
Ricardo Rojas Ayrala es un escritor argentino. Su obra literaria consta de dieciocho libros de poesía, relato y novela, publicados en México, Italia, El Salvador y Argentina. Es secretario de Cultura del Sindicato de Empleados de Farmacia (Adef). Con Marta Miranda dirige el Festival Internacional VaPoesía Argentina, de literatura e inclusión. Obtuvo el Tercer Premio Municipal de Literatura de la Ciudad de Buenos Aires. Fue honrado con el Fondo Metropolitano de las Artes y las Ciencias. Resultó finalista del V Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora. Fue ganador del Premio Latinoamericano de Literatura de la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam). Resultó uno de los ganadores del concurso internacional “Papeles de la pandemia”. Parte de su obra ha sido publicada en diversas antologías, revistas literarias y sitios web de Emiratos Árabes, España, Cuba, México, Venezuela, Estados Unidos, Colombia, Chile, Brasil, Camerún, Costa Rica, El Salvador, Nepal, Italia y Argentina.
—¿De dónde viene el lenguaje de tu poesía?
—Sospecho que el lenguaje de mi poesía viene del habla de la gente, en primera instancia. Es inevitable, me maravilla como se expresan las personas comunes y su ideario, sus arbitrariedades, sus saberes y sus dislates. Quizá es un velado intento de reproducir, más que el lenguaje en sí, esa melodía que despliega el hablante de a pie de la ciudad de Buenos Aires. En general, hasta los gestos, la mímica y las ampulosas muecas me interesan muchísimo. Una ciudad cosmopolita, prendida de fuego, que recibe migrantes que todo el tiempo nos traen nuevos matices, inflexiones, giros y distintas palabras preciosas recuperadas, entre sus cosas, de allende la lontananza. También en mi poesía hay palabras sueltas, facinerosas, que retumban desde la literatura que leo en todo momento. Cada poema tiene un fraseo singular que funge como piedra de toque, indicando que el texto es por allá, detrás de esas cuatro ideas locas. Ese es el tono que busco denodadamente y las palabras, generosas, me lo obsequian una y otra vez.
—¿Cómo construyes un poema?
—Siempre estoy escribiendo algo. Soy muy metódico. Todos los días escribo de las 6 de la mañana a las 12 del día. De lunes a lunes. Y un poema surge de mis notas, desordenadas, aleatorias; vivo tomando apuntes de todo, y de mis obsesiones vitales. Los poemas se originan en una palabra que oí o leí que me sembró algún tipo de curiosidad irrefrenable. Yo suelo halar de esa palabra a ver qué trae consigo, en lo profundo. Creo que más que escribir me dedico a corregir mis poemas, vivo corrigiendo mis textos. Lo que me sucede es que ese poema inicial siembra una idea más general, certera, de libro. Yo trabajo siempre con eso, libros que van cambiando, evolucionan, se transforman. Trabajar el texto hasta que ya no tenga nada más para decir. Mi literatura siempre se despliega en capas. Muchas capas. El escritor es un simple trabajador.
Algún texto que estoy escribiendo siempre me resuena a otra cosa y voy a olisquear qué es, voy a los libros. ¿Dónde más?
—¿Quiénes te acompañan o vigilan cuando escribes?
—Me acompañan los libros. Vivo rodeado de libros. Las historias de otros, la poesía y la narrativa que otros han logrado hacer tan geniales, todos los que constituyen la comunidad y me constituyen como sujeto político. Leo mucho. Muchos de esos libros son de formato papel, pero lo digital, de a poco, va ganándose un catre. Siempre estoy leyendo alguna cosa o investigando para algún proyecto propio. Algún texto que estoy escribiendo siempre me resuena a otra cosa y voy a olisquear qué es, voy a los libros. ¿Dónde más? En cuanto a vigilar, vigila la Real Academia. No alcanzo a imaginar a Pascal Quignard, a Filón de Alejandría y a Olga Orozco, que son los que están a mi alrededor, en este preciso momento, vigilándome mientras termino esta frase.
—¿Cuándo no funciona un poema?
