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Luis Manuel Pimentel: esa escritura comunitaria

domingo 18 de diciembre de 2022
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Luis Manuel Pimentel
Luis Manuel Pimentel: “La poesía encierra un alto grado de misterio”.

Conocí a Luis Manuel Pimentel en una de las actividades que desarrollamos en Carora, cuando creamos una agrupación de poetas que llamamos República de Guarimure y que posteriormente los poetas caroreños convirtieron en fundación.

Debo explicar un poco esto: ese nombre indígena significa “lugar de todos los lugares”. En ese espacio llamado Guarimure se puede ver todo a la redonda como si uno subiera a una cima, pero la visión se obtiene en medio de una extensión abierta, llana, como una sabana. Y recuerdo que había una ranchería donde se comía chivo frito. En los corrales los chivos se quejaban cuando veían gente.

Me diluyo recordando esos tiempos. Es que de repente estábamos leyendo poesía en un lugar y aparecían personajes que tocaban instrumentos, cantaban, pintaban. En uno de esos días se apareció Luis Manuel.

Nunca lo vi sin su sonrisa de optimismo, de constancia, de persona que quiere ser útil.

En esa temporada Luis Manuel trabajaba en la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado, de Barquisimeto. La universidad respaldaba los centros de poesía de Carora, a los jóvenes y niños que deseaban conocer la poesía.

Nunca lo vi sin su sonrisa de optimismo, de constancia, de persona que quiere ser útil. Y luego supe que él se dedicaba a escribir cuentos y poemas muy arraigados con el lugar donde vivía, con los vecinos, con la comunidad y muy especialmente con su familia.

En esa reunión caroreña Luis Manuel leyó unos poemas. Después nos vimos en otras ocasiones, pero fugazmente, hasta que supe que vivía en México. Cuando leí el poema “Vereda 18”, sentí deseos de conversar con él y de entrevistarlo. Nos cruzamos mensajes y de ahí salió la entrevista. Pongo el poema, para que vayan leyendo.

Vereda 18

Es un pasillo largo donde se sientan las personas a disfrutar
es la cerveza fría y los cigarros Starlite,
son muchas las puertas del universo.
Mientras las señoras reposan
todos los gatos de la vereda
están en mi casa comiéndole la comida a Saturnina.
En un desparpajo veo en el horizonte al Pico Bolívar
como cenicienta esperando su zapatilla.
Vereda 18 de todos los milenios
con familias
alegrías y tristezas;
casi no se oyen grillos
sólo pájaros que al amanecer circundan por el techo.
Es el adiós y el recorrer.

 

Imaginar sus comienzos

Intento imaginar a Luis Manuel en la adolescencia, saltando al patio de los edificios para jugar básquet con los amigos. Mirando de reojo a las muchachas y tratando de impresionarlas con sus jugadas. Pero al mismo tiempo sabiendo que ellas estaban tarareando canciones y riéndose de otras cosas. Intuía que podían admirar las hazañas deportivas, pero a la larga se quedarían prendadas de frases como la de esa canción que en boca de Eydie Gormé fluía de pronto desde la grieta del tiempo que es la radio: “Yo no sé si tenga amor la eternidad”. Porque ¿quién se queda indiferente ante una frase así? Y, para completar, Luis Manuel leyó por ahí, quizás en un almanaque, un poema de Pablo Neruda que dice:

Para que tú me oigas
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.

Que también podía estremecer a cualquiera y mucho más a una muchacha soñadora. Y luego, en su etapa de meterle cabeza a las inquietantes frases, Luis Manuel descubrió en un libro a un poeta llamado Roberto Bolaño diciendo cosas como esta:

Llegué a los Estadios con mucho frío, patrón, y los Estadios
comenzaron a moverse.
Llovía a cántaros y yo estaba parado en una esquina, que es
como decir que estaba parado en medio del desierto
y los Estadios se alejaban de aquel lugar para no volver.

Y entonces se da cuenta de que la poesía es un plato fuerte, muy fuerte. Algo que parece hervir en su manera de ser, en sus angustias y deseos. Un volcán pensado. Y se pone a escribir sin dejar de jugar al básquet. Y se pone a jugar básquet sin dejar de escribir. Y las muchachas lo miran interesadas, picadas en la curiosidad, pero diciéndose entre ellas: “¿Qué le está pasando a Luis Manuel? ¡Ha fallado varias cestas!”.

