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El secreto corazón de las espadas, de Juan Manuel Rivera

miércoles 20 de octubre de 2021
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“El secreto corazón de las espadas”, de Juan Manuel Rivera
El secreto corazón de las espadas, de Juan Manuel Rivera (Verbum, 2021). Disponible en Amazon

El secreto corazón de las espadas
Juan Manuel Rivera
Narrativa
Editorial Verbum
Madrid (España), 2021
ISBN: 978-8413375403
194 páginas

No son revolucionarios aquellos cuya tibieza,
cuya lentitud, cuya inferioridad de medios y
refuerzos, los declaran inferiores al deber.
1
Eugenio María de Hostos

El poeta y ensayista Juan Manuel Rivera se ha propuesto inventar su propio modo de decir las cosas. Ha optado en El secreto corazón de las espadas por distanciarse de las expresiones que poco aportan a la imaginación para elaborar otras de mayor trascendencia. Pero, ¿qué persigue este escritor entre las huellas borrosas del tiempo? ¿Qué busca salvar del olvido? Pienso que al hacer una lectura del pasado se inclina sobre la historia para poner en perspectiva un espacio donde convergen hechos y personas reales disfrazadas de ficción, hombres y mujeres que regresan del olvido para continuar viviendo un mundo imaginario, el que surge de la intuición creadora. Por eso, habrá que identificar a los protagonistas a través de la intención que los caracteriza y refleja sobre un fondo de inquietantes realidades. Sólo así podríamos apoyarnos en este andamiaje que rompe los esquemas del discurso tradicional. Sin embargo, cada mininarración o semblanza eslabona aquí su propio escenario para que el mundo que les tocó vivir prolongue la historia de sus vidas.

¿Son cuentos o ensayos?… Siluetas dibujadas con tinta imaginaria… Semblanzas o bocetos o mini biografías de ficción…2 Por supuesto, estas frases son mucho más que un modo de decir. En realidad no son simples siluetas, ni semblanzas o meras abstracciones, sino seres de carne y hueso que se instalan en un lenguaje de sorprendentes y diversas revelaciones. ¿Qué fue lo que existió, se hizo ficción y encuentro de titanes en la palabra? Tendremos que regresar al bosque del lenguaje según el relieve de la historia, según el contexto que crean estas esferas: despliegue de voces, de planos y palabras que nos convocan para poder examinar lo que acontece en estos textos y modos de traer del olvido estas pinturas cinematográficas, o cuentsayos como también prefiere llamarles el autor.

Sin embargo, la complejidad de la narración no procede aquí de lo que se nombra sino de cómo se nombran las referencias de un mundo mitad ficción y mitad realidad. “Mentiras memorables” para que el yo entre en la historia y organice una realidad que adquiere otra apariencia por los elementos y el material que las estructura. Posiblemente no sea tan importante descubrir en ellas quiénes hablan, sino lo que cada uno de estos seres representa. Pero habrá que colocarlos en un espacio, en una geografía y en una época real para contemplar la transformación de sus vidas; entender sus relaciones, lo que dicen y hacen en el contexto histórico de sus propias realidades. Y verlos bajo la lupa de un lenguaje que superpone visiones y contextos sociales, referencias que dan la vuelta al mundo (el Führer, Lula, Ana Livia Cordero, Dante, Cortázar, Chávez, Van Gogh, Gandhi…) cargadas de connotaciones. No ya de un espacio imaginario, ni de un lugar abstracto que hace de la vida un juego viral y sin sentido, pues la escritura y el mundo son cosas diferentes. Por eso, desde la esfera misma de la cotidianidad El secreto corazón de las espadas recobra ese mundo que gira como un conjunto de aerolitos para proyectar la dramática historia de la vida; la vida real en continuo movimiento como un satélite de quince puntas apoyándose sobre un eje imaginario.