—Siempre leo mis poemas en voz alta para ver si funcionan. Me tomo muy en serio que estén en marcha, que piensen y que suenen, que circunvuele una melodía primorosa en mi literatura. Claramente si hay alguna disonancia, algo que no acontezca con la suavidad sonora que pretendo de mis escritos, se delata, por alguna estridencia, en esa lectura a viva voz. Es algo más melodioso que semántico. Primero que nada, somos bellas bestezuelas que oímos. Tengo que escuchar si el poema está ahí, su respiración, su canción, su asunto. En África, unos jóvenes poetas bamileké me enseñaron algo muy valioso: el que puede andar, puede bailar, y el que puede hablar, puede cantar. Si el poema funciona, canta y baila. Y los verbos, claro, los verbos son todo en la literatura.
—¿Cómo surge en ti un poema?
—Pues, diría que para mí escribir un poema es ordenar un océano. A mí un poema me alcanza, de golpe; está la idea dando vueltas, gracias a esa impredecible asociación de palabras, pero en un momento sucede, de súbito. Incluso un momento antes del significado. Esa música enloquecida de los fonemas es como un runrún de la marejada. Lo escribo como se presenta. Luego lo corrijo, lo corrijo y lo corrijo. Casi siempre, de ese inicio no sobrevive casi nada, pero ese párrafo inaugural me regaló dos cosas enormes: el tono y el para dónde va ese poema. Pero abajo, arriba y en los costados de esas palabras hay un millón de cosas, otra correntada más profunda de cosas por decir, un oleaje de cosas que esperan ser dichas, que van a ir hacia el centro de ese texto. El poema surge de ese proceso simple y mágico.

—¿Cuándo sientes que ha comenzado un nuevo libro o la continuación de otro?
—Con la poesía es como un límite más difuso. No me pasa con la novela o con el cuento. Los poemas se van apelotonando con el viento y los días. Van viendo entre ellos cómo conviven y van creciendo. Un día sale de ese escribir, de ese corregir y corregir y corregir los poemas, algo que los une, supongamos un tractatus que pide unos acápites colosales con desesperación clínica. Entonces estos poemas nuevos, todavía sueltos, plantean la necesidad de tener una estructura general que los contenga, y a su vez, a esos poemas les voy a exigir —para convivir en ese libro en ciernes— que se ciñan a una determinada temática, a un largor, a una cantidad de estrofas y, sobre todo, a tal cantidad de sílabas, una acentuación, una respiración y un ritmo. Ahí hay un libro nuevo, quizá, y horas, y horas y horas de corregir, borrar y modificar; es la sencilla rueda de la fortuna, la vida. Escribir es de las cosas más divertidas y cambiantes del universo que le pueden suceder a cualquiera.
—El poeta Eugenio Montejo siempre repetía que la poesía es la última religión que nos queda. Es decir, el lugar donde sucede la religation, la conversación y el encuentro genuino con el prójimo. ¿En tu escritura cómo ocurre ese encuentro?
—La idea de re-ligar, re-unir, me parece muy interesante. La poesía creo que tiene un sentido identitario afín a la barriada general donde se presenta, pero depende desde dónde se abra a las novedades del espíritu, más allá de las cuestiones éticas y los espacios humanos que retumban en su decir. Hay muchas formas de encontrarse en los modos de hacer poesía que toman en cuenta o no lo que sucede en territorio y la necesidad de otro u otros que nos hagan más humanos, presentes, solidarios, comprometidos, aunque no me gusta mucho esa palabreja. La fraternidad, la igualdad, el amor, la libertad, el respeto por los demás y el derecho a una vida digna para todos deberían estar en juego en el hacer poético, del modo que el poeta justiprecie como lo menos inconveniente para su texto. Yo no accedo a creer en dios, no puedo domesticar la idea judeocristiana de una deidad que está a cargo de todo el infinito, apenas puedo transigir con el lugar común de ese amable dios de Spinoza. La poesía debe celebrar e integrar la vida en comunidad. Fundamentalmente, debe celebrar, a pesar del prestigio colosal de lo trágico; quizá, ahí sea posible una conversación significativa entre seres humanos, en pie de igualdad.
Si no construimos “un lugar mejor para todos” el poema jamás tendrá el extraño privilegio de salvar a nadie de nada.
—¿Cuándo el poema es un lugar de salvación? ¿Tiene sentido insistir, a pesar de la realidad, en esa otra realidad que nos brinda el poema, de la cual hablaba Wallace Stevens?