 

“La torre pájaros”, de Luis Manuel Pimentel
La torre pájaros, de Luis Manuel Pimentel (El Signo Invisible, 2021).

Breve hoja de vida: Luis Manuel Pimentel

Nació en Barquisimeto, Venezuela, en 1979. Poeta y narrador. Licenciado en Letras (Universidad de los Andes, 2004). Magister en Literatura Iberoamericana (2012). En poesía ha publicado los libros Figuras cromañonas (2007), Canción de cuna para Ananda (2016) y Esquina de la mesa hechizada (2015), poemario con el que resultó ganador de la I Bienal Nacional de Literatura Rafael Zárraga en Venezuela. Su obra aparece en más de nueve antologías literarias. Además colabora como narrador en distintas revistas literarias físicas y online. Ha participado en encuentros nacionales e internacionales de literatura. Ponente y conferencista en congresos. Tiene una novela titulada Triángulos alterados (2015). Ha participado en varias bienales de artes visuales y exposiciones colectivas. Como editor ha sido el director de la página literaria Ojos que Tocan. Miembro del consejo editorial de la revista Solar y de la revista electrónica de arte y cultura Corneta, cofundador del periódico Fabiola, editor y creador de la revista Híbridos, asesor editorial y diseñador de la revista Filigramma. Actualmente es el director editorial de Ablucionistas y director de la revista de divulgación semiótica El Signo inVisible, de la Federación Latinoamericana de Semiótica.

 

La entrevista

—¿Hacia dónde crees que vas con la escritura?

—Creo que hay un hilo conector desde que empecé a escribir hasta ahora y es la crónica, mezclada con varios géneros, poesía, cuento, novela. Siento que voy por el rumbo tratando de hacer un registro sobre lo que va sucediendo a mi alrededor. Es una forma de acercarme a la realidad por medio de la literatura, un gusto que se ha ido dando poco a poco, sin un propósito final, sino que va apareciendo y empiezo a reconocerla y a reconocerme, a reconstruir, a identificar una necesidad de hacer un testimonio particular, de lo que me acontece en este transitar y las locuras del mundo.

Mi literatura está cargada de movimiento.

—¿Cuánta influencia tiene la región donde naciste en tu escritura?

—Es un tema eso, porque yo nací en Barquisimeto. A los once años por motivos familiares me fui a vivir a San Cristóbal, a los catorce años pasé junto a mi hermano una temporada con mi padre, a los diecinueve me fui a estudiar a Mérida, allí viví once años seguidos, luego regresé de treinta años a Barquisimeto. Sea como fuera, Barquisimeto siempre ha sido el epicentro, allí están mi mamá y mis hermanas con sus hijos y nietos. Conseguí trabajo en la universidad y estuve por ocho años seguidos, ahora estoy en Puebla, México, desde hace cinco años. Lo que pienso es que más allá de esa necesidad de la región y su influencia es como un reconocimiento especial de admiración por ciertos artistas y escritores de las regiones. Y si nos ponemos a ver, mi literatura está cargada de movimiento, quizá como un espejo por estos mismos desplazamientos de cómo me ha tocado experimentar hasta hoy.

—¿Cuál de tus obras te satisface más a estas alturas?

—En diciembre de 2021 publiqué un libro que titulé La torre pájaros, es narrativa, una novela muy corta. La escribí desde el afecto y la memoria por el lugar donde nací y donde están los míos, un homenaje a mi madre al cumplir los ochenta años de vida, con ilustraciones de mi hermano Ramón. Esta historia se me fue dando de una manera tan fluida y de una carga emotiva tan profunda que logré construir un mundo, mi mundo, el mundo de los vecinos, el mundo social, el mundo político, el mundo familiar, el mundo ecológico, desde una gracia que terminé llamando literatura comunitaria, porque todos los personajes que allí aparecen existen y fue desde la autoficción que pude resolver ese asunto de género, con la intención de llevar una historia portátil tatuada en el hígado.

Veo la poesía como una autopista y los carros serían los otros géneros, y me desplazo con ellos y la poesía está allí.

—¿Es la poesía una esencia de toda tu escritura?

—Yo digo que es el motor invisible que me mueve y deja secuelas, sólo que la fusiono con el cuento, con la novela, con la crónica, y salen resultados interesantes. La poesía vista como una autopista y los carros serían los otros géneros, y me desplazo con ellos y la poesía está allí, como un gran mantra que se evoca, me posee y por momentos me hace aterrizar a un mundo donde las penas y las glorias se vuelven letras.

