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Elegía para un americano, de Siri Hustvedt

viernes 26 de junio de 2020
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“Elegía para un americano”, de Siri Hustvedt
Elegía para un americano, de Siri Hustvedt (Seix Barral, 2019). Disponible en Amazon

Elegía para un americano
Siri Hustvedt
Novela
Seix Barral
Barcelona (España), 2019
ISBN: 978-8432235580
416 páginas

Nueva edición, ésta al socaire del premio Princesa de Asturias de la autora en 2019, de Elegía para un americano, escrita por Siri Hustvedt en 2009, novela testimonial y memorialista que es un ejercicio de autoficción o metaliteratura, al que tan aficionado es su marido Paul Auster, y que perfectamente podía llamarse Elegía para un padre. El suyo. Una vez muerto mi padre, ya no pude volver a conversar con él en persona, pero continué haciéndolo en mi mente.

En un continuo ir y venir del presente al pasado, el protagonista Erik Davidson (el padre de Siri Hustvedt era Lars Davidson), psiquiatra de profesión, revive, a través de unos cuadernos de su progenitor encontrados en una caja olvidada, anécdotas familiares con la complicidad de su solitaria hermana Inge —Lo que yo quiero es un hombre. Mi cuerpo se resiente por falta de caricias. Empiezo a sentirme tensa, acartonada—, divorciada del perturbado Lane.

La novela es un fresco familiar y social que recorre los últimos años de la vida de Estados Unidos.

Conocemos a un Erik Davidson dubitativo a través de sus complejas relaciones con las mujeres. Su historia con Laura Capelli, esa joven guapa y sensual —Laura me condujo silenciosamente por la casa, pasamos por delante de la habitación de su hijo, momento en que Laura hizo el gesto de llevarse el índice a los labios, y subimos a su dormitorio, donde nos tiramos sobre la cama y nos afanamos en el empeño de liberar botones y cremalleras. Nuestros labios y lengua se encontraron. Su piel olía a talco y a vainilla y tenía cierto sabor salobre— actúa como paliativo de su relación frustrada con Miranda, su verdadero amor —Me quedaría corto si dijera que aquella noche Miranda estaba bellísima. Cuando la vi aparecer por la puerta me quedé mudo de admiración. Llevaba un jersey blanco con los hombros al aire, pantalones negros y unos aros dorados en las orejas, pero lo que más me fascinó fueron su cuello y sus brazos, tan largos y finos, así como el brillo de sus ojos, por no hablar de su porte— con quien tiene fantasías eróticas —Pero a medida que aumentaba mi apetito masturbatorio, era inevitable que en mis fantasías apareciese Miranda. Las cópulas imaginarias que tenía con su trasunto no eran delicadas sino enloquecidas y furibundas, y me dejaban con un gran sentimiento de culpa, además de una angustia que se hincaba en mi pecho como una fría lanza de hierro.

La novela es un fresco familiar —Mi abuelo era amable con nosotros y a mí me gustaban sus manos, incluso la derecha, a la que le faltaban tres dedos que una sierra mecánica se había llevado por delante en 1921— y social que recorre los últimos años de la vida de Estados Unidos y rinde homenaje a los que arribaron al Nuevo Mundo en busca de uno mejor, apegados a esa tierra de la que obtenían frutos —Una granja en la que envasaban y guardaban lo que fuera posible para afrontar los largos inviernos en los que las carreteras se quedaban bloqueadas durante días, incluso meses.

Ejemplar ese tándem literario formado por Siri Hustvedt y su marido Paul Auster.

Narrada en primera persona, Elegía para un americano es tan narrativa como reflexiva. Erik Davidson se hace preguntas constantemente sobre la muerte —La primera vez que tuve el cerebro de Dum en mis manos, lo primero que me sorprendió fue su peso, y luego algo que había pretendido ignorar hasta ese momento; la idea de que aquello que tenía delante había sido una vez un hombre vivo, un septuagenario bajo y fornido que había fallecido de un ataque al corazón. Cuando estaba vivo, pensé, todo su mundo estaba en ese cerebro: las imágenes y palabras que guardaba dentro de sí, sus recuerdos de los vivos y de los muertos—, la sensación de ausencia cuando desaparece un ser querido —Soy consciente de que la ausencia de mi padre había desatado aquella necesidad de anotar mis actos y sentimientos, pero al deslizar la pluma sobre las páginas comprendí algo más: yo deseaba responder con mis palabras a lo que él había escrito. Estaba hablando con un muerto— y el trauma —El trauma no es parte de una vivencia; está fuera de toda vivencia. Es aquello que nos resistimos a que forme parte de nuestras vivencias—, entre otras.

Novela sobre la memoria —La memoria sólo nos brinda sus dones cuando algo del presente la refresca. La memoria no es un depósito de palabras e imágenes fijas sino un entramado neuronal de asociaciones que funcionan de un modo muy dinámico, que nunca descansa y que está sujeto a continuas revisiones cada vez que sumamos alguna fotografía o frase del pasado— que gira sobre un personaje que ya ha hecho mutis por el escenario —Sabía que se estaba muriendo, que nunca volvería a casa, que nunca volvería a ver otra cosa que aquello que divisaba desde la estrecha ventana de su habitación o los compañeros de geriátrico.

Siri Hustvedt (Minnesota, 1955) perfila con maestría y cariño todos sus personajes (por ejemplo Eggy, la sobrina adorable de Erik), los dota de humanidad y colma de pequeños detalles y anécdotas enriquecedoras su novela. Ejemplar ese tándem literario formado por ella y su marido Paul Auster. Ambos comparten prestigiosos premios literarios (Príncipe/Princesa de Asturias) y escriben en su apartamento neoyorquino sin que sus novelas se entrecrucen ni sus egos se peleen.

José Luis Muñoz
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