Deseo ligarme a los personajes, asociarme a lo que sienten para orientarme por la idea poética que los regresa a este horizonte compartido. No tiene que ser así, por supuesto. Pero lo es, o debe serlo para quienes hayan vivido las canciones de Daniel Santos (“Unas fotos del jefe”), o leído a Cortázar (“Un cronopio vuelve a pie de la muerte”) o en el MoMA detenerse frente a Philistines, una de las sorprendentes pinturas de Basquiat (“Vida, pasión y muerte del relámpago”). Y es que en El secreto corazón de las espadas imágenes copiosas como lluvias reinventan una realidad que se sale del marco para desplazarse por lugares donde el sentido de vida contrasta con lo que nos parece lógico. En el fondo lo que prevalece es la sorprendente metamorfosis, y, por supuesto, la idea fundamental que consume las vidas de estos personajes. Las luchas individuales o colectivas en busca de un modelo de país más humano o la pasión y hondura existencial de un mundo necesitado de profundos y urgentes cambios. Esta percepción queda implícita en los temas que plantea la narración, pero no en todos los casos. Estos personajes se caracterizan por la historia de sus vidas, acciones proyectadas en el tiempo, dentro de situaciones y categorías de distintas índoles sociales. ¿Son seres reales Churchill o Stalin, Van Gogh o Cortázar? Ciertamente lo son, pero desplegados sobre un ámbito de la palabra, la misma palabra actuará sobre ellos convirtiéndolos en seres referenciales de un mundo imaginario, aunque detrás de éste exista otro real ávido de transformaciones.

Admitamos, pues, que estos personajes son representaciones de una realidad en busca de una toma de conciencia con el pasado. Es decir, un enfoque que corresponda al sentido de nuestra realidad puertorriqueña (María de las Mercedes Barbudo, 1773-1849; Juano Hernández, 1896-1970; Ana Livia Cordero, 1931-1992)… y ponga en perspectiva la vida de los expulsados de nuestro modelo colonial de país. Por eso el autor nos recuerda que Nuestra herencia mayor es nuestra memoria, y estamos reclamándola (61).

¿Hay en El secreto corazón de las espadas una percepción ética para un discurso que plantea una toma de conciencia? Por supuesto, la hay. Una conciencia que integra un sistema de valores dentro de unas determinadas formas de mirar la vida. El mismo lenguaje transmite una revisión de la historia. Hechos transformados artísticamente que contrastan los límites de nuestra percepción de la realidad para que el hablante ordene lingüística y estéticamente un tiempo y unos acontecimientos que vivió o de los que estuvo cerca. No obstante, otros regresan de sus lecturas a integrarse en la historia y la naturaleza que aquí los convoca. Penetramos en ellos por el registro histórico que determina el escenario que los reúne en un mismo espacio, pero también los proyecta independientemente en otros tiempos y zonas geográficas —Führer, De Gaulle, Stalin, Churchill, Roosevelt—, caricaturas inmersas en un mundo que habrá de ser contemplado desde fuera y dentro de las turbulencias de la historia. Más allá del mundo real, observamos estas imágenes caricaturescas:

En medio de una refriega verbal entre Londres y Moscú, Roosevelt (ya muy maluco) se queda dormido. Ronca con fuerza. Cuando logra por fin abrir los ojos, ya Churchill ha abandonado la mesa de los sacrificios, y el Oso Grande, campeón absoluto del invierno estepario, ya está a las puertas de Berlín (13).

De los escombros que deja el estallido bajo su escritorio, el Führer emerge con manitas de Párkinson, pero sólo con algunos rasguños (14). …Ya circunscrito a un perímetro estrecho muy cerquita a su búnker, Hitler sale con ojeras de carbón a inspeccionar una escuadra de niños-soldados, sus últimos cartuchos (15).

Stalin vuelve a sonreír. Stalin siempre habría de sonreír porque Stalin fue una vez seminarista y, como buen seminarista, tenía mostachos grandes. Truman, que era lampiño, se sulfuraba debajo de su sombrero de empresario valiente mientras, con los ojos cerrados como por la cosquilla de algún chiste secreto, el bigote de Stalin se estiraba hacia las orejas (16).