—Bueno, convengamos que eso que llamamos de modo familiar la realidad es un páramo bastante difuso, lerdo y cambiante. Si no construimos “un lugar mejor para todos” el poema jamás tendrá el extraño privilegio de salvar a nadie de nada. El problema es apenas político y de proyectos nacionales que se mueven en otros derroteros que al poema no le resultan amables, mayormente. La poesía, por más que se comprometa, se aficione a la barricada o proclame las revoluciones más estrambóticas, jamás participará, casi de seguro, en ninguna de ellas, salvo contadas contadísimas excepciones. Yo soy un hombre de izquierdas, o algo así. Los poetas deben escribir bien y ser buenos, mediocres o malos ciudadanos, tratando de mejorar su comunidad ni bien terminen de leer estas líneas. Insistir, en lo único que hay que insistir realmente es en ser felices, ahora, ya, trabajando para que todos seamos felices, lo que siempre, siempre, siempre implica justicia social.
—¿Es posible el poema contra alguien y/o contra algo?
—Creo que es una de las tradiciones poéticas más antiguas y logradas, las corrientes inaugurales, la sátira, el yambo y el epigrama abrevan en esas formas y llegan a lugares que hoy nos escandalizarían o nos matarían de risa. El poema contra alguien, de Calímaco para acá, Arquíloco, Catulo, Asclepíades, Solón, Marcial, Claudiano, etc., ha tenido infinitos intérpretes y autores notables de una maestría mayúscula. Una tradición fortísima donde la brillantez, el humor y la maldad van confianzudamente de la mano con la genialidad y, por qué no, con la tontería y el fiasco que ha llegado a nuestros días y goza de una salud digna de mejores fracasos. Sucede de cierto modo casi natural, como tan bien decía Lucilio: “Veinte hijos tuvo el pintor Éutico y en ninguno consiguió el menor parecido”.

—Dos líneas para estos nombres:
—Juan José Saer, un escritor que surfea en todos los géneros literarios con una soltura y una maestría notables. Olga Orozco, exquisita, excelsa y una de las grandes voces de la literatura mundial, que trasciende la forma poética que desarrolla. J. L. Ortiz, otro de los enormes poetas de la lengua castellana. Un maestro inmenso que hizo de la naturaleza el ámbito universal de su poesía. J. L. Borges, el escritor argentino. Irene Gruss, una poeta con una obra intensa, breve, donde cada palabra tiene un peso específico inquietante. Perla Rotzait, una poeta maravillosa, sin la suficiente difusión que se merece una obra de tal envergadura.
—A pesar de su enanismo espiritual, parafraseando a Edith Stein, Heidegger intuyó, pensó y nos legó muchos textos sobre la relación del espíritu con la tecnología. Supongamos que sea cierto que toda la poesía viene del espíritu, ¿cómo percibes su encuentro con los nuevos modos de ver y oír, a los que tanto aludió el semiólogo Martín Barbero?
—La sensación que tengo con respecto a la poesía y la omnipresencia de lo tecnológico es que existe una asimetría de velocidades y de direcciones casi insalvables. Mientras la tecnología apunta a la inmediatez más exacerbada y a un “no estar ahí” manifiesto, la poesía acontece, con sus modales y sus parsimonias, en un tiempo y un sujeto bastante presentes. Cuerpo en el espacio es la diferencia iniciática de ambas, sin la presencia de un cuerpo, de materia, del yo que filosofa, no hay posibilidad de un espíritu en el ejercicio de un sano dislate existencial que acuda al llamado del shofar, al menos en lo literario. La tecnología simplemente es una herramienta, nada más, su uso depende de un sinfín de cuestiones ideológicas que nos alienan, con una práctica continua de la inocencia más criminal y la ocupación yerma llevada al éxtasis. La web es una advertencia policial.
Deberían existir, me parece ahora, carteles enormes de neón que adviertan una y otra vez: “Hágase un favor, lea poesía”.
—¿Para qué sirve la poesía?
—La poesía no la percibo útil para nada de nada. Es un divertimento del espíritu que, con suerte, llega a ser trascendente, a pesar de sí misma y de los míseros artesanos que la congregan con unas aturdidas ínfulas de campeonar. Deberían existir, me parece ahora, carteles enormes de neón que adviertan una y otra vez: “Hágase un favor, lea poesía”.
—Un aforismo de Wallace Stevens: “Ningún poema es personal”. ¿Es aplicable a tus poemas?
