París siempre valía la pena.

Pero…

Sin embargo, leer a un escritor que manifiesta su pasión por la escritura de Hemingway no deja de ser interesante, porque eso también representa la obra de un autor, que en realidad ha escogido como tema las andanzas y la vida de otro escritor. Y eso es lo que ocurre con Alejandro Padrón y su libro París siempre valía la pena.

No creo que se pueda escribir un libro mejor que París era una fiesta sin ser Hemingway, porque eso es lo que Hemingway sintió, creó y vivió con su sinceridad de muchacho nacido en Oak Park, suburbio de Chicago en el estado de Illinois.

Pero es posible hacer otro libro, uno muy emocionante, sobre lo que Hemingway dejó de escribir en su paso por París. Él mismo dejó esa brecha abierta cuando escribió lo siguiente en el prefacio de París era una fiesta:

Por razones que al autor le bastan, a muchos lugares, personas, observaciones e impresiones no se les ha dado cabida en este libro. Hay secretos, y hay cosas que todo el mundo sabe y de que todo el mundo ha escrito y sin duda volverá a escribir.

El asunto es que el escritor venezolano Alejandro Padrón se propuso rendir una especie de homenaje al autor que tanto admira y escribió París siempre valía la pena, y entre otros lectores muy especiales que ha tenido la obra, Enrique Vila-Matas ha dicho: “Llevado por la pulsión de completar un libro que le atañe, un periodista, amigo del Hemingway de París era una fiesta, nos cuenta lo que éste silenció en sus páginas. El resultado: otra gran fiesta móvil”.

 

Alejandro Padrón

Nacido en Cumaná, Sucre, en 1944, Alejandro Padrón reside en Barcelona (España). Es economista por la Universidad de los Andes, ULA (Venezuela), y doctor en Economía por la Universidad de La Sorbona (Francia). Miembro del comité organizador de la bienal de literatura Mariano Picón Salas (Mérida, Venezuela). Ha publicado las novelas Escuela para pobres (2009), Mi padre el ausente (2010) y La ciudad incandescente (2011); los libros de cuentos Un cierto regreso (2004), Zona de sombra (2005), Mundo perdido (2010), Zaragoza o el destierro (2011) y El espejo de Ut-talem (2012) y el libro de crónicas Yo fui embajador de Chávez en Libia (2011).

 

La entrevista

¿Desde cuándo escribes? ¿Cómo fue ese inicio?

Las primeras manifestaciones aparecieron en el bachillerato, en el liceo Sucre de Cumaná, donde estudiaba humanidades. Imagino que la lectura temprana, desde los últimos grados de la primaria, influyó para descubrir y estimular mi vocación que se manifestó posteriormente en unos escarceos iniciales próximos a la escritura. Dirigí varios periódicos que se exhibían en atriles grandes colocados en los pasillos del plantel, yo escribía los editoriales. También llegué a redactar hojas sueltas que eran panfletos políticos y pancartas para salir a la calle a protestar.

Ya avanzada la secundaria, y después de leer Doña Bárbara, comencé a escribir una novela a cuatro manos con un primo (me adelanté a la moda de hoy, je, je), una especie de travesura que intentaba parodiar la novela de don Rómulo Gallegos. En mis inicios como lector leía mucho y variado, en especial textos infantiles como la revista Billiken, los comics y penecas, sobre todo. Tuve la buena suerte de contar con un padre lector que tenía una buena biblioteca. Iba a verlo en vacaciones al Rincón, pueblo de Monagas donde nací. Fue él quien me introdujo a la poesía de García Lorca, Neruda y Andrés Eloy Blanco. Y a la lectura de las novelas de un tío escritor, su hermano, Julián Padrón, que vivía en Caracas, muy conocido entonces. Papá me compraba colecciones de libros de autores venezolanos y latinoamericanos. Me regaló, además, tres libros de aventuras: Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne; Moby Dick, la ballena blanca, de Herman Melville, y El viejo y el mar, de Ernest Hemingway. También tuve la suerte de vivir con el tío Ramón, profesor del liceo donde estudiaba. Él poseía una pequeña biblioteca de la que recuerdo algunos libros: Buenos días, tristeza, de Françoise Sagan; Entre lágrimas y risas, de Lin Yutang; Ifigenia, de Teresa de la Parra, y otros autores venezolanos como Uslar Pietri, Otero Silva y Enrique Bernardo Núñez. También había una colección de varios volúmenes de El tesoro de la juventud, donde hice algunas lecturas poéticas que venían resumidas e ilustradas como La canción de Rolando, Los nibelungos, la Ilíada y la Odisea. Y en la librería San Pablo, cerca del liceo, obtuve un ejemplar de Niebla, novela de don Miguel de Unamuno que me introdujo a la literatura española.