Estas descripciones responden a la visión irónica del sujeto que las crea. No en todos, pero en algunos, la ironía viene a ser un elemento añadido a la ficción. Pero, en el fondo, es la visión perspicaz y sorprendente la que proyectará el mundo material y el ámbito ficcional que sostiene el andamiaje de El secreto corazón de las espadas. Los personajes, sin apartarse totalmente de la realidad, adquirirán otros relieves y matices en el contexto de las referencias que caracterizan y condicionan sus historias. De este modo se retoma la percepción de un mundo que es necesario rescatar a través de la memoria y la ficción:

La revolución es un drama de clases y subclases antagónicas en la que cada cual tiene que identificar su lugar, pronto, ateniéndose a las consecuencias que se gane en la lid o le regale la realidad o la suerte. En este drama, los derechos humanos individuales son muy importantes pero no son lo único que cuenta. También hay derechos colectivos que sólo los gobiernos más progresistas son capaces de garantizar o defender. Cuando es clasista, la que se inaugura como defensa de los derechos individuales, pronto desmerece sus reclamos para evidenciar que lo que defiende son los privilegios individuales (100).

Un narrador oculto tras el cortinaje invisible de un mensaje que vuela directamente a la conciencia expresa estas ideas. Desde el punto de vista formal estamos ante un hablante que promueve una toma de conciencia. ¿A dónde ha quedado la ficción? Aquí se abre un espacio para integrar un pensamiento que se sale de la ficción. Se señala una situación que amerita mirarse detenidamente. En este sentido, tendremos que mirar el cambio de planos de un concepto a otro, desde la óptica ficcional hasta la estética del lenguaje que los refleja:

Se sabe que una lengua no es un accidente humano. Aparte de ser un código de comunicación e intercambio importante, es también un resorte síquico y un modo peculiar de ver, sentir y valorar el mundo, que no se iguala con ningún otro código, igualmente valorado (81).

Jerarquizar (en este particular asunto) es intentar privilegiar una etnia y opacar o subestimar la aportación valiosa que hacen las demás a nuestra identidad colectiva. Ese sincretismo radical del que hablamos funcionaría como una gran orquesta en la cual todos los instrumentos musicales serían indispensables (103).

Resalto estos pasajes para subrayar las distinciones que entrelazan estas peculiaridades del discurso narrativo, y giran en torno a condicionamientos sociales y luchas de clases. Son ideas que proyectan las distintas direcciones en que se mueve el pensamiento para acentuar un mensaje que promueva cambios y transformaciones reales. Podríamos señalar aquí otros ejemplos para resaltar la ideología de los personajes, y ver cómo se filtra en ellos el pensamiento del autor. No obstante, quiero situarme en el plano de las descripciones y ver la presencia y el carácter de éstos dentro de un panorama poético y, naturalmente, frente una realidad impregnada de connotaciones que requerirían de un análisis más abarcador.

 

El arte de la descripción

La descripción, en función de la naturaleza física y el carácter de los personajes, es un artificio útil para exagerar cualidades o asociaciones sorprendentes que impregnan de otro matiz lo nombrado. El parentesco entre lo que se describe altera la imagen visual y no siempre expresa una imagen patética como, por ejemplo, el caso del Führer. He escogido uno o varios pasajes que enfocan las peculiaridades, el carácter o el ánimo de los protagonistas dotándolos de un aspecto irreal y deslumbrante. La naturaleza física de éstos se ha transformado en función de lo que subyace bajo las sugerentes imágenes y connotaciones.

La soberbia en la antesala de la muerte:

De los escombros que deja el estallido bajo su escritorio, el Führer emerge con manitas de Párkinson, pero sólo con algunos rasguños (14).

Hitler sale con ojeras de carbón a inspeccionar una escuadra de niños-soldados, sus últimos cartuchos (15).

El amor imposible:

Por accidente, sus cuatro piernas se enredan y caen en una cama que, no se sabe cómo, alguien ha puesto allí (17).

Enredados sus cuatro pies en el torrente, se lanzan a morir sobre la sábana que ondula como una cama muelle (18).

¿Sombra? Una sombra de garfios rencorosos los sigue ahora día a día y noche a noche, hasta el desvelo (20).