—¿De qué vives?

—Actualmente vivo de la edición de libros, alternando con proyectos de promoción de cultura literaria, talleres, y algunas materias que he impartido en varias universidades de la ciudad.

—¿Recuerdas el momento en que sentiste que serías poeta? ¿Qué te motivó para seguir ese destino?

—En bachillerato tuve un momento muy cercano a la escritura, sobre todo a la poesía. En la clase de literatura (yo vivía en Trujillo), fue un profesor que se llama José Luis Barroeta, un poeta también, y nos hacía recorridos sobre la literatura latinoamericana. Recuerdo que me quedaba pensando en eso, luego le pedía libros prestados y fue como un gran portal donde se conectaba una parte muy sincera de mí con las habilidades del lenguaje. Con toda esa energía de la adolescencia empezaba a ver las cosas poéticamente, a las chicas poéticas, sobre todo a ellas como las primeras musas y les escribía en silencio, me gustaba esa conexión y el arriesgar algo que era mío a pesar de que no dieran buenos resultados amorosos. Y luego ya no eran ellas sino que empezó a ser la familia, la gente, la ciudad, las calles, las montañas, los vecinos, los viajes, los ríos, los espacios públicos y empecé a escribir y hasta ahora no me he detenido.

—¿No te sucede que a veces puedes comenzar un poema a partir de una frase?

—Cuando muchachón viajaba de Barquisimeto a Trujillo y en el autobús ponían esa música a todo volumen; me gustaba pescar frases, una o dos frases, y a partir de allí hacer otra canción distinta a la que sonaba. A veces seguía el ritmo de la música, otras veces me iba a mi propio ritmo, era un juego creativo que me entretenía mientras llegaba, lo hacía de memoria y siempre pensaba en el bendito lápiz y papel que no cargaba encima; aquel juego con la fugacidad me ponía alerta. Luego le entré más en serio a la literatura y estudié Letras, después una maestría y ahora soy estudiante de doctorado. Te digo que también hay frases de poetas que conmueven de primera mano, pero sobre todo se siguen atravesando canciones y uno las pesca en el aire.

A veces ni uno mismo entiende la poesía, sólo se siente y te dejas llevar como si estuvieras flotando.

—¿Realmente hay una buena cantidad de lectores que siente y entiende la poesía?

—La lectura de poesía es muy selectiva, a veces ni uno mismo entiende la poesía, sólo se siente y te dejas llevar como si estuvieras flotando, una obra abierta sobre todo cuando la poesía es muy hermética. Hay otros tipos de poesía que son más de la calle, que tienden a ese dialogismo y creo que es más bondadosa para los lectores comunes. La poesía encierra un alto grado de misterio, son los signos invisibles que nos toca descifrar, puntos de enlaces entre lo simbólico y lo que entendemos, la poesía como un alto grado del lenguaje que nos lleva por caminos insospechados, una especie de lenguaje secreto y universal. La poesía se entiende en la medida que vamos descifrando sus códigos.

—¿Cómo has vivido la pandemia?

—En un primer momento fue un gran impacto, tener que haber entrado a un túnel extraño sujeto a las bondades de los poderes de las organizaciones mundiales. Poco a poco le fui agarrando el modo y me puse a escribir, terminé una novela que titulé Una pista en el exilio, y hace un par de meses quedó dentro de la selección oficial para ser publicada en una convocatoria abierta que hizo el Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla. Durante la pandemia me publicaron dos libros, un poemario que titulé Estuvieron cerca los almendrones mientras creímos haber amado, por la editorial Ablucionistas con el apoyo del Congreso del Estado de Hidalgo (2020), y un libro de cuentos que titulé Ventanas panorámicas, por la editorial LP5 que lleva Gladys Mendía; además, durante ese tiempo apoyé a echar a andar el proyecto literario Ablucionistas y me centré en mi proyecto de semiótica El Signo inVisible que logramos concretar como una página web.

—¿Cuál es tu nostalgia de mayor peso en estos tiempos?

—La familia, la vejez de mis padres y no poder verlos como querría, creo que es una de las cosas que más me afectan y por eso escribí La torre pájaros, donde creé mi propio universo a partir de una nostalgia que se vuelve memoria.

—¿Cuál es tu gran pasión?

—La literatura y el básquet.

José Pulido

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