 

El escritor norteamericano, como personaje, me interesó mucho, y la ciudad de París como escenario me cautivó desde siempre.

No era una lectura básica: estuviste leyendo autores fundamentales.

Siento que esa ha sido la base de partida de donde arrancó mi escritura. Comencé experimentando con relatos cortos. Luego iba tanteando, ordenando mis ideas, pero fue en la universidad donde comencé a sistematizar lo que podría considerar como una escritura con algún sentido. Escribí para la prensa local y posteriormente incursioné en la nacional. Más tarde envié mis primeras colaboraciones de carácter literario a algunas revistas regionales especializadas en la materia. Recuerdo que publiqué unos poemas en la revista literaria Caballito del Diablo, que dirigía el poeta y amigo escritor Miguel Szinetar y, en Cálice, una revista de poesía de Sucre, cuyo director era Celso Medina. Hasta que un día confeccioné, de manera artesanal —escrito a máquina—, lo más parecido a un libro, que luego con los años se convertiría en mi primera publicación de relatos cortos: Un cierto regreso (2004), por la que fui invitado a la bienal José Antonio Ramos Sucre de Cumaná. De allí en adelante he seguido escribiendo con cierta regularidad y disciplina.

                                                                                                               

¿Por qué decidiste escribir sobre París era una fiesta y sobre Hemingway en esa circunstancia?

He sido un lector de Hemingway desde que estudiaba bachillerato. Comencé por sus relatos, el primero de ellos: “Los asesinos”, que me impactó. Luego leí un par de novelas suyas estando en la universidad, Fiesta y Por quién doblan las campanas. El escritor norteamericano, como personaje, me interesó mucho, y la ciudad de París como escenario me cautivó desde siempre, sobre todo en las películas. Pero un día me topé en una librería con un ejemplar de París era una fiesta, una suerte de pequeñas memorias del París a donde había llegado Hemingway recién casado comenzando la década de los veinte. La presencia de la ciudad donde ocurrían los hechos y la compleja sencillez de su escritura me atraparon. Pienso ahora que no en balde escogí aquella ciudad para hacer mis estudios de doctorado donde viví cinco años. Recuerdo que cuando viajaba a la patria de Proust releía París era una fiesta, como si con esa relectura, pese a desarrollarse en otra época, me preparaba para llegar a la gran metrópolis francesa de entonces.

Aproveché mi estadía en ella para visitar los lugares frecuentados por Hemingway mencionados en su pequeño libro de memorias. Y me llamó la atención que todos ellos existían y se conservaban tal como él los visitó en su época. Después de un tiempo no sabía qué hacer con el material fotográfico, los videos grabados ni con las notas escritas durante esos años. En principio quería hacer un documental sobre la estancia de Hemingway en París —hice cine en mis años mozos—, pero me di cuenta de que más me atraía contar una historia relacionada con el autor de Adiós a las armas que incursionar en un género ya trajinado por mí. Al final, cuando mi idea estuvo más madura, decidí escribir la novela. Quiero aclararte que esta historia viene de lejos, de comienzos de los años noventa, y ha salido ahora, justo a los sesenta años de la muerte de Hemingway.

 

¿Qué ha obtenido tu escritura de esa experiencia?

Un poco más de serenidad, de paciencia, de un uso adecuado del lenguaje que corresponda a una narración sin florituras ni arabescos, como decía el propio Hemingway. Es como si el reto que me planteó la escritura tenía que ver con la inmensa dificultad de aproximarme a la simplicidad para expresarme de forma clara y diáfana. A medida que leía la obra de Hemingway me identificaba con su prosa, sobre todo la de sus relatos, y como estaba interesado en imitar su estilo para ciertos pasajes de mi novela, esa circunstancia sirvió y me regaló una sintaxis que necesitaba. Como la escritura adquiere cuerpo y madurez con las lecturas que uno hace, creo que la narrativa de Hemingway me ha dado mucho para no irme por las ramas cuando aparecen frases hermosas o altisonantes con las que uno se embelesa, pero que no cuadran con el espíritu de la narración. Si tuviera que sintetizarlo todo en una sola frase, te diría que Hemingway me enseñó la simplicidad y la pulcritud en la manera de escribir para esta novela en particular, y tener presente su eficacia narrativa para las que pudieran venir.

 

¿Qué le has aportado a la historia de esa obra?

Más que hacer aportes a esa historia, que sería una pretensión odiosa —y que ya tiene la encantadora frescura de lo que cuenta de manera tan sencilla—, es cómo yo construyo la mía inspirándome en su atmósfera y su musicalidad. Tuve conciencia siempre de hacer algo distinto, porque sabía que sobre Hemingway estaba casi todo dicho. Por eso me esforcé —después de varios años de investigación— en construir una historia diferente a las que se habían contado hasta ahora sobre el escritor. Con mucha modestia lo digo, creo haberlo conseguido. El propio Hemingway en su nota introductoria de la edición inglesa de A Moveable Feast (París era una fiesta), habla sobre una serie de personajes y situaciones que no pudo incluir en su libro, cuestión que destaca en su nota inicial: “Estaría bien si todas esas cosas estuvieran en este libro, pero tendremos que prescindir de ellas por ahora”. En ese momento surgió el chispazo que me reveló la forma de contar mi novela. Me inventé un periodista amigo de Ernest Hemingway que lo acompañó en esos años (1921-1926) y que contaría lo que dejó por fuera de su obra su colega norteamericano. Lo demás vino por añadidura, porque lo importante ya había aparecido.

 

Hemingway era un personaje con características muy atractivas para ser novelado, al menos en su etapa de juventud y en proceso de formación.

¿Qué es lo que más te atrae de Hemingway?

En primer lugar, su riesgo literario para contar historias insólitas sobre personajes al borde de situaciones límite, sobre todo en sus cuentos y novelas cortas, en donde narra poco y cuenta mucho. Y, por supuesto, su personalidad: un hombre aventurero, de grandes ambiciones, contradictorio. Incoherente con quienes lo apoyaron en su formación, un hombre con sus sombras en lo político y, al mismo tiempo, débil en ciertas circunstancias. Un tipo que sufría de fuertes depresiones en su juventud y, sin embargo, desplegó una labor periodística importante y logró escribir páginas memorables en la literatura norteamericana. Era un personaje con características muy atractivas para ser novelado, al menos en su etapa de juventud y en proceso de formación como lo fue en sus años parisinos de comienzos de la década de los veinte.

 

¿Cuál es tu nostalgia de mayor peso en estos tiempos?

El naufragio de mi país, la familia y los pocos amigos que han decidido o se han visto obligados a permanecer a bordo de esa nave a la deriva que es Venezuela. Y, mi casa, como un ente de sensaciones, la casa compuesta de ciertos ruidos y murmullos, y al mismo tiempo de su tranquilidad, del perfume de azahar de su jardín, del olor del frío de la ciudad y de las montañas donde se encuentra ubicada, y mis lecturas que se quedaron abandonadas en el aire de mi biblioteca. Y un desasosiego producido por la sensación de un no regreso a mi país dadas las circunstancias políticas que en él imperan.

 

¿Qué haces en esta etapa de peste y dramas?

Continúo leyendo y escribiendo mucho. Antes de la peste trabajé algún tiempo corrigiendo textos literarios y acomodando y limpiando cuartos para huéspedes en un apartamento hasta que sobrevino la pandemia, y de pronto nos quedamos sin recursos. Luego hemos subsistido gracias a la generosidad de nuestros hijos. No resultaba nada fácil vivir en un país anfitrión donde morían un promedio de setecientas personas diarias y nos obligaban a mantener un encierro que sólo era posible infringir para comprar víveres o medicinas. Digamos que en la etapa de enclaustramiento seguí haciendo lo que hacía en tiempos normales (lectura y escritura), sólo que la pandemia me obligó a sistematizar un ritmo de trabajo más disciplinado, constante y menos laxo.

                                                                                      

¿Qué duele más hoy en día? ¿Qué te conmueve más?

Con relación a la primera parte de tu pregunta te respondo que es la diáspora que ha sufrido mi país durante estos veinte años, y en especial los últimos cinco, que ha desgraciado a muchas familias por la ausencia o desaparición de sus seres queridos, víctimas del hambre y la violencia del régimen actual. Y de los que se han quedado por voluntad propia o han sido atrapados por diversas razones y están sobreviviendo, resistiendo a toda adversidad. También creo en los que se oponen y luchan políticamente contra la dictadura dentro del país, los considero héroes de la resistencia, no los critico, los reivindico. Pero, por sobre todas las cosas, duele observar la patria desguazada en el tiempo, huérfana de instituciones, porque una minoría prepolítica ejerce el poder a su antojo y en beneficio propio. Un país con una economía devastada en su globalidad que costará años reconstruir excepto la economía vampirizada de hoy por el chavismo-madurismo, que le ha permitido al claqué del régimen enriquecerse con negocios ilícitos, turbios y perversos.

La segunda parte de tu pregunta es más dura de responder, me ubica en un ámbito de impotencia y angustia, pero te diría que me conmueven las taras que generarán el hambre y la desnutrición en la población infantil y juvenil de mi país, y que la condenan a ser generaciones desnutridas y afectadas por daños cerebrales irreversibles. Existen estudios claros al respecto que muestran este drama.

José Pulido

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