Arte en el arte:

¿Era un brujo que viajaba en un jet parecido a una escoba? ¿Un tecato montado en un pincel? ¿Un genio natural hijo de una madre tostá y un papito gruñón? (27).

El tigre era el vástago mayor de una pareja rara… (27)

Algo que no se ha dicho en voz alta en la América de los enormes rascacielos palpita en esa jungla de símbolos que lleva un algo de papiro de otra edad, y mucho de pantera y un toque diminuto de neorriqueñismo ambulante, o de vudú… (29).

Paranoia, ojeras y un marcado deterioro físico son las tres señales de sus últimos días (36).

El pintor de girasoles:

Su cabeza rapada al uso de algún monje budista, su puntillosa barba que hincaba como un erizo, hecha de chispazos rojizos, su sombrero pajoso, la ruindad de sus botas remachadas de fango y sus anchos mamelucos que ya sabían hacer la ruta solos… (39).

Con dientes rojos, verdes, amarillos, rompió a devorar tubos de pintura, pinceles, hilachas de lienzo, y a bajar aquel banquete sagrado con la sangre (o el vino avinagrado) de las lámparas (43).

Ida y vuelta de un ayunador:

Los que lo vieron por aquellos días cuentan que su melena, hasta entonces llevada con pausada elegancia de caballero joven, ahora echaba chispas debajo de la olla del sombrero (48).

Es la noche final del ayuno. La Plaza se encuentra abarrotada. Himnos y banderas han salido del clandestinaje y revolotean persiguiéndose y ya son aire nuestro. El bullicio es enorme, un hervidero. Hay sombreros praprá, mulatos bien vestidos con cocodrilos de dos tonos en los pies; hay leontinas relucientes, “ligas” en los antebrazos o en los molleros de los caballeros, y en los muslos de las damas (49).

Una joven poeta flaca como una espiga, ojos redondos de pestaña elocuente y cuello de jirafa, es la primera en llegar y se ha posado junto al profesor de la Escuela Normal, el hombre que ha cifrado su destino en esta apuesta (49).

Lo posible contra lo imposible:

Su apellido era un alambre de púas que prendía una insurrección en la cola del santurrón nombre de monja que le impusieron en la pila bautismal… (57).

Comprometida con los ideales que procuran parir patrias nuevas y libres, la primera patriota borincana, pionera en América, aquella que se parió a sí misma cuando nadie en Puerto Rico soñaba disparates de tales dimensiones, es apresada y llevada en cadenas al Castillo de San Cristóbal (59).

Una mamota hecha y derecha que desde niña se había obligado a sí misma a lidiar de tú a tú con la vida, la primera revolucionaria borinqueña llegaría a la cárcel como a casa propia y se daría de inmediato a respetar (59).

Un actor genial en un mundo de ciegos:

Meticuloso artesano de sí mismo, se esculpió a fondo y pulió hasta el resplandor su maroma suprema: ser Shakespeare (63).

Participó en 26 películas, haciendo relampaguear el papel más borroso que le asignaran en cualquier embeleco cinematográfico (63).

La hierba que el chivo no mastica:

Una chica flaca, de caderas estrechas y enormes ojos miopes, adolescente aún, Anamú se había disfrazado de meteoro para entrar “como Pepa por su casa” a la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad de Puerto Rico… (67).

Anamú era como el “matapiojos”… (68).

Hablaba y sonreía con los ojos miopes y tenía por costumbre establecer contacto visual directo con sus interlocutores (88).

La flaca que una vez aleteara por los hombros de Walter Mercado como si flotara sobre una túnica de estrellas, la de pupilas de entrañas de carbón a quien ningún hombre o mujer jamás pudo vencer en competencia… (122).

El hombre del nuevo son:

Así obró aquella espada por minutos que parecieron siglos. Después, relampagueante, ya sin polvo y paja, tajo a tajo la arepa de la discordia quedó dividida en millones de porciones iguales (134).

La sombra también es invisible:

A partir de ese momento, sería una sombra, aquello que no pesa pero es leal compañera siempre (142).

En estas lides en pro de la higiene moral de las prisiones estaba aquel gran loco apodado la Sombra, cuando el lunes, 30 de marzo de 1981, es sorprendido en el patio de la prisión por un bando enemigo de sus iniciativas (147).