—No, para mí la poesía es la más personal de las artes literarias. Yo pretendo escribir novela, cuentos, guiones y poesía. Me han publicado dieciocho libros con el que está en imprenta en este momento y nueve de ellos son de poesía. Es completamente personal. No desarrollo una poesía de la anécdota, ni confieso delitos, o hazañas y plusmarcas imbatibles, no hago hincapié en derrotas personales para lidiar con un poema más o menos importante. El yo poético reside, supongo, con algunos carteles —hechos a las apuradas— en la huelga reclamando derechos inextinguibles. Escribo como mejor puedo, mucho y como mejor sé. Mis poemas exigen un lugar, una cancioncita, algún tipo de ironía y un tiempo para encarnar la fiera, salvaje y perentoria, que nos ladea en el desierto. Madame Bovary, luego, soy yo.
Poemas de Ricardo Rojas Ayrala
Siete & Ocho
7 – Un burócrata siempre tendrá a mano una excusa extensa, imbricada y complicadísima para cada cosa, o al menos dos culpables posibles, si las ha olvidado, por el vértigo inaudito de los acontecimientos que parecen querer salpicarlo de algún modo.
8 – Adórnelo como quiera: por el hambre en el mundo, por los niños pobres de Bombay, por los mutilados de guerra, por las mujeres golpeadas, por los últimos apestados en Tombuctú. Cada tanto un burócrata rompe en llanto. No significa nada. Nada en absoluto. Simplemente ese burócrata en funciones no tenía, a su alcance, ninguna otra cosa que romper.
Quince & Dieciséis
15 – Anota el burócrata menor, con una alegría inocultable y contagiosa, en su agenda privada, un martes: las palabras definitivas de la administración: / nunca, / más adelante, / más luego, / se estudiará su pedido con detenimiento, / jamás, / nunca jamás, / ni ebrio ni dormido, / se le comunicará a la brevedad posible, / etcétera.
16 – Anota el burócrata menor, con regocijo, en su agenda privada, un jueves: El pensamiento del burócrata no sólo contiene todo lo que puede ser pensado; contiene, además, todo aquello que puede ser soñado, sospechado o intuido a partir de cualquier legajo común y corriente, a partir de una nota, de una frase insignificante, de una remotísima conspiración inminente, de un fallido apretón de manos, de un cuchicheo ocasional, de un viejo rubricado. La burocracia se ocupa, siempre, de un solo concepto: la nada.
#3 – Otro Lucrecio como juez
ante la orquestina sensiblera de estas pertenencias
“Un alma apartada hace la escritura ávida”.
Tomas Tranströmer
Suave, bello y delicado
como un ángel joven
………..es el asesino,
con un alambre de púas
en la mano,
recitando unos versitos
………..—de nubes,…..de flores,
………………….de pájaros—
que no conmueven
a casi nadie;
……………………..
que no suelen valer
ni una libra,
………..ni un penique,
ni un chelín.
#4 – Novedades literarias en el diario de Robinson Crusoe
o en el de cualquier otro extraviado que brega sin éxito
“Las pesadumbres sombrías de la muerte
preparan sus delicadas manos…”.
Greg Trakl
Nadie, de aquí,
sabe dónde fueron las aves
………..que se escaparon
de tu antiguo tejado.
Nadie puede saber,
………………….tampoco,
que antes vos tuviste,
al menos, un techo, un pudor,
una patria, un amor, un jarrón,
………..un alfabeto infinito
y otra clase de anhelos.
El sexo siempre
lo pone todo…………en peligro.
#19 – Del provecho de las lloronas profesionales
en el campo de las realidades substanciales
“El movimiento de la juventud que despierta señala hacia ese punto
infinitamente lejano donde sabemos se encuentra la religión”.
Walter Benjamin
Todavía vivo
el cordero pascual se delata,
………..SIEMPRE,
por el balido más negro,
………..más lúgubre
y TAN lastimero.
¿A quién no tratan
COMO……….a un extraño
………..—estando tan lejos—
Aurelius Polión?
Bárbaras…….SON las horas,
más bárbaros……….son los DÍAS.
#24 – El torpor de los artefactos iluministas
al inteligir diáfano de esos ciclos y de estos movimientos
“¿Es constante el mensaje lingüístico?”.
Roland Barthes
Nunca es para cualquiera
el teléfono personal de Belcebú,
las personas de piernas muy largas,
las arpas paraguayas más maravillosas,
ese silencio y esta pausa.
…..
Shhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh.
En……………..este……………renglón,
en………………esta…………..página,
en este libro de acápites
imperturbables.
No, no, inmortales.……………………
……………………………………………………Ahí.
- Ricardo Rojas Ayrala:
“Si el poema funciona, canta y baila” - domingo 3 de septiembre de 2023