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El espejo de Ut-Talem

lunes 14 de septiembre de 2015
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“El espejo de Ut-Talem”, de Alejandro Padrón1

¿Ladrón de libros desde la muerte? Roberto Bolaño parece resucitar en un juicio legal en el que sus familiares tienen que lidiar con los dueños de una librería de la cual el ya famoso narrador chileno robaba los libros para su consumo diario. Pero no, Bolaño está muerto y el gravísimo delito de llevarse títulos de unos estantes lo confesó en un relato, y ahora su hijo Lautaro se encuentra en un callejón sin salida en el que el misterio y las sombras de la justicia parecen querer llevarlo a prisión por ese pecado capital del padre. Un grupo de escritores, entre ellos Juan Villoro, Mario Bellatin y Sergio Pitol, le hace frente al problema que, finalmente, se convierte en una pesadilla para la familia del autor de Los detectives salvajes.

Este conflicto pertenece al último cuento del libro El espejo de Ut-Talem (Ediciones de La Ballena Blanca, S.A., Barcelona, España, 2014), titulado “Noticia criminis”, del narrador venezolano Alejandro Padrón, quien dibuja un universo donde la realidad se confunde con una imaginación exagerada que da pie al absurdo, a hechos que conducen al lector a sacudirse el polvo de las horas y entrar en un clima en el que predominan una escritura impecable y unas historias que derivan en impresiones donde personajes reales y aún vivos se convierten en personajes de ficción.

Padrón es un instigador lúdico: vertebra la ironía con una ficción donde el lector debe participar apartando ciertas “realidades”, que a la larga lo hacen parte del relato, sin embargo como cómplices de esta partida de naipes deja pasar el momento de darse cuenta y, el lector, sometido a un número singular sin aristas, se pasea por cada uno de los laberintos de estas páginas. Eso: Alejandro Padrón escribió un libro de cuentos para sentirse seguro con sus dados o barajas, con la exageración, lo que le quedó de perlas porque el libro resulta de una lectura confiable, texturizada con los distintos sujetos que ambulan por sus páginas sin el menor pudor.

 

Todas las historias aquí contadas tienen ese corte donde una suerte de ironía cruel devasta al lector, haciéndolo parecer parte de una complicidad.

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Retorno a las primeras páginas tras saberme cerca de Bolaño y su declaración de ladrón de libros. El primer cuento, dedicado a César Aira y titulado “Fin de mundo”, es un paseo por el miedo, pero también por la resignación de quien sabe que no habrá más allá en el tiempo, que todo se acabará. El personaje pluralizado en un matrimonio cuya voz la lleva el marido narra los eventos de una próxima hecatombe que acabará con todo vestigio de vida en la Tierra. Pero más creo que se trata de una metáfora que nos aproxima a una forma de gobierno, a un régimen que crea una atmósfera de miedo en un mundo globalizado que necesita que la gente se mantenga en un tiempo que lo haga aflorar como parte de la ansiedad de vivir bajo opresión, así: “Como no existía futuro y el presente estaba a punto de desaparecer, mi mujer se refugió en el pasado, comenzó a recordar los primeros años de su adolescencia y luego el día de nuestro primer encuentro”. La ficción enmascara una realidad que más tarde leemos, ante la inminencia del desastre, con esta firma: “Una orden emanada de las altas esferas del poder dejó en libertad a más de mil presos entre políticos, delincuentes y borrachos (…). La colonia siquiátrica de El Morro abrió sus puertas, dejó a la buena de Dios a una treintena de locos incrédulos ante la orden del director”. El cuento describe un país sin alimentos, sin servicios públicos, con una sociedad extraviada, en la que es posible saberse parte de los extravíos de los personajes de Saramago. Finalmente, el hambre los lleva a comerse las portadas de los libros y los mismos libros. Entonces, el Quijote y los personajes que los acompañan en sus aventuras son parte de un caldo para el diario almuerzo, y así hasta el absurdo en el que los misterios de otro mundo relacionado con Stalin, “un cadáver insepulto”, destrozaban la Tierra mientras sonaba un bolero. La paradoja, escondite para la perplejidad y lo insólito.

 

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Todas las historias aquí contadas tienen ese corte donde una suerte de ironía cruel devasta al lector, haciéndolo parecer parte de una complicidad. Por ejemplo, autores de carne y hueso como Vila-Matas, Cabrera Infante, Kafka, Edmund Wilson, Shakespeare, entre otros, hacen fila en un futuro —bastante cierto para quien lo escribe y lo hace lectura en quien adquiere el libro— que se agita en un “Congreso orbital” (así se titula el texto), donde el autor catalán es visto como un “enfermo de literatura que tuvo un tino especial en sus valoraciones literarias”. Se trata entonces del Primer Encuentro Espacial de Escritores Terrícolas, en el que estuvieron el ya mencionado escritor catalán y César Augusto Aira, “bisnieto del famoso escritor argentino, quien también fuera galardonado, como Vila-Matas, con el Premio Nobel de Literatura)”. Ficción dentro de la ficción: metametaficción y una broma bien jugada de parte de Alejandro Padrón.

Padrón sigue la ruta de uno de sus autores preferidos, el ya ficcionado César Aira. En este que citamos, “El método Aira”, el narrador se ve perseguido por la producción imparable y constante de obras del autor gaucho. El personaje no alcanza a leer la última obra de Aira porque antes de hacerlo ya el narrador gaucho ha publicado otro último de sus libros. Y al moverse de ciudad, país o continente, se da cuenta de que ya no es el último, sino que acaba de aparecer otro. Y así hasta lo insólito, como reza en un descanso quien habla casi sin aliento.

“El espejo de Ut-Talem” es el título de la novela inédita de Borges. Una vez más Padrón se regodea felizmente con la ficción y coloca al lector en tres y dos, pero más cuando aparece la señora Kodama a reclamar el manuscrito de la mencionada presunta novela que el escritor argentino le regaló a su ama de llaves. Kodama junto con sus “detectives” elabora varias teorías acerca del paradero de la obra, y en tal sentido trazan varios perfiles de la tal señora que atendía los requerimientos domésticos del autor de El libro de arena. Acoso elegante y persecución disimulada por la viuda del escritor someten a la mujer al escarnio casero: durante cuarenta años trabajó para Borges, por lo cual pudo haberse robado el texto inédito: prevalece la hipótesis de la donación a la mujer, quien supuestamente es analfabeta, pero no sabían que la anciana formaba parte de una trama heredada de Borges: una vez dejada en paz penetró por un espejo con una sonrisa de triunfo y fue en busca del ansiado tesoro que la señora Kodama jamás encontró. El relato devela un misterio: ¿existe en realidad una novela del autor argentino? Esperemos que la ficción de Padrón nos lleve a la realidad de las páginas de ese misterioso libro. ¿Se convertirá en verdad?

 

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Damián trabaja en el Museo de El Prado y es el cuidador de un Velázquez. Pero es más: es un fanático del pintor español, tanto que imita el cuadro hasta superarlo y logra extraerlo del recinto. Lo sustituyó por el de él, pero al final el mismo Damián fue enterado de que el cuadro que se muestra al público no es el original. De modo que se robó una copia. De nuevo la paradoja. El fracaso de un sueño.

Pero la historia que mantiene al lector en vilo es “Los expertos”, una historia donde el terror, el miedo y la angustia conforman un ambiente denso, de crispación: un matrimonio es sorprendido por unos sujetos que cargan con todas las propiedades con una elegancia profesional. Se comportan como diplomáticos de altura, de carrera. Mientras en una de las dependencias del apartamento se celebra una fiesta que los ladrones organizaron para despistar a los vecinos. La pareja llega desnuda al sarao, de donde es sacada y atada junto a otra que estaba en el bonche. Cuando se presenta la policía los confunde con los ladrones y sigue la penuria. Este relato destaca la imagen de un país en pequeño, puesto que esta aventura ya ha ocurrido en nuestro patio. Se trata de un calco de lo que podría seguir sucediendo en Venezuela con la inseguridad. Por supuesto, el cuento encierra un gran cinismo de parte de los “expertos”, quienes se portan como pudiera portarse un funcionario o una burócrata. Leerlo para creerlo, por el estado que el lector siente al final.

Estamos ante un libro fascinante. Un libro de cuentos bien armados, elaborados con minuciosa observación. Alejandro Padrón tiene larga experiencia como narrador, de modo que estamos ante uno de los más agudos escritores de nuestro país, autor de unas historias que suscitan en el lector reacciones inesperadas.

Alberto Hernández

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