Milagros o metamorfosis cotidianos están frente a los ojos y a veces no los vemos. Usted se va a dormir y cuando vuelve, la simiente invisible se ha convertido en árbol gigantesco… (156).

El Anacobero regresa a la fiesta:

Y soltaba su pedregosa carcajada, la carcajada más profunda que se haya pronunciado, en español, turco o islandés. Sería aquella carcajada (o el misterio que fuera), pero la cosa es que el Tigre podía comerse con su labia al más aguza’o de los mortales (159).

Su aire displicente y el humo libertino que salía de su oreja copaba con frecuencia los titulares de los diarios (160).

Él solito era un show. Por la imaginación de la Internet todavía puede verse con la “Sonora Matancera” el trueno aquel, centella de pies sabios, montado en pelo sobre una guaracha. Era un diablito, que —en lengua ñáñiga— viene a ser algo así como anacobero (167).

Montado en una “aguja” vuela entre campanas:

Escamas en la frente y la nariz. Gorra deportiva o sombrero de cazador ya listo para un safari. Unos cuantos yerbajos colgando de la cara que él nombraba su barba. Blusa de algodón rebelde a toda plancha. Mocasines o tenis sin medias. Bermudas sin calzoncillos. Católico converso, para nada ferviente. Agnóstico sin bandera (175).

James Joyce, un Ulises miope que abogaba por un arte capaz de parirse a sí mismo, llegó a ser una que otra vez uno de sus contertulios más notables en trasnochadas casi enciclopédicas (175).

Papa era un solitario excéntrico cortado muy a la medida del ideal masculino, individualista, de su etnia. Talla grande. Atlético, colora(d)o, corpulento, boxeador aficionado (179).

Personalidad compleja, explosiva, afectuosa. Picardía de pimienta en ocasiones (183).

Por el Floridita anda ahora lo que fuera el diseño de su cuerpo astral, la contradictoria risotada de luz del hombre taciturno que siempre sintió el llamado del 13. ¡Y quién lo iba a decir! Inscrito ha quedado su celaje en el corazón de su país de adopción más que en el propio (191).

El hablante no puede ocultar la ternura hacia estos héroes y heroínas impregnados de la jubilosa luz del recuerdo. Porque para los que tienen memoria, el pasado salta de las sombras para iluminar la verdadera historia. Esa que resucita fragmento a fragmento para construir un mundo en el que todos nos reconozcamos. No en ese hecho “…a fuerza de represión política, ignorancia absoluta sobre nuestro verdadero ser y acontecer…” (108). Por eso estos textos exploran (dejando atrás la visión de aquel Führer, aquel ser que quería ordenar el mundo a su antojo, pp. 13-16) las vidas y pasiones de quienes interpretaron el mundo desde su conciencia más fieramente humana, los que por naturaleza y voluntad propia asumieron su historia navegando en un mar de relucientes utopías. He aquí, pues, estos cuentsayos reteniendo no exactamente la realidad aunque, como dice Borges, “La realidad no ha menester que la apuntalen otras realidades”,3 sino la que proyecta imaginariamente el lenguaje de la creación. Los pasajes que he utilizado manifiestan, de algún modo, la hondura receptora de ese arte que nos coloca frente a la imaginería creadora de un poeta que se niega a olvidar. Pienso que este es el verdadero contexto de esta metáfora contra el olvido para que la conciencia pueda rescatar las múltiples realidades de la vida, sin olvidar que “Nuestra herencia mayor es nuestra memoria, y estamos reclamándola”.4

David Cortés Cabán
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Notas

  1. De La Revolución, Nueva York, 17 de octubre de 1874. Tomado de Breve antología del 10 de Octubre. Cuadernos de Cultura Cuarta Serie. Publicaciones de la Secretaría de Educación, La Habana, 1938.
  2. Pág. 9.
  3. Jorge Luis Borges, Inquisiciones, Otras inquisiciones, Barcelona, Random House Mondadori, S. A., 2011. Pág. 89.
  4. Pág. 